La región de la que hablo abarca
los yesos de la amplia región qu van desde el centro sur de Madrid
(Rivas-Getafe) hasta el centro norte de Toledo (La Guardia) y desde Aranjuez
por el oeste hasta el oeste de Guadalajara (Almoguera-Illana) y Cuenca
(Huete-Belinchón). La historia geológica de la formación de los yesos de la
llamada Cuenca de Madrid, comienza con la formación de una cuenca
hidrológicamente cerrada al levantarse a finales del Oligoceno, hace unos 33
Ma., el Sistema Central, el Sistema Ibérico y los Montes de Toledo, debido al
empuje de la placa africana hacia el norte. Al fondo de esa cuenca endorreica
así formada es a donde van a parar todas las aguas de los sistemas montañosos
que la circundan para formar lagos más o menos duraderos y más o menos
profundos, de superficie variable en función las fases climáticas y de las
evaporaciones veraniegas; esas aguas llegan cargadas de elementos bien en
suspensión o disueltos que finalmente se depositaron en el fondo de esas
cubetas, son las llamados materiales evaporíticos, fundamentalmente sales y
yesos; de haber aguas más profundas y más biomasa, se pueden formar en esos
lagos calizas o dolomías.
Posteriormente en el plioceno,
hace unos 5 Ma., la península basculó hacia occidente, encontrando las aguas
una salida natural hacia el oeste, comenzando entonces, los procesos de erosión
y y transporte, o sea, el vaciado de los materiales, dejando al descubierto,
salvo escasos cerros testigos, los materiales infrayacentes, básicamente los
yesos y las sales del fondo de la cuenca, que por hidratación también se iban
convirtiendo en yesos. El paisaje viene definido por la estructura geológica,
es decir de capas: arriba en menos lugares, las calizas llamadas del páramo,
luego la unidad intermedia del mioceno, formada por arcillas, dolomías, silex y
margas, y abajo, la unidad inferior, básicamente de yesos y sales; por otro
lado el paisaje viene determinado por la litología, mostrando una erosión
diferencial, donde los materiales más duros (calizas, dolomías, sílex) crean
relieves de resistencia, los pocos cerros o mesetas que han quedado en alto, y
por debajo, los materiales deleznables, tienden sus laderas hacia el fondo de
los valles, donde se emplazan los materiales más modernos fruto de la acción
fluvial.
También estas áreas se han visto
sometidas a la acción tectónica, siendo común la aparición de fallas que han
dejado en bastantes laderas de valles fluviales, una serie de rectilíneos
cortados muy verticalizados, donde es fácil observar las llamadas fallas
panameñas, ahí no se tiende a regularizar la ladera en forma de una pendiente
paulatinamente más suave, sino que los materiales, se van desgajando en
vertical, como las hojas o capítulos de un libro puesto de canto, que al caer,
dejan el cortado tan vertical como estaba antes, pero un poco más retranqueado.
También existen procesos torrenciales, con la formación de cárcavas y abanicos
torrenciales y erosión por “piping” o conductos internos a modo de los
recorridos cársticos del agua en el interior de las calizas.
Los suelos en el aljezar, los gipsisoles,
son tremendamente refractarios a su colonización, pues son muy poco fértiles,
el agua se percola enseguida a su interior, existen bastantes sales en el
suelo, la toxicidad de los iones de sodio y los sulfatos, la extraordinaria
retención de la escasa agua que hay en el interior de estos suelos, generando
todo esto una fuerte aridez sobrevenida, a parte de la aridez propia de los
puntos más interiores de una cuenca, con su insolación extrema, a lo que hay
que añadir el abundante polvo de yeso que se acumula en los órganos de las
plantas, y un factor extra como pueda ser la competencia por el suelo de los líquenes,
que aquí encuentran poca competencia, con las plantas superiores.
