jueves, 30 de abril de 2020

El Guadiana de los Montes - Parque Nacional Guadiana


Hace unos días unos amigos me pidieron que les escribiera un texto sobre la salvaje región que se extiende a ambos lados del Guadiana, aguas abajo de Ciudad Real, hasta tierras extremeñas. Y ya de paso, aprovecho para desempolvar unas fotos que supongo algo de aire darán, a tanto campero confinado estos días de encierro y rodeados de una naturaleza ahora tan ajena como exultante, por las lluvias caídas y por la inusual tranquilidad reinante.

Selvas y barrancos cerca de la desembocadura del Tirteafuera

        Es una gran y desconocida región, que viene a ser el centro de lo que yo entiendo, por la Oretania, que es esa parte del Macizo Centro Ibérico que va de las orillas del Tajo a las dehesas del norte del Guadalquivir, o de las Villuercas y dehesas extremeñas al Campo de Calatrava. El hilo central y conductor de toda esta gran región es un inimaginable Guadiana asombrosamente salvaje, y más después de haberlo visto vencido y exhausto, en la excesivamente humanizada llanura manchega, tras los iniciales esplendores de Ruidera.

Saladar del noreste de Tablas de Daimiel, no es el Guadiana, aunque es su antigua madre Gigüela-Záncara. Abajo llanura de inundación de Alarcos

La petición no era arbitraria, mis amigos de “Caminos del Guadiana” hace varios años y haciendo honor a su nombre, hicieron la gesta de recorrer los más de 800 km del Guadiana, en la "Expedición Aborigen Caminos del Guadiana", desde su nacimiento en las Lagunas de Ruidera, hasta el Atlántico de Ayamonte. Eso ya lo habían hecho alguna que otra vez antes, pero esta vez se trataba de recorrerlo en el seno de sus aguas y no solo eso, sino que, como si de unos prehistóricos aborígenes manchegos se tratase, haciéndolo en barcas confeccionadas con cañas y eneas, como la famosa Kon-tiki elaborada con totora del noruego Thor Heyerdahl, pero más pequeña y a lo manchego.


       No se trataba de un reto deportivo, que también, sino de levantar acta del estado de esta gran arteria fluvial, de sus valores naturales y de los grandes problemas que le acucian. Sintieron la magia de pasar por paraísos casi virginales, rincones que nadie conoce, una naturaleza desmesurada, variando de las lagunas de Ruidera con sus cascadas y el diferente color de cada laguna, a la llanura manchega vislumbra a través del espeso carrizal, las llanuras de inundación de las Tablas de Calatrava - Praos de Carríon y las de Alarcos, junto a esa medieval ciudad roquera pre-Ciudad Real, a las vegas entre montes, a las hoces cuarcíticas, a los enormes pantanos extremeños, a las dehesas hispano-portuguesas y así, un largo etcétera.

Llanura de inundación en Alarcos inusualmente "inundada" 

       Pero también pasaron penalidades y no pocas, las inherentes dificultades de la logística, el salto de nivel de la sucesión de presas post-manchegas, con sus largos pantanos de aguas quietas, sin el auxilio de la corriente, el peso de las embarcaciones tras cargarse de agua, la lucha contra el camalote, esa planta invasora que les cerraba el paso en las vegas pacenses o el clima, pues conocieron en vivo, uno de esos buenos episodios de lluvias del suroeste que todavía, aunque cada vez menos, ocurren a principios de primavera; fechas premeditadas para coger un Guadiana, al menos en sus primeros tramos, verdaderamente navegable.

Tramo de los meandros del Chiquero, dentro de los kilómetros desasistidos

Yo me quedé en tierra, ayudándoles a botar las pesadas embarcaciones bajo el puente de Alarcos, con una envidia que me corroía, junto a mi recordado Valentín que luego les daría buena cobertura logística por Puebla de Don Rodrigo y Villarta de los Montes. Solo por vivir su paso por los meandros del Guadiana, hubiese soportado los aguaceros que les cayeron y más, en un tramo larguísimo, sin posible asistencia, pues desde Luciana hasta puente Retama o hasta cerca de La Puebla, no hay caminos decentes de acceso. Su miedo era algún accidente que, afortunadamente, no llegó a ocurrir, y de ese montuoso tramo, es de lo que va esta entrada del blog.

