Existe
un evidente desprecio de la comunidad científica en general, por los lugares
cercanos, comunes, casi banales que son, al fin y al cabo, los que nos rodean.
Predomina el mito, la idea clásica y preconcebida de que hay que buscar en la
lejanía, en los paisajes primigenios, en las cordilleras o en otras remotas geografías.
Es
un tópico, pero es la realidad, casi todos tenemos metidos en la cabeza, la idea
generalizada por el marketing comercial de tantas marcas y tendencias y,
principalmente, del ideario cultural anglo-sajón dominante, del bucólico
concepto de la naturaleza como algo permanentemente teñido de un verde
rozagante, por supuesto, con montañas nevadas de fondo y usualmente con un lago
en primer término, para que aquéllas puedan reflejarse, como ese dios sajón
manda.
Linaria caesia en medio de las amapolas de un reseco talud de los Berrocales
Pero
la realidad es terca y es otra; vivimos en un país rico y cambiante, donde los mismos
lugares son distintos en cada momento del año, incluso una misma
primavera puede tener sucesivas etapas florales que no se parecen la una a la
otra. Por otro lado, nos estamos empeñando en encerrar lo aparentemente natural, en
lugares aislados y protegidos; reduciendo arbitrariamente la naturaleza, a esas
escasas excepciones.
Pero es al revés, la naturaleza está incluso en lo más
urbanizado, en los parques, en los solares, en todos esos campos que rodean
nuestras ciudades y más allá. Al confinar lo natural en espacios "protegidos" es como si realmente diésemos por perdidos el resto de los espacios abiertos, como si no hubieran obtenido el "alto rango" de naturales.
Amapolas entre linos, Linum austriacuum subsp. collimnum, de un pastizal de los arrabales del sureste madrileño
La "carrera del caballo", ruta de los yonquis pedestres desde Vallecas a la Cañada Real
Cuando las ciudades crecen desmesuradamente, casi contactando con otras vecinas, la
naturaleza salvaje queda obligada a residir en esos espacios intermedios, a
veces dilatados y corrientemente, menospreciados por la mayoría de los
urbanitas, incluso por los más ecologistas, que presumirán de conocer al
dedillo el Pirineo y de haber estado en Doñana, pero que no sabrían decir
cuáles son las especies más corrientes y los lugares más ricos de su entorno
inmediato en un radio de sólo, ¡de tan sólo!, 10 o 15 kms. a partir de su casa.
La harmaga (Peganum harmala) en el vértice geodésico Cumbres de Vallecas
Yo,
para bien y para mal, tengo la fortuna de vivir en Madrid, y puedo decir que
conozco bien mis lugares cercanos. La geografía me llegó no como algo que se
aprende, sino como algo genético y conocer todo el espacio físico que me rodea,
se me hace una tarea indispensable. Vivo en el sureste de Madrid que, como
muchos otros lugares encierra, en estrecha simbiosis, lo peor y lo mejor de nuestra
rica naturaleza.
Dormidero de garcillas en una laguna del Parque del Sureste
Mis
vecinos, salvo algunos ciclistas, no conocen el entorno de mi ciudad y, tampoco
muestran mucho interés, aunque de algunas excursiones de ARBA, del Chico Mendes, de Itinerarios
Geobotánicos y de Semanas de la Ciencia, he visto como han surgido, y encantados,
gente enamorada del lugar en el que viven, deseosos de conocer nuevos y
cercanos lugares, donde disfrutar, investigar, hacer deporte o pasear, sin tener que alejarse
demasiado de casa.
Un pequeño albardinal justo en el límite municipal sur de Madrid
Pero
si hay maravillas naturales cercanas (Parque del Sureste, Carrascal de Arganda,
juntas de ríos, Marañosa, etc.), los desastres no están lejos: la humeante “región vertedero" de Valdemingómez, la verguenza social de la Cañada Real, el desastre
especulativo de los grandes “ensanches y P.A.U.s” del crecimiento excéntrico capitalino; la proliferación de infraestructuras impactantes y los espacios mineros (yesos, sepiolitas y áridos) con sus instalaciones, abandonadas o no.
