Con las últimas y siempre bienvenidas lluvias, la excursión nos lleva, tras discutirlo y aclararlo, a ver lo que pocas veces se puede ver, el agua en estado de gracia, de abundancia, pues es un espectáculo que no debemos dejar pasar, más aún en estas siempre sedientas tierras del centro-sur peninsular. Nuestro gran río, el Guadiana, es una triste sombra muy lejana de aquel río que conocieron nuestros ancestros, un río que al igual que sus grandes afluentes Záncara, Gigüela, Riansares, Córcoles, Azuer o Jabalón, ya no ejercen como ríos, ni como arroyos tan siquiera, son meras zanjas de drenaje entre sembrados y cultivos que se benefician de esas mismas aguas que a ellos les faltan.
Hoy el Guadiana va crecido tras un magnífico final de invierno y comienzo de primavera, no viene crecido del agua de los ríos antes enumerados, pues la poca agua que ahora ya sí que aportan, apenas llega a las Tablas de Daimiel, y allí, con sus artificiales presas, queda confiscada solo para certificar que el Parque Nacional todavía existe, privando del hídrico maná a las no menos ricas Tablas de Calatrava, hasta llegar al pantano del Vicario. Todas las aguas que lleva el Guadiana proceden del río Bullaque, de los numerosos y pequeños afluentes del occidente provincial y las de la Depuradora de Ciudad Real, lamentable, pero verdadero manantial original del actual Guadiana.
Esta entrada del blog está dedicada al tramo más salvaje de todo el largo discurrir del río Guadiana, un río ya casi extremeño, en el tramo más abrupto de todo su periplo peninsular, el llamado Estrecho de las Hoces, en la Puebla de Don Rodrigo, último y maravilloso municipio ciudadrealeño, antes de llegar a la Siberia extremeña, en un límite puramente político, dada la clara continuidad geográfica entre ambos lados de esa recurvada frontera. De hecho, el punto final de nuestro recorrido, después de atravesar el Estrecho, ya era Badajoz.
El campo está esplendoroso, coincidimos con uno de los pocos días sin lluvias, aunque la sorpresa inicial, tras atravesar buena parte de la Mancha oriental, hasta llegar aquí, fue el darnos de bruces con una espesa niebla, poco antes de llegar a La Puebla, que estaba abriendo por momentos, para desaparecer completamente al punto de iniciar la marcha. El arroyo de Doña Juana que baja de las rañas y cientos de vallejos del oeste de La Puebla, lleva agua como la que baja por el mismo Guadiana en mitad del estío. Orlado de grandes fresnos, los rebaños de ovejas de su vecindad, en este punto tan cercano a su desembocadura, parecen felices de ver tanta comida, tanta hierba y tantas flores.
Iniciamos la trabajosa subida a la gran loma que el Guadiana atraviesa casi sin esfuerzo, tras haber serrado, tajado, durante milenios esa hoz del Estrecho de las Hoces, pero de una forma tan ajustada que entre esos acantilados y el agua del río, no queda hueco para ningún camino, ni ahora ni con el reducido cauce veraniego.
Primero deja ese gran desfiladero inicial que va dando paso a un valle más amplio, el Burdalillo, por el que le llega a su orilla derecha, el rectilíneo y largo arroyo Valdecristo, y poco después se va enriscando hasta atravesar otro potente desfiladero, el Estrecho de la Murciana, que ya da paso al homólogo Molino, perteneciente al ciudadrealeño municipio de Arroba de los Montes, aunque su orilla izquierda, ya pertenece al término de Villarta de los Montes en Badajoz.
La buena subida nos lleva a pasar por encima de unos riscos que cobijan varias buitreras. Es la hora en que va empezando a hacer calor tras la fría niebla y los buitres se agolpan para coger las corrientes térmicas para poder remontarse en ellas para prospectar el territorio en busca de comida, es un gusto ver esa cantidad de buitres por debajo de uno y no como siempre, mirando hacia arriba. Se oye un ruido ajeno a tanta naturaleza en estado puro, los buitres empiezan a dispersarse presa del pánico y vemos pasar a poca altura un “Tigre”, uno de esos super helicópteros de combate de la base de helicópteros de Almagro; no sé cómo se les permite volar tan cerca de estos peñones en época de cría, probablemente estén haciendo una flagrante ilegalidad, buscando ver desde el aire un sitio tan imponente como esta gran hoz del Guadiana.
El monte está pletórico, aunque, lejos de lo que pensábamos, todavía no ha llegado el momento explosivo de la floración de la jara, verdadera fiesta de lunares blancos de "faralaes" para el manto de verdor que domina cientos de kilómetros cuadrados en esta región.
