Vernal, perteneciente o relativo
a la primavera, del latín ver o veris, prima”ver”a vernalis. También usado como epíteto, como equinoccio vernal: época en que por hallarse el sol sobre el ecuador, la
duración relativa del día y de la noche es la misma en toda la Tierra. Aquí me acojo a esta última acepción de vernal, mucho menos amplia que la de primaveral, puesto que, botánicamente, muchas plantas llevan el nombre específico de verna o
vernalis precisamente, por florecer al principio de la primavera.
Primavera que por nuestras mediterráneas latitudes se nos va yendo, ojos vista,
hacia un verano que antaño comenzaba el 21 de junio y que hogaño lo hace
plenamente a finales de mayo; tenía antes su despedida tras las tormentas de San Juan y ahora tras las últimas lluvias que nos suele traer el labrador San Isidro.
Botánicamente es así, el calificativo de vernal lo llevan floraciones primerizas, bien respecto al calendario o bien respecto al resto del bosque o
de una vegetación todavía despertándose del invierno, como pueda ocurrir, ya
mucho más avanzada la estación, en lo alto de las montañas con otras especies
“vernales”.
En la
comunidad de Madrid, mientras que al norte y noroeste, en la sierra, ese enorme
y casi “único” jardín de seis millones de almas, apenas aparecen algunos
narcisos en esta época para mostrar un nuevo ciclo de vida, por el
sureste, prácticamente el patio de atrás, el gran vertedero madrileño, donde va todo lo que no quiere el "rico" norte, las infraestructuras, basureros, graveras, minas, etc., comienza la fiesta.
La estoica naturaleza del sureste resplandece en un colorido abanico de especies que, a partir
de ahora, irán sucediéndose sin solución de continuidad, en floraciones de
difícil predilección estética, hasta que los ardores solares pre-veraniegos las vayan
apagando, hasta llegar a los más preparados para aguantar la sequía, que suelen ser las
especies salinas, también comunes por esta región, aunque de flores mucho menos
llamativas.
Río de Diplotaxis erucoides a finales de un lluvioso mes de marzo, en una vaguada del sureste madrileño
Esta
época es sumamente cambiante según qué año; este año arrastramos un déficit
hídrico importante, aunque a nivel superficial los suelos aún conservan la
humedad suficiente para no ceder ni el verdor estacional ni la capacidad de
floración de estas madrugadoras especies; el año pasado ni siquiera eso y, hace dos
años, no cabía más agua en el campo, ni en nuestros sufridos abrigos de aquella
jornada, memorable, pero pasada por agua y barro. Un agua que a pesar de su
abundancia, no pudo derretir la sal encostrada cerca de algunos manantiales
salobres que visitamos.
Estamos
en el sureste, tierra de secarrales para el común de los urbanitas, y tierra de
yesos, páramos calizos y vegas para los geólogos. Para los botánicos, excepto
los más abducidos por la idea alpina, europeista e infantil de una siempre verde naturaleza de bosques, lagos azules y montañas nevadas, esto es un
paraíso y también, un lugar difícil de conquistar con el conocimiento, dada la cantidad y variedad de especies vegetales.
En un espacio relativamente reducido,
floras de tantos ecosistemas reunidos, las calizas, los yesos, la costra liquénica, los saladares, los suelos arcillosos, los arenales, los grandes
ríos, lo arvense, lo cutre-nitrófilo, etc., casi para echarse atrás o, como
hacía yo hace años, para dedicarse a la fotografía y al paseo explorador,
dejando las plantitas raras para los expertos.
La poco corriente Linaria glauca entre los yesos madrileños
Este
año, solo varios días antes de la entrada oficial de la cuarentena que tan
bien le está sentando a nuestra pisoteada naturaleza, estuve de excursión
botánica por esta región, en busca de algunos suculentos menús botánicos.
Uno de ellos, una peculiar vegetación que hay por algunos lugares
del sureste, como es la de los suelos silíceos de arenas, gravas y bloques
procedentes de antiguas redes fluviales, en medio de un mundo dominado
ampliamente, por lo calizo. Estos enclaves aparecen como islas que recuerdan la vegetación
del norte y oeste de Madrid, pero en el sureste, totalmente desconectadas, pero
bastante coincidentes.
