viernes, 9 de mayo de 2025

El Guadiana más salvaje en el Estrecho de las Hoces

 

Con las últimas y siempre bienvenidas lluvias,  la excursión nos lleva, tras discutirlo y aclararlo, a ver lo que pocas veces se puede ver, el agua en estado de gracia, de abundancia, pues es un espectáculo que no debemos dejar pasar, más aún en estas siempre sedientas tierras del centro-sur peninsular. Nuestro gran río, el Guadiana, es una triste sombra muy lejana de aquel río que conocieron nuestros ancestros, un río que al igual que sus grandes afluentes Záncara, Gigüela, Riansares, Córcoles, Azuer o Jabalón, ya no ejercen como ríos, ni como arroyos tan siquiera, son meras zanjas de drenaje entre sembrados y cultivos que se benefician de esas mismas aguas que a ellos les faltan.

Se va deshaciendo la niebla matinal sobre el Guadiana
El río corre algo fuera de su cauce habitual

Hoy el Guadiana va crecido tras un magnífico final de invierno y comienzo de primavera, no viene crecido del agua de los ríos antes enumerados, pues la poca agua que ahora ya sí que aportan, apenas llega a las Tablas de Daimiel, y allí, con sus artificiales presas, queda confiscada solo para certificar que el Parque Nacional todavía existe, privando del hídrico maná a las no menos ricas Tablas de Calatrava, hasta llegar al pantano del Vicario. Todas las aguas que lleva el Guadiana proceden del río Bullaque, de los numerosos y pequeños afluentes del occidente provincial y las de la Depuradora de Ciudad Real, lamentable, pero verdadero manantial original del actual Guadiana.

Tamujares recién brotados, entre encinas y fresnos

Esta entrada del blog está dedicada al tramo más salvaje de todo el largo discurrir del río Guadiana, un río ya casi extremeño, en el tramo más abrupto de todo su periplo peninsular, el llamado Estrecho de las Hoces, en la Puebla de Don Rodrigo, último y maravilloso municipio ciudadrealeño, antes de llegar a la Siberia extremeña, en un límite puramente político, dada la clara continuidad geográfica entre ambos lados de esa recurvada frontera. De hecho, el punto final de nuestro recorrido, después de atravesar el Estrecho, ya era Badajoz.

Guadiana entre grandes fresnos en el Burdalillo, y abajo, tabla de la Murciana, desde la orilla de Badajoz

El campo está esplendoroso, coincidimos con uno de los pocos días sin lluvias, aunque la sorpresa inicial, tras atravesar buena parte de la Mancha oriental, hasta llegar aquí, fue el darnos de bruces con una espesa niebla, poco antes de llegar a La Puebla, que estaba abriendo por momentos, para desaparecer completamente al punto de iniciar la marcha. El arroyo de Doña Juana que baja de las rañas y cientos de vallejos del oeste de La Puebla, lleva agua como la que baja por el mismo Guadiana en mitad del estío. Orlado de grandes fresnos, los rebaños de ovejas de su vecindad, en este punto tan cercano a su desembocadura, parecen felices de ver tanta comida, tanta hierba y tantas flores.

Mares de flores y ovejas
Abajo un viejo corral contadero de reses

Iniciamos la trabajosa subida a la gran loma que el Guadiana atraviesa casi sin esfuerzo, tras haber serrado, tajado, durante milenios esa hoz del Estrecho de las Hoces, pero de una forma tan ajustada que entre esos acantilados y el agua del río, no queda hueco para ningún camino, ni ahora ni con el reducido cauce veraniego. 

Estas débiles pizarras, fosilíferas, son las que marcan los valles principales, mientras que las cuarcitas, marcan los relieves de resistencia

     Primero deja ese gran desfiladero inicial que va dando paso a un valle más amplio, el Burdalillo, por el que le llega a su orilla derecha, el rectilíneo y largo arroyo Valdecristo, y poco después se va enriscando hasta atravesar otro potente desfiladero, el Estrecho de la Murciana, que ya da paso al homólogo Molino, perteneciente al ciudadrealeño municipio de Arroba de los Montes, aunque su orilla izquierda, ya pertenece al término de Villarta de los Montes en Badajoz.

