La geomorfología para mucha gente es una ciencia de pretérita, activa en tiempos remotos, solo las grandes inundaciones o los corrimientos de tierra que vemos a veces en los telediarios, tras eventos lluviosos extremos, parecen tener una acción rápida y contemporánea sobre el relieve, pues lo habitual es que lo que vemos sobre el terreno: cordilleras, glacis al pie de las mismas, torcas, espeleotemas, terrazas fluviales, canchales, etc., sean relieves heredados de un pasado más o menos remoto, solo “retocados” actual y puntualmente, por otros procesos geomorfológicos de menor envergadura que van suavizando esas formas.
Esta entrada, hoy mucho menos botánica que geomorfológica, trata de fenómenos que están ocurriendo en la actualidad y a una velocidad sorprendentemente rápida, tratándose de eventos geológicos. Tampoco es de extrañar sobre uno de los materiales más blandos, los yesos que, en la zona de este estudio, también suelen aparecer acompañados de arcillas o de sales que todavía son más blandas y solubles. Lo que verdaderamente llama la atención, es como cambios, aparentemente pequeños, tengan tal repercusión como para poder estar hablando de grandes diferencias en las formas de fondo de valle, acontecidas en unos pocos lustros.
Aunque son mucho más conocidas de litologías calizas, las dolinas o torcas ocurren en aquellas litologías que pueden ser lentamente erosionadas por disolución, incluso no solo en calizas, sino también en materiales fácilmente removibles de manera mecánica por las aguas. Baste recordar los típicos, aunque ya cada día menos comunes, “socavones” madrileños que normalmente tenían lugar en las arenas algo compactadas provenientes de la erosión de materiales serranos, las arcosas madrileñas, como las del Pardo, Casa de Campo, etc. y que solían producirse tras una rotura de tuberías subterráneas que, tras remover las arenas, provocaban el colapso superficial, el socavón. Otras pocas veces, ocurrían al disolverse yesos subterráneos bajo los materiales de construcción, esto ya en el tercio sureste de la ciudad, lo que aún sigue ocurriendo en la actualidad, por ejemplo, en la construcción de la Línea 7 del metro de Madrid, por precipitarse en las obras y no tener en cuenta las limitaciones geológicas de aquellos terrenos con arcillas expansibles, yesos, sales y otros materiales inestables.
Ya venía interesándome por estos procesos hace tiempo y más tras ver hace años el gigantesco agujero cercano a la laguna de San Juan en el Tajuña (que algunos asnos tratan de rellenar con basuras). Hasta entonces solo había visto ese tipo de figuras geomorfológicas en calizas y cerca de los Ojos del Guadiana tras grandes episodios de lluvias. Esto último también puede entrar en la dinámica morfogenética de los yesos que, a pesar de que aunque en principio, no aparezcan esos yesos en superficie, bajo tierra a menudo existen grandes lentejones de yesos que con lluvias abundantes se van deshaciendo y pueden hacer colapsar lo que tengan por encima de ellos, y si para colmo, por abajo existe la presión hidrostática de un acuífero elevando su nivel piezométrico, el peligro de hundimiento se hace extremo, como ya se ha podido comprobar, y muy a menudo, en el entorno de la vegas de los ríos que se hayan sobre acuíferos, como es el caso de casi todos los manchegos.
No son corrientes, pero en épocas lluviosas pueden llegar a serlo, metiendo el miedo en el cuerpo de los agricultores que se meten a trabajar en esas vegas de fondo yesífero o salitroso, pues no será el primer caso de tractor o yunta de mulas, a los que se les abre la tierra para tragarles. Puede sonar disparatado, pero basta con tirar de la lengua a los abuelos de los pueblos de zonas veganas, para empezar a oír historias, algunas amplificadas por los años, de hundimientos de todo tipo, como por ejemplo, uno de los principales Ojos del Guadiana, el Ojo de la Señora, del que se cuenta que su origen fue el hundimiento de un carromato con una dama dentro, dando nombre al que fuera uno de los manantiales más bellos y potentes de este río manchego, hoy por hoy irreconocible e impensable en el sembrado (en regadío) que es hoy ese dominio público.
Colapsos manchegos aparte, suelo acudir recurrentemente a unos arroyos cercanos a unas antiguas salinas, uno de los primeros sitios yesíferos en los que vi que parte de un arroyo circulaba por debajo del espeso herbazal, del fenalar que tapiza esos húmedos fondos de valle en estos lugares. Me llamó la atención, pero también es algo que he visto en céspedes muy consistentes (por ejemplo, en los cervunales de alta montaña) que para el agua es más fácil erosionar y circular por debajo de sus raíces que atravesar sus espesas macollas. De vuelta años más tarde, he visto que lo que era una pequeña circulación bajo el herbazal, se iba convirtiendo en un túnel bajo el herbazal, hasta llegar a colapsar y dejar una gran zanja de cauce sobreexcavado bastantes metros por debajo de su nivel natural.
