martes, 30 de diciembre de 2014

Las Minas de San Quintín


               Por más veces que vaya a las minas de San Quintín, nunca dejan de asombrarme. Siempre hago algún nuevo descubrimiento, el ambiente ha cambiado con la estación o encuentro algún rincón inesperado, ¡Qué pena las veces que he ido sin la cámara!


            Estas minas están muy cerca de Cabezarados, aunque pertenecen a Villamayor de Calatrava y son una muestra bien clara de en lo  que ha venido a parar la minería de Ciudad Real, perseguida por el “mal fario” de estos tiempos para una minería, de productos contaminantes, que ha caído en desgracia.

Vista aérea de las minas

        Antes no, ahora sí. El mercurio de Almadén, el carbón de Puertollano, el plomo del valle de Alcudia y zonas cercanas. No sé que ha pasado con otros minerales que parece que hayan sido esquilmados o sustituídos por elementos de síntesis, como los yacimientos de cobre de Sierra Morena (minas de Horcajo) o el manganeso del campo volcánico de Calatrava.


              Hoy por hoy, solo están activas las grandes canteras de los volcanes calatraveños y, bajo mínimos, el carbón, para no traumatizar demasiado a la traumatizada población de Puertollano, antaño campeona demográfica provincial y hoy marcando un desempleo parejo al gaditano.


        A medio camino entre lo geológico y lo medicinal, estaban los numerosos baños de aguas termales, establecimientos numerosos, pero todos desaparecidos casi hasta los cimientos en  apenas unas décadas, aunque los manantiales permanecen.


               En muchos países es común el turismo en las grandes instalaciones minero-industriales abandonadas, al igual que la  restauración de minas y galerías para los aficionados a la mineralogía; aunque simplemente  por respeto al  pasado y a muchas generaciones de trabajadores, algunas se están  conservando museizadas.


       En Ciudad Real tenemos una de las minas más antiguas del mundo, la mina de mercurio de Almadén, con más historia que muchos  países, impecablemente museízada y, de forma incomprensible, poca gente se acerca hasta ellas para disfrutar con su visita y de la dilatada y atormentada historia de una de nuestras joyas de la  corona, que  como dice mi amigo Jose, todo el  mundo tendría que verlas, como poco, una  vez en la vida.


               Las mayores minas de Ciudad Real (San Quintín, Diógenes, Riofrío, Horcajo, etc.), no solo eran lugares  de trabajo, eran  lugares en los que se vivía. Eran pueblos, hoy dificilmente imaginables, con iglesia, tiendas, cementerio, destacamento de Guardia Civil, enfermería, cementerio, etc.


       Lugares donde se ganaba el dinero y también se gastaba, dando vida a muchas actividades anejas. Por otra parte, también existían multitud de minas de pequeñas dimensiones, casi familiares, donde se intentaba con  un trabajo extra, a parte del ingrato trabajo en el campo, salir de pobre, dando con un  filón rentable.


               Las minas  de San Quintín, dadas sus dimensiones, pues son muchas concesiones y unas cuantas explotaciones reunidas,  y dada su dilatada historia, dicen que desde los romanos, pero con  toda seguridad al menos desde el S. XVI, con el nombre de minas del Viejo, muestran un gran impacto paisajístico.



     Desde sus orígenes han ido modificando el paisaje de grandes dehesas con riachuelos con algún campo de olivos o cereal, hasta su estado actual, con montañas de escombro, lagunas sobre los finos estériles, pequeñas dunas móviles y restos de todo tipo de construciones.



      Su mayor desarrollo se prudujo en torno a 1900, cuando se aplicaron los métodos de la revolución industrial y se llevó hasta allí uno de los primeros ferrocarriles provinciales para sacar sus productos.


             Entonces llegaron a vivir cerca de 3.000 personas allí, dando vida a los campos y poblaciones vecinas. El ferrocarril trajo el nuevo mundo a unas tierras ancladas en un feudalismo cultural.