Para solventar todas o gran
parte de estas dificultades, las plantas han desarrollado toda una batería de
medidas para poder vivir en estos terrenos, con lo que hubieron de
especializarse y cambiar para poder adaptarse y competir. Entre los cambios
fisiológicos y metabólicos que tuvieron que adoptar, están medidas como: adquirir
tonalidades blanquecinas (Artemisia
herba-alba, Atriplex halimus, Jurinea pinnata, etc.) o recubrimiento de
vellosidades (Helianthemum syriacum, ),
cubrirse de escamas protectoras (Helianthemum
squamatum), cubiertas céreas (Limonium
spp.), minimizar el número o el tamaño de las hojas o convertirlas en
espinas (Lepidium subulatum, Frankenia
thymifolia, etc.) o deshacerse de ellas (Ephedra spp., Launaea spp., etc.),
raíces profundas (casi todas las vivaces), almacenamiento de agua en los
órganos aéreos para poder competir obteniendo osmóticamente agua de unos suelos
algo salados (Vella pseudocytisus,
Senecio auricula, Sonchus crassifolius, Sedum
spp., plantas halófilas crasicaules), incluir en su savia aceites
esenciales que aminoran su evaporación (Thymus
lacaita, Ziziphora hispanica, etc.), reducción del número de estomas o su
protección (biotipos graminoides con hojas algo revolutas), terofitismo para
evitar vivir en la estación desfavorable, glándulas secretoras de sal (Frankenia pulverulenta), un metabolismo CAM
relativamente nocturno, etc.
La vegetación del aljezar o el
yesar, que es su traducción directa del árabe, está constituida por una
especializada gama florística, variada y
difícil por no decir, imposible de encontrar en otros medios, lo que convierte
este tipo de vegetación en una vegetación poco común, limitada a las áreas
yesosas que al estar dispersas por nuestra geografía, tanto nacional como
mundial, en numeroso enclaves aislados unos de otros en las áreas del interior
de las cuencas fluviales, activas o pasadas, hace que estén incomunicadas unas
de otras, lo que hace más sensible a esta vegetación frente a los peligros ecológicos
actuales y también, por otra parte, hace que esa vegetación tan adaptable, a su
vez se adapte a las particularidades locales de cada región. Como reza el
subtítulo del mejor libro sobre yesos que tenemos, el de la Diversidad vegetal
de las yeseras ibéricas”, es “El reto de los archipiélagos edáficos en la
biología para la conservación”. Ese “archipiélago”, se podría aplicar a las
diferencias florísticas en nuestro país, que las hay y muchas, entre los yesos
de la depresión del Ebro, los del Tajo que nos ocupa, los de las Hoyas
granadinas, los del sureste ibérico, etc.
La vegetación potencial es la
misma que la vegetación de las calizas manchegas, un encinar, entonces en un
ambiente forestal, la influencia del sustrato se minimiza debido a la cobertura
arbórea, la alta presencia de materia orgánica en el suelo, el atemperamiento
de los factores ambientales, etc. Pero es a partir de la degradación del
encinar donde empieza a diferenciarse cada vez de manera más clara la
vegetación gipsícola, ya la primera etapa sucesional, el coscojar, ya cambia
notablemente, siendo el nivel arbustivo y subarbustivo, muy diferente al típico
del encinar, aquí existe una menor riqueza arbustiva y además entran elementos
especializados como puedan ser las efedras, y a partir de ahí, ya cambia
totalmente, entrando formaciones subarbustivas como puedan ser los pítanos
(Vella pseudocytisus) y una serie de formaciones vegetales que incluso están
perdiendo hasta sus nombres tradicionales.
Es el caso de Vegetación del aljezar: del atochar (Stipa tenacissima hoy Machrochloa
tenacissima), en las térmicas áreas bajas el orzagal (Atripex halimus),
en lo muy pastoreado o alterado, el calaminar (Salsola vermiculata)
llamado en Madrid Tarrico, el
jabunal (Gypsophila struthium),
el ontinar (Artemisia herba-alba), el almorchinal (Schoenus
nigricans), el albardinal (Lygeum spartum), el harmagal (Peganum
harmala), los fenalares donde hay humedad edáfica (Brachypodium
phoenicoides), el lastonar (Stipa parviflora, S. offneri, S. lagascae, S.
pennata, Elymus spp.), el juncal salobre (Juncus subulatus, J.
gerardi, J. maritimus, J. acutus, etc.), el almajal (Suaeda vera)
o el sapinar (Arthrocnemum macrostachyum), aunque estas tres últimas
formaciones y especies, en suelos de más impronta salina que yesífera.
