Esta entrada es una llamada de atención sobre la muy escasa atención que se le presta a la conservación de la naturaleza salvaje de nuestro país, a pesar de que todos, instituciones, empresas y demás, pretendemos ser más verdes que ranitas de San Antonio. Se trata de la constatación de una muerte anunciada ya hace años, la de un valioso enclave botánico formado por un rarísimo avellanar en una situación casi impensable, a poco más de 500m de altura y en la vecindad del río Guadiana, en uno de los parajes mejor conservados de la naturaleza salvaje ibérica, los meandros del Guadiana medio en sus tramos finales en la provincia de Ciudad Real. Los párrafos que siguen fueron escritos ya en el lejano 2006, para varios artículos periodísticos que se publicaron en la prensa ciudarrrealeña; clamé al cielo y no me oyó.
"Junto con Sierra Morena al sur y los Montes de Toledo al norte, la occidental comarca ciudadrealeña de Los Montes es el puente que pone en perfecta comunicación ecológica ambas alineaciones montañosas y por ende el valle del Tajo con el del Guadalquivir. Pero su papel no queda en esa mera labor de pasillo ecológico, en esta comarca el río Guadiana se muestra más salvaje y puro que cualquier otro río del interior peninsular y la región cuenta con la existencia de paisajes sobresalientes en un grado de conservación casi primigenio. (ya llevo muchos años postulando el necesario Parque Nacional del Guadiana)".
"En esta región, el duro y seco clima manchego se encuentra muy atenuado por la influencia atlántica que suaviza las temperaturas invernales y aumenta las precipitaciones; por aquí desaguan hacia el oeste la mayor parte de las escasas aguas superficiales de gran parte de la provincia, por ello, abundan en esta región interesantes comunidades vegetales relacionadas con el discurrir o el aflorar de las aguas. Estos bosques amantes de la humedad están representados mayormente por saucedas y fresnedas, tras la debacle de los olmos, y es en este tipo de ambientes donde localmente aparecen muchas de las joyas botánicas de la provincia y de toda Castilla la Mancha: quejigares, robledales, abedulares, peculiarísimas turberas, una aliseda y un sorprendente avellanar".
"Este avellanar, el único en todo Ciudad Real y el único de Castilla la Mancha que no está en un alto e intrincado sistema montañoso, está mantenido por una serie de nacederos en una empinada ladera de umbría, apenas ocupa menos de 2000m2 y está sometido a la abrumadora presión de una sobreabundante fauna cinegética. La querencia de la fauna herbívora (venados, corzos y jabalíes) por este enclave húmedo es muy acusada, provocando un exceso de ramoneo y una alta erosión de los suelos. Esta presión es mayor aún los años de sequía, aunque un año de lluvias también puede ser devastador, dada la inclinación y fragilidad que muestra este terreno al humedecerse. No existe regeneración vegetal y muchas especies, casi todas poco comunes en Castilla la Mancha, sólo subsisten gracias a encontrarse en posiciones francamente difíciles para ser devoradas o pisoteadas".
"Desde aquí apelo a la sensibilidad de la propiedad de la finca o a las diferentes administraciones para que se proteja este singular espacio dada su fragilidad y excepcionalidad. Dudo mucho que de seguir así la presión de la fauna cinegética y los malos años hidrológicos, este espacio, con su singular vegetación, pueda sobrevivir más allá de cinco o siete años. Un simple vallado de unos de 200m de perímetro, sin necesidad de cerrar el abrevadero inferior, bastaría para proteger algo que no tiene precio y que se encuentra al borde de la extinción".
Estos párrafos anteriores eran parte de varios artículos en la prensa de la provincia de Ciudad Real que pretendían llamar la atención a las autoridades medioambientales de Castilla la Mancha sobre la situación preocupante respecto a la probable desaparición.
El avellano (Corylus avellana) es una especie eurasiática, estando sus mayores efectivos y localizaciones en el continente europeo, aunque dado su amplio aprovechamiento humano, su hábitat se ha expandido ampliamente desbordando sus naturales localidades hacia lugares con similares condiciones edafo-climáticas. Al menos en los montes del sureste ibérico, también existe Corylus hispanica, avellano que parece devenir probablemente de cultivos antiguos de Corylus maxima y de sus cruces con el silvestre que consiguieron un varietal más vigoroso y de frutos algo mayores, siendo características sus grandes brácteas fructíferas que superan ampliamente al fruto.