Puente de Alarcos y vista desde su monte. El río se va internando poco a poco en los montes

       El Guadiana de los Montes o viceversa, los Montes del Guadiana, es una de las mejores regiones naturales ibéricas a la par que una de las más desconocidas. Pero cómo siendo lo uno, se puede ser lo otro; cómo es posible que tan poca gente, sepa que a occidente de la meseta meridional y a caballo con Extremadura, existe una de las mayores y mejores áreas naturales ibéricas. Existen otras áreas nacionales, desconectadas, aisladas o perdidas en los limbos periféricos que precisamente por sus valores naturales, han entrado en el imaginario colectivo de una naturaleza salvaje o del paradigma turístico rural, como los Pueblos Negros de Guadalajara, los Ancares, la sierra de Albarracín, el Maestrazgo, las Hurdes, los Oscos y así, un largo etcétera, exceptuando la presente.

A pocos kms de Alarcos el Guadiana corta las primeras serrezuelas, como esta poblada de  allozos

Aparte de características comunes con esas zonas, como la situación periférica, las malas comunicaciones, la escasez de industrias o nodos de dinamización económica, la complicada orografía y bajísima demografía, condiciones todas que se solapan y retroalimentan unas a otras, aquí tenemos una diferencia fundamental, la de los grandes latifundios. La propiedad de la tierra es fundamental para entender el dinamismo socio-económico de toda esta región y también explica, en buena medida, su buena conservación natural con la perpetuación secular de lugares, especies y ecosistemas, superando modas, desamortizaciones o concentraciones parcelarias, aunque no voy a entrar, que por desgracia también lo tiene, en su reverso tenebroso.


Narcisos a espuertas en un rincón del Guadiana, teóricamente los mismos que los de esta aliseda cercana

Toda esta región de montes que se prolongan hacia Extremadura, está en comunión indiferenciable con Sierra Morena al sur y con los Montes de Toledo al norte, siendo su única diferencia, el que esas mismas paralelas sierras apalachenses que los definen, alcancen menores cotas altitudinales, situándose entre 1000 y 1300 m. los altos cordales de la primera, entre 1200 y 1400 los segundos, y entre 700 y 900 los cordales de estos montes del Guadiana que en ocasiones, ensalzan esas alturas frente a un Guadiana que les vadea a 450 m. Incluso muchas veces ese abrupto desnivel es remarcado “a plomo” en las numerosas hoces por las que la perenne, aunque lenta, incisión fluvial, cala el relieve dibujado por esas vetustas rocas, como en el estrecho de las Hoces y en el de la Murciana, o el de Tablacaldera y Valdehornos en sus cercanos tributarios.


En esas serreta de El Castaño, apenas se pueden ver un par de asomos volcánicos

No estamos en un pasillo ecológico que pone en comunicación las llanuras manchegas y el variado Campo de Calatrava, por un lado, con las dehesas extremeñas por el otro, los Montes de Toledo y estribaciones del Tajo al norte, con Sierra Morena y la Andalucía adehesada de los Pedroches al sur. No, no es un pasillo, es un todo, un conjunto, es el corazón salvaje de Iberia el que late bajo esa coraza revestida de monte bravío y que va desde el Despeñaperros jienense, hasta el Momfragüe cacereño o desde los castillos roqueros de La Serena pacense hasta los toledanos molinos de Consuegra.


Al norte apenas asoma el Tajo y al sur no llega a verse el Guadalquivir

Ante tales dimensiones y, a pesar de todo, entre tan buen estado de conservación, no es de extrañar que aquí se encuentren, a excepción del oso, todas las grandes joyas faunísticas del monte mediterráneo, desde esta región, desde estas fincas enormes, reconquistaron el resto de territorios la fauna de gran tamaño, como ciervos y corzos, que tras los años del hambre y hasta pasados los setenta, no fueron recuperando el resto de montañas del centro ibérico. Aunque con una existencia siempre en el límite, y más estas últimas décadas, lince y lobo han campeado esta región a sus anchas; en los cielos, la cigüeña negra y todas las grandes rapaces ibéricas y, aunque solamente de paso, se vuelve a ver al quebrantahuesos que, con la ganadería y la fauna monteña, no sería raro que recalase definitivamente en sus crestones.


Rebaño de venaos al fondo, cruzando las dehesas del Guadiana fuera de las grandes fincas valladas

Pero es el buen estado de la vegetación quien sustenta toda esa riqueza faunística que prácticamente, solo renquea por la escasez de conejos, base de la cadena trófica, pero abundante en todos los terrenos humanizados que rodean y se intercalan por la región. Vegetación que, por las malas comunicaciones y el régimen de propiedad, ha tardado o aún está tardando, en ser conocida. No fue hasta hace pocas décadas que se publicó la existencia de bosquetes de abedul en esta calurosa región, que se supo de la existencia de magníficas norteñas comunidades vegetales en sus bonales y así un largo etcétera de novedades científicas, como la presencia de avellanos o de alisos en la misma vecindad del Guadiana.