       Los minerales, en un principio abundantes (plomo, plata y zinc), fueron mermando hasta casi llegar al cierre, pero entonces nuevas técnicas extractivas del zinc, hicieron que se volvieran a explotar los restos y gangas de las explotaciones anteriores, dejando, nuevamente, cientos de toneladas de estériles a la intemperie.


               Lo  que queda de la explotación minera es de una  peculiar belleza “geológica”, de unos tonos y  colores muy diferentes  a los de las  tierras que la rodean; incluso aparecen nuevos ecosistemas, nuevas geo-formas dominantes, amén de otros problemas no menos despreciables como la contaminación por metales pesados.


Lixiviados cargados de metales pesados

    De hecho  existen  trabajos universitarios sobre la geoquímica del terreno o sobre la restauración de estas instalaciones mineras abandonadas. Incluso aconsejan cuidado por ser ruta del Quijote, pero tiene mayor importancia el ser parte de la gran Cañada Real Galiana.


               Hace unos  meses saltó la  noticia de que se estaba estudiando la reapertura como explotación minera de San Quintín, al parecer la  subida de precios del zinc y de la plata, así como la explotación a cielo abierto con maquinaria podría hacer de nuevo rentable la extracción del mineral, ya bastante esquilmado pero más rentable que antaño.


               La gran duna tiene por delante una formación a medio camino entre un  humedal, con sus carrizos y juncos, y un arenal, con una especial biodiversidad aunque  con una flora algo marcada por los contaminantes.

              Las pocas especies que prosperan en estos arenales, son gramíneas tipo Piptapterum milliaceum, Scrophularia canina, Helicrysum stoechasRumex induratus y R. bucephalophorus y de mayor tamaño: carrizos, tarays, retamas y juncos.


Humedal temporal artificial cerrado por la duna

       Como plantas menos comunes aparecen en este humedal de finos y arcillas  Centaurium pulchellum y Linum tenue, aunque lo más interesante es la colonización vegetal de estas enormes  extensiones minerales.


            Pero realmente la riqueza de San Quintín se encuentra en su historia y en la belleza que perdura en las desvencijadas construcciones, en esas montañas de materiales arrancados al interior de la tierra y en esos nuevos paisajes.

Restos de las casas de la Peña del Rayo

            Ya poco queda de las casas de los trabajadores, distribuidas en varios cuarteles (Musa, Peña del Rayo, Navaceniza, etc.), pero de tan malas calidades que apenas quedan los cimientos.



               Bajo un vendaval que movía sus  dunas o envueltas en niebla, esta zona minera es de una belleza fuera de lo común, en primavera, lástima de fotos, los suelos aparecen escándalosamente recubiertas por la roja belleza explosiva y masiva de Spergularia rubraRumex bucephalophorus.

Rumex  bucephalophorus, rojo   oscuro y Spergularia rubra,, rosa fucsia.

    Pero cualquier época del año es buena para dar un paseo por ellas y disfrutar de su arqueológica y mineral belleza.


domingo, 30 de noviembre de 2014

La Rubía : Requiem por el Último Pinar Natural de Gredos

Parte del pinar de La Rubía años antes del incendio de Arenas

Lamentablemente esta entrada trata de la desaparición del último pinar de pino silvestre, genuinamente autóctono de todo Gredos. A falta de una mayor concreción sobre la naturalidad de otras masas pinariegas gredenses, temo que nos hemos de conformar con este último pinar, para terminar, a mi pesar, de dar la razón a aquellos que mantienen que en Gredos no hay pinares enteramente naturales.

Los  restos del pinar de La Rubía en la actualidad

Hablando de pinares, Gredos tiene dos caras, la oriental y la occidental, contrastando claramente por la presencia o ausencia de pinares y divididas a partir de un  meridiano que iría poco más al oeste de Hoyos del Espino en el norte a Poyales del Hoyo en el sur. Desde aquí hacia al oeste, la presencia de pinos es absolutamente puntual o claramente artificial de repoblaciones de resinero, Pinus pinaster en el sur, y muy poco de éste y Pinus sylvestris, en el norte.


