La vida es agua, es un fluir entre formas cambiantes, estados que rielan como luces y sombras que se alternan, momentos que se suceden, diferentes, pero esencialmente continuos. Pertinazmente cambiados por la relativa velocidad del tiempo, variable para cada estado, para cada forma, para cada momento, ajena al reloj, desde el ínfimo cronómetro al dilatado tiempo geológico.
El agua dio la vida a estas rocas que ahora son Cazorla, los fósiles dan testimonio de las vueltas que da la vida, de lo muy diferente que puede ser la vida, las vidas; de que todo permanece, dejando su poso aunque también sepamos de la viva fugacidad del instante, a menudo destructivo o brusco creador de nuevas situaciones. El agua ha labrado estas montañas, sus laderas, sus valles, sus cerradas. Ahora tras una temporada de fértil diluvio, regresa a la tierra en abundancia, a las fuentes, rezumando entre arenas y sobre rocas o arcillas, puliendo rocas como una lima, llenando las lóbregas concavidades inferiores de la piel de este ibérico planeta. Ahora muestra su poderío, su maestría en criar vida, su belleza desatada de los estériles silencios de la sequía.
Muchos años hacía que no volvía a Cazorla, en aquellos tiempos de libres acampadas, hoy mi conocimiento es más amplio, pero el disfrute no ha sido mayor que el de entonces, y mucho ha sido, pues nunca he visto estas montañas tan rebosantes de agua, y nunca mejor dicho, aunque ahora al plasmar este texto, transcurrido más de un mes sin lluvias, queden lejos aquellas desatadas abundancias. Ha sido un disfrute hidrológico y geológico, para el disfrute botánico, en estas frescas alturas, ha faltado más de una quincena para el fértil aprovechamiento de todas esas humedades.
Con mis compañeros Eduardo y Pascual, gran conocedor de estos montes y “cazorlodependiente”, hemos podido disfrutar enormemente de un día redondo, desde la madrugada hasta altas horas de la noche. En el recuerdo el libro que una vez me dejó Pascual sobre el furtivo Justo Cuadros y otros personajes no menos protagonistas de ese Cazorla pre-parque natural, en esa época de hambruna y grisácea oscuridad franquista, donde las pocas y pobres gentes que habitaban estas tierras tenían que tirar de ingenio y tenacidad para poder sobrevivir en estas ásperas serranías. Un libro ecológico y también, todo lo contrario, como el lance en el que el protagonista consigue cobrarse con toda su astucia, riesgo y resolución, todas las águilas reales de un nido, a los dos pollos y a sus dos progenitores, para poder conseguir las cuatro subvenciones que las autoridades daban por la capturas de “alimañas”, o el episodio en que un conocido maquis hace comerse los tubérculos de una peonía a uno que le menospreció. Libro más que recomendable para entender la dureza de la vida entre peñascos o lo que pueden cambiar los tiempos en varias décadas y dar gracias, a pesar de todo, por lo bien que vivimos en la actualidad.
Ya desde el comienzo, con una parada que hicimos para ver la panorámica del alto Guadalquivir en el mirador de Las Palomas, contemplando el valle recién abierto por este río naciente pocos kilómetros más arriba. Aquí se nos mostró un frondoso y espectacular paisaje, tajado por llamativas líneas blancas que cortaban las profundidades de la parte media y alta de varios vallejos, eran las aguas desbocadas en lo más vertical de estas gargantas, destacando poderosamente el blanco tajo de la cascada de Linarejos y otros, ya más abiertos y desparramados aguas abajo. Ante la elección de qué garganta recorrer, entre el Aguasmulas y el Borosa, nos decantamos por este último.
El Borosa estaba pletórico, recogiendo afluentes a un lado y a otro que normalmente bajan secos, pero que hoy lo hacen potentes y llenos de vida como pocas veces los hayamos visto. Pascual lleva más de treinta años viniendo por Cazorla y reconocía no haber visto nunca tanto caudal ni tantas cascadas en el río y sus afluentes. Sus aguas calizas, algo teñidas de tonalidades verdes o suavemente azuladas es algo que solo se puede ver en montañas tan calizas o dolomíticas como éstas.