En la Península Ibérica el avellano y los avellanares o avellanedas, aparecen en casi todo el tercio norte ibérico; fuera de esos dominios biogeográficos, ya en el mundo mediterráneo y siempre escaso, se puede encontrar en las sierras, principalmente calizas, de la divisoria atlántico-mediterránea llegando, por el sur hasta Sierra Nevada y poco más, siendo muy escaso y presentando claro carácter relíctico. Aquí los avellanares se consideran formaciones claramente edafo-higrófilas, ligados a suelos con alguna compensación hídrica, siendo su cortejo florístico rico en elementos florísticos genuinamente eurosiberianos.
En estas áreas tan térmicas y aparentemente desfavorables, se ha venido incluyendo al avellano, entre las especies dependientes del hombre por su uso cultivo, pero la manifiesta naturalidad de algunas localidades hace que esta afirmación sea descartable en ellas práctica, pero hay otras localidades que sí que se encuentran cerca o entre antiguos huertos cercanos al agua y hace años abandonados, donde aún persisten avellanos tras décadas de abandono, lo que presupone su introducción humana, como en algunas localidades cercanas a Montes de Toledo por el sur.
Existen en esta comarca y en este nivel tan inferior, en el piso mesomediterráneo (100-850m de altura), varios lugares que hasta hace pocos años contaron con avellanos, por el testimonio de la toponimia o por lo que hemos podido averiguar de pastores o gente mayor, que según comentaban, eran los únicos sitios donde podían conseguir las buenas varas de avellano tan apreciadas por los pastores. Aparte de este avellanar de Campillo, existieron el de la garganta del Avellanar, en Puebla de Don Rodrigo y el de los Baños de Villanarejo, en Navalpino. Estando estas tres localidades situadas en una idéntica posición topográfica, con nacederos en vertientes muy inclinadas sobre arroyos bastante duraderos y en clara orientación norte. Los tres tienen un idéntico y, por desgracia también un idéntico y lamentable alto grado de alteración por sobrepastoreo de ganado cinegético o, en el arroyo del Avellanar, también de cabras domésticas.
En 2006 se alertó a las autoridades competentes por la degradación continuada sobre el avellanar del Campillo, al que le vaticinaba una escasa duración. Pero en la actualidad, ya sí que se encuentra al borde miso de su desaparición total, con la muerte constatada de más de la mitad de los avellanos y en mucha mayor medida, del resto de sus bellas especies acompañantes. Todo esto, a pesar de estar en una Zona Especial de Conservación “Ríos de la cuenca media del Guadiana y laderas vertientes” ZEC ES4220003, zona digna de mayor protección que la actual. También me puse en contacto con la propiedad y me comentaron que ellos no han hecho nada, ni por conservarlo ni por empeorar su situación; ellos solo cambiaron de tener ganado a quitarlo y dedicarse a la caza mayor; que la administración solo les ponía trabas y problemas con todo y que, si les ofreciesen dinero por ello, permitirían lo que quisieran hacer en su avellanar.
Este avellanar del Campillo se localiza al pie de una empinada ladera norte, vertiente al Guadiana, en la gran propiedad cinegética de ese nombre, ligada a una serie de nacederos o bonales, como se les conoce localmente que, entonces, cobijaban una interesante comunidad de especies norteñas e higrófilas, dentro de un bosque mixto de fresneda en la parte inferior, con ejemplares muy añosos, y quejigar (Quercus broteroi), aunque con ejemplares arbóreos de madroño, arce (Acer monspessulanum) y sauces (Salix atrocinerea), con numerosas parras y algunas madreselvas junto con algunas especies termófilas como el, localmente llamado agracejo (Phillyrea latifolia), lentisco o charneca y son numerosas las especies edafo-higrófilas, como el lirio hediondo (Chamaeiris foetidissima) y helechos (Athyrium filix-foemina, Osmunda regalis, etc.), cárices (Carex pendula), narcisos trompeteros o ficarias (Ranunculus ficaria).
