Quien
me iba a decir lo que me iba a encontrar en una grieta de la gran altiplanicie
celtibérica formada por la incisión del río Dulce, una explosión de colores
otoñales, aún más sorprendentes tras la cantidad de kilómetros
ocre-amarillentos que hay que recorrer hasta llegar allí. Unas, solo
aparentemente, frías mesetas que separan dos grandes sub-cuencas del Tajo, la
del Henares al norte-noreste y la del Tajuña al sur, que en nada presagiaban la
orgía inesperada y colorista, de un otoño cobijado en rincones protegidos,
donde probablemente, aparte de aprovechar la otoñada, también se hayan podido
esquivar relativamente bien los durísimos calores estivales y no tan estivales
de este verano-otoño.
Para
ser mediados de octubre y sin ver prácticamente un árbol con sus hojas tornando
a visos otoñales, en todo el centro peninsular, fue una auténtica sorpresa. Sí que
había por ahí, árboles caducifolios que ya no eran verdes, sino marrones, pero
de un marrón enfermizo, resultado de un no poder aguantar las altas
temperaturas y la falta de lluvias de este largo verano del 22 paradigmático de
esta crisis climática que ya tenemos encima. No solo eran los árboles y
arbustos caducifolios, sino también los de hoja perenne, los que han mudado su
aspecto, quemándose en sus hojas más expuestas al astro rey, solo había que fijarse
en las numerosas hiedras, aligustres japoneses, durillos, rododendros, eso en
jardines, porque en el campo, la “seca de la encina” ha campado a sus anchas
llevándose por delante a vetustas encinas e incluso rodales enteros de
carrascas.
Tras
tantos kilómetros de llanura, sorprende encontrarse un paisaje tan plegado y
tan fallado, es como si un corte vertical mostrase el tesoro geológico que se
esconde en su interior. Esto viene a señalar que hay multitud de llanuras
distintas, si bien la muchas responden a largas deposiciones sedimentarias
horizontales, otra buena cantidad de ellas son fruto de un arrasamiento erosivo
que cercenó formas más o menos verticalizadas, en un juego de plegamientos y
fallas que finalmente quedaron borrados a golpes de cientos de miles de años de
intemperie. Casi todos los materiales de las laderas del río Dulce pertenecen
al jurásico y algo de cretácico, hay pocos, pero hay enclaves de travertinos o
tobas, fruto de antiguos manantiales que prácticamente criaban roca bajo sus
aguas cargadas de carbonatos. En la localidad de La Cabrera aparece un gran
rincón singular excavado en la roca, pero sin río, se trata de un magnífico
meandro abandonado.
También
estamos en una región de incierta definición estructural en lo referente a
grandes unidades geológicas, indefinición que se refiere a los límites precisos
entre hasta dónde es Sistema Central (en general con alineaciones WSW-ENE) y
hasta dónde se trata del Sistema Ibérico (en general en sentido WNW-ESE). En
principio para plausible la adjudicación de límites en función de dicha
orientación de las serrezuelas, que aquí destacan poco debido ya a la buena
altitud de base de la meseta, entorno a los 1.000-1.100 m. Pertenecen
claramente al Sistema Central la Sierra de Pela (1.539m) y su prolongación
oriental, la Sierra del Bullejo (1.427m); ya en cierta indefinición están los
Altos de Barahona (1.265 m) que más que una sierra es la culminación de esas
mesetas celtibéricas y que contactan al sureste con la Sierra Ministra (1.312
m) que ya pertenece claramente al Sistema Ibérico.
Con
ese colorido espectáculo me dediqué a fotografiar a diestro y siniestro, de hecho,
esta entrada es el fruto de sacar a pasear unas imágenes que hace ya bastante
tiempo que no captaba. Siempre he mantenido la tradición de la cacería fotográfica otoñal, a veces con largos viajes a la Cantábrica y a otros
confines ibéricos, incluso a la fachada francesa de los Pirineos, aprovechando o
no algún puente. Tradición recogida aquí en varias entradas, pero que desde
hace varios años, pandemia mediante, no he tenido el gusto de prodigar. Aun
así, no es excusa, esto solo pasa una vez al año y siempre merece la pena ir a
su encuentro.
Los
protagonistas que más han dado la nota colorista en estas fechas en este río
Dulce han sido los arces (Acer monspessulanum), ya seguidos a cierta distancia
por los fresnos, árbol que me tiene acostumbrado a una clara falta de
protagonismo en la paleta otoñal y que solo en estas frías regiones tan
continentales logra sacar unos amarillísimos colores que en la España menos
fría brillan por su ausencia. Solamente en el norte, su congénere, el fresno de
Vizcaya (Fraxinus excelsior) llega a tomar, con más facilidad en las altas
cabeceras de arroyos y prados, unos colores casi tan estridentes como los de
éstos. Seguro que aquí con el frío, no aparecen los miles de gusanitos colgando
de sus ramas y que tan desagradable hacen el paseo bajo ellos en otras partes
más sureñas de la península casi todos los meses de septiembre y parte de
octubre.