Esta
vegetación ya fue estudiada en el pasado, pues llamó la atención de los
botánicos más camperos que con su buen hacer establecieron su patrón, ecología
y alcance, Manuel Costa y Jesús Izco destacaron en la descripción de esta
comunidad. Pero como todo, con el paso del tiempo, que ya hace de aquellas
investigaciones, y con un mayor conocimiento del terreno, algunas novedades importantes
habría que añadir a lo sentado, pero no seré yo quien lo haga, sino alguien que
lo tiene mucho más trabajado y pateado, por lo que no quiero destripar ninguna
novedad al amigo Juanma.
Dos camétifos silicícolas del sureste madrileño, cantueso (la primera flor) y mejorana
La
geología de la zona, como dije antes, básicamente es de un medio calizo que
por debajo tiene un espeso sustrato yesífero, la vegetación adaptada a ellos
son las dos vegetaciones zonales, y sobre ellas, localmente se superpone de una
manera, generalmente bastante superficial, la de esos rañizos o formaciones
sedimentarias de arenas, arcillas rojas y bloques de cuarcita redondeados.
Esa
superficialidad es la que marca el límite entre la flora basófila o gipsícola
asentada en la región o la acidófila que lo hace puntualmente en esas
formaciones sedimentaria, pues si las raíces pueden traspasar esos canturrales, llegan a lo
calizo o lo yesífero, obviando esa influencia silícea. En
cambio, si se trata de plantas pequeñas, caméfitos o anuales, ya sí que es
determinante y puede ser un serio obstáculo para la vegetación que no sea
tolerante o esté especializada en ese tipo de sustrato. Tal es así, que cuando se ara con
vertedera el suelo, al mezclar capa superior e inferior, la influencia silícea
casi desaparece y el terreno es colonizado por las especies habituales en la
región.
Tramo de monte bien conservado, con encinas, coscojas e incluso quejigos
La jarilla Halimium umbellatum subsp. viscosum y la jara Cistus salvifolius, silicícolas entre cantos rodados
Tramo de monte bien conservado, con encinas, coscojas e incluso quejigos
La vegetación
potencial es el encinar manchego que, aunque no es abundante, sí que está
presente en las localidades mejor conservadas, y lo más habitual son sus
etapas seriales de sustitución, el coscojar con espinos negros, y de ahí para abajo.
A partir de
esta vegetación, ya las especies van teniendo menos capacidad para traspasar la
capa silícea y empieza a verse a las especies indicadoras de esta variante de
colonización vegetal, el labiérnago Phillyrea
angustifolia, el jaguarzo morisco Cistus
salvifolius, el cantueso Lavandula
stoechas, la mejorana o tomillo blanco Thymus
mastichina, la jarilla Halimium
umbellatum subsp. viscosum, la romerina
Santolina rosmarinifolia, etc. Las
especies menores también son reseñables como Jasione montana, Tuberaria
(Xolantha) guttata, etc. Sin olvidarse de líquenes como Cladonia rangiformis que aparece aquí y ya mucho más lejos, en la sierra.
Encinar arriba, luego espartal, abajo zona de costra y luego albardina, antes del pastizal de vaguada
Otro de
los objetivos botánicos era el estudio esas pequeñas hierbas en las que casi
nadie se fija, los terófitos, las pequeñas anualitas que sucumben al primer
golpe de calor tras consumirse el agua superficial con los primeros calores, ya
sean los primeros golpes de calor de abril o, con mucha suerte, los de mayo. Aquí ya estamos metidos en jaleo botánico, con las claves, las opiniones, etc.
Alguna planta nos trae de cabeza, como un mínimo Myosotis que después de discusión, parece M. congesta; los Taraxacum también, con los Erodium, aunque en principio la mayoría son E. cicutarium, también vemos ejemplares "desviantes", y así un largo etcétera, Arabidopsis thaliana, Linaria micranha, etc.