El agua escurre por todos lados, bien de forma tumultuosa o resbalando despacio sobre suelos y musgos, dándose tiempo a fabricar piedra, a crear roca, la famosa toba o travertino, esa roca porosa, llena de huecos de variadas formas y tamaños, pero bien dura que se forma cuando los carbonatos se depositan sobre plantas y suelos, solidificándose, aunque luego muera la planta sobre la que se depositaron y al hacerlo deja el hueco de sus anteriores hechuras para siempre. Es una magia que necesita de las aguas en movimiento, cargadas de carbonato y sobre soporte vivo, como suelos o plantas para su creación, ya que éstas aportan dióxido de carbono y retiran oxígeno, contribuyendo primero a convertir el bicarbonato cálcico que es el que lleva el agua en disolución, primero a carbonato cálcico y, posteriormente, a precipitarlo en las superficies de contacto.
En general, ya circule ese agua tan mineralizada por el interior de los suelos o sobre plantas, a todo el material endurecido se le denomina travertino, pero cuando el soporte son solamente plantas o animales (usualmente pequeños moluscos), queda clara muestra de los diferentes tamaños y formas de los mismos en la textura de la roca. Entonces se utiliza para denominarla más el término toba o roca de toba, muy usada en jardinería por su belleza, aunque de menor dureza y resistencia que el travertino, formado en el interior, ya más profundo, de suelos o formaciones minerales porosas.
La subida por el río no deja de perder la intensidad inicial, incluso va ganando, según el río se mete en profundas “cerradas”, como la Cerrada de Elías, o abriéndose y dando vista a las cumbres serranas. Las tobas no dejan de apreciarse, pero al aumentar el número de cascadas, aumenta en volumen e importancia las formaciones tobáceas, ocurriendo a menudo que al formarse éstas de arriba hacia abajo, no tienen sus bases bien asentadas o permanecen suspendidas por encima del suelo y que, sean fácilmente erosionables por su base, descalzándose y produciéndose grandes derrumbes, que a veces se acumulan en los llamados caos de bloques que hacen muy difícil el avance cerca de las gargantas. De hecho, vimos una poza donde con estas potentes lluvias, el caudal se había llevado la parte inferior de varias formaciones que ahora ya no contactan con el agua como lo hacían antes.
Hemos dado un paso en altura que tiene su réplica en la vegetación que nos acompaña, abajo, hasta unos 800-900m teníamos un bosque de pino carrasco (Pinus halepensis), coscojas y encinas con un variado cortejo de madroños, zarzaparrillas, agracejos (Phillyrea latifolia), lentiscos (Pistacea lentiscus), sabinas moras (Juniperus phoenicea), coronillas (Coronilla glauca) y otras especies que ahora, tras este escalón altitudinal y una cerrada de por medio, ha dado lugar a un bosque de pinos laricios (Pinus nigra) de blancos troncos antagónicos con su nombre específico, acompañado por cornicabras (Pistacea terebinthus), arces de Granada (Acer opalus subsp. granatense) y algunos agracejos (Berberis hispanica) escasos manzanos silvestres o maillos (Malus sylvestris) que ahora están en plena flor y que en estas sierras son especialmente abundantes, incluso hay una fuente del maillar.
El subvuelo del bosque es muy variado, están en flor las llamativas globularias (Globularia vulgaris) y ya sin ellas las muy tempranas coronillas de fraile (Globularia alypum), algunos narcisos rupícolas, pero en general, todavía es un poco pronto, eso sí destacan por los prados unas grandes y amarillas euforbias (Euphorbia clementei) y en las rocas, la bella Linaria verticillata subsp. cuartanensis y pocas más especies herbáceas floridas, entre las que destacan las numerosas y amarillas hierbas de los anteojos (Biscutella valentina). En los lugares más umbríos y húmedos aparecen especies tan escasas en el sur como tejos o acebos, normalmente juntos en manantiales umbrosos.