Helecho real dentro de un avellanar relicto

La vegetación climácica dominante es el encinar, aunque más que por el régimen de precipitaciones, es porque se asocia a suelos poco profundos, terrenos que cuando se hacen más rocosos aún, son colonizados por enebrales, aunque en las numerosas pedrizas, en las solanas, bajo los altos riscales, la vegetación dominante es el acebuchar, los brillantes bosquetes de olivos silvestres.


Alcornocal cerca del Zumajo y robledal en el Bullaquejo

   Allá donde los suelos se hacen más profundos, lo que suele coincidir con umbrías y peanas de las sierras, aparece la otra vegetación dominante, especialmente abundante y característica de esta región, el quejigar que dora los otoños de los montes junto con algunos escasos robles, relegados al mismo hábitat, pero en suelos más frescos o con aportes de agua, a la vera de arroyos y fuentes. Puntualmente adehesados o sobre los cordales, donde las lluvias son algo más generosas, prosperan los alcornoques.


Enebrales sobre litosuelos, sobre el valle del Guadiana, todavía con algunos cultivos, antes de Luciana
Quejigares y encinares de umbría y, abajo, fresneda en un arroyo tributario

Existen otros árboles que ocupan nichos ecológicos como el descrito para el robledal. Con más de agua, aparecen dos árboles muy particulares de esta región, por un lado, el abedul, un abedul de tierras bajas y cálidas, no el clásico norteño y centro-europeo, apareciendo en el valle de Riofrío, en los Horcones y luego ya, en escasos pero más altos recónditos   rincones de los Montes de Toledo; el otro árbol, aún no reconocido botánicamente, pero característico de los numerosos hontanares que jalonan estas serrezuelas, es el chopo oretano, pues aparece puntualmente en toda esta región, entre las faldas de Montes de Toledo y el norte de Sierra Morena, siendo más abundante aquí que en esas cordilleras. Con su espigada figura y sus blanquísimos fustes, vistos a distancia parecen abedules. También en una de sus fuentes y en un arroyo, aún subsisten una alargada aliseda y un pequeño avellanar, el último de los que, a juzgar por la toponimia y relatos de los pastores, hubo en las umbrías de estos montes.


Abedul arriba, abajo su colega el chopo oretano
Compárese con el Populus alba típico en la junta Bullaque-Guadiana

Peculiares y estudiados desde varios puntos de vista científico, son los famosos “bonales” de esta región. Muchos y de diversos tamaños y tipologías, aparecen orlando los manantiales y algunas cabeceras de arroyos, con una vegetación tan especializada, como alejada de los parámetros mediterráneos de estas, aparentemente, secas tierras. Afortunadamente muchos de estos bonales gozan de protección bajo la figura de Microrreservas, no así los más sureños.


Bonal con mirto de Bravante, brezo de turbera y robles al fondo. Abajo Potamogeton, Hydrocotyle y Carex lusitanica

He hablado de vegetación y fauna, pero quien los acoge en su seno es el territorio con su variada topografía, su clima, su geología y las aguas de sus fuentes, ríos y arroyos. El clima es más húmedo que en sus vecindades orientales (casi el doble que en la Mancha) y occidentales (más que en la Serena), al tratarse del escalón topográfico que sube desde la penillanura extremeña y sus vegas del Guadiana, a la manchega meseta sur. Las nubes que vienen casi siempre del oeste, conocen un ascenso suficiente como para derramar su lluvia con cierta generosidad, con medias anuales entre los 550 y los 700 litros por metro cuadrado, aunque no tanto como en los altos ejes orográficos situados a norte y sur. Tanta protección montuosa hace multiplicarse las situaciones micro-climáticas, con lugares mucho más húmedos y frescos o, viceversa, más térmicos que la media del territorio que a su vez acogen una peculiar flora, protegidos de los fríos del noreste o de los agobios veraniegos.