El Doña Juana lleva mucha agua todavía

La buena subida nos lleva a pasar por encima de unos riscos que cobijan varias buitreras. Es la hora en que va empezando a hacer calor tras la fría  niebla y los buitres se agolpan para coger las corrientes térmicas para poder remontarse en ellas para prospectar el territorio en busca de comida, es un gusto ver esa cantidad de buitres por debajo de uno y no como siempre, mirando hacia arriba. Se oye un ruido ajeno a tanta naturaleza en estado puro, los buitres empiezan a dispersarse presa del pánico y vemos pasar a poca altura un “Tigre”, uno de esos super helicópteros de combate de la base de helicópteros de Almagro; no sé cómo se les permite volar tan cerca de estos peñones en época de cría, probablemente estén haciendo una flagrante ilegalidad, buscando ver desde el aire un sitio tan imponente como esta gran hoz del Guadiana.

Momentos antes de su forzada dispersión


El monte está pletórico, aunque, lejos de lo que pensábamos, todavía no ha llegado el momento explosivo de la floración de la jara, verdadera fiesta de lunares blancos de "faralaes" para el manto de verdor que domina cientos de kilómetros cuadrados en esta región. 

El brezo rojo y algo de romero en flor

     Están en flor los romeros, ya empezando a pasarse, bastantes brezos coloraos y algunos pocos durillos que veo en las partes más umbrosas, incluso uno muy cerca del agua, lo que me llama poderosamente la atención.

Acebuchal de ladera con un salvaje Guadiana de fondo

Esta parte de la ladera, bastante expuesta a este y sureste, está muy poblada de acebuches, lentiscos, que aquí son charnecas, y como buen lugar cuarcítico rocoso, también de enebros, algunos de gran tamaño. Pero la vista a tantos montes muestra que estamos en el reino de la encina que solo cede en umbrías, al pie de rocas o en laderas bajas y húmedas frente al empuje del verdor nuevo de los quejigos. 

Los quejigos ocupan los lugares más resguardados y húmedos
Encinares de solana y quejigares en la umbría, abajo

     Ya en el interior de los montes y en algunos cordales, se ven alcornoques y muy puntualmente algún roble melojo, aunque también buena parte de la enorme cantidad de montes de La Puebla, están repoblados de pinos. Pero la variedad de rincones, orientaciones y topografías, hace que el universo biológico que aquí se asienta sea de un biodiversidad rica y potente.

Líquenes en las rocas con una poco común Corrigiola telephiifolia y abajo, uvas de gato
Junquillos cerca del agua
La arroyada ha dejado al descubierto, todavía no se han extinguido, mejillones de río

El pinar y la enorme variedad de otros tipos de bosque, orientaciones y topografías, convierten a La Puebla de Don Rodrigo en una muy buena zona de setas, siendo ya famosa, la reunión anual de buscadores y conocedores de setas y hongos, en las jornadas que se crearon en homenaje a Valentín Rubio Galera, uno de los mejores conocedores de las setas y orquídeas de toda esta región, al que tuve la suerte de conocer. Esta entrada va por ti, compañero de fatigas.


Ya hemos coronado la cuesta y comienza la bajada hacia un mundo aún menos humanizado que el que habíamos dejado atrás, aquí ya casi no hay presencia de la huella ganadera, estamos en zona de venados, corzos y jabalíes. El Guadiana se ve impresionante avanzando con su color térreo de barros arrancados de tierras muy lejanas a estas, con sus áreas de rápidas y colándose entre los numerosos vetustos troncos de fresnos que ahora se ven en medio de la corriente, y no en sus márgenes, pero ellos ya han aguantado bastantes riadas y conocen este río tanto como depende de él.

