Hacía bastante tiempo, y siempre es
demasiado, que no iba por la Cantábrica, en concreto por la zona de Somiedo. Un
placer breve, pero intenso. Esta vez en compañía de la gente de la Sebot, la
sociedad española de botánica, que en su versión trialera se denomina Sebota.
Gente de mal vivir, buen comer y mejor beber, predispuestos a un disfrute
montañeril y botánico, porque sí, la botánica, y más en estas fechas y en estos
lugares, es un verdadero disfrute porque parece como si por cada rincón del
monte hubiese pasado previamente a nuestra visita, un equípo de fantásticos
jardineros con las mejores ideas y la mejor paleta cromática que pudiera
pensarse.
Hemos tenido suerte, las previstas
tormentas apenas nos han rozado o han caído fuera de horario campero, aunque más
de uno, entre ellos el que suscribe, ha cambiado la piel como los lagartos, y
parecía que el sol no pegaba, entre tanta nube y tanto trueno. Incluso haciendo
cumbre de poco más de dos mil metros, las nubes nos han respetado, aunque, por
ejemplo, apenas nos dejaron ver el lago del Valle (de Somiedo) un breve
instante y parcialmente, pero desde luego ahí arriba, hubiera sido el peor
sitio para que nos cogiera la nube que una hora más tarde pasó por Saliencia.
Fueron dos días intensos, el primero por
los lagos de Saliencia y los Picos Albos, y el segundo por unos valles cercanos
al Puerto de Somiedo, aunque por tierras leonesas. Dos valles distintos y caras
de una misma moneda, la vertiente atlántica asturiana, de los valles de Somiedo
y la vertiente continental leonesa, valles de Babia. Imposible decantarse por
una o por otra, dos mundos montañeses, ganaderos y salvajes a un mismo tiempo.
El país de las brañas, como el título de un magnífico libro sobre esta zona y
que, como yo, tampoco podía decantarse por ninguna de las dos vertientes y dio
el título que mejor definía esta gran y salvaje región.
Empezamos el itinerario por el collado de
la Farrapona, donde al día siguiente se esperaba una buena afluencia de
personal a una carrera de montaña. Hemos vuelto a tener suerte con la “no
coincidencia” y nos adelantas a ratos algunos corredores que van entrenando o estudiando
el recorrido, aunque nosotros apenas les vemos, pues nos cuesta levantar la
cabeza del suelo, como sumisos adoradores de Flora o discutiendo de los
caracteres en que se diferencia una planta de otra también muy parecida.
La montaña está impresionante, nada que
ver con los paisajes amarillentos que hace poco más de un mes teníamos por la
meseta, o con la ola de incendios que hace un par de meses tuvieron por media
Asturias. El tiempo meteorológico nos ha dado un buen respiro, a todos, a la
naturaleza y a los seres como nosotros, que se pasean sobre ella, un regalo
inesperado cuando el año pasado por estas fechas ya estábamos inmersos en una
durísima temporada de incendios y records de temperaturas para un mes de junio.
Ya los tiempos de un comportamiento climático esperable o casi predecible,
pasaron, y hay que dar las gracias a cada inesperado regalo meteorológico que
nos pueda venir, y sobre todo, a sus maravillosos efectos en el mundo que nos
rodea.
Siento el exceso de latinajos de los que
se va a llenar esta entrada tan botánica, tan cantábrica y tan florida. Pero es
que todo lo que hemos visto ha sido espectacular, tanto por su belleza, como
por la rareza o la singularidad del gran elenco de plantas que pudimos
observar. Un montón de ojos expertos sobre el terreno ha sido una fuerza escrutadora
que no dejaba pasar prácticamente nada fuera de nuestro botánico foco de
atención. Incluso las plantas menos llamativas como gramíneas, juncáceas,
cárices u otras, también nos atraían y algunas, tendrán su correspondiente
latinajo. A quien le parezca una entrada demasiado técnica, que se quede con
las imágenes, aunque merecería la pena, dada la belleza de la mayor parte de
estas especies, quedarse con sus nombres para no olvidarlas.
Me encuentro fuera de mi ambiente
cercano, no estoy acostumbrado a ver estas joyas botánicas tan norteñas, a lo
sumo son cosas que tengo vistas por las cimas del Sistema Central o por el
Ibérico, si acaso. Aunque he venido mucho por Asturias, de muchas desconozco
sus nombres o he venido huyendo de los calores mesetarios en otra estación
menos florida que ésta, porque ahora y hasta mediados de julio, se
puede decir que es la primavera de esta zona montana-subalpina.
Las humedades de la cuneta del camino y
los numerosos arroyos que bajan de las cumbres, nos introducen en un mundo casi
acuático, de vegetación tipo turbera o borde de arroyo, con sus sauces de aquí,
Salix cantabrica, sus dorónicos, sus pedicularis (que aquí tienen un buen
número de especies distintas y algo complicadas de determinar, P. pyrenaica, P.
mixta, P. pedicellata, etc.), sus ranúnculos, algunos amarillos (R. gouanii, R.
platanifolius, etc.) otros blancos (R. adonitifolius, etc.), estos últimos casi
confundibles con las pulsátilas. Aún sin flor puedo ver uno de los mayores ajos
peninsulares, el Allium victorialis, de peciolo mayor que el de A. ursinum, que
también vive aquí en esta tierra de osos, como pudimos comprobar a la bajada,
oteando con prismáticos la vertiente del otro lado de la montaña.
También vemos calderones (Trollius
europaeus) y en este mundo tan húmedo y sombreado es el mundo de varias
saxífragas, que en estos montes tienen una increíble cantidad de especies, al
igual que ocurre con el endiablado mundo de las alquémilas, donde, de momento,
prefiero no meterme.
