A Costa da Morte posee el mayor tramo
costero de la península libre de grandes núcleos urbanos y turísticos. Quizás en Portugal haya un tramo de litoral
sin urbanizar aparentemente mayor, pero la cantidad de rías y recovecos gallegos
arrojan muchos más kilómetros de línea de costa.
Los factores que lo han hecho
posible, aparte de su amenazante nombre y fama, son las grandes distancias a
las áreas metropolitanas nacionales, la dureza del clima y el peligro de sus heladas aguas.
Ningún lugar está a salvo de cacicadas como este "Algarrobico" a la gallega
Todo lleva a suponer que se trata del
último gran tramo costero español en buen estado de conservación y también, uno de los más ricos, variados y originales.
Existen
muchos y altos acantilados, playas, rías y estuarios,
buenos campos de dunas y montañas al borde del agua, pero eso sí, todo dominado por
una monótona gama geológica basada en el clásico granito gallego, aunque muy variado en sus formas.
Uno de esos elementos geográficos que más
me llamó la atención es el “monte blanco”, forma más conocida en el resto de la
península como “dunas rampantes”; pero lo que allí es algo puntual, una duna que
tiende a remontar una loma, aquí es un gran manto blanco que con sus dunas
puede cubrir todo un monte con sus arenas.
Al menos en tres lugares he encontrado este
topónimo de "Monte Branco", asociado a tres buenas montañas blancas de arena y
desprovistas de manera natural, de vegetación arbórea.
La arena llega a remontar hasta los 150m. de este Monte Branco
Esta geoforma viene
originada por la enorme potencia de los vientos dominantes y la alta producción
de arenas, fruto de la “arenización” de los materiales graníticos y los aportes
orgánicos de caparazones y conchas de especies marinas.
Los granitos aquí se presentan con sus más variadas figuras y
posibilidades. Desde las formas de “yelmos” y dorsos de ballena en los
relieves convexos, hasta mostrar formas poco comunes en el mundo extra-tropical
como puedan ser los “panes de azucar” que pueden verse en y a los pies del
monte Pindo.
Una de las figuras más especiales y que da carácter a muchas de
las grandes “pedras”, son los taffoni, oquedades laterales que crean una roca
tipo queso tipo gruyere de grandes dimensiones.
Muchas de las rocas graníticas tienen
nombre propio, normalmente por los parecidos con ciertos animales y a algunas
de ellas incluso se les atribuyen propiedades mágicas desde la antigüedad, como la pedra de Avalar, la del Oso, etc.
Campo de bolos trabajados por las olas
Otro rasgo típico es la
abundancia en tramos de costa rocosa, de campos de bolos generados por la
remoción que la potencia del oleaje hace con ellos hasta redondearlos, situándolos entre las rocas o entre la playa y el monte.
No son pueblos que hayan caído en el olvido
a pesar de la debacle, tanto de la industria láctea (aplicable a todo el
norte), como de la industria pesquera, dada por un lado por el agotamiento de
unos mares sobre-explotados, como de las consecuencias de la marea negra del Prestige..
Del Prestige, a
juzgar por opiniones de los paisanos, pasado el negro desastre inicial, ahora es cuando se muestran sus consecuencias últimas, con un empobrecimiento de la vida marina de
toda la franja costera a la que tanto afectó y afeó en su día. Sorprendí una
conversación en la carnicería en la
que las “mulleres” opinaban a las claras
que “el mar se está secando”, pues decían que apenas había pesca ni nécoras ni nada..
La secular pobreza del campo gallego, más
por la cantidad de personas que alimentar y sus escasos medios que
por falta de fertilidad, ha hecho que,
como en toda Galicia, el medio natural haya
sido profundamente transformado por el hombre.
Muy pocos han sido los bosque que no
fueron talados y los montes que no fueron
transformados en pastos o huertas. Esto unido a un poblamiento muy disperso,
ha llevado a que solamente continúen sin alterar los lugares verdaderamente
improductivos, como arenas, roquedos, estuarios y riberas.
Hace ya muchos años que los montes de toda
esta zona son una plantación, poco cuidada, de pinos y eucaliptos, en un manejo tan escaso de animales y personas
que bajo el dosel de estos árboles, todo es broza y espinas.
No es de extrañar
que se declaren numerosos fuegos en los cada vez más abundantes periodos secos
y que pocos sean los paisanos que acudan a extinguirlos, a no ser para defender sus propiedades
o salvar viviendas. Reconozco que
lo de meterme por aquí, monte a través, no es de las cosas que más me
apetezcan.