Tras las nieblas de enero, las lluvias de abril dejan unos pletóricos montes del Guadiana

La geología también viene a enriquecer este Guadiana sin diques, tan libre que en él se encuentran la mejor serie de grandes meandros peninsular, entre Luciana y la Puebla de Don Rodrigo, tapizados de nenúfares en sus orillas más tranquilas. Muchos más meandros, pero menores y más retorcidos, serpentean caóticamente en su tributario Tirteafuera, río de salvaje desembocadura en el Guadiana, entre peñascos, hoces y buenos bosques. El relieve formado por estratos ordovícicos, está definido por la resistencia y dureza de las claras hiladas de cuarcita armoricana que define los altos relieves cimeros, doblemente blanqueadas por los nidos de las rapaces que en ellas crían; los valles coinciden con los débiles eslabones pizarrosos de esta reiterada cadena o sucesión de duros estratos cuarcíticos y blandos estratos pizarrosos, mostrando frecuentemente éstos últimos, numerosos fósiles, en la vecindad del Guadiana y sus numerosos afluentes.


Final del Estrecho de las Hoces y erosionables pizarras fosilíferas

Pero no todo es esa monótona sucesión litológica, también aparecen para dar mayor riqueza a gea y flora, buenos asomos calizos en Abenójar e incluso, buenas manifestaciones volcánicas contiguas al Guadiana, cuando atraviesa el Campo de Calatrava, con su especial vegetación y el magnífico baluarte de Piedrabuena. Entre Luciana y puente Retama, donde aparte, de varios asomos volcánicos, aparece la escondida laguna de Michos, ocupando un cráter hidromagmático.


Relieves volcánicos, volcán Manoteras en Piedrabuena, maar de Michos y de Peñarroya
Todos Monumentos Naturales, aunque pretenden descatalogar Manoteras para instalar una solar fotovoltaica

 Todos estos relieves han sido posteriormente retocados por la erosión fluvial y por un elemento geomorfológico característico y que de esta región ibérica toma el nombre, “la raña”. Se trata una formación sedimentaria postiza, compuesta de un grosero canturral cuarcítico empastado en una roja matriz limo-arcillosa que se inicia en la peana de las serrezuelas y extiende su inesperada planitud, hasta donde la erosión fluvial, con su continuada erosión, la va desmontando, dejando alargadas y digitadas mesetas colgadas entre los valles.


Estrecho de las Hoces, esquinado y rañas cultivadas. Abajo la raña enrasa todo al otro lado del río

       El Guadiana empieza bien y al poco presume de unas magníficas lagunas separadas por barreras tobáceas en Ruidera, pero ingresa en la gran y seca llanura manchega, ya muy tocado tras su primera barrera artificial, el pantano de Peñarroya, a partir del que se va desplegando en acequias y debilitando para desparecer bajo el llano. El Guadiana de las leyendas, el del escondite, el desaparecido que deja un valle suplantado por débiles tributarios cono el Záncara o el Gigüela, para volver a renacer, cuando puede, cuando le dejan, en los Ojos del Guadiana; en unos o en otros antes de las Tablas de Ruidera, pues por sus lamentablemente profanados ojos primeros, no lo hace desde hace cuatro décadas. En las Tablas de Daimiel disfruta de un artificial respiro que poco o muy poco se prolonga a su salida en las Tablas de Calatrava y pegado a los Praos de Carrión, hasta llegar al pantano del Vicario, donde arroyos de las estribaciones de Montes de Toledo, le empiezan a dar una hídrica continuidad.


Laguna Blanca tras el aporte del Pinilla y las Tablas de Daimiel abajo

       Ya tras el Vicario, a la altura de Ciudad Real, el Guadiana aún conserva y poco alteradas, unas buenas llanuras de inundación, magníficas figuras geomorfológicas y paisajísticas desmanteladas por la agricultura y extinguidas en casi todos los grandes ríos nacionales. Las del Guadiana son amplias llanuras herbáceas, inundadas temporalmente cuando las lluvias y el pantano del Vicario así lo permiten, rodeadas de áreas volcánicas y serretas cuarcíticas de alto valor biológico y paisajístico.
Último puente sobre el Jabalón poco antes de verter al Guadiana

   Tan solo a 15 km tras la capital manchega, la llanura de inundación se constriñe a una buena vega y el río comienza a introducirse entre serretas para acoger al Jabalón que discurre recurvándose entre paisajes volcánicos y calizos. A partir de esta junta el valle va encajándose más, al tiempo que las serrezuelas vecinas van creciendo imperceptiblemente.