Geológicamente esto es un disfrute, desde la gran escala, puesto que estamos en las sierras Prebéticas, la parte más norteña y occidental que junto con las sierras Subbéticas, y el techo peninsular (en Sierra Nevada) de la Penibética, forman en conjunto el Sistema Bético. Las Prebéticas están constituidas por rocas sedimentarias organizadas en un curioso sistema de cabalgamientos como a trozos, son las llamadas escamas tectónicas que se suceden casi rítmicamente señalando las altas montañas aisladas, los yelmos. Pero todo es básicamente una sucesión de estratos calizo-dolomíticos, plegados, retorcidos o despegados sobre otros niveles de estratos más blandos que casi han desaparecido por la erosión.
Geomorfológicamente destacan los profundos cañones que muestran toda esta serie de estratos visibles en cualquier corte ribereño y, también aunque menos comunes, en ocasiones pueden verse distintos tipos de pliegues, como los pliegues en “rodilla” que aparecen en varios lugares, incluso otros en “silla de montar”. Aquí en esta ruta es fácil observar al menos un par de ellos muy claros.
Geomorfológicamente llaman mucho la atención en estas sierras Prebéticas, aunque esta vez me quedé con las ganas de visitarlas, unas grandes superficies planas retocadas por la erosión cárstica, dejando potentes calares organizados espacialmente como panales de abejas con sus paredes y sus depresiones interiores, formadas por rítmicas sucesiones de dolinas y paredes, con vallejos que son dolinas alargadas (uvalas) o poljes, si son de grandes dimensiones, que a veces acumulan láminas de aguas superficiales y son con sus pastos, el sustento de la adaptada ganadería de ovejas segureñas.
Superficies rocosas estas con sus rocas blanquecinas convertidas en lapiaces, afiladas rocas donde es difícil andar, pero lo merece. Ya solo de verlo en imágenes, impresiona ver esos pequeños mares de oquedades y crestas recorriendo las grandes llanuras cimeras que coronan algunas de estas montañas, como los Campos de Hernán Pelea una casi siberiana llanura situada a casi 1700 de altitud media, situados no muy lejos de donde acabamos la marcha.
Esta marcha tiene el aliciente de su gran variedad de ambientes, una larga garganta, una lóbrega “cerrada” con pasarelas, varios anfiteatros montañosos, caos de bloques, formaciones travertínicas, pedreras calizo-dolomíticas, túneles, lagunas, aunque sean artificializadas para operar minicentrales eléctricas en los Órganos o Aguasnegras y en el Valdeazores, nacimientos como el del Borosa y mucho más si se tienen fuerzas para seguir andando y remontar las cumbres o ver esos impresionantes calares. Pero esta ocasión ha sido la de las mil cascadas, la del agua desbordante y desbordada que no olvidaré y que quedará unida al recuerdo de Cazorla, o el mar de sierras y serrezuelas al que genéricamente se llama Cazorla.
Estos magníficos paisajes, espacios y montañas no saben de límites provinciales, su extensión se mete ampliamente en Albacete, en Granada o en Murcia; no solo es Jaén, aunque el Parque Natural homónimo se ciña a esta provincia, Tales dimensiones deberían dar lugar a un gran Parque Nacional intercomunitario para realzar y mejor proteger sus numerosos valores naturales y más aun siendo el gran manantial que abastece a media Andalucía y buena parte del Levante, Murcia incluida. Solo por esto se debería dejar de extraer madera de sus bosques, vale más la conservación y el buen mantenimiento del ciclo del agua en estas áreas tan sumamente importantes para todo el sureste ibérico que toda la hipotética rentabilidad comercial de la madera de estos bosques que habría que cuidar con un mimo exquisito, no solo para conservarlos, sino para extenderlos y potenciarlos.