En la mitad oriental destacan, en claro contraste con los robledales veratos, los extensos pinares que cubren todos los montes. El pinar mayoritario es de Pinus pinaster que ocupa parte del piso mesomediterráneo y las dos terceras partes inferiores del supramediterráneo, en ambas vertientes. Aunque al norte, a partir de Navaluenga hacia el oeste cede ante el robledal, no ocurriendo lo mismo en la orilla de solana del Alberche, donde de nuevo el pinar,  junto con la encina  y algo de roble, se enseñorean de estos territorios.

A saber cuantos años llevaba muerto este enorme ejemplar

Pero no todo son Pinus pinaster, en el extremo oriental del valle del Tiétar, también abundan, a pesar de un incendio que se cebó con una de sus mejores bosques, las masas puras o mixtas del piñonero, Pinus pinea que ocupan desde el fondo del valle hasta una altura de unos 700m. y también en los límites superiores del bosque, en el Timberline de los sajones, abundan los ejemplares o rodalillos aislados de los más antiguos pinos de la zona, vetustos troncos de Pinus sylvestris y de P. nigra, localmente llamados pinos albares y cascalbos respectivamente.

Rodal de viejos pinos negros en medio del pinar de resineros con enebros en Mijares

En la cara norte ocurre algo parecido, si bien los pinares de piñoneros comienzan muy al este, cuando el Alberche empieza a dar su curva hacia el sur, ya fuera de Gredos. En pocos lugares aparecen ejemplares y rodalillos de silvestres y de cascalbos, principalmente en el afamado valle de Iruelas, y en la otra orilla del Alberche, cerca de Navalacruz, una joyita natural que no sé cómo ha llegado hasta hoy, un frondoso pinar de Pinus nigra. Aquí cerca viene a morir una extensa zona que, como la compartida con Segovia, también se ha dado en llamar “de pinares”, con varios pueblos que se apellidan con ese topónimo y aunque aparece documentada la repoblación antigua de estos pinares, no se sabe a ciencia cierta, si se repoblaba sobre lo que anteriormente también fueron pinares.

Comunidad de pinar con cambrones (Echinosparto barnadesii-Pinetum ibericae)

En esta cara norte es donde aparecen los buenos pinares de pinos silvestres, en la zona “puente” entre los valles del Alberche y del Tormes, lo más alto y continental de toda esa falla que recorre Gredos de este a oeste. Los mejores pinares se encuentran en la cabecera del Tormes, a los pies del Parador de Gredos y también la joya botánica del pinar de Hoyocasero, cerca del Alberche. Todo lo demás son repoblaciones, como la magnífica de la falda norte del Torozo, en la caída del puerto del Pico o en la Cueva del Maragato (pugnando con robles); el resto de repoblaciones de silvestre, salpica toda esta montuosa región, como las celdas negras en un crucigrama.

Magníficos pinares silvestres entre Navarredonda y Hoyos del Espino

Pero todas estas masas de pinares silvestres están manejadas y explotadas silvícolamente, no llegan a la gran calidad de los pinares de Valsaín, nombre de su madera en serrerías y carpinterías. En los pinares del Tormes ya aparece el robledal hacia occidente, aunque cerca, al este, se encuentra el magnífico, aunque pequeño, robledal de San  Martín del Pimpollar y, algo más alto, el de Navalsáuz, casi rodeado de repoblaciones de silvestre que empiezan a tomar cariz de bosque.