El enorme P.A.U. de Los Berrocales, tras una Salvia aethiopis, retomado días antes de las elecciones después de tres años sin movimiento, antes campos de cultivo ricos en especies
Estos espacios
del sur de Madrid eran, hasta hace muy poco, campos de cereales, cuestas y
oteros con pequeños arroyos. Pero ahora tienen sus suelos totalmente removidos, planificados
cartesianamente en avenidas y rotondas, solo señaladas; urbanizados, pero
abandonados. Recomiendo ver todo el borde sureste madrileño Google o en Iberpix, os llevaréis las manos a la cabeza por su desmesura.
Este planeamiento no tolera la insolencia de la topografía; oteros,
altozanos e incluso montes, son desmochados para rellenar zonas bajas o dejar a
las máquinas trabajar sin contratiempos y facilitar la tarea a arquitectos
obtusos, con vértigo crónico por la diferencia de cotas.
Un tractor faenando por unos campos, ¡Aún sin urbanizar! que acumulan una biodiversidad impensable
Los últimos restos del Alto de las Peñuelas -un magnífico enclave botáncio y arqueológicopara el recuerdo- antes de su costosa desaparición
Otros espacios
como los bordes del Ensanche de Vallecas, con aisladas edificaciones de cientos
de vecinos, pero como en tierra de nadie, tienen sus parques y avenidas más
externos abandonados y degradados; mal común del despilfarro inmobiliario,
achacado a la crisis, pero son los “flecos” urbanos que sin crisis estarían
igual, aunque no tan deslabazados como ahora.
Parques abandonados en el entorno del Ensanche de Vallecas, las plantas nativas van retornando a sus terrenos
Todos los
bordes de los caminos, carreterines y pistas por donde puede pasar un vehículo, se han convertido en lineales campos de escombros
caseros, y no tan caseros, por aquí vierten ilegalmente hasta los ayuntamientos.
Hay que agradecer la inestimable ayuda de la ex-lideresa madrileña que dijo que iba a
potenciar la recuperación de residuos en Madrid, y para ello no se le ocurrió,
sino duplicar las tasas de recogida de escombro en los vertederos, consiguiendo
que si antes mucha gente vertía en los caminos, ahora lo hacen prácticamente todos
(comparar cualquier imagen de Google Earth con lo que
veáis ahora).
Estado en el que se encuentra el vértice geodésico Cumbres de Vallecas, ahora por debajo de las escombreras de Valdemingómez
Siempre he pensado que un alcalde debería coger la bicicleta y
darse un paseo por los caminos inmediatos a su ciudad para ver la verdadera
realidad de su “lugar en el mundo”.
También existe un arbolado
e idílico río Manzanares, hasta que lo hueles, o ves la vegetación dominante,
hiper-nitrófila y unas infraestructuras desmedidas y entrecruzadas: M-45, M-50,
AVE, alta tensión, autovías y radiales de pago, incluso hay una abandonada, entre Mejorada y Loeches que no lleva a
ninguna parte y no consigo imaginar su
intención.
Una radial de peaje (he visto los puestos de cobro) que no sé adónde podría llevar
Pero incluso en
medio de este caótico panorama surge la vida, en forma de una nueva
colonización, incluso acabo encontrando algunas plantas poco comunes o muy poco comunes, y una
fauna que va de la común a la insospechada...
Y sin duda, el gran valor que aquí cobran
los últimos enclaves de la vegetación poco alterada, por ser lo último de su
específica raza y por su efecto “semillero” para las inmediatas zonas vecinas. Esa mezcla en un lugar de variada litología, con cuestas a rayas, verdes o rojizas; los blancos yesares o los tostados arenales, bien del Manzanares o intercalados en los llanos, a la que responde, cuando se lo permiten, una vegetación fuera de lo común, máxime al verla tan cerca de la urbe.
sin palabras
Mezcla de Serrátulas, Klasea flavescens y Serratula pinnatifida en una zona sin alterar demasiado
En esta
lacerada región se encuentra la vegetación más “castiza” de Madrid, una que
dará que hablar en este blog más adelante. Hace
años Salvador Rivas-Martínez resumía la ecología de Madrid diciendo
que la sierra llegaba hasta más abajo de la Universitaria, y de ahí para el
sur, ya todo era La Mancha.
Dos plantas muy poco comunes en Madrid, Achillea odorata y Achillea ageratum
No le faltaba ninguna razón, aunque nos hayan
alterado el significado de “manchego” llevándolo políticamente, bastante más al
sur. Pero la vegetación de la que estoy hablando, es precisamente la que nace en ese contacto, en esa región de
mezcla (como todo lo madrileño), entre la Sierra y la Mancha.