La visión más usual, salvo excepciones, de un bosque gallego
Estamos en un área de las llamadas
“hiperoceánicas”, donde las variaciones de temperatura entre las
estaciones, es la menor de España, incluso las variaciones diarias también son
escasas, dada la enorme influencia del mar en toda la región.
A pesar de ser la zona mas norteña, está libre de heladas, a no ser que subamos a lo más alto de sus montes,
como el monte Pindo, lugar en el que se refugian no pocas plantas raras.
Dado lo benigno de este clima, aquí se puedan asentar y así lo hacen, plantas de
cualquier lugar del mundo.
Como en una entrada anterior sobre el norte de Portugal, me llama mucho la atención la abundancia de plantas alóctonas. Quizás aquí no sea tan llamativo como allí, pero es una invasión que supone un peligro para la flora gallega, aunque por otro lado, también la enriquezca.
La cala se ha escapado de los jardines y coloniza muchas vaguadas y arroyuelos
Las invasoras más visibles por aquí y por
ecosistemas son: en las áreas dunares: la uña de gato sudafricana
(Carpobrotus edulis) y en arenas húmedas
(Hydrocotyle bonariensis) o la blanca cala (Zantedeschia aethiopica).
En
riberas y alisedas: la oreja de gato (Tradescantia fluminensis), el jacinto
naranja (Crocosmia x crocosmifolia) o la vinca (Vinca difformis); en bordes de
huertas y baldíos: la capuchina (Tropaeolum majus), el té de Huerta (Bidens
aurea), la campanilla azul (Ipomea indica), la planta carmín (Phytolacca
americana), la siempreviva borde (Helichrysum foetidum) o la
hierba de asno (Oenothera glazioviana).
La alóctona siempreviva Helichrysum foetidum
Una gramínea alóctona, Stenotaphrum secundatum
En los prados las duras gramíneas
Paspalum sp., la dura Stenotaphrum secundatum y la enorme hierba de la Pampa
(Cortaderia selloana) y en marismas y dunas húmedas la
espartina (Spartina versicolor).
Incluso hasta en los muros podemos ver la florida
margarita Erigeron karvinskianus. Pero
en un país dominado por el eucalipto, tampoco es de extrañar el encontrar tanta
invasora. Lo importante es conseguir que no desplacen a las menos comunes de
nuestras plantas autóctonas.
Una capuchina extendiéndos por los cantos del final de una playa poco transitada
Como en
otra entrada que hice sobre la vegetación de los
arenales gallegos, no he podido resistirme al disfrute de la exploración botánica de estos ecosistemas.
Inasequible a la sequía esta pionera (Honckenya peploides) si fuese gigante parecería un bosque de abetos en la nieve
Esta vez iba buscando las especies menos
comunes, pero la dura sequía y las altas temperaturas de este verano han sido
tales que no he visto casi ninguna planta anual viva y las de mayor entidad
estaban bastante perjudicadas.
Dunas fijas de un campo dunar totalmente achicharrado por la sequía
Me ha vuelto a sorprender gratamente la
abundancia de buenas áreas dunares tras las playas, con una clara zonación en: dunas
embrionarias, dunas blancas semi-móviles, dunas grises ya asentadas,
depresiones intra-dunares y, a veces, en su contacto con el monte exterior, una
laguna o marisma por el cierre que han impuesto las arenas a la desembocadura de algún
arroyo.
Cerca de una de esas lagunas encontré uno de mis arbustos preferidos, el
oloroso mirto de Bravante (Myrica gale), unido a multitud de especies de medios
acuáticos como Hydrocoltyle vulgaris, Lysimachia vulgaris, Limniris
pseudacorus, etc.
Gran campo de dunas desviando un pequeño arroyo
Depresión intra-dunar entre vegetación achicharrada
Algunas playas se veían francamente peligrosas, incluso los
paisanos nos recomendaban no bañarnos en ellas, la fuerza de la corriente era
contundente unos metros agua adentro y había que tener a los niños a raya.
Pero, si podías aguantar la temperatura del agua, las playas y su potente
oleaje eran un verdadero disfrute.
Si la cosa se ponía fea, bastaba con
dirigirse al interior de las rías, donde el viento y el oleaje parecían pertenecer a otro mar mucho más dócil.
En el interior de las rías apenas se siente la fuerza de los vientos y el oleaje
Un buen camaiñal sobre dunas costeras
La planta estrella de este año ha sido
una a la que los gallegos deberían hacer un
monumento y repoblar sus costas con ella, me refiero a la camariña (Corema album), un magnífico arbusto de
las arenas, algo más abundante en el
atlántico andaluz.
El año pasado no logré encontrar un solo ejemplar y este
año, como no, en Camariñas, he podido disfrutar de su belleza, del sabor de
sus blancos frutos y de su papel ecológico en
los arenales, de los que está desapareciendo a pasos agigantados.