Llanura de inundación de Alarcos, con los lirios Limniris pseudacorus y Chamaeris reichenbachiana
Amplitudes desconocidas de un Guadiana muy cercano a la capital manchega

       El Guadiana va ganando caudales, recibiendo a un magnífico Bullaque que las más de las veces, le da más agua de la que éste lleva, un Bullaque de Cabañeros, con un salvaje arroyo Bullaquejo de robles ribereños que, tras las Arripas, casi se toca con Riofrío. Aguas abajo de Luciana empiezan los grandes meandros y una de las mejores áreas salvajes ibéricas, el sancta sanctorum de un río importante y en muy buen estado de conservación, como en el Chiquero, recibiendo al Tirteafuera o tras Retama, a los Riofríos y cogiendo fuerza, para aumentar el tamaño de sus meandros y finalmente, tras dejar al sur de sus grandes fresnos la Puebla de Don Rodrigo, embestir el paso del Estrecho de las Hoces para dejar, con una rocosa y abrupta despedida, estas buenas tierras manchegas.


Junta Guadiana-Bullaque en Luciana y Estrecho de las Hoces

A pesar del desconocimiento generalizado sobre estas tierras, numerosas figuras de protección han recaído sobre ellas. De la red de áreas protegidas, por vecindad le afectan: el Parque Nacional de Cabañeros inmediatamente al norte y el Parque Natural del Valle de Alcudia y Sierra Morena, al sur; las numerosas Microrreservas de sus bonales; la Reserva Fluvial del Abedular de Riofrío; Monumentos Naturales como el Volcán de Piedrabuena, Volcán y Laguna de Peñarroya, Michos, etc.


Suelo volcánico tapizado de Erodium primulaceum, volcán de Peñarroya y laguna de Valverde

       Dentro de la Red Natura 2000, están las ZEC (Zonas Especiales de Conservación) y las ZEPA (Zonas Especial Protección para las Aves), que suelen ser bastante coincidentes. La que ocupa más de lleno estos Montes del Guadiana es la ZEC de los Ríos de la Cuenca Media del Guadiana y Laderas Vertientes; también con buena parte en estos montes, la ZEC de la Sierra de los Canalizos, la del Río Quejigal, Valdeazogues y Alcudia, la de las Sierras de Almadén, Chillón y Guadalmez y, finalmente, pero esta vez al norte, la muy extensa de Montes de Toledo. No tan vecina, pero con clarísima continuidad ecológica y geográfica hacia el sur, está la de ZEC de Sierra Morena. Esto sin contar con las áreas de protección de especies en peligro, con las Áreas Críticas o las Áreas de Importancia para: cigüeña negra, perdicera, imperial, buitre negro, lince, etc.


Montes hacia Almadén y laguna de Peñarroya

       Todas estas figuras de protección sobradamente merecidas, lo son por méritos propios y a pesar de tratarse de una región poco estudiada, y por esos mismos méritos debería estar protegido todo su ámbito geográfico real, que es todo el anteriormente descrito, tanto por contigüidad como por continuidad. Todo este territorio debería estar amparado por una gran y única figura de protección que garantizase la salvaguardia y perpetuación de lugares, especies y ecosistemas, para disfrute de todos y de las generaciones venideras, así como salvaguardar los procesos naturales, luchar contra el cambio climático y contra la acuciante pérdida de biodiversidad que estamos padeciendo. Se trata de áreas de escaso aprovechamiento económico, un aprovechamiento sostenible que no tiene porqué dejar de obtenerse bajo esa protección. También sería una forma de frenar, la claramente especulativa búsqueda de concesiones mineras que podrían dar al traste con los valores medioambientales que atesora esta región en su conjunto, para enriquecer a una mínima parte de su población y a alguna multinacional.


Nenúfares blancos del Bullaque y aprovechamiento tradicional de la dehesa

       Por qué tener veinte enclaves contiguos, solapados con diferentes figuras y grados de protección, perteneciendo la mayor parte del territorio a hábitats protegidos por la legislación europea y nacional, cuando este podría ser el mayor Parque Nacional español y uno de los mayores de Europa, uniendo desde el norte, con el Geoparque de las Villuercas en Cáceres, el Parque Nacional de Cabañeros y Montes de Toledo, hasta el Parque Natural de Alcudia Sierra Morena por el sur, abarcando todos estos montes y ríos que alimentan un Guadiana renacido en las Tablas de Daimiel, apenas saliendo de la Mancha. 


Juncal florido en un tributario

       Por qué no tener el gran Parque Nacional del Guadiana, con un comienzo algo lineal, un pasillo ecológico decente que atravesase la llanura manchega y que a partir de las Tablas de Daimiel se fuese engrosando, a la altura de Ciudad Real, para acoger sus numerosos y protegidos enclaves volcánicos y las muy biodiversas desembocaduras de sus tributarios aún manchegos y que a la altura de Luciana se ampliase a norte y sur, recogiendo lo mejor de ese mundo regido por el padre Guadiana, hasta Montes de Toledo al norte y Sierra Morena al sur.