Pulsatilla alpina var. apiifolia en flor bajo el dosel del pinar de Hoyocasero

Más significativo es el pinar de Hoyocasero, donde si no fuera por el manejo del bosque, el robledal se comería el pinar por sus pies, como queda de manifiesto donde menos se ha intervenido. Aun así, la riqueza y originalidad florística de este pinar, no se da en ningún robledal de la región y tampoco, y esto ya es más raro, en los cercanos pinares del Tormes, aunque hace un par de veranos sí encontré allí una de esas magnífica plantas hoyoqueseranas como es la Pulsatilla alpinaLo que queda del robledal, aparece un “escalón” altitudinal más bajo que los pinares, en las riberas del Tormes y del Alberche o, ya muy por encima, en situaciones  rupícolas en bastantes localidades dispersas por todo Gredos, sur incluído, marcando el límite superior del arbolado, entre los 1800 y los 1900m.

En el límite superior del bosque (La Rubía), también aparecen pies de roble casi rupícolas

Muchos  años llevan  discutiendo los botánicos sobre la naturalidad de los pinares de Gredos, en franco contraste con los del Guadarrama, donde su naturalidad es incuestionable. Pero, obviando opiniones preconcebidas, a la luz de todos los  datos paleobotánicos actuales, no hay duda de la pretérita existencia de pinares en Gredos, hasta tiempos históricos y actuales. Este hecho es tan incuestionable como su retroceso y desaparición hacia el presente.

Los pinares del Guadarrama ocupando la mayor parte del piso oromediterráneo y mucho del supramediterráneo

  Los datos paleobotánicos proceden del análisis de los pólenes conservados en turberas y también de los llamados, por contraste, macrofósiles, es decir, piñas, hojas y las conocidas en la sierra, como “troncas”, es decir los tocones de grandes pinos que por una razón u otra se han conservado hasta nuestros días, enterrados o puestos al descubierto por procesos erosivos. Estas troncas se han hallado en zonas desarboladas actualmente como La Serrota, Zapatero y laderas y valles del cordal principal.

Varias troncas (recientes) sobre una turbera, ambas contienen abundante información paleobotánica

La hipótesis mayormente aceptada sobre el devenir de estos pinares sugiere que tras la retirada glaciar que afectó fuertemente a estas montañas, existieron varios períodos climáticos sucesivos, con un período preboreal, donde la dominancia de los pinares fue casi absoluta, seguido de un período subatlántico, en el que el pinar, perdiendo algo de protagonismo, cedió terreno ante especies menos continentales. 


Frondosas conviviendo y desplazando al pino silvestre en Lillo (León)

    Posteriormente llegó un periodo más cálido que inició el período actual, en el que la presión de las quercíneas, principalmente los robles melojos, hicieron retroceder los pinares a las áreas más altas, xéricas y continentales. En estas condiciones entra en juego, de importancia aún mayor que la climática, el hombre.

Como  La Rubía cientos de pinares debieron caer bajo la acción del fuego

La participación humana empezó pronto, con los  Vettones ampliando las áreas de pastoreo para sus rebaños de vacas y caballos, se cree que con ellos comenzó la transhumancia que sigue realizándose todavía hoy. A partir de ellos la deforestación fue galopante, a pesar de alguna medida protectora de los montes en siglos pasados. Sólo la táctica bélica de la “tierra quemada” podría compararse al dominio de La Mesta o a la plaga de los incendios forestales de nuestra época. El fuego siempre ha sido un factor importante, pero nunca tan continuado y reiterativo, como en las últimas cinco décadas.

La protección solo es real sobre el papel o sobre el cartel

Vista la tendencia ecológica de predominio de las quercíneas que solo han ido dejando a los pinos las tierras más altas, expuestas y escabrosas, y el interés comercial por los buenos fustes de pino silvestre, parece claro que la pervivencia de los pinares gredenses, ha sido mantenida por el hombre, al tiempo que también ha sido el causante de su drástica disminución. 



