Hay tipos de vegetación de los que se suele hablar poco, pues no están en el candelero científico o no aparecen en el menú mediático verde; es el caso de los efedrales. Como suelo reiterar, parece que la moda “europeo-alpina” que nos quieren vender como “nuestro entorno”, aunque tengamos más cerca de Madrid, Orán que Burdeos, sea la de paisajes siempre verdes, llenos de arroyos cristalinos en medio de una naturaleza prístina, idílica y esdrújula.
Pero nuestra naturaleza, a parte de ese verde europeo, es mucho más rica y poseemos toda una gama de paisajes y formaciones vegetales que, aunque lo tengamos al lado, desconocemos, y esa ignorancia hace que ni los valoremos ni, menos aún, los protejamos.
Unos buenos espartales madrileños baqueteados por el viento del norte
Coscojares con encinas, espartales y pinos en el Parque del Sureste madrileño
Los ecosistemas de tierras secas o semiáridas son una de nuestras “individualidades” a nivel continental. Muchos de nuestros ecosistemas relacionados con la aridez y la termicidad se encuentran protegidos a nivel europeo por la extrema rareza de esos ambientes en toda Europa y, desgraciadamente, porque gracias al urbanismo descontrolado y a nuestra voraz agricultura y silvicultura, los estamos relegando a situaciones cada vez más restringidas y marginales.
Contemplando un vetusto ejemplar de efedra con la gente de ARBA
Aprovechando una convocatoria, realizada alevosamente el día más frío de todo el invierno, de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA), me uno a un recorrido por el mejor efedral madrileño, que aunque parezca mentira, es hablar de uno de los mejores de toda España.
Salvo algunas coscojas (verdes) casi todo son efedras enormes
La efedra en Madrid, como arbusto térmico que es, aparece solamente en situaciones protegidas y solanas del sureste. Es típica su situación en las solanas de los tres grandes ríos: Jarama, Tajuña y Tajo. Pero en la zona del recorrido, dado el sustrato yesífero dominante, se le imponen a la vegetación unas condiciones edáficas tan duras que solo los muy adaptados a la termicidad y a la aridez, pueden superar.
Ni que decir tiene que la efedra reúne casi todo el elenco de adaptaciones necesarias para competir y prosperar con éxito frente al resto de plantas y arbustos superiores en este tipo de medios.
Efedras, coscojas, espinos negros y esparto en la cara noreste del cerro
El sustratro yesífero apenas tolera a los más adaptados a la xericidad
La efedra es uno de los géneros más antiguos del reino vegetal, se originó al comienzo del cretácico, en un mundo de plantas sin flores llamativas. Desde entonces su exitoso diseño, al igual que ocurre en el reino animal con tiburones y cocodrilos, apenas ha variado.
Para combatir la sequía, tiene hojas reducidas a escamas unidas por su base, lo que vemos como hojas aparentes, son las ramillas; suelen tener esas ramillas tonos claros para repeler los rayos solares, aparte de otras muchas adaptaciones, como la de tener un potente sistema radicular.
Mancha de Ephedra nebrodensis en una ladera expuesta al noreste
El espartal y las efedras duramente azotadas por el viento
Las efedras viven en zonas calizas y sobre yesos, más difícilmente sobre suelos poco ácidos sobre cuarcitas (Campo de Calatrava). Por ello el mapa de distribución de las efedras españolas casi coincide con la de los suelos no ácidos peninsulares, a no ser algunos arenales marítimos, donde sus adaptaciones a la xericidad vuelven a mostrar su competencia. Pero en suelos mejores y situaciones más benignas, no pueden competir con la vegetación zonal.
Solo al pie de estas calizas y sílex le cuesta prosperar al encinar, entonces entran las efedras
Vimos las tres efedras ibéricas, Ephedra fragilis, la mayor y objeto de esta ruta, la E. nebrodensis, abundante incluso debajo de un denso pinar, y algo más dificil de discernir de la anterior, la E. distachya, un poco a medio camino entre la arbustiva fragilis y la tapizante nebrodensis. Para clarificar las dudas que puedan surgir entre estas dos, como ocurrió en la excursión, y con ejemplares pequeños de E. fragilis, aquí está el cuadro de las efedras:
Ephedra fragilis
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E. distachya
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E. nebrodensis
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Tamaño
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2 – 4 (5)m.
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0,5 – 1,5 (2)m.
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0,3 – 1,2 (1,5)m.
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Aspecto
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Blanco-grisáceo
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Grisáceo-verdoso
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Verde-amarillento
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Ramillas
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1,5 – 2,2mm.
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0,7 – 1mm.
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0,4 0,7mm.
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Desarticulables
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No desarticulable
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No desarticulable
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Cenicientas
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Verde-amarillentas
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Verde-amarillentas
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Hojas
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Hasta 2mm.
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Hasta 2mm.
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Hasta 3mm.
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Hojas viejas
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Grisáceas
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Grisáceas
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Marrones
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Insolación
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Sol
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Sol
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Sol o semisombra
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Ephedra distachya florida en otra excursión arbera
E. nebrodensis es mucho más cespitosa que E. distachya; parece no gustarle las situaciones demasiado asoleadas. Sí le gustan las laderas despobladas, pero prefiriendo las semi-umbrías en pendiente, incluso se le dan bien sobrevivir a la sombra de los pinares.
Ladera cubierta de Ephedra nebrodensis
La Ephedra distachya es rizomatosa pero no llega a la cobertura de los “céspedes” verde-marrones de la nebrodensis, forma masas menores y grisáceas de las que destacan algunas ramas de mayor tamaño y también es confundible con una Ephedra fragilis poco desarrollada.
