Esta entrada pretende indagar en la
vegetación del Campo de Montiel, entrada parecida a otra que realicé hace ya
algunos años, pero esta vez se trata de dilucidar o de describir un tipo de
vegetación muy especial que solo aparece en los pocos lugares en que los suelos
están dominados por las arcillas, unas arcillas expandibles en húmedo, pero que
se contraen fuertemente en seco, sometiendo a las plantas que viven en su seno,
a unos procesos físicos difíciles de tolerar, a no ser que sea una vegetación
verdaderamente adaptada a estos vaivenes volumétricos que producen las
arcillas. Aclarar que no se trata de un sustrato poco común, sino que es un
sustrato que en el 99% de los casos, se encuentra cultivado debido a su
fertilidad y por localizarse en las áreas bajas y llanas del relieve.
A grandes rasgos el relieve del Campo de
Montiel viene condicionado por su litología, definida por la estructuración
geológica en capas horizontales de diferentes materiales secundarios, tendidos
sucesivamente sobre antiguos materiales paleozoicos que asoman puntualmente
entre éstos o ya en todo el borde sur y suroeste del Campo de Montiel, ya en
los dominios de Sierra Morena. Aquí son dominantes los estratos blandos de
arcillas e incluso algo de yesos del Keuper que por encima tienen materiales
calizos mesozoicos correspondientes a una introgresión marina del antiguo mar
de Tethys desde el este peninsular. Esos niveles de calizas forman la cobertera
superior y dan los niveles de las parameras más altas, entre los 900 y los
1100m, aunque esas alturas se alcanzan más en Albacete que en Ciudad Real, no
entendiendo este Campo de Montiel de fronteras políticas ni administrativas, a
Dios gracias.
La explicación más simple del relieve
dominante en el Campo de Montiel, aunque sean mayoritarios las grandes áreas en
materiales rocosos tipo paramera o los amplios cultivos en materiales
arcillosos, es el de mesas y altas llanuras sobre materiales duros que
descienden en cuestas rojizas con grandes bloques desparramados por esas
laderas, hacia las áreas bajas y arcillosas, salpicadas espacialmente por
algunas piramidales elevaciones de cerros cuarcíticos, localmente denominados “pizorros”,
que dan a estos paisajes montieleños una personalidad única y características.
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Comienzo el camino observando en sus
bordes más cercanos una buena cantidad de grandes y amarillos Tragopogon dubium
y otras plantas de los sembrados no menos llamativas, como los recién floridos
Ornithogalum narbonense o la colleja de las arcillas Silene muscipula; en las
cunetas y áreas encharcables temporalmente, está lleno del blanquecino
Hypericum tomentosum, mucho Erodium ciconium y el llamativo y blanco Iberis
pectinata. Empiezo a ver, claramente, que como en toda buena zona argílica,
abunda la cañaheja Thapsia dissecta, especie no reconocida por Flora Ibérica
que la lleva a Thapsia villosa, pero para mí, una especie válida se mire por
donde se mire. También aparece, pero poco corriente, Anchusa undulata. Ahora el
tomillo Thymus zygis está en plena floración y es relativamente común la
pequeña alcachofera Cynara humilis.
Subo el monte hacia uno de los pizorros
que me rodean, por las primeras heridas rojas de arcillas con poca vegetación
al pie de la ladera y me doy de bruces con la primera Onosma tricerosperma,
planta típica de estas rojas arcillas, planta rojiza con flores amarillas, pues
se trata de la subespecie granatensis, con largos pelos blancos que parecen de
cristal, una maravilla en plena floración, planta que volveré a ver en esta
ruta un par de veces más.
En lo alto del piramidal pizorro estoy
metido de lleno en las cuarcitas, aparentemente blanco-verdosas, por su
abundancia en líquenes de esa tonalidad, pero al ver estas cuarcitas rotas, veo
que son de un color rojo vinoso. Aquí la vegetación es acidófila, aunque
influenciada por las arcillas, cuya basicidad, es decir, sus carbonatos, pueden
subir por capilaridad a niveles del terreno superiores. A pesar de esto, aquí
aparecen especies que ya no volveré a ver fuera de este terreno, como el berceo
Celtica gigantea, los gordolobos Verbascum rotundifolium o las clavelinas de
roca Dianthus lusitanus, entre otras pocas más como la esparceta Onobrychis
humilis, cuyo muy abundante congénere, ya en el tomillar de las arcillas, va a
ser O. matritensis.
Veo las primeras orquídeas, Ophrys
lutea, una Orchis papilionacea y la vegetación es de masas de Avena sterilis y
los pradillos amarillentos de Stipa capense. Vuelvo a las zonas de arcillas
rojas, primero lomos de arcillas muy erosionadas por la cuesta, para luego,
aparecer en un extenso llano, grandes áreas arcillosas con poca cobertura,
bastantes piedras en tramos de las arcillas y entreverándolas, áreas con
retamar y buen herbazal, con canales intermedios de carácter torrencial, sin
ninguna vegetación o sumamente escasa, también empiezo a ver buena cantidad de
cardo yesquero Echinops strigosus.
Se ven bastantes alcachoferas, unas plantas muy propias de las arcillas expansivas, y aunque la mayoría de Cynara humilis, también se ven otras de hojas mayores, más verdes y aún sin alzar el escapo floral, es la poco común en Castilla la Mancha, pero no tanto en el Campo de Montiel Cynara baetica. En las manchas rojas de arcilla sin apenas cobertura creo que Diplotaxis muralis; también en áreas removidas Scrophularia canina, etc., y, muy llamativas.