Observando la pujanza del robledal bajo los pinos de Hoyocasero y la limpieza y ausencia de vegetación bajo los de Navarredonda, no puedo decir que no sean de origen natural, pero sí, que están mantenidos artificialmente. No sé si podrían vivir aquí en buena compaña pinos y frondosas, como sí ocurre en el pinar de Lillo en la Cantábrica, pero la mano humana para el mantenimiento del pinar, es fundamental.


Puerto del Pico con el pinar natural al sur (izquierda) y el repoblado al norte (derecha), incendiados

Pero de todos los pinares de Gredos que he conocido, para mí, solamente uno es o mejor dicho, “ha sido” totalmente natural. El pinar de La Rubía en Cuevas del Valle, al oeste y por encima del puerto del Pico entre los 1550 y los 1850m. Lo conozco desde hace muchos años y casi lloré cuando fue arrollado por el incendio de Arenas de San Pedro en 2009. Un incendio que tras cobrarse una  vida, las autoridades decidieron dejarlo arder libremente, delante de las protestas y lágrimas de la gente de los pueblos que tuvieron que ver, cruzados de brazos, como ardían sus tierras.


La Rubía poco después del incendio de 2009

Tan incompetentes fueron que incluso el fuego pasó al otro lado de Gredos, a pesar de disponer de un  terreno tan favorable como eran los prados abiertos del puerto del Pico, pero ni  por esas. Al par de días del incendio me pasé por allí para ver el desastre, eché un ojo al pinar y me pareció que no estaba muy tocado, pues aún se veían verdear algunas de esas escasas masas de pinos.

Al ver esta imagen (es a color), pensaba que sobrevivirían muchos, pero estaban ya muertos de pie

    Pero craso error, los pinos tocados en más de un  20% murieron uno tras otro, de los 350-400 grandes pinos, solamente se habían salvado unos 70. Un desastre en  toda regla, en una  ladera que por sus características de orientación y la presencia de barreras rocosas, se venía salvando de los grandes fuegos desde hacía muchos años y esa era la razón de que los pinos resistieran en esta localidad.


Cuando  conocí este pinar, algo disperso  entre  el roquedo, me pareció una maravilla; entre ellos se contaban muchos individuos de pié, muertos por el rayo o por la edad, vetustos e impresionantes osamentas de antiguos dioses, solemnes vestigios vivientes de la antigüedad. En cierta excursión, en la que mi padre nos dijo a mi hermano y a mí que no volvía a salir con nosotros al monte por las palizas que le dábamos, nos topamos con una excursión de veteranos que estaban admirando boquiabiertos, como nosotros, la belleza de esos enormes pinos.


Entonces uno de los hombres que parecía especialmente conmovido nos contó: nunca olvidaré que yo fui uno de los que talaron cientos de estos magníficos árboles. La verdad es que imponía oírle hablar porque parecía estar conmovido y sintiendo en sus propias carnes, lo absurdo y terrible que pueden ser los actos humanos. Nos contó  que a mediados de los 50’ el ayuntamiento del pueblo no tenía un duro y que al alcalde se le ocurrió la idea de cortar los pinos de La Rubía para sacar un dinero extra para el pueblo. Casi todos los mozos fuertes del pueblo  subieron hasta allí para cortar los pinos, pinos de un pinar cuatro veces mayor que el que estábamos viendo.

Varias formaciones rocosas impiden o dificultan la progresión de los fuegos

Lo triste de esta historia era que cortar los pinos fue fácil, lo extremadamente difícil era sacarlos de allí. Nos habló de lo durísimo que fue el trabajo con los mulos, pues el valor de los pinos era el de los grandes fustes, no el del pino troceado. "En cuanto un tronco se nos iba un poco ya no había marcha atrás, había que dejarlo allí abandonado, sólo si estorbaba el camino de bajada, lo troceábamos; a los diez días comprobamos que solo sacábamos uno de cada tres pinos cortados, después de trabajar como negros".