Zona de rocas, enrasada por la fuerza del río a lo largo de milenios

Las laderas no dejan de rezumar agua que en esta zona hacen difícil el avance entre el río y el monte. Monte que recoge esa humedad para dar lugar a una poco común vegetación de hojas grandes, el apio caballuno (Smyrnium olosatrum) que crece también entre numerosas peonías que, para nuestra desgracia, todavía no han florecido. Los que sí que permanecen en flor son los junquillos (Narcissus jonquilla) de los humedales cercanos al río.

Apio caballuno bajo las encinas más sombrías

El camino se va estrechando pues nos estamos acercando al siguiente paso bajo las paredes del Estrecho de la Murciana, el estrato arbustivo por aquí está lleno de agracejos, nombre que aquí se da a Phillyrea latifolia y que enfrente, en la otra orilla, muestra algunos ejemplares agarrados a la roca, grandes como encinas, lo que es un espectáculo muy poco común. El paso bajo las rocas nos enseñas multitud de amarillos escobones (Cytisus scoparius) que también hemos visto hace un rato enfrente, en el cortado que está coronado por una vieja construcción de tiempos del Icona.

Camuflada caseta del antiguo ICONA
Llegando al Estrecho de la Murciana

Llegamos al molino de la Murciana, aquí se abre el valle, hasta que poco más adelante, tras recibir al arroyo San Marcos, que viene de Fontanarejo y de Arroba bien cargado de agua, deja de apreciarse la corriente del río por convertirse éste en el fenomenal, y lleno como de fiordos y recovecos, embalse de Cíjara. 

Bajo esas rocas pasamos

    Allí el Guadiana se hace completamente extremeño, es el Guadiana, un río casi sin agua gran parte del año, el que crea la que probablemente sea la mayor zona húmeda de Europa, debido a la suma de enormes pantanos en tan poco espacio (La Serena, Zújar, Orellana, García Sola y Cíjara), junto a los ya menores Gargálidas, Sierra Brava y Valdecaballeros.

Estratos verticalizados en el estrecho y tumbados en su vecindad

Nos hemos ganado el almuerzo, mientras tanto cogemos unos espárragos que esta noche caerán en un revuelto. También vemos las primeras peonías en flor, también los nenúfares de las tablas más duraderas del río, aunque este año aparecen casi ahogadas por la gran altura alcanzada por el agua, apareciendo escasas hojas o coberteras, diseminadas cerca de la orilla que ya irán creciendo y espesándose a medida que el río decrezca su caudal.

Gran hoja de la cañaheja gigante, abajo, comienzo de la floración de la charneca

           La vegetación va cambiando de aspecto, aparece una planta poco común en el soto del Guadiana, la cañaheja gigante (Thapsia transtagana), algunas centáureas y un largo etcétera. No me canso de insistir en que todos estos paisajes, desde el nacimiento del Guadiana, aunque se encuentre muy maltratado y usurpado, hasta esta extremeña frontera, sería merecedor de la máxima protección legal y motor de desarrollo sostenible, para el escaso rosario de pueblos, una desconocida región que goza del raro privilegio de ser el único de los grandes ríos ibéricos, con su curso medio, en casi perfecto estado de conservación.


domingo, 27 de abril de 2025

El Monumento Natural de la Cascada de la Cimbarra

Tras una buena temporada de lluvias como la que ha sido la  de este pasado mes de marzo (y buena parte de abril), no queda otra más que ir en búsqueda, como ya hemos hecho otras veces, de esas cascadas que destacan poderosamente en estos momentos Decidimos ir por esos montes tan desconocidos para la mayoría como pueda ser Sierra Morena, más aún en la oriental Sierra Morena de Jaén, de la que el solo y único concepto generalizado de la misma, es el Paso de Despeñaperros, como decían los árabes Al-muradiel (el paso), donde el río Despeñaperros disecciona la huesuda columna vertebral de estas montañas, apenas unos montecillos desde la meseta, pero ya montañas desde Andalucía, y como buena muralla, susceptible de albergar buenas y desconocidas cascadas en su seno.