Era muy chocante contrastar esa diferencia de unos años al presente, pero este año, remontando el cauce, un cauce que intuía difícil de cruzar, más aún como casi siempre al final, me voy quedando sin la luz del día. Pero cuál no sería mi sorpresa al poder cruzar el valle por una superficie sin agua, con un buen césped y apenas algo de vegetación hidrófila solo sobre un pequeño surco seco lateral. La realidad, como pude ver en otros tramos, es que la abundante agua que llevaba el arroyo, se despeñaba en cascadas de distintos tamaños, tierra adentro, en cavidades ahora abiertas por grandes colapsos que debieron encerrar frágiles salas de cascadas interiores bajo la superficie y que estoy seguro, es un fenómeno que nunca existió aquí con anterioridad.
Recorriendo el valle, vi que aquello era como un queso gruyere. Tras la reunión de varios arroyos, el cauce superficial empezaba a profundizar el sustrato hasta desaparecer bajo árboles y zarzales; poco después un gran socavón mostraba cascadas, derrumbes centrales y un gran derrumbe lateral que incorporaba un trozo de ladera yesífera a la gran hondonada; poco después volvía a desaparecer para reaparecer de nuevo, mostrando otro gran hundimiento con cascada interior, como antes; vuelta a desaparecer y reaparecer, en curso rápido por varias cavidades por las que volvía a desaparecer, hasta que, poco más adelante, el arroyo se muestra al exterior pero en un cauce muy encajado entre altas paredes laterales que hacía imposible cruzarlo en todo el recorrido final del valle.
En geomorfología nada es porque sí, este cauce debería ser como todos los cauces paralelos a éste y que se desarrollan en un equilibrio estable entre caudales, erosiones y estabilización por la vegetación. Solo en contadas ocasiones, como las producidas en las cada vez más frecuentes, fuertes tormentas, llega a producirse una erosión visible en centro y laterales del cauce que, en un par de años, son estabilizadas por esa vegetación altamente tapizante que parece estar a prueba contra la fuerte irregularidad del clima mediterráneo. Un verdadero regalo de la naturaleza ibérica para prevenir la desertización.
¿Pero cuál es el desencadenante de esta nueva dinámica erosiva y qué diferencia este valle de otros tantos como él distribuidos por toda la región? Pues solo hay que buscar una cosa, el agua que es el único elemento variable, capaz de desencadenar todas esos grandes cambios morfológicos en el fondo del valle de estos arroyos. Y ahí es donde está el quiz de la cuestión, me puse a buscar y a recordar los valles que había encontrado algo cambiados en los últimos años y todos tenían un denominador común, las variaciones en su dinámica hídrica.
Si todos los valles estaban en equilibrio y en proporción a sus niveles de captación en cada subcuenca, ahora el problema venía de las variaciones introducidas por el ser humano que venían a alterar estas dinámicas y romper el equilibrio conseguido entre la capacidad de captación de una cuenca y su consecuente relieve basal. Todos esos valles que actualmente estaban profundizando su cauce o alterando sus antiguas formas, tenían en su cabecera inicial un área urbanizada, bien por segundas residencias, nuevos barrios o nuevos polígonos industriales.
Urbanizar un terreno altera profundamente la circulación de las aguas, por un lado, porque se requieren unas nuevas dotaciones que antes no existían, con su consecuente evacuación y por otro, por las aguas pluviales. La lluvia en el campo es absorbida por el terreno hasta que se llega a determinada capacidad de carga, a partir de la cual se produce una escorrentía superficial que es la que recorre estos arroyos en las escasas épocas del año con superávit; pero en terreno urbanizado apenas se absorbe agua por el terreno, siendo evacuada desde el comienzo de la lluvia, ejerciendo una fuerte presión sobre el terreno, y si estamos en un sustrato débil, como son los yesos, la erosión está garantizada. Esto es lo que ocurre con estos vallejos.
Ya de por sí, en los yesos existe una circulación hídrica subsuperficial bastante caótica y recurrente a favor de ciertas grietas, canales o tubos que se crean en este material, es el piping. Esos canales con el tiempo van creciendo, por disolución y erosión, pasando a galerías, profundizando y dejando colgadas por arriba las redes previas, agujereando el terreno, hasta que, en algunos casos, es tal el acarcavamiento o la disolución que el terreno acaba por ceder, muchas veces de manera interna y otras creando nuevos vallejos, ampliando lateralmente las formas previas y otras dejando un importante socavón o dolina. Estos procesos, básicamente de sufusión, con decenas de variantes o modalidades, son muy parecidos a los que ocurren en las calizas, es decir, en la karstificación, pero aquí son bastante más rápidos e inestables en el tiempo, pero se suele denominar karstificación en yesos, a la corrosión y disolución de los mismos.
