Hay años malos y años buenos, pero muy de cuando en cuando sale un año excepcional. Este final de invierno y primavera de 2018, ha sido de estos últimos. Por supuesto que como dice el refrán, nunca llueva a gusto de todos. Lo que a unas especies les viene bien a otros les viene mal, pero en general la mayoría de las especies, sobre todo las autóctonas, han respondido favorablemente e incluso en algunos casos de manera totalmente explosiva. Uno de esos casos ha sido el de una especie prácticamente inexistente en toda el área central ibérica, el bellísimo Gladiolus italicus.
No es el único caso, por supuesto y afortunadamente, pero quizás sea el más llamativo. Desde hace años y más aun siendo una especie tan llamativa, le hago el mayor seguimiento que puedo y da algún resultado, pues desde un par de ejemplares aislados en mitad de una siembra que fue la primera vez que caí en que no era el típico Gladiolus communis, hasta llegar a descubrir lo que el año pasado eran siete poblaciones.
Este gladiolo prospera casi siempre sobre sustratos volcánicos, cinco poblaciones sobre ésos y dos sobre calizas, pero en su inmediata vecindad. Eso me llevó a incluir esta planta en el selecto elenco de la flora volcánica centroibérica, es decir, la del Campo de Calatrava, junto con alguna otra joya como el Allium nigrum, Cynoglossum clandestinum, Geranium malviflorum, Scolymus maculatus, Teucrium spinosum, etc.
Gladiolus communis, no confundir con Gladiolus italicus
El hermoso Allium nigrum comparte hábitat con el gladiolo, pero no ha sido tan explosivo
Hasta ahí una planta que me extrañaba enormemente que no hubiese sido herborizada en toda esta zona centro. Los únicos datos que conozco, son según Anthos, una población cerca del río Segura en Albacete y otro caso más sangrante, el de su lamentable extinción a manos de las autoridades medio ambientales madrileñas, en el tristemente célebre Centro de Transportes de Coslada, en el extrarradio madrileño; también de casualidad localicé un par de ejemplares en una zona caliza cacereña. Para una planta llamativa y descarada como ésta, un claro indicador de que o no hay botánicos entre el público o que probablemente, salen muy poco de sus despachos.
Distribución de Gladiolus italicus en la península ibérica
Hasta ahí lo que consideraba normal, vistos los últimos veinte años, solo conocía el caso de una parcela, habitualmente con caballos pastando, donde en los años buenos llegaba a haber varios cientos de ejemplares, hasta que llegaba el arado y ponía orden en esa orgía floral. Pero lo de este año no tiene nombre ni parangón, un día me acerqué a ver esa parcela y en efecto, estaba llena de gladiolos.
Pero también ví varias fincas que desde lejos cogían el tono rojo fucsia de la ingente cantidad de plantas floridas. De varios ejemplares en algunas dispersas y escondidas localidades, a cientos de miles en varios kilómetros cuadrados. Por contra, la mayoría de esas conocidas pequeñas localizaciones, no gozaban de esa ruderal orgía de los grandes campos de cereales y seguían teniendo pocos efectivos.
Pocos ejemplares en una localidad "salvaje" y húmeda, junto a la rara Thapsia transtagana
El más común y perdón por la redundancia, Gladiolus communis, hasta hace poco con el más poético nombre de Gladiolus illyricus, es una planta de gran amplitud ecológica que he visto desde el nivel del mar, hasta los cerca de 1200m de Montes de Toledo, de ahí hasta los yesos del Tajo, los granitos del piedemonte serrano, las cuarcitas centroibéricas o en las calizas del páramo.
Para complicar la cosa, ambos gladiolos son bastante parecidos, si bien la ecología del G. italicus es basófila, algo termófilo y con gran apetencia por las arcillas, cosa que une localidades tan distintas como la de las arcillas verdes madrileñas y las volcánicas del campo de Calatrava.
Gladiolus communis en una localidad del Sistema Central
Ambas especies tienen hojas muy parecidas, como espadas enhiestas (gladium), aunque Gladiolus italicus es mayor en todo, con las flores dísticas o sea mirando alternativamente en sentido contrario, cuando el G. communis casi las tiene superpuestas, con un ángulo solo ligeramente abierto. Las anteras de sus estambres mayores que sus filamentos y cuando fructifica las cápsulas son globosas, con estrías y relieves, y mayores que las del G. communis. Tallos, capullos, brácteas y frutos tienen una tonalidad algo vinosa o enrojecida, frente al tono general verdoso o solo ligeramente oscurecido de Gladiolus communis.