Como estamos en un mundo en que cabe lo acidófilo y lo basófilo, es más difícil excluir a las que teóricamente no aparecen aquí por ser de lugares ácidos, otra planta que conocemos de aquí es el bello y poco común Narcissus cantabricus, al que los calores de este febrero han hecho que apenas quede algún ejemplar florido.
Los campos están plenamente amarillos pues es el momento de los jaramagos que lo inundan prácticamente todo. Domina claramente el amarillo de Diplotaxis virgata, con un poco de vista para diferenciarlas y la aclaración de Juanma, vemos las hojas mucho mayores con un gran lóbulo terminal de Diplotaxis muralis, también puntualmente aparece Sisymbrium assoanum.
La vegetación es muy diferente en las solanas, con un buen atochar que deja amplios calveros entre sus macollas, la otra vertiente también lo tiene, pero aparecen más encinas y los calveros están mucho más cubiertos, llegando la humedad a cobijar incluso a la hierba centella, Anemone palmata, aún sin sus vistosas flores.
Las peanas de las lomas cambian su vegetación, aquí ya entran los yesos y en esas partes bajas ya abundan las acelguillas de Limonium dichotomum y el tomillo sapero Frankenia thymifolia, en los puntos con más sales entra el albardinal y si la humedad aumenta entran los fenalares, juncos, alguna orzaga Atryplex halimus y puntualmente aparecen también tarayes Tamarix canariensis-africana.
De vuelta, sobre la loma vemos una antigua casa, en sus tiempos solitaria, pero cada día más acompañada en lo que en los últimos años se está convirtiendo en gran problema urbanístico en esta zona por su enorme descontrol. Pero esa casa, por lo que me comentó Juanma, no es sino Nohayagua, el famoso desahogo campero del poeta José del Hierro. Que como buen domador de la palabra y conocedor de estos lugares, bautizó tan adecuadamente su casa.
De remate con las micro plantas fuimos a buscar un micro-endemismo madrileño, una pequeña uña de gato, Sedum descubierto no hace mucho cerca de Aranjuez, de hecho se trata de la uña de gato Sedum aetnense subsp. aranjuezii. Aquí si que hay que echar pie a tierra y rebuscar entre el canturral y otras uñas de gato parecidas, Sedum caespitosum, S. album, Pistorinia hispanica y otras micros como Minuartia hybrida, Plantago lagopus, etc.
Tras un rato de búsqueda dimos con la preciada y poco común plantita, tal como la habíamos visto en las fotos, ceniciento-rosada y mínima, tanto que solo al ver las fotos ampliadas, descubrimos que estaba florida. Un ecosistema en miniatura, sobre un suelo muy concreto, canturrales ribereños empastados en una matriz caliza. Aquí no hay plantas grandes, este medio se mueve y es incapaz de retener un agua que pueda sustentar plantas mayores.
El nomeolvides Myosotis congesta y el pequeño pero vistoso Senecio minutus abajo
Nazarenos y abajo la mínima Clypeola jonthlapi
Los últimos Narcissus cantabricus en flor, Arabidopsis thaliana abajo
Los jaramagos: Diplotaxis virgata y Diplotaxis muralis a la derecha y Sisymbrium assoanum abajo
Hierba centella, Anemone palmata creciendo entre macollas de esparto y Linaria micrantha abajo
Vallejo con orzaga abajo y algún taray con madreselvas en la ladera
De remate con las micro plantas fuimos a buscar un micro-endemismo madrileño, una pequeña uña de gato, Sedum descubierto no hace mucho cerca de Aranjuez, de hecho se trata de la uña de gato Sedum aetnense subsp. aranjuezii. Aquí si que hay que echar pie a tierra y rebuscar entre el canturral y otras uñas de gato parecidas, Sedum caespitosum, S. album, Pistorinia hispanica y otras micros como Minuartia hybrida, Plantago lagopus, etc.
Minuartia hybrida y distintas uñas de gato distintas en una terraza-pedregal fluvial y Sedum caespitosum
El pequeño y único Sedum aetnense subsp. aranjuezii, una joyita del sureste