Ver vallejos y altas lomas cubiertas de este frondoso matorral es una estampa de lo que debería ser un ecosistema sabulícola en muy buen estado de conservación, algo cada vez menos corriente. En una
playa del concejo de Laxe, encontré una mata algo decrépita que luego supe que era
la única y última de toda esa zona.
Rama de camariña cargada de unos frutos que hace años se comercializaban
El poco comun Centaurium chloodes sobre arenas en un monte branco
Muchas veces he comprobado que plantas
que había visto eran realmente raras para mí, como la hiel de la tierra Centaurium chloodes, la acedera
Rumex acetosa subsp. bifformis o la acedera rupestre (Rumex rupestris).
En algún paseo fluvial, también se me hacía llamativa la presencia de alóctonas, pero en un mundo tan manejado por el hombre, hasta pude disfrutar de su belleza. Plantas en ese difuso límite entre lo humanizado y lo salvaje, naturalizadas la mayoría de ellas por el placer estético de la jardinería.
El límite entre lo que debemos cuidar y lo que hay que controlar, va en función del poder expansivo de algunas especies y del riesgo que representen para nuestras especies más importantes o escasas.
Un macizo de hortensias se asoma a la aliseda
La bella Crocosmia ante un molino abandonado
Este año todos estaban sorprendidos
de tener una Galicia tan seca. Dada esta circunstancia y las altas temperaturas
reinantes, este agosto se ha convertido en uno de los peores años de incendios.
De hecho, a partir de unos días de fuerte viento que desencadenaron multitud de incendios, cuando éste cesó, llegaron días en los que el humo se estacionó en la atmósfera gallega cambiando la luz habitual por otra mucho más velada.
El sol desaparecía sobre el horizonte entre un cuarto de
hora y media hora antes que cualquier día limpio. Terrible, unos atardeceres
muy rojos, llamativos, pero cargados de oscuros presagios relativos al
calentamiento real del planeta.
Un sol rojo más de media hora antes de lo debido por una atmósfera cargada de humo
La
relación de esta región con el mar ha sido ambivalente, de él provenía una gran riqueza, pero periódicamente se cobraba su
tributo en vidas humanas, no en vano le calló ese nombre, la costa de la Muerte.
La lista de importantes naufragios es larga y la de pequeñas embarcaciones,
innúmera. Además del mar viene el viento y el agua, con tal fuerza que hasta
tiempos recientes nadie quería tener vista al mar y las fachadas a él orientadas, tapiadas y recubiertas de tejas o uralitas para mitigar el azote de la lluvia y el viento.
La acción de los fuertes vientos, siempre ha hecho poco
útil el uso de paraguas y solo actualmente, la gente orienta sus miradores y
ventanales al mar, pero el precio pagado es alto y su uso, muy limitado a la época estival.
Deterioradas botas de peregrino cerca de Muxía
Estamos en
las tierras del fin del
mundo (Finis Terrae) y muchos
acaban su camino de Santiago en este mar
que mira al más allá. La gran mayoría lo finalizan en Finisterre, pero otros en Muxía, donde según tradición medieval se le apareció al apóstol Santiago la Virgen en una barca de Piedra.
Tanto da, incluso el cabo Touriñán, da
vistas a un profundo abismo que, de cara al viento, relativiza totalmente la percepción
humana del mundo.
En muchos lugares, ante tanto naufragio,
ante tanta indefensión frente a unas fuerzas de la naturaleza que nunca serán
dominadas, la espiritualidad humana se muestra en multitud de detalles.
Detalles como la
abundancia de cruceiros en cualquier rincón, de ermitas costeras, de
procesiones marineras y con muestras más prosaicas pero no menos poderosas,
como la creación de hitos de piedras simples o inverosímiles, incluso
llamativamente numerosos como cerca del cementerio de los Ingleses.
Sugerente creación anónima colectiva en el cementerio de los Ingleses
Procesión marinera del Carmen
Cientos de hitos cerca del cementerio de los Ingleses
Aquí han venido a parar personajes
inquietos, ascéticos peregrinos o artistas mezcla de lo anterior como Manfred Gnädinger (Man), un hombre enamorado de esta tierra y merecedor, aun
saliéndome de mi temática habitual, de una entrada en este blog, dado el increíble desconocimiento
generalizado de un artista con una trascendencia vital y
artística tan enorme como desconocida.
Respecto al desastre del Prestige que
le destrozó la vida, llegó a decir: «yo decir que esto no debe limpiarse
nunca, ser episodio de la Historia, quedar así debe, para todos recordar
quién es hombre, porque hombre no querer a hombre, ni a mar, ni peces ni playa»