Este proceso ocurre también en las arcillas que, en climas como el nuestro, con fuerte contraste estacional, tienden a formar profundas grietas de desecación que luego son aprovechadas tras eventos de lluvias torrenciales, expandiéndolas y rompiendo el terreno si existen desniveles. En estas zonas bajas de la Cuenca de Madrid es muy usual la mezcla de litologías, con terrenos yesíferos, aportes de finos de las laderas, abundancia de arcillas o la cohabitación de éstas con los yesos, apareciendo a veces prácticamente interestratificados, lo que hace que toda esta región sea muy susceptible a este tipo de fenómenos. El hombre ha sabido aprovechar de antiguo estas cavidades, adaptando estos huecos para crear cuevas para almacenar enseres, albergar animales o incluso vivir en estos lugares, excavados al pie de muchas de estas laderas yesíferas y todavía visibles a pesar de su largo desuso.
Las fotos pueden quedar en algún caso, interesantes, pero lo realmente espectacular es la destrucción de ese antiguo fondo de valle, igual que la pérdida de la humedad necesaria para mantener gran parte de esa buena vegetación que lo tapiza y lo protege como si de una manta protectora se tratase. No llama mucho la atención, pero una vez perdida la humedad tierra adentro, es seguro que también se vaya perdiendo la vegetación más exigente o con mayores necesidades hídricas, plantas que son la excepción en un mundo adaptado a la sequedad edáfica, como pueda ser el mundo de los yesos. No creo que esté exagerando mucho, ahora mismo el relieve se está haciendo algo más espectacular, pero llamativo como las llamas de un incendio, e igualmente, lo que un caso queda negro tras el fuego, aquí va a quedar mucho más seco de como estaba antes, triste sobre un paisaje seco ya de por sí.
Esa vegetación tan ubicua de estos medios, no solo es compacta, , el tapiz fundamental que crea la espesa urdimbre que protege el fondo del valle, está conformado por el fenal (Brachypodium phoenicoides) que da el nombre vernáculo a esa vegetación, acompañado por otras gramíneas también de fuerte enraizamiento y amacollamiento como las del género Elymus, con especies como Elymus hispidus, E. pungens, E. repens e incluso E. elongatus o E. curvifolius, aunque estos dos últimos, quizás en áreas algo menos húmedas que los anteriores. En sus bordes, aunque prefiere laderas con humedad, donde hace de verdadera red anti-derrumbes, aparece el tapiz de la salobre Schoenus nigricans o junco negro, también presente en la zona.
Entre este espeso conjunto de gramíneas destaca una rica variedad de especies de llamativas flores y muy características de estos medios, siendo muchas de ellas cada día menos comunes, como las grandes crucíferas Cochlearia glastifolia y Lepidium latifolium, las Lavatera triloba, los malvaviscos Althaea officinalis, el amarillo Thalictrum speciosissimum o los numerosos ajos de todo tipo, usualmente es Allium roseum quien cubre estos fenalares con su alta y rosada flor, pero en medios algo salobres y muy arcillosos, destacan dos que son muy parecidos, Allium stearnii y A. baeticum, de anteras exertas y en hábitat algo más seco y salobre el primero, apareciendo el segundo aquí en cantidades poco habituales.
Prácticamente se puede decir que los pequeños valles yesíferos son siempre de fondo plano o en artesa, aunque haya fuertes desniveles con las cercanas laderas. Antes veía en el campo arroyos profundizados sobre yesos y me parecía que eran así y ya está, pero ahora viéndolo con esta otra óptica, veo que solo hay que buscar un lugar con un reciente cambio urbanístico y luego ver como están los arroyos aguas abajo y ya no puede ser que sean así, porque sí. Lo que ocurre es una verdadera relación de causa-efecto, baste enumerar: valle del arroyo de la Cañada aguas abajo de Valdemoro, arroyo Fuentemaría bajo urbanización Alarilla, arroyo Salado en la urbanización el Ballestar, etc.
Gran parte de estos pequeños vallejos que vienen a dar al Tajo, Jarama o Tajuña, tienen un gran valor ecológico y escaso aprovechamiento agrario, a pesar de lo cual, muchas veces se encuentran solo arados en su punto más rico y diverso, en su fondo. Esta extendida práctica, da poco dinero (excepto perversiones de la PAC) y quita mucha caza o, en términos menos crematísticos, mucha riqueza biológica. Pero si a pesar de que cada día van quedando menos de ellos en buen estado, permitimos que se destrocen de esta manera tan poco habitual y, creo que lamentablemente inadvertida, es que no valoramos ni siquiera mínimamente nuestro entorno que en este caso está lleno de endemismos. Todo un catálogo de riqueza y biodiversidad en nuestra inmediata vecindad, con especies señeras e importantes o, lo que es peor, en el catálogo de las especies en peligro, expuestas a esta reciente agresión obviada por desconocida, aunque no debería serlo, al menos, para ingenieros, urbanistas y cualquiera que se preocupe por la naturaleza.