Hueco del farallón de la Cimbarra

Volví a salir con mis compañeros de fatigas, Pascual y Eduardo, al cada día más conocido Monumento Natural de la Cascada de la Cimbarra, situada en el término de Aldeaquemada en Jaén, pero colindante con el ciudadrealeño Campo de Montiel. Aquí, como suele ser habitual, la mayoría de los ríos andaluces de Sierra Morena, nacen en la meseta, pero son capturados por la red hidrológica del Guadalquivir (Guadalmena, Dañador, Guarrizas, Guadalén, Despeñaperros, Grande, Jándula, Yeguas y Guadalmez), aunque en su extremo occidental ocurre a la inversa, los andaluces, Zújar y Matachel, van a nutrir a un Guadiana ya más extremeño que castellano.

Vista del Cerro de los Örganos, muro de Despeñaperros por su lado oeste, y abajo, vista típica desde el mirador de los Örganos que ya es Sierra Morena oriental

Pasamos por las rojas tierras del Campo de Montiel, “tierras raras” como las de Torrenueva que algunos oportunistas están tratando de monetizar saltándose la legalidad medioambiental y la voluntad de sus pueblos, para ascender a los límites con Andalucía, cerca del pico Cambrón, de 1070m, cota que no se volverá a alcanzar hasta la Sierra del Relumbrar 1154m, ya en el extremo oriental de la sierra. En uno de estos altos, paramos a contemplar un espectáculo poco común. En primer término, las redondeadas lomas de esta sierra y más allá, cercando toda la vista al este y sureste, y con sus cimas nevadas, las sierras Subbéticas, al norte la manchega Alcaraz y en amplio arco hasta el SSE, Cazorla y Mágina. Pero lo verdaderamente llamativo era la blanca muralla por detrás de estas últimas, de Sierra Nevada, atestada de nieve en todo lo que se la veía.

Al norte, el ciudadrealeño Campo de Montiel, abajo al fondo, casi 2000m de nieve en Sierra Nevada

Atravesamos grandes latifundios cinegéticos, otra seña de identidad de esta enorme Sistema Mariánico (del romano Sexto Mario, no de la Virgen –María- de la Cabeza, con su santuario serrano y correspondiente romería) y damos con Aldeaquemada, pueblo creado ejemplarmente por Carlos III y digno de una tranquila visita. Allí tomamos la pista hacia la Cimbarra que corre paralela a una buena fresneda y comprobamos que no va tan crecido el Guarrizas como habíamos pensado, aun así, no baja nada mal. Al parecer por estas tierras ha llovido bastante, pero mucho menos que en la mitad occidental manchego-andaluza.

Enormes extensiones de serrezuelas hacia el sur del cordal principal. Abajo alisos y adelfas

El salto de la Cimbarra se produce cuando un incipiente río Guarrizas tiene que atravesar las potentes hiladas rocosas de la dura cuarcita armoricana. Es aquí donde disecciona las charnelas (flancos) de un gran anticlinal, perfectamente visible por sus combados estratos paralelos de hiladas cuarcíticas, tras haber atravesado primero, la formación Pochico (nombrada así por la bella tabla de Pochico situada inmediatamente por encima de la cascada), de cuarcitas más rojizas y agrietadas. Algo muy similar es lo que ocurre en el cercano, hacia el oeste, paso de Despeñaperros, donde recomiendo encarecidamente, si no hay prisa, olvidarse de los túneles y recorrer la antigua N-IV parando en el mirador de Los Órganos, lugar donde, estos mismos estratos, aparecen casi completamente verticales, y entre los que pudimos triscar, a última hora de la tarde, al ir desde la Cimbarra al collado de los Jardines.