Este
río y los cercanos (Tajuña, Henares, Cañamares, Bornova, etc.) son famosos por
sus choperas, en muchos casos por el álamo negro (Populus nigra) cada vez menos
común en los ríos y sotos ibéricos, que van siendo sustituidos por ejemplares
sueltos de chopos híbridos de cultivo (Populus deltoides, P. x canadiensis, etc.)
escapados de sus grandes plantaciones que hogaño ocupan lo que fueron prados,
huertos o nogaleras antaño. También van quedando cada vez menos chopos
lombardos que yo llamaría chopo de Castilla, por destacar en bordes de
carreteras y arroyos de esta región siendo siempre los árboles más altos, se
trata de Populus nigra var. italica con su clásica figura en forma de llama de
vela, encendida si están otoñales.
Chopos negros
que en algunos lugares se muestran como unos espectaculares chopos cabeceros tras una domesticación de periódicos desmoches, para leña y ramoneo del ganado,
que les dotan con los años de unos hercúleos troncos y ramas bajas. Esa
práctica está cada vez más en desuso, solo en algún consciente y loable pueblo
turolense, siguen apegados o resucitando dicha tradición. En estas fechas los
chopos aún estaban bastante a medias y eso que suelen representar la imagen más
turística, incluso la portada de uno de mis libros de cabecera, la Guía de
espacios naturales de Castilla la Mancha, libro realizado por un montón de conocidos
geógrafos y amigos.
Los habituales protagonistas "rojos" de los colores otoñales suelen ser los cerezos que por aquí, solo muy puntualmente están con su semáforo encendido, veo más amarillentos o sin hojas que rojizos, aún así es difícil captar las buenas oportunidades fotográficas que se me ofrecen a cada vuelta del camino, incluso los chopo0s me dan varias oportunidades que no logro atrapar en mi objetivo. Con tiempo un una caña, todo se andará y si no, todo esto sigue siendo un disfrute impagable, así como las tapillas en Pelegrina para reponerse o restaurarse (de ahí lo del gremio de la restauración) después de una agradecida caminata.
El río Dulce es un afluente del Henares por su izquierda, que quizás solamente se llame así para contrarrestar a un indudable río Salado que también le llega a este río casi a la misma altura, pero por su derecha. Río que también será de obligado retrato en esta bitácora naturalista, aficionada a los ecosistemas menos sosos de la península. Más realista puede ser que reciba su nombre por el Dulce Nombre de Jesús de Estriégana, localidad donde tiene lugar su nacimiento al pie de Sierra Ministra y que tras poco más de 40 km desemboca en Matillas, no muy lejos de Jadraque.
Parque
Natural (y Reserva Fluvial) de moderadas dimensiones que acoge este cañón y buenos encinares
aledaños en una alta región donde a mi parecer, realmente necesitan protección los
medios ligados al agua, pues lo que antaño eran lagunas, zonas húmedas,
nacederos, amplias olmedas, fresnedas y alamedas ribereñas que en su mayor
parte han sido reducidos a un mero canal que diseca los numerosos vallejos. Esas
canalizaciones han llevado incluso a destruir la gran cantidad de hectáreas
salobres que daban nombre y personalidad a todo el valle del río Salado y de
sus afluentes menores. Canalización y concentración parcelaria que también se
llevó por delante a una relativamente importante cabaña ganadera ovina que
funcionó en estas altas comarcas castellanas.
Da
gusto comprobar la gran riqueza botánica que atesoran estos fríos barrancos, en
mi opinión, las calizas son más fértiles que otros tipos de roca y eso se nota,
aparte de que sus rocas llenas de vericuetos y oquedades también amplían el
número de nichos ecológico explotables por las plantas. La gama arbustiva y
subarbustiva es enorme, tomillos, ajedreas, rabos de gato, zamarrillas, salvias,
espliegos, aliagas, espinos blancos y negros, aladiernos, sanguinos, jazminorros,
rosas, aligustres, Rhamnus varios como los que se retuercen contorneando
algunas rocas, y un largo etcétera de plantas menores donde me llaman la
atención los tés de roca (Jasonia o Chiladenus glutinosa) o una estrellita
púrpura como es el pequeño Aster willkommii.
A
pesar de que los cornejos (Cornus sanguinea) están aún verdes, logro ver un par de ejemplares con
las hojas completamente sanguíneas, un espectáculo, lástima de contraste si
hubiese a su lado algún arce. En el río sí que están los nogales incluso con hojas
caídas ya, pero quedan más vestidos que desnudos. Algún chopo tiene una buena
mezcla de verdes y amarillos que no consigo retratar bien, pero es que estos paisajes y estas fechas dan para mucho trabajo, muchos senderos y muchas vidas.