 La escasa producción económica de estos territorios, difícilmente se perdería, si bien probablemente aumentase, al mantenerse las actuales y crecer turismo, servicios y productos con origen controlado. Pero todo esto ya forma parte del futuro del Guadiana, de un futuro del que todos deberíamos ser parte y al que todos nosotros deberíamos contribuir. Porqué no luchar por un gran espacio natural protegido como el propuesto o el que me dice Raúl, del gran Parque Natural del Apalachense Ibérico.


Castillo de Calatrava la Vieja, entre los Praos y el Guadiana en el Camino Natural del Guadiana

          El Camino Natural del Guadiana fue un buen intento de consolidar un pasillo ecológico con adecuaciones turísticas, pero los intereses de los grandes propietarios o la municipal vergüenza de tener que reconocer la pésima gestión de los caminos públicos, con sus cientos de caminos perdidos o apropiados por particulares, hicieron perder esa oportunidad. Ahora es un camino que evita los mejores lugares y se aleja demasiado del río, paseando a los turistas por secarrales desde los que se observa de lejos, si acaso, el oasis ribereño. Pero siempre estaremos a tiempo de recuperar una ruta que como los ríos, son patrimonio natural de todos. Queda mucha lucha y es la de todos.


martes, 31 de marzo de 2020

Excursión Vernal por el Sureste Madrileño


Vernal, perteneciente o relativo a la primavera, del latín ver o veris, prima”ver”a vernalis. También usado como epíteto, como equinoccio vernal: época en que por hallarse el sol sobre el ecuador, la duración relativa del día y de la noche es la misma en toda la Tierra. Aquí me acojo a esta última acepción de vernal, mucho menos amplia que la de primaveral, puesto que, botánicamente, muchas plantas llevan el nombre específico de verna o vernalis precisamente, por florecer al principio de la primavera.

Gagea lacaita un bello geófito de principios de primavera

   Primavera que por nuestras mediterráneas latitudes se nos va yendo, ojos vista, hacia un verano que antaño comenzaba el 21 de junio y que hogaño lo hace plenamente a finales de mayo; tenía antes su despedida tras  las tormentas de San Juan y ahora tras las últimas lluvias que nos suele traer el labrador San Isidro. Botánicamente es así, el calificativo de vernal lo llevan floraciones primerizas, bien respecto al calendario o bien respecto al resto del bosque o de una vegetación todavía despertándose del invierno, como pueda ocurrir, ya mucho más avanzada la estación, en lo alto de las montañas con otras especies “vernales”.


 El carraspique Iberis saxatillis en plena floración vernal

     En la comunidad de Madrid, mientras que al norte y noroeste, en la sierra, ese enorme y casi “único” jardín de seis millones de almas, apenas aparecen algunos narcisos en esta época para mostrar un nuevo ciclo de vida, por el sureste, prácticamente el patio de atrás, el gran vertedero madrileño, donde va todo lo  que no quiere el "rico" norte, las infraestructuras, basureros, graveras, minas, etc., comienza la fiesta.


Río de Diplotaxis erucoides a finales de un lluvioso mes de marzo, en una vaguada del sureste madrileño

        La estoica naturaleza del sureste resplandece en un colorido abanico de especies que, a partir de ahora, irán sucediéndose sin solución de continuidad, en floraciones de difícil predilección estética, hasta que los ardores solares pre-veraniegos las vayan apagando, hasta llegar a los más preparados para aguantar la sequía, que suelen ser las especies salinas, también comunes por esta región, aunque de flores mucho menos llamativas.


Paisajes aparentemente desolados del sureste madrileño

     Esta época es sumamente cambiante según qué año; este año arrastramos un déficit hídrico importante, aunque a nivel superficial los suelos aún conservan la humedad suficiente para no ceder ni el verdor estacional ni la capacidad de floración de estas madrugadoras especies; el año pasado ni siquiera eso y, hace dos años, no cabía más agua en el campo, ni en nuestros sufridos abrigos de aquella jornada, memorable, pero pasada por agua y barro. Un agua que a pesar de su abundancia, no pudo derretir la sal encostrada cerca de algunos manantiales salobres que visitamos.