A comienzos de los 50 el número de pinos era al menos el triple que en esta foto

El alcalde vió que el dinero no llegaba ni para pagar los jornales y se abandonó la empresa, el pinar reducido a una tercera parte ya no volvería a ser el mismo. Yo creo que ninguno de los que entonces admirábamos esos grandes árboles vivos o muertos en pie, lo hacíamos con tanto sentimiento o admiración como este hombre, nos contó que durante varios meses estuvo la gente de Cuevas subiendo con caballerías a trocear los troncos perdidos y atascados.



Hoy,  años después del incendio, apenas llegan a 70 los grandes pinos que siguen vivos, a pesar de ello, todavía se puede decir que es el mayor rodal de silvestres de la cara sur, aunque creo que hay algún rodal de su congénere cascalbo (Pinus nigra) por encima de El Arenal que supera esta cifra. Me llama la atención que en la cara norte, a pesar de tener un clima supuestamente más favorable, sólo haya algún rodal o pies aislados, cerca del límite del bosque en el valle de Iruelas y no por toda la cordillera.



La naturalidad de Pinus sylvestris var. Iberica en Gredos es incuestionable, hace poco se criticaba con dureza a los fitosociólogos por no avalar su naturalidad con ninguna comunidad vegetal como sí hicieron en el Guadarrama. Pero, como me decía uno de sus valedores, muéstrame algún pinar o más que puedas decir que son verdaderamente naturales y, ecológica y estadísticamente, te defino esa comunidad. Eso me decía cuando le insistía en la ausencia de comunidades vegetales del muy abundante Pinus pinaster, pero a ver quien pone la mano en el fuego por un par de localidades verdaderamente naturales, aunque se sabe claramente que este pino es autóctono.

La presencia del enebro rastrero aboga por la naturalidad de los pinares silvestres o negros, como el de la imagen

Hoy, con más datos, ya se han establecido comunidades vegetales naturales para casi todos los pinos ibéricos, faltan P. pinaster y P. pinea, pero ya Gredos tiene dos nuevas comunidades para P. sylvestris, el pinar con cerrillo, Festuca elegans subsp. merinoi, esa gramínea que describe a la perfección el piso supramediterráneo gredense y el pinar con cambrón, Echinospartum barnadesii, esa genistea pinchuda típica del piso supramediterráneo superior y oromediterráneo inferior de todo Gredos. También las hay para los pinares de Ayllón y Pela, en el extremo oriental del Sistema Central.

El cerrillo (abajo), define el pinar de silvestre supramediterráneo gredense (Festuco merinoi-Pinetum ibericae)

Por todo el sur de Gredos aún sobreviven enormes pinos silvestres y cascalbos dispersos por las laderas más protegidas, pero apenas tienen  relevo generacional. Acorralados por la promiscuidad del pino resinero y, principalmente por los  incendios, los clásicos del verano y, peor aún, porque tienen lugar en el límite del bosque, los incendios de piornal intencionados por intereses ganaderos que tienen lugar en otoño que van diezmándolos poco a poco hasta  hacerlos desaparecer.


Momento de la destrucción del pinar de La Rubía.     (golindelasenda.blogspot.com)

Los pinos negros son una joya  que  hasta podría ser una subespecie silicícola ibérica de esta especie, definida para los suelos básicos. Las autoridades forestales, a pesar del potente banco genético que representan, apenas los tienen en cuenta. 


En Gredos apenas hay unos pocos mostajos, la mayoría de ellos estaban aquí en La Rubía

    Sería teóricamente fácil y factible llevar a cabo una protección eficaz de estos rodales previniendo adecuadamente los fuegos en su entorno inmediato o limitando la instalación del pino resinero entre sus rodales, así como fomentando su plantación, sin aterrazamientos, en las zonas más querenciosas. Si dejamos todo a su libre albedrío, sin intervenir para proteger, ya podemos, de seguir como vamos, despedirnos de estos árboles que son los seres vivos más viejos y enormes de todo Gredos.



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