Están en flor los romeros, ya empezando a pasarse, bastantes brezos coloraos y algunos pocos durillos que veo en las partes más umbrosas, incluso uno muy cerca del agua, lo que me llama poderosamente la atención.
Esta parte de la ladera, bastante expuesta a este y sureste, está muy poblada de acebuches, lentiscos, que aquí son charnecas, y como buen lugar cuarcítico rocoso, también de enebros, algunos de gran tamaño. Pero la vista a tantos montes muestra que estamos en el reino de la encina que solo cede en umbrías, al pie de rocas o en laderas bajas y húmedas frente al empuje del verdor nuevo de los quejigos.
Ya en el interior de los montes y en algunos cordales, se ven alcornoques y muy puntualmente algún roble melojo, aunque también buena parte de la enorme cantidad de montes de La Puebla, están repoblados de pinos. Pero la variedad de rincones, orientaciones y topografías, hace que el universo biológico que aquí se asienta sea de un biodiversidad rica y potente.
El pinar y la enorme variedad de otros tipos de bosque, orientaciones y topografías, convierten a La Puebla de Don Rodrigo en una muy buena zona de setas, siendo ya famosa, la reunión anual de buscadores y conocedores de setas y hongos, en las jornadas que se crearon en homenaje a Valentín Rubio Galera, uno de los mejores conocedores de las setas y orquídeas de toda esta región, al que tuve la suerte de conocer. Esta entrada va por ti, compañero de fatigas.
Ya hemos coronado la cuesta y comienza la bajada hacia un mundo aún menos humanizado que el que habíamos dejado atrás, aquí ya casi no hay presencia de la huella ganadera, estamos en zona de venados, corzos y jabalíes. El Guadiana se ve impresionante avanzando con su color térreo de barros arrancados de tierras muy lejanas a estas, con sus áreas de rápidas y colándose entre los numerosos vetustos troncos de fresnos que ahora se ven en medio de la corriente, y no en sus márgenes, pero ellos ya han aguantado bastantes riadas y conocen este río tanto como depende de él.
Las laderas no dejan de rezumar agua que en esta zona hacen difícil el avance entre el río y el monte. Monte que recoge esa humedad para dar lugar a una poco común vegetación de hojas grandes, el apio caballuno (Smyrnium olosatrum) que crece también entre numerosas peonías que, para nuestra desgracia, todavía no han florecido. Los que sí que permanecen en flor son los junquillos (Narcissus jonquilla) de los humedales cercanos al río.
El camino se va estrechando pues nos estamos acercando al siguiente paso bajo las paredes del Estrecho de la Murciana, el estrato arbustivo por aquí está lleno de agracejos, nombre que aquí se da a Phillyrea latifolia y que enfrente, en la otra orilla, muestra algunos ejemplares agarrados a la roca, grandes como encinas, lo que es un espectáculo muy poco común. El paso bajo las rocas nos enseñas multitud de amarillos escobones (Cytisus scoparius) que también hemos visto hace un rato enfrente, en el cortado que está coronado por una vieja construcción de tiempos del Icona.
Llegamos al molino de la Murciana, aquí se abre el valle, hasta que poco más adelante, tras recibir al arroyo San Marcos, que viene de Fontanarejo y de Arroba bien cargado de agua, deja de apreciarse la corriente del río por convertirse éste en el fenomenal, y lleno como de fiordos y recovecos, embalse de Cíjara.
Allí el Guadiana se hace completamente extremeño, es el Guadiana, un río casi sin agua gran parte del año, el que crea la que probablemente sea la mayor zona húmeda de Europa, debido a la suma de enormes pantanos en tan poco espacio (La Serena, Zújar, Orellana, García Sola y Cíjara), junto a los ya menores Gargálidas, Sierra Brava y Valdecaballeros.
Nos hemos ganado el almuerzo, mientras tanto cogemos unos espárragos que esta noche caerán en un revuelto. También vemos las primeras peonías en flor, también los nenúfares de las tablas más duraderas del río, aunque este año aparecen casi ahogadas por la gran altura alcanzada por el agua, apareciendo escasas hojas o coberteras, diseminadas cerca de la orilla que ya irán creciendo y espesándose a medida que el río decrezca su caudal.
La vegetación va cambiando de aspecto, aparece una planta poco común en el soto del Guadiana, la cañaheja gigante (Thapsia transtagana), algunas centáureas y un largo etcétera. No me canso de insistir en que todos estos paisajes, desde el nacimiento del Guadiana, aunque se encuentre muy maltratado y usurpado, hasta esta extremeña frontera, sería merecedor de la máxima protección legal y motor de desarrollo sostenible, para el escaso rosario de pueblos, una desconocida región que goza del raro privilegio de ser el único de los grandes ríos ibéricos, con su curso medio, en casi perfecto estado de conservación.