Me deja boquiabierto la capacidad de florecer de esta especie, en grandes sembrados muy trabajados, donde nunca he visto que asome ningún ejemplar, a pasar este año a contarse por miles de plantas. Solo puedo pensar que los bulbos siempre han estado ahí, profundos y que solo con unas lluvias intensas y continuadas han podido hacer llegar la planta a la superficie y completar una floración estirada varias semanas, vista la longitud y cantidad de flores ya pasadas en esas altas varas.
Supongo que ahora a partir de ahora sí que algún botánico se habrá fijado desde su coche y que el mapa de Ciudad Real aparecerá punteado de localidades. Yo por mi parte, terminaré de meter esos viejos ejemplares aparcados a la puerta del herbario MAF, como parte de un pequeño arsenal de plantas raras.
Una planta que cada vez veo más clara de las arcillas, aquí mayormente procedente de materiales volcánicos. Esos bulbos son capaces de resistir el paso del arado y aguantar años enterrados. Por lo que he visto, su condición natural, su ecología, es la de las áreas bajas con bastante humedad, lo que también coincide con los lugares más ricos en arcillas y limos, las áreas de bordes de arroyos, tan demandadas por una agricultura cada vez con más apetito de tierras que arrincona los arroyos a su mínima expresión, y si no son importantes, incluso se pueden arar enteros aunque en época de lluvias, erosionen esos terrenos removidos.
Sigue siendo imperativo reservar áreas naturales en el entorno de esos arroyos volcánicos, algo aunque sea mínimo, pero por lo menos conservar alguna “muestra” digna de lo que hubo antes de que llegase el arado y los fitosanitarios de la cacería de subvenciones. Suele ocurrir ya con demasiada frecuencia entre botánicos que se preguntan desde la ignorancia más absoluta, cómo debió de ser tal o cual zona, antes de la intervención masiva de la moderna agricultura.
Hace años, cuando nuestra naturaleza no era como lo es actualmente, nos reíamos de los botánicos ingleses porque decíamos que se iban a las cunetas de sus carreteras para poder estudiar su vegetación natural, dada su alta tecnificación agraria, ahora se da la triste paradoja de que todas nuestras cunetas se riegan con cantidades ingentes de herbicidas cancerígenos y ya no nos queda ni el consuelo de que persista algo de nuestra maravillosa vegetación natural en las cunetas españolas.
Esto es general para todo el centro peninsular, pues la ausencia de arroyos y ríos verdaderamente naturales, cada vez es más dramática y nadie parece reparar en ello, como si fuésemos una sociedad insensible a este enorme desastre natural que llevamos decenios perpetrando. Luego maquillamos tanta destrucción con la plantación de cuatro pinos y encinas que durarán un par de temporadas, un día del árbol o del medio ambiente. Basta ya de hipocresía, años como éste en que vemos lo maravillosa que puede llegar a ser nuestra naturaleza más cercana, es cuando vemos el fuerte contraste de ver a las claras lo que estamos perdiendo y el lamentable paisaje que estamos legando a nuestros herederos.
El año ha sido espléndido y a pesar de todo lo que me he movido, me ha faltado tiempo y medios para moverme y ver todo lo que yo hubiera querido. Las orquídeas han estado masivas, sobre todo, las del primer turno y hace pocos días descubrí la mayor población de junco florido que he visto nunca, lo que tampoco es muy difícil siendo una especie en el umbral de la desaparición. Otras especies poco comunes, en el centro peninsular, también han estado espectaculares, como ha ocurrido con el rarísimo Astragalus scorpioides o como estamos viendo con el Teucrium spinosum que llega a adquirir portes arbustivos.
No sé cuándo volveremos a ver otra primavera parecida, pues el año pasado fue un año de “libro” de lo que nos espera con el famoso calentamiento climático, primaveras que se acortan y abortan de golpe ante la irrupción temprana de temperaturas casi saharianas.
Espero que no tardemos mucho en ser bendecidos con un año como éste y cuidar nuestro campo, valorar especies como ésta y recuperar campos y bordes de arroyos del centro penínsular para que cuando llegue un año tan bueno como éste, lo podamos fotografiar, oler, disfrutar y enseñárselo a nuestros hijos para que no sean tan "pasotas" y descuidados como sus padres y lo valoren y cuiden como se merecen estos buenos lugares de nuestros campos. No todo tiene que ser carne de arado, creo que es un derecho de todos conocer y disfrutar del buen estado natural del lugar en que hemos nacido.