El chorro corta la blanca banda de la durísima cuarcita armoricana
Fracturadas cuarcitas de la formación Pochico y abajo, verticales hiladas de cuarcitas de Despeñaperros

Lo que más poderosamente llama la atención del entorno de la Cimbarra es la dominancia absoluta de lo geológico, a pesar de la cascada, de la fauna o de la importante flora del lugar. Las llamativas rocas cuarcíticas, grisáceas pero que cuando se muestran verticales dan tonos marrones y rojizos que, además, se tiñen de tonalidades amarillo fosforito gracias a la presencia de los líquenes Acarospora que rompen la verdegrisácea tonalidad general del monte mediterráneo. Domina el hueco de la cascada por el sureste, la llamada plaza de Armas, una meseta rocosa que parece albergar lo que fue un poblado prehistórico, a juzgar por lo que parece una muralla derruida. En su llana roca cimera, es posible apreciar grandes bloques de roca organizados como si fuesen asientos o mesas al borde del precipicio, un lugar mágico sin lugar a dudas.

Enormes bloques diseminados sobre la roca y abajo, restos esparcidos de muralla en la Plaza de Armas

En la plana superficie de muchos de estos estratos es posible ver las rizaduras (ripple marks) del movimiento del agua mareal sobre las arenas de aquellas playas de la era paleozoica, posteriormente convertida en piedra por el metamorfismo que supuso la superposición de miles de toneladas de sedimentos sobre ella. También es relativamente fácil encontrar "crucianas", las huellas del trasiego de los trilobites por aquellos antiguos lechos marinos, organismos que, ya con más dificultad también se pueden encontrar fosilizados en los escasos estratos de pizarras de este territorio.

Panel rocoso repleto de serpenteantes crucianas

Con tanta pétrea dominancia es fácil observar la vegetación rupícola, la más adaptada a las rocas y la vida en grietas y repisas, destacando aquí, las numerosas especies del género Sedum, las uñas de gato, con el rojizo Sedum andegavense, S. amplexicaule, S. brevifolium, S. mucizonia o S. hirsutum, acompañadas por la también crassulaceae ombligo de Venus, y en las grietas las vivaces clavelinas (Dianthus lusitanus), botones azules (Jasione tomentosa), helechos rupícolas del género Cheillantes y, algo más escasa, la dedalera (Digitalis mariana). En los umbrosos recovecos rocosos aparecen los farolillos (Arisarum simorrhinum).

Sedum andegavensis (rojo), S. mucizonia (gordito), S. amplexicaule (arriba dcha.) y S. hirsutum 
Farolillo y botón azul
El helecho Cheillanthes maderensis
Abajo y a pleno sol Cheilanthes hispanica

       Son muy propias de Sierra Morena las poco comunes especies del género Coincya, contando con varias especies de esta llamativa crucífera de grandes flores amarillas, siendo las más abundantes C. longirostra C. rupestris subsp. leptocarpa.

Coincya longirostra

Aparece en este lugar una muy interior localidad para el almez (Celtis australis) aprovechando los puntos más umbrosos y a la vez protegidos de los vientos del norte, igualmente en los cauces empiezan a aparecer, hasta hacerse abundantes, las adelfas o baladres (Nerium oleander), entre tamujos y zarzas. También en el bosque galería aparece entre las fresnedas, áreas de aliseda (Alnus glutinosa) con ejemplares longevos en los puntos de mayor permanencia del agua. En estas situaciones de sombra, umbría y humedad, se dan comunidades de grandes plantas o megaforbios, destacando la altura y gran biomasa del apio caballuno (Smyrnium olosatrum).

Enorme almez todavía desprovisto de hojas
Aliso en una brecha rocosa aprovechada por el arroyo
Adelfas al pie de un viejo aliso

     En las calurosas solanas, ya aparecen los acebuches y lentiscos, aunque aquí sin su acompañante habitual, la esparraguera blanca o peñera (Asparagus albus) que ya sí que va apareciendo más al oeste de Despeñaperros. Llevaba varios años intentando encontrarla por todo Ciudad Real, pero en vano, y por fin aquí he podido encontrar un único ejemplar de la orquídea Orchis collina, de gran belleza, una orquídea madrugadora que se encontraba en plena floración a finales de marzo.