Respecto a esos apenas perceptibles límites, pues todos los suelos yesíferos tienen un cierto porcentaje de sales (halita, anhidrita, thenardita, mirabilita, etc.), que reflejan sus cambios claros en la vegetación que los coloniza, fue Emilio Huguet del Villar el primero en establecer ciertos límites en ellos, diferenciando consecuentemente la vegetación entre los umbrales para los cloruros de: 0,03 % de cloruros (medidas en NaCI) como límite inferior del calificativo de sub-salino para los suelos; y 0,3 % como límite inferior del salino a salado. Con lo que existe una vegetación estrictamente gipsícola sobre suelos con cloruros de menos de un 0,03 %, a partir de este umbral aparece una vegetación yesífero-salobre, hasta el umbral del 0,3 %, a partir del cual ya la vegetación es, en propiedad, halófila.
Sobre los yesos viven diferentes comunidades
vegetales, desde una potencial y lejana vegetación forestal, la del encinar
manchego, pasando por el coscojar con efedras, el tomillar gipsícola con
jabunas, lepidios y centáureas, el espartal, los ontinares, las comunidades de
terófitos, hasta llegar a un mínimo de vegetación vivaz con la zamarrilla de
los yesos (Teucrium pumilum,
acompañado de Herniaria fruticosa) en
un suelo prácticamente desnudo. Pero esa “aparente” blanca desnudez, no es tal,
no es suelo rocoso de yesos cristalinos o sacaroideos, aunque asome un pequeño
porcentaje, realmente ese suelo pétreo es una mezcla heterogénea de líquenes
crustáceos terrígenos que ven en este medio, poco vegetado, una oportunidad
para prosperar con verdadero éxito.
Se trata de la colonización biótica a uno de los
medios ecológicos inhóspitos y áridos, teniendo los seres vivos que desarrollar
los mecanismos más complejos, especializados y adaptados a la adversidad de la
naturaleza española. Se trata de la costra liquénica de los yesos, una
comunidad compuesta mayoritariamente por líquenes, con algunos musgos y algunas
especies vasculares superiores, principalmente anuales y algunas escasas
plantas vivaces (Herniaria fruticosa,
Teucrium pumilum, el tomillo de Aranjuez, Thymus lacaita, Launaea fragilis y poco más).
La procedencia de gran parte de esta vegetación es
la de regiones de climas más duros, xéricos y continentales del interior de
Asia occidental, la región Irano-Turaniana, aquí potenciado por las duras
condiciones edáficas de yesos y sales. En tiempos Messinenses con un
Mediterráneo reducido a su mínima expresión o a través del norte de África por
el sur o, en menor medida por la norteña ruta sarmática, esta vegetación llegó
a la península y se fue adaptando y separándose genéticamente de esa flora
asiática continental. No sólo plantas como la ontina Artemisia herba-alba, el esparto Macrochloa tenacissima, las efedras, las jabunas Gypsophila spp., el sisallo o calamino
Salsola vermiculata, el albardín Lygeum spartum, Stipa pennata, etc., sino
también una pléyada de líquenes como Fulgensia
desertorum, Diploschistes steppicus,
Psora saviczii, Buellia zoharyi, etc.
La costra liquénica ocupa los claros de tomillares
y espartales, a parte de las laderas más inclinadas y las áreas más expuestas
al viento y la insolación. En temporadas húmedas parece que la destrozas porque
te vas hundiendo un poco en ella y es muy fácilmente erosionable, es su momento
más delicado y una sola moto trotando por estas laderas, puede hacer un daño
irreparable durante años. Cuando está seca, resuena como hueca al golperla, tal
es la unión de los líquenes con la capa superior del suelo que viene a ser como
una manta cerrada sobre el terreno.
Referencias bibliográficas
de interés: Maurice Willkomm “Los ambientes costeros y las estepas
continentales de la Península Ibérica y su vegetación. 1852”; Eduardo Reyes
Prosper “Las estepas de España y su
Vegetación”. 1915; Jesús Izco Toledano “Madrid Verde. 1984”; Juan Mota et. al.
“Diversidad Vegetal de las Yeseras Ibéricas”. 2011, y Javier Grijalvo Cervantes“
Vegetación de Madrid”. 2023.