Las lomas tienen un escobonal de la
genista de aquí (Genista obtusirramea), con brezos blancos (Erica arborea) y
rojos (E. australis), estamos en el límite del bosque, no sé si natural o por
acción humana, aquí ya no llegan los hayedos, sino abedules, serbales (casi
todos Sorbus intermedia) y arbustos como el pudio (Rhamnus alpina) y ya otros
de menor tamaño y adaptados a soportar grandes nevadas como Juniperus nana, la
escasa J. sabina, Genista hispanica, Daphne laureola y algún tejo suelto por los
roquedos. Entre estos arbustos aparecen plantas de buen tamaño como las
Digitalis intermedia, las gencianas (Gentiana lutea), lechetreznas (Euphorbia
hyberna), etc.
Empiezan a aparecer un lago detrás de
otro, unos más profundos, otros casi colmatados, estos últimos son los que más
llaman nuestra atención, la flora higrófila que poseen nos sitúa, más que en
las altas montañas europeas, en la taiga. Así lo demuestra un junco, el único
estolonífero, Juncus balticus que coloniza pocos puntos de Europa a parte de
Siberia o el Báltico. Acompañada de otras raras ciperáceas como Blysmus
compressus, Carex lepidocarpa, etc., amén de Pedicularis varios y ranunculaces,
como el flotante Ranunculus peltatus.
A partir de aquí comenzamos a subir a los Picos Albos, aunque la vista al otro lado del cordal es un poco desalentadora por las nubes que contiene que apenas permiten atisbar el lago del Valle. La cuesta se las trae, pero buscándole las vueltas pronto llegamos al Pico Albo occidental, allí me sorprende comprobar que hay un arbusto cimero, un agracejo Berberis vulgaris subsp. cantabrica, a poco más de 2000m.
Bajando en el primer puerto, veo una matilla blanca que para mi bien podría tratarse del Edelweis cantábrico, se trata de la rara Antennaria dioica, una planta adaptadísima a soportar las duras condiciones de estos portillos más alpinos que subalpinos.
Más abajo
atravesando inestables pedreras doy con un par de ejemplares de la bella
Linaria alpina, aquí en la subespecie filicaulis foto movida por mi
inestabilidad y prisas que me resisto o publicar movida, pero es que..
Vemos también un arbolillo que aquí no levanta más de un palmo, adaptación al frío y la nieve, tanto aquí como en la tundra, se trata de sauces enanos, algo que no llega más al sur. Entre lauréolas enanizadas y jarillas, es difícil descubrirle. Vamos volviendo a un mundo más vegetal que pétreo, en los pastizales de cerca de los lagos empezamos a ver en esos prados tan húmedos algunos bellos juncos lanudos y orquídeas, a decenas.
Ya empieza a flojear la luz por culpa de las nubes y de las primeras gotas y truenos que nos ponen las pilas para no rezagarnos. Apenas puedo hacer fotos y estoy viendo joyitas de las que no suelo ver casi nunca, orquídeas como Orchis ustulata, O. incarnata, Gymnademia conopsea, Anacamptis pyramidalis, me pierdo ver por primera vez la rara Ophrys insectifora, pero bueno la lluvia arrecia, aunque nos perdona al cuarto de hora, justo cuando encontramos a otros compañeros disfrutando del chiringuito de la Farrapona.
Al día siguiente subimos al Puerto de
Somiedo, cambio de aires a un mundo todavía más ganadero, llenos de grandes
pastizales de verano, ahora comenzando su primavera en tan altas cotas, muchas
plantas vistosas aún no han florecido, pero otras muchas están en ello. Vamos a
ver la flora de los ambientes de turbera, entre las que se encuentra una planta
endémica solo de estas montañas, una hiel de la tierra, el Centaurium
somedanum, planta que por muy poco pudimos ver, tras buscarla intensamente,
pero había tanto entre lo que elegir que solo podíamos salir contentos de allí.
Casi todas las cabeceras de valle se encuentran en áreas llanas con zonas de descarga de agua, con nacederos y cuando los arroyos adquieren alguna consistencia, en medio de estas largas navas, lo que hacen es culebrear en cientos de pequeños meandros que en montaña se suelen llamar aguas tuertas, de lo retorcido que están los cauces, creando ambientes húmedos con todas las variantes e inclinaciones.
Un verdadero paraíso
para estas plantas tan especiales adaptadas a estos húmedos ambientes. Gentianella
campestris, Phyteuma orbiculare, Euphorbia polygaliphylla, la rarísima
Lycopodiella inundata, un helecho mucho más parecido a un musgo, no tanto el
Equisetum variegatum, las orquídeas, la flor del cuclillo (Lychnis flos-coculi),
en pocillas la carnivora casi transparente Utricularia minor, el Polygonum
viviparum, etc.
En la parte algo más seca de estos
humedales, un matorral bajo y blancuzco formada por la poco común Potentilla
fruticosa empezando a florecer con sus flores amarillas que en una primera idea
me parecían los amarillos Halimium de áreas más sureñas.
Un disfrute cantábrico, gracias a estos
lugares, sus vistosas plantas y la buena compañia de gente venida de los sitios
más dispares para una reunión que espero sea la primera de las muchas que se
deberían organizar para botanicólicos, aunque hay gente que realmente estaba
trabajando o llevándonos a sus lugares de trabajo, fuera de ordenadores, aulas
o laboratorios. A estos altruistas
organizadores solo darles las gracias por estos días inolvidables.