Espartal con efedras y alguna coscoja
Si bien el motivo de la ruta eran las efedras, ésta fue muy variada, incluso litológicamente encontramos de todo, pues esta es una área de contacto entre dos formaciones miocenas madrileña. Por un lado y dominante en el paisaje, el mioceno inferior formado exclusivamente por yesos y por otro la unidad intermedia, formada por algo de yesos, sílex, calizas, margas, dolomías, etc.
Líquenes sobre sílex opalino
Esta unidad es mucho más dura que la inferior y crea cerros testigo como este y los vecinos Almodóvar, Telégrafo, cerro de los Ángeles y los de Alcalá. En el paseo vimos las muestras de muchas pequeñas canteras, unas veces para puzolanas, otras para sílex, incluso vimos sílex cercanos al ópalo.
Milano real y alguna cigueña muerta en una zona de alta concentración de aves por el cercano vertedero
La respuesta vegetal a esta disparidad geológica también aparece clara. Arriba una vegetación basófila, destacada por encinares y coscojares ricos en todo tipo de arbustos (espino negro, jara estepa, jazminorros, madreselvas, etc.), abajo solo los especialistas en yesos (Lepidium, Centaurea, Jarilla de escamas, etc.). Para complicar más la situación, sílex y dolomías puntualmente muestran una vegetación casi acidófila, como Cistus salvifolius o Umbilicus rupestris y Sedum andegavense en grietas y rellanos.
Pero quizás lo más interesante se encuentra en la amplia área de transición entre ambas, con una buena mezcla florística donde quizás destaquen especies poco corrientes como Haplophyllum linifolium o Nepeta hispanica (beltranii) y, estadísticamente, parece que es la zona de las mejores muestras del efedral de E. fragilis.
Área con la mayor densidad de grandes efedras
Las vistas y la limpieza del día son
excepcionales, pero el paisaje dominante es el “culo” de Madrid, el trastero,
el lugar donde va toda la porquería, lo que nadie quiere tener cerca.
Esta montaña es solo una parte de lo que genera Madrid y alrededores (Rivas incluída)
Es la
incineradora de Valdemingómez con sus gases tóxicos, denunciados por
Asociaciones de Rivas y Vallecas y, su ciudad-basurero, de todo
tipo de reciclados, compost, lixiviados, tratamientos, incendios (como el
que sigue ardiendo subterráneamente desde este verano en la vecindad de la A-3)
y también la Cañada Real, con sus basureros ilegales, sus quemas de cableado para
obtener el cobre y sus tráficos y trapicheos ilegales a todas las escalas.
Madrid no puede vivir de espaldas a lo que genera que son “montañas” de basura ocupando un enorme espacio y generando problemas enormes; para colmo esta basura está cubriendo lomas y vallejos con una naturaleza singularísima y llena de vida, como la que denuncié en otra entrada y lo que está aún sin mostrar.
Volviendo a las efedras, ya nos metemos en faena y aparecen las primeras plantas centenarias. Difícil calcular su edad pero muy pocas veces las he visto mayores, tanto en troncos grandes como en superficie cubierta, incluso hay algunas de aspecto arborescente. Se ven bastantes ejemplares decrépitos, mostrando un gran hueco dibujado por sus largas y potentes ramas blancas muertas, cubriendo una amplia superficie de la que asoman solo algunas ramas menores o renacidas.
A pesar de su dureza algunas caducan aunque parece que está renaciendo
El espartal es magnífico, una de las formaciones más compactas que he visto y desde luego de las pocas con orientación norte. Aquí la vegetación es un efedral con coscojas y espinos negros. El espino usualmente es Rhamnus lycioides, pero vamos buscando su gemelo, el Rhamnus oleoides y no tardamos en encontrarlo, las hojas algo más anchas y sin vellosidad le delatan.
El menos común espino negro Rhamnus oleoides
Una familia tan antigua como las efedras no podía dejar de tener sus especialísimos insectos asociados, Buprestis (Yamina) sanguinea, Nasocoris ephedrae, Theodorinus lopezcoloni, etc., algunos en el Libro Rojo de los Invertebrados Ibéricos. Descubiertos hace poco tiempo, van saliendo poco a poco a la luz, pues son difíciles de encontrar e investigar. Alguno como Hyoidea flavolimbata descubiertos en la cercana Rivas por el magnífico entomólogo José Ignacio López y Colón.
Bajo las viejas efedras se produce un suelo húmico increíblemente rico, como pudimos comprobar al localizar una muy buena población del azafrán amarillo, la Sternbergia colchiciflora, inconfundible con sus hojas reviradas; aquí me mostraron el raro secreto de sus frutillos hipogeos, una planta sorprendente.
Los frutos hipogeos del azafrán amarillo
Ya vamos despidiéndonos de las efedras y nos vamos acercando a una zona de arenas, arenas en las que el observador botánico Cutanda constató la presencia (siglos ha), de la jarilla de arenal, el Halymium calycinum (ex-commutatum). Nosotros no la hemos visto pero ya tenemos observado un buen muestrario sabulícola.
A estas le añadimos Otras especies madrugadoras que también vimos: Euphorbia matritensis, E. lagascae, Mercurialis ambigua, Fumaria reuteri, Hypecoum pendulum Y la pequeña y madrugadora Mibora mínima, aunque no tan mínima como Crassula tillaea.
La diminuta Mibora minima, una gramínea floreciendo en febrero