El avellanar de la finca de El Campillo, entonces uno de los lugares más bellos y ricos de los que jamás he visto, lo encontré casualmente en la primavera de 1992, recorriendo el valle del Guadiana en uno de sus mejores tramos. Desde esos años el deterioro del lugar ha sido imparable, a pesar de los intentos a través de publicaciones en la prensa local y contactando con la propiedad en 2006. Tampoco el clima ha ayudado mucho, pues claramente, los veranos son cada vez más calurosos, aumentando las necesidades hídricas de unas especies exigentes. Pero el motivo principal del decaimiento, no es éste, aunque tampoco ayuda.
El factor determinante aquí, como en otras tantas fincas de toda esta región, ha sido la explotación cinegética intensiva del territorio que ha aumentado exponencialmente la presión de la fauna cinegética (ciervos, corzos y jabalíes, y en menor medida cabras monteses). Esta presión no solo tiene que ver con el constante ramoneo sino con la falta de reclutamiento por ramoneo, pisoteo o inestabilización de los suelos de estas, a menudo inclinadas laderas que con la humedad favorecen una intensa erosión por paso o permanencia del “ganado de escopeta”. También es importante el escodado del ciervo, la acción del rascado continuo de la cuerna del venado para deshacerse de las “correas”, rascarse o afilarse las puntas con el ramaje situado a su altura, con un importante y comprobado impacto en la vegetación.
Si esta presión cinegética se produce como en Campillo en una pequeña superficie, como es la del avellanar, saturada de agua, con una fuerte pendiente de 25?-45?, sobre material poco resistente y al pie de una ladera que muestra la evidencia de procesos gravitacionales de deslizamiento y reptación, delatada por la apreciable curvatura basal del tronco de los árboles, el resultado puede ser el mismo, por encontrarse en idéntica posición y circunstancias, que los que en su día debieron de existir en la garganta del Avellanar o en los Baños de Villanarejo.
Hemos podido comprobar en El Campillo, la permanencia continuada de la fauna en el interior del avellanar a lo largo del día y la noche, siendo mucho más acusada en verano, cuando prácticamente solo salen al exterior para alimentarse, pues en su interior ya está todo recomido. Esta lamentable situación se hace extensible a las otras especies atlánticas relictas como el acebo, abedul, tejo y loro, por lo que no es difícil predecir, agravado con el constatado calentamiento global, la próxima desaparición de estas llamativas especies y comunidades en esta área tan sureña o interior, para su distribución peninsular y europea. Esta situación se hace generalizable, por testimonios de agentes forestales y científicos al conjunto de todos los Montes de Toledo, con la total ausencia de regeneración y las bajas continuadas de estas especies.
Estos exigentes ecosistemas, dada su rareza en el sur de España, tienen un altísimo valor biológico y paleobotánico, y para su conservación precisan unas figuras de protección y un seguimiento que aseguren su conservación a largo plazo. Aunque los avellanos aquí recogidos se encuentran en el interior de áreas protegidas bajo el paraguas de la directiva Hábitats: Zona Especial de Conservación de “Montes de Toledo” y la de los “Ríos de la cuenca media del Guadiana y laderas vertientes”, esto no garantiza su viabilidad futura. También existe una figura de protección, quizás poco conocida y desaprovechada que es la del hábitat de interés prioritario de los Bosques Aluviales Residuales 91E0 recogido en el anexo I de la Directiva europea Hábitats, localizados en cursos medios y altos de los ríos, siendo un hábitat sumamente raro en la mitad sur peninsular y que en los Montes de Toledo tiene cabida para acoger a los abedulares, avellanares y alisedas de la zona.
Es necesaria una protección adicional y puntual de estas pequeñas localidades, quizás bajo la figura de microrreserva. Un vallado de exclusión de la fauna cinegética es prácticamente indispensable, y es muy triste, pero solo con 300m lineales de vaya, se podría haber evitado, que este verdadero jardín botánico, haya quedado en este lamentable estado previo a su desaparición. Tambía serían aconsejables labores de reforestación y regeneración, si no queremos verlas desaparecer en unos pocos años. Algunas experiencias han sido llevadas a cabo en el interior del Parque Nacional de Cabañeros con abedules, árbol por árbol, pero en este caso, un pequeño cerramiento que acoja a los pocos individuos vivos, no puede ni debe molestar mínimamente a una actividad económica como pueda ser la caza, ni siquiera a la propiedad de la finca, y ya que no se tiene su colaboración desinteresada, al menos, se les podría indemnizar de acuerdo a esos escasos metros cuadrados, tan valiosos para el acerbo botánico y biológico de esta región.
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