Una planta que disfruto por primera vez, son
las grandes flores amarillas de la Reichardia tingitana, una planta más
africana que ibérica o más bien, de la Iberia más africana. Un lujo visual en
todo su apogeo, como me ha pasado con las Onosma tricerosperma, de la que
vuelvo a poder disfrutar con más ejemplares aquí y allá.
A pesar de lo avanzado de la estación,
todo está bastante retrasado, aunque sé que, por esta manchega zona oriental,
no ha llovido tanto como hacia occidente, pero el tiempo se ha mantenido
fresco, por no decir frío. Lo que en otras zonas he visto hace una semana
florido, por aquí aún no ha empezado a florecer, y se echa de menos, porque hay
muchas plantas a punto de explotar, como la Cleonia lusitanica, etc. Pero, aun
así, la abundancia de margaritas amarillas (Asteriscus, Crepis, Taraxacum,
Thrincia, Pallenis, Reichardia, etc.) y de otras flores es brutal, no puedo poner ningún pero.
Los claros arcillosos sin apenas
vegetación, llaman poderosamente la atención con su colorido rojizo oscuro,
están bordeados de matas redondeadas de tomillos Thymus zygis y de jarillas de
Helianthemum asperum, con algunos pies de Centaurea solstitialis, de carlinas o
de cardo corredor. También plantas de menor tamaño como geranios Erodium
cicutarium, sanguisorbas, o anzuelos, Astragalus hamosus y escasas coronillas
Hippocrepis commutata, escrofularias o serrátulas Klasea pinnatifida.
Me voy acercando a las pendientes, al
siguiente escalón geológico hacia los materiales duros superiores que son los
que conforman los altos relieves de esta región. Subo hacia estratos calizos
que van por encima de estos otros materiales más blandos del Keuper, o sea
estas arcillas de colores rojizos, a veces con tonalidades
gris-verdosas. Aquí la vegetación empieza a cambiar, la vegetación basófila, la
de los terrenos calizos, empieza a entrometerse en la fiesta botánica de las
arcillas. La pequeña Minuartia hamata entra en escena en las arcillas de entre
las rocas, mantas blancas de la florida zamarrilla Teucrium pseudochamaepytis
bordean lomos rojos de arcillas, también las algodonosas Bombycilaena discolor,
etc.
Voy ganando altura y me meto por un
vallejo donde sorprendo una solitaria sabina, rodeada a sus pies por cientos de
orquídeas abejeras amarillas Ophrys lutea, especie que, a partir de ahora, veré
en masas pocas veces vistas, este año ha sido especialmente prolífico, como
para recordarlo en el futuro. No solo ésta, veo varias abejeras cabeza de
perdiz Ophrys scolopax y para rematar la faena, un grupo de la orquídea
gigante, Himantoglossum hircinum. Debo caminar con cuidado para no pisar
ninguna de todas estas valiosas especies, y andando con cuidado, descubro un
rodalillo de una joyita de la vegetación de las arcillas, el Geropogon
hybridum.
Termino de subir a este escalón
geológico que culmina en los estratos calizos, aquí hay un pequeño cambio en la
vegetación, se hace más homogénea, como el encinar típico de esta región. Ahora
ya, el tomillo salsero Thymus zygis da paso al tomillo común Thymus vulgaris
que crece en masa. Estas tierras ya son mejores para los cultivos, empieza un
paisaje en mosaico de monte, olivar y almendral abandonado, aunque por retazos,
siguen apareciendo litologías arcillosas. En algunos taludes o terrenos
removidos por el arado, entra en masa la roja floración de Moricandia
moricandioides junto con alguna otra especie propia de taludes arcillosos como
la amapola bicolor (naranja y roja) Glaucium corniculatum. También veo una
llamativa planta de esta región como es la blanca manzanilla Santolina
pectinata que viene desde las sierras subbéticas.
Nuevamente bajo a las áreas más
arcillosas, en estas laderas de umbría la cobertura vegetal se multiplica y más este
húmedo año, hay más encinas, majuelos y rosales. Laderas
tapizadas de hierba y de flores, con la Onobrychis matritensis en masa, con
rodales cuajados, como dije, de orquídeas abejeras. El más llamativo símbolo de
la vegetación argílica de este Campo de Montiel, con Echium boissieri en las
zonas bajas y húmedas, aunque este año apenas veo ningún ejemplar, todo lo que
veo son restos del año pasado, parece que todo va muy retrasado o que este año
no salen, el frío primaveral parece que interfiere el buen rumbo del
crecimiento de estas llamativas plantas.
La vegetación de las arcillas ibéricas
cuenta en este Campo de Montiel con una de sus mejores localizaciones, una
vegetación poco o nada señalada por los botánicos que hasta hace poco no
entendían esta clara correlación entre este tipo de suelos y su colonización
vegetal. Hasta aquí he señalado varias especies destacables de este tipo de
vegetación, pero algunas especies son verdaderos emblemas del Campo de Montiel,
ahora bajando, en las áreas bajas y casi húmedas, encontraré la poco común
viborera de las arcillas rojas, el alto y delgado Echium boissieri, antes
llamado por su belleza Echium pomponium por lo rimbombante de su alta (hasta
2,5m.) vara florida, vegetación a la que podríamos añadir las poco comunes
Cynara baetica, el cardillo azul Carduncellus cuatrecasasii o a la Onosma
tricerosperma subsp. granatense.
Afortunadamente la vegetación argílica
aparece en otras regiones cercanas, como en Alhambra, en la zona de los
Gredales, donde a la influencia argílica se une la de esos mismos estratos del
Keuper aunque ahora cargados de sales que dejan suelos con albardinales y
eflorescencias salinas. También hay pequeños restos de vegetación de las
arcillas en Santa Cruz de Mudela y ya, con más amplitud, en las áreas volcánicas del Campo de Calatrava.
Todo un mundo por descubrir.