 A pesar de la abundante lluvia de 2018, la sal de este arroyo no llega a fundirse

            Estamos en el sureste, tierra de secarrales para el común de los urbanitas, y tierra de yesos, páramos calizos y vegas para los geólogos. Para los botánicos, excepto los más abducidos por la idea alpina, europeista e infantil de una siempre verde naturaleza de bosques, lagos azules y montañas nevadas, esto es un paraíso y también, un lugar difícil de conquistar con el conocimiento, dada la cantidad y variedad de especies vegetales. 


La poco corriente Linaria glauca entre los yesos madrileños

        En un espacio relativamente reducido, floras de tantos ecosistemas reunidos, las calizas, los yesos, la costra liquénica, los saladares, los suelos arcillosos, los arenales, los grandes ríos, lo arvense, lo cutre-nitrófilo, etc., casi para echarse atrás o, como hacía yo hace años, para dedicarse a la fotografía y al paseo explorador, dejando las plantitas raras para los expertos.


La costra liquénica casi tiene más biodiversidad que las plantas superiores que crecen en ella

           Este año, solo varios días antes de la entrada oficial de la cuarentena que tan bien le está sentando a nuestra pisoteada naturaleza, estuve de excursión botánica por esta región, en busca de algunos suculentos menús botánicos. 



     Uno de ellos, una peculiar vegetación que hay por algunos lugares del sureste, como es la de los suelos silíceos de arenas, gravas y bloques procedentes de antiguas redes fluviales, en medio de un mundo dominado ampliamente, por lo calizo. Estos enclaves aparecen como islas que recuerdan la vegetación del norte y oeste de Madrid, pero en el sureste, totalmente desconectadas, pero bastante coincidentes.


Tramo de cantos redondeados y arenas silíceas, un poco más potente de lo normal

          Esta vegetación ya fue estudiada en el pasado, pues llamó la atención de los botánicos más camperos que con su buen hacer establecieron su patrón, ecología y alcance, Manuel Costa y Jesús Izco destacaron en la descripción de esta comunidad. Pero como todo, con el paso del tiempo, que ya hace de aquellas investigaciones, y con un mayor conocimiento del terreno, algunas novedades importantes habría que añadir a lo sentado, pero no seré yo quien lo haga, sino alguien que lo tiene mucho más trabajado y pateado, por lo que no quiero destripar ninguna novedad al amigo Juanma.


Dos camétifos silicícolas del sureste madrileño, cantueso (la primera flor) y mejorana

          La geología de la zona, como dije antes, básicamente es de un medio calizo que por debajo tiene un espeso sustrato yesífero, la vegetación adaptada a ellos son las dos vegetaciones zonales, y sobre ellas, localmente se superpone de una manera, generalmente bastante superficial, la de esos rañizos o formaciones sedimentarias de arenas, arcillas rojas y bloques de cuarcita redondeados.


La jarilla Halimium umbellatum subsp. viscosum y la jara Cistus salvifolius, silicícolas entre cantos rodados

       Esa superficialidad es la que marca el límite entre la flora basófila o gipsícola asentada en la región o la acidófila que lo hace puntualmente en esas formaciones sedimentaria, pues si las raíces pueden traspasar esos canturrales, llegan a lo calizo o lo yesífero, obviando esa influencia silícea. En cambio, si se trata de plantas pequeñas, caméfitos o anuales, ya sí que es determinante y puede ser un serio obstáculo para la vegetación que no sea tolerante o esté especializada en ese tipo de sustrato. Tal es así, que cuando se ara con vertedera el suelo, al mezclar capa superior e inferior, la influencia silícea casi desaparece y el terreno es colonizado por las especies habituales en la región.


                       Tramo de monte bien conservado, con encinas, coscojas e incluso quejigos

      La vegetación potencial es el encinar manchego que, aunque no es abundante, sí que está presente en las localidades mejor conservadas, y lo más habitual son sus etapas seriales de sustitución, el coscojar con espinos negros, y de ahí para abajo. 


Encinar arriba, luego espartal, abajo zona de costra y luego albardina, antes del pastizal de vaguada

        A partir de esta vegetación, ya las especies van teniendo menos capacidad para traspasar la capa silícea y empieza a verse a las especies indicadoras de esta variante de colonización vegetal, el labiérnago Phillyrea angustifolia, el jaguarzo morisco Cistus salvifolius, el cantueso Lavandula stoechas, la mejorana o tomillo blanco Thymus mastichina, la jarilla Halimium umbellatum subsp. viscosum, la romerina Santolina rosmarinifolia, etc. Las especies menores también son reseñables como Jasione montana, Tuberaria (Xolantha) guttata, etc. Sin olvidarse de líquenes  como Cladonia rangiformis que aparece aquí y ya mucho más lejos, en la sierra.


