Bosques de hayas y fresnos, y bosquetes de espinos, tejos y acebos en la cara este de Peñamayor
Visita por tierras asturianas de cacería de colores otoñales y a saludar a algunos amigos. Uno de ellos, el más “joven” va camino de los 94, es Amable Vallina González, el pastor de tejos de Peñamayor y de todos los que tiene plantados por aquellos pueblos y aldeas, del que ya hablé en otra entrada del blog. A pesar de que ya va notando su edad, sigue dándose sus paseos a vigilar los tejos de las peñas e incluso sigue planeando nuevas plantaciones, como me contó, quiere sacar uno de los mayores de su vivero para plantarlo, creo que en la ermita de San Antonio de Piloñeta, pueblo al que tiene un especial cariño.
Exceptuando algunos acebos, casi todos los árboles oscuros son tejos
Últimamente cuando da paseos
demasiado largos, tiene por la noche calambres que le hacen saltar de la cama,
así que nos dimos un paseo corto, fuimos por Fayacaba, no muy lejos de la
fuente del Jueyo, donde como él dice, “el que pasa y no bebe, tiene más fame
que sede”, luego pasamos el collado de Peñamayor para dar a Les Praeres y de
allí al collado de Cobayu. Desde allí fuimos por unas buenas campas al pie del
Texeu que hace honor a su nombre, pues las pequeñas manchas boscosas, allí
donde lo permite el lapiaz de blanca roca caliza, están llenas de tejos
mezclados con acebos, espinos y algunas hayas, pero éstas solo donde la profundidad del
suelo lo permite.
Al borde de los "joyus" kársticos los tejos no tienen competencia
Seguimos hacia la mayada de Anes hasta
llegar a la roca emblemática que corona los pastos, el Pegoyón de Anes. De
camino, los pastos al pie del lapiaz están llenos de grandes "joyus", simas a
través de las que escapan las aguas de escorrentía; también en medio del pasto
aparecen grandes “desconchones” de céspedes almohadillados debidos a las aguas
rezumantes que se congelan en invierno y solifluyen por la ladera, como si de un campo levantado por
jabalíes se tratase. Al borde de esos joyus, en los
sitios más inaccesibles, es donde aparecen algunos de los mayores tejos, aunque
afortunadamente hay muchos viejos tejos viviendo por estas laderas del Texeu.
Céspedes reptantes por la solifluxión en rezumaderos de la mayada Cobayu
Amable echa mano de su buena
memoria y enumera, casi saboreándolo, supongo que aderezados con sus recuerdos,
los nombres de los picos, pueblos, majadas, cabañas, fuentes que se ven desde
estas alturas: mayada la Breza, Llagos, Xamoca, Tozo, La Marea, Pileñes,
Espinaredo, etc.
Amable tardó un rato en relatarnos los nombres de picos, pueblos y "mayás" de este paisaje
De camino vamos viendo en los prados
los escasos árboles que aquí están muy expuestos al ramoneo o al trato con el
ganado y la caza. Amable me explica que
las vacas buscan la sombra y sestean al pie del árbol, apisonando y excavando
el pie del árbol, que los venados afilan y pulen su cornamenta contra el tronco
y que el árbol resiste todo lo que puede luchando por no morir.
Amable contemplando la resistencia de este acebo al acoso de los herbívoros
Vemos varios árboles en el límite de su
resistencia, acebos casi pelados, tejos heridos por el rayo, incluso vemos un
gran espino caído pero que ha enraizado alguna rama y que crece de nuevo a
pesar de tener casi todas sus raíces al aire. Amable lo examina y entiende su
lucha por sobrevivir como si fuese un amigo que también ha tenido que pasar por
ese tipo de trances.
Espino enraizando de nuevo tras ser tumbado por el viento
Amable no deja de agradecer
las visitas y los buenos recuerdos que tiene, de su amigo Ignacio Abella, de
Mercedes, de los trabajadores y especialistas en poda y arboricultura (TREPA)
que le homenajearon hace un par de años con una placa que, con muy buen criterio rezaba: “Para nuestro
amigo Amable Vallina González, plantador de árboles y cultivador de amistades”.
Su única "debilidad": los grandes tejos
Escuchándole enseguida se comprende que
ha tenido una vida llena de vivencias, entró en la mina por debajo de la edad
legal permitida, jugándose su trabajo, el de su padre y el del capataz que se
lo permitían, y salió de ella con un premio por la cantidad de años trabajados
y otro premio indeseado, una silicosis de la que gracias a su vida sana, rioja
incluído, y a sus caminatas, ha ido superando.
El Pegoyón de Anes, detrás Carlos y Amable
Amable tiene una mirada
relajada, intensa y comprensiva que hace honor a su nombre, una mente
prodigiosa que mima sus recuerdos, relata artículos y lecciones del código
militar de sus años de guerra civil, sabe los nombres de casi todos los que le
trataron, el lugar donde se encuentra cada tejo, los nombres de los accidentes
geográficos, de las majadas y de sus dueños. Sólo lamenta el día en que no le
permitieron seguir conduciendo y cazando. Se ve que su vida está, como él dice
del ensamblaje de las cosas de la naturaleza, “muy bien armada”.
El macizo del Corníon desde Peñamayor
Este puente de los Santos ha
estado bien regado y no he podido andar todo lo que yo hubiera querido, además
no parece buen año para “cacerías de colores otoñales”, este año no ha habido
frío y el verano fue muy seco. Los árboles están todavía muy verdes y muchos
tiran la hoja o la envejecen sin pasar por la paleta de colores otoñales.
Bosques por debajo de Melendreros, frente a Castañera en Bimenes
Vamos a una de las partes
altas de Redes y allí, en las umbrías parece que tienen más color las hayas,
los abedules tienen pocas hojas y los cerezos tampoco, y sin “encender”; quizás
sean los robles albares los que más color dan al bosque, además son los más
abundantes en ese tumulto de laderas entre los que pasean los retales de nubes
de un día bellísimo de comunión de aguas y tierras.
Bosques de redes acariciados por las nubes
Los chaparrones son continuos
e intensos, desde la antojana de la casa de Mariano el paisaje no tiene
desperdicio, incluso mientras comemos una paella de setas recién cogidas, rabio
de no poder hacer fotos de las imágenes que estoy viendo desde la improvisada mesa.
Las nubes avanzan o retroceden, lo
tapan todo o llenan de flecos nubosos rincones del monte, en un continuo cambio
de paisajes, dando relieve a montes que antes parecía que no eran tales,
resaltando o disipando las formas, en un silencioso y rítmico baile
entre las nubes y el bosque.
Solo por este rato, viendo las
nubes acariciar los montes, ya ha merecido la pena la paliza de viajes. La
montaña no defrauda y si encima disfrutas de la compañía de amigos como Rosa,
Mariano, Carlos, Goyo, Marisa, Joel o Paula, y junto a Irene y las chicas, sigue mereciendo la pena el
esfuerzo.
Qué fotos tan bonitas y qué rincones tan bellos compartes con nosotros. Salud y campo ❀ Silvia.
ResponderEliminarSoy nieto de un hermano de Amable, me has alegrado el día, vivo fuera de Asturias y gracias a tu blog puedo ver paisajes de mi tierra.. y a 'Mable ;)
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