Solana con acebuches sin esparragueras blancas, encina y cornicabra. Al fondo, en umbría, el verde nuevo de los quejigos
La rara belleza de la orquídea Orchis collina

Tras recorrer todos los recovecos posibles entorno a la Cimbarra, estuvimos recorriendo, en la medida de lo posible, otros tramos de río buscando pozas y cascadas como El Cimbarrillo, La Cimbarrilla, El Negrillo, aparte de la fenomenal Cimbarra, y más arroyos cercanos, con lugares espectaculares y algo más tranquilos. Toda la sierra está regada de rincones con esta magia, con hoces profundas llenas de frescor, con farallones aislados, con abrigos y refugios en las rocas, muchos de ellos con pinturas rupestres, la mayoría de arte esquemático ibérico, pero incluso también con arte rupestre levantino, en esta zona enriquecido con los poco comunes antropomorfos oculados.



A última hora decidimos volver por la carretera que va hacia Santa Elena y Despeñaperros, pasando por el collado de Los Jardines, un magnífico rincón arqueológico y natural, subiendo al cerro del Castillo y viendo los vericuetos formados por las verticales hiladas rocosas, que son las que se ven desde el famoso mirador de Los Órganos de Despeñaperros. Allí las umbrías están tapizadas de buenos quejigares y las solanas de alcornoques, encinas y madroños. Vemos que es el buen momento para ver las patitas de burro (Gynandriris sisyrinchium) un pequeño lirio sureño. En las rocas al sur, abundaba otro tipo de aliaga muy sureña, la Genista triacanthos; también pudimos comprobar la abundancia y tranquilidad de las cabras montesas de la zona, cabras que en principio solo existían en Sierra Madrona, pero que, en la actualidad, ya colonizan cualquier lugar medianamente rocoso de la cordillera.

Abundantes patitas de burro
Repisa con la aliaga Genista triacanthos y, abajo, grupo de montesas

Estos pequeños y medianos ríos de Sierra Morena son unas monumentales puertas al pasado más arcano, a las profundidades geológicas, a los paraísos ¿perdidos? de una naturaleza ibérica aún desconocida para la gran mayoría.

Los helechos culantrillo de pozo, creciendo en un techo húmedo

      Tantos kilómetros cuadrados de tierras salvajes (al menos 2000), tan difíciles de conocer dada lo agreste del terreno o por lo conflictivo de estas enormes propiedades cinegético-latifundistas que por un lado y para bien, preservan buenos recursos naturales, aunque por otro y para mal, hacen o deshacen sin control, envenenan supuestas alimañas o se apropian de la red de caminos públicos y cañadas. 


    Esta enorme región de Sierra Morena oriental, alejada incluso del turismo rural, quitando Aldeaquemada en el noroeste, y varios micro-pueblos como los Santos y un par de aldeas aledaña, en el sureste, no tiene ninguna población digna de tal nombre en su interior. Solo la norteña sucesión de pueblos alineados de este a oeste, al norte y escasos, en el manchego Campo de Montiel, o la sucesión de poblaciones de la N-322 (ascendiendo a autovía), prolongando la andaluza bisectriz del Guadalquivir, desde Linares en Jaén, hasta Alcaraz en Albacete, tienen población y actividad suficiente como para recordarnos la vorágine de nuestra actual civilización.



No me gusta hablar de lugares que luego se pueden ver sobrepasados en su capacidad para aguantar a mucho personal. Pero a este hermoso lugar de la cascada de la Cimbarra ya ha sido alcanzado por la fiebre de los fotogénicos posados de Instragram, la colección de auto-medallitas naturalísticas de Facebook o el pautado trak de Wikilok. Por fortuna el carácter intermitente en la vistosidad de estas cascadas, que suele excluir la época veraniega, hace que las concentraciones humanas no sean demasiado irracionales. Es un lugar a cuidar y mimar, a limpiar y adecentar periódicamente, como la mayoría de aquellos lugares que forman parte de nuestro patrimonio natural más excelente, con más razón aún, si están en el ojo del huracán turístico-mediático, y que esto sea o bien pudiera ser un beneficio económico para los pueblos, no significa que tengamos que sacrificar la gallina de los huevos de oro.



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