Amarillos mini jaramagos, geranios Erodium cicutarium y blanquitas Linaria amethystea

        Otro de los objetivos botánicos era el estudio esas pequeñas hierbas en las que casi nadie se fija, los terófitos, las pequeñas anualitas que sucumben al primer golpe de calor tras consumirse el agua superficial con los primeros calores, ya sean los primeros golpes de calor de abril o, con mucha suerte, los de mayo. Aquí ya estamos metidos en jaleo botánico, con las claves, las opiniones, etc. 


El nomeolvides Myosotis congesta y el pequeño pero vistoso Senecio minutus abajo

       Alguna planta nos trae de cabeza, como un mínimo Myosotis que después de discusión, parece M. congesta; los Taraxacum también, con los Erodium, aunque en principio la mayoría son E. cicutarium, también vemos ejemplares "desviantes", y así un largo etcétera, Arabidopsis thaliana, Linaria micranha, etc.


Nazarenos y abajo la mínima Clypeola jonthlapi

        Como estamos en un mundo en que cabe lo acidófilo y lo basófilo, es más difícil excluir a las que teóricamente no aparecen aquí por ser de lugares ácidos, otra planta que conocemos de aquí es el bello y poco común Narcissus cantabricus, al que los calores de este febrero han hecho que apenas quede algún ejemplar florido.


Los últimos Narcissus cantabricus en flor, Arabidopsis thaliana abajo

       Los campos están plenamente amarillos pues es el momento de los jaramagos que lo inundan prácticamente todo. Domina claramente el amarillo de Diplotaxis virgata, con un poco de vista para diferenciarlas y la aclaración de Juanma, vemos las hojas mucho mayores con un gran lóbulo terminal de Diplotaxis muralis, también puntualmente aparece Sisymbrium assoanum.


Los jaramagos: Diplotaxis virgata y Diplotaxis muralis a la derecha y Sisymbrium assoanum abajo


       La vegetación es muy diferente en las solanas, con un buen atochar que deja amplios calveros entre sus macollas, la otra vertiente también lo tiene, pero aparecen más encinas y los calveros están mucho más cubiertos, llegando la humedad a cobijar incluso a la hierba centella, Anemone palmata, aún sin sus vistosas flores.


Hierba centella, Anemone palmata creciendo entre macollas de esparto y Linaria micrantha abajo


        Las peanas de las lomas cambian su vegetación, aquí ya entran los yesos y en esas partes bajas ya abundan las acelguillas de Limonium dichotomum y el tomillo sapero Frankenia thymifolia, en los puntos con más sales entra el albardinal y si la humedad aumenta entran los fenalares, juncos, alguna orzaga Atryplex halimus y puntualmente aparecen también tarayes Tamarix canariensis-africana.


Vallejo con orzaga abajo y algún taray con madreselvas en la ladera

       De vuelta, sobre la loma vemos una antigua casa, en sus tiempos solitaria, pero cada día más acompañada en lo que en los últimos años se está convirtiendo en gran problema urbanístico en esta zona por su enorme descontrol. Pero esa casa, por lo que me comentó Juanma, no es sino Nohayagua, el famoso desahogo campero del poeta José del Hierro. Que como buen domador de la palabra y conocedor de estos lugares, bautizó tan adecuadamente su casa.



       De remate con las micro plantas fuimos a buscar un micro-endemismo madrileño, una pequeña uña de gato, Sedum descubierto no hace mucho cerca de Aranjuez, de hecho se trata de la uña de gato Sedum aetnense subsp. aranjuezii. Aquí si que hay que echar pie a tierra y rebuscar entre el canturral y otras uñas de gato parecidas, Sedum caespitosum, S. album, Pistorinia hispanica y otras micros como Minuartia hybrida, Plantago lagopus, etc.


Minuartia hybrida y distintas uñas de gato distintas en una terraza-pedregal fluvial y Sedum caespitosum

      Tras un rato de búsqueda dimos con la preciada y poco común plantita, tal como la habíamos visto en las fotos, ceniciento-rosada y mínima, tanto que solo al ver las fotos ampliadas, descubrimos que estaba florida. Un ecosistema en miniatura, sobre un suelo muy concreto, canturrales ribereños empastados en una matriz caliza. Aquí no hay plantas grandes, este medio se mueve y es incapaz de retener un agua que pueda sustentar plantas mayores.


El pequeño y único Sedum aetnense subsp. aranjuezii, una joyita del sureste
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