Un bello coleóptero sobre una planta que hacía más de un siglo que no se veía por Madrid, el Allium nigrum
La vegetación
está dominada por los grandes espacios de pastizal, un pastizal muy rico y variado, aunque sujeto al golpe de los
esporádicos arados, de unos espacios más especulativos que productivos, el
famoso “barbecho industrial” en espera
de unas recalificaciones que ya se han producido.
Los árboles son escasos y naturalizados, como almendros y pinos carrascos, los neófitos Ulmus pumilla que de olmo tienen poco o el paraíso, Eleagnus angustifolia tampoco
es raro en las zonas bajas. Solo aparece lo verdaderamente autóctono en las zonas bajas (tarajes y olmos) o en los bordes montuosos (coscojas y encinas).
Macizo de Scorzonera angustifolia en un pastizal
Pumilas al fondo, algún almendro y el gran Astragalus alopecuroides en primer término
Apenas hay
arbustos, reducidos a retamas, esparragueras y alguna aliaga, pero sí plantas
vivaces de gran tamaño, bellos cardos como las Klassea flavescens, Phlomis
herba-venti, Astragalus alopecuroides, Plumbago europaea, etc., a parte de las abundantes especies nitrófilas y ruderales en una amplísima gama como no lo hacen en ningún otro lugar madrileño.
El Echinops strigosus, bello cardo de la zona de mezcla entre la Sierra y la Mancha
No faltan
en esta zona las típicas afecciones que ocurren en casi toda España, la
usurpación de caminos, las infraestructuras que cortan sin alternativa los
antiguos caminos o la pérdida del patrimonio de vías pecuarias de todo rango.
Valga de ejemplo la Cañada Real, verdadero pasillo urbano en medio del
campo.
Al fondo derecha, un tramo de la Cañada Real, a izquierda el vertedero madrileño, fuente de los numerosos cánceres de Rivas
En la Cañada Real ya me han preguntado demasiadas veces que si vendo mi bici; creo que si
estuviera menos curtido, directamente me dirían, “trae acá pacá esa bici, pringao”. Hace pocos años no tenía reparo en atravesar sus peores tramos,
pero eso ha ido cambiando a peor.
Parte de la ciudad vertedero de Valdemingómez
El tramo cercano a la carrerera de Valencia, se ha vuelto verdaderamente peligros, con los yonkis en plena faena en las cunetas, tenderetes de cuatro tablas para el negocio, centinelas al tanto de polis y trifulcas y mal rollo generalizado.
Por aquí, Valdemingómez, pasaba un arroyo, arriba cientos de cigüeñas esperan al camión de la basura
Rodeando
precisamente estos andurriales, existen áreas naturales verdaderamente
interesantes, pero el ambiente de escombrera es omnipresente, ya sea por la
presencia de las montañas artificiales de escombros de Valdemingómez o por la
presencia de residuos en todos los bordes de caminos.
En el verano o sea, de
mayo a octubre, prácticamente aquí se instala una nube de humo permanente, a
los numerosos incendios de pastos y rastrojos, se le une el pestilente humo de
la quema de plástico para sacar el cobre de cableados robados en todo Madrid o
el humo cancerígeno de los residuos de Valdemingómez.
Andryala ragusina, un indicador de suelos arenosos en medio de estos llanos
Pero hay más que suficientes rincones, especies o cosas por descubrir en estos despreciados rincones madrileños, cada día que me doy un paseo por estas zonas encuentro algo nuevo e interesante, neófitos insospechados, plantas en peligro, localizaciones de especies perdidas en los archivos de los primeros botánicos de la escuela del famoso Cerro Negro madrileño.
Población desaparecida de Lepidium cardamines en el término municipal madrileño
Lo triste es que de a poquitos, de a pequeños mordiscos, la nada va comiéndose rincones y espacios muy valiosos, el rincón de los Lepidium cardamines ahora es un terraplén, pero aún así sigo encontrando joyas tan o más llamativas. Hay que poner en valor lo que tenemos, defenderlo y salvarlo de la especulación, para disfrute de todos, para poder respirar mejor en una ciudad cada vez menos humana.
Incluso en la escombrera más cutre, puede aparecer la belleza, en este caso de una mata de acanto