martes, 31 de agosto de 2021

Impresiones Asturianas de Verano


Hacía ya unos años que no pasaba unos días de verano por Asturias, como de costumbre, para compensar los calores mesetarios y porque tampoco soy de los que les gusta la costa mediterránea en agosto. Hubo un tiempo en que empalmé doce veranos seguidos por allí. Primero empecé yendo por la montaña, eran tiempos de saco y vivaqueo, o tienda de campaña en camping, entonces íbamos por días pasando o no, la raya entre Asturias y León. De ahí pasamos a alquilarnos casas por el mes entero en esos primeros pueblos asturianos por Redes. Luego, ya con familia, pasábamos casi todos los días en la montaña, menos varios días en que nos acercábamos a la playa, pero nos crecieron los enanos, como decían los que montaron un circo, y ya nos bajamos a la costa y subíamos varios días a las montañas.


      Posteriormente, con los hijos más empoderados, ni unos pocos días de montaña, todo playa. También cambió mucho el cuento con el triunfo del llamado Turismo Rural, ya la gente de los pueblos no alquilaba sus casas, pues entraban en conflicto, con los que alquilaban las casas, pero por días y a precio desmesurado que para eso pagaban sus impuestos. 


    También la cosa va según bolsillos, pero comparado con lo previo, desmesurado sin duda, con una semana de esas rurales podríamos haber pagado un mes de los de antes; incluso había tan pocas casas que cuando querías cogerlas, siendo como soy de relajado para esos menesteres, ya te habías quedado sin nada. Además a Costa da Morte gallega, también nos sedujo varios años con sus potentes marinas y con sus precios más tolerables que los astures.


      Mucho tiempo sin volver al manido eslogan de Asturias Paraíso Natural, tan manido que es falso en gran parte de su territorio. Los castellanos tenemos tendencia a decir ¡qué bonito! cuando nos pintan de verde el paisaje, mayormente, si es en verano, pero no es verde todo lo que reluce. Más de la mitad de los bosques asturianos, no son bosques,  sino cultivos, cultivos de eucaliptos, donde es mejor no meterse, básicamente porque no hay quién pueda y tampoco tiene ningún interés hacerlo. En casi todas los montes, por debajo de los 700m, que ya es territorio, solo hay vegetación autóctona en los profundos valles fluviales o en fuertes pendientes y roquedos, es decir, donde no se puede meter un tractor a manipular los árboles entre pistas y desmontes.


      Por todo esto, mi interés se centra en la línea de costa, con sus maravillosos acantilados y playas, que tampoco hace falta que sean arenosas, y en los numerosísimos vallejos fluviales. Algunos de gran tamaño y célebres, pero infinidad de ellos mucho menores, aunque todos, con una riqueza botánica y biológica tremenda. Para colmo, este año pude contar con la inestimable ayuda de mi prima Nuria que nos enseñó una pequeña pero maravillosa ruta.


      Metidos en faena fluvial, y con la colaboración de días sin lluvia, pudimos disfrutar de las umbrosidades interiores de pequeñas gargantas, llenas de vericuetos y rincones que se internaban en lo más húmedo del bosque atlántico. Bosques galería muy conectados con el resto del bosque, ya fuese de castaños o de carballos, en sus zonas bajas con arces y fresnos que a su vez se mezclaban con la aliseda de fondo de valle.


      A buen recaudo, cobijados bajo el dosel arbóreo, el mundo de los helechos, los musgos y las hepáticas, en laderas chorreantes, a veces casi verticales y totalmente cubiertas de un verde exuberante, me confundía con la gran variedad de especies de helechos de por estas tierras. Recuerdo que como guía de helechos, acabé comprando la de los Helechos de Asturias, dado que aquí, prácticamente, están todos los que se pueden encontrar en España, Canarias incluída. 

Macizo de Polypodium spp. en una roca musgosa

    Aquí había una buena porción de los menos corrientes, aunque yo en mi optimismo, buscaba encontrar el helecho gigante, el helecho de los colchoneros, la gran Culcita macrocarpa que una vez ví de casualidad en un río gallego pero que, a pesar de buscarlo en varios lugares de difícil acceso, no encontré, aunque sé que aparece en la zona oriental de Asturias.

Talud lleno de los grandes frondes de Woodwardia radincans

      Helechos por doquier, helechos macho Dryopteris filix-mas, helechos hembra Athyrium filix-femina, helechos reales Osmunda regalis, y muchos otros sin nombre popular, que yo conozca, como el pequeño Blechnum spicant o los frondes enormes de la Woodwardia radicans, muy diferentes en tamaño pero parecidos como los dos miembros de una misma familia que son, esta último muy abundante en uno de los arroyos; la Davallia canariensis, a veces sobre taludes y otras sobre algún tronco, al igual que los varios Polypodium spp., luego los Adianthum spp., Asplenium spp., Cystopteris spp, Dryopteris spp.; salvo el, ya más conocido, helecho de pescadero Pteridium aquilinum, este muy abundante en el bosque, sin este exceso de sombras y humedades.

      Tal riqueza de plantas de sombra me ha distraído y por momentos no he echado de menos una planta que, para alegría algunos, está tomando al asalto, ya desde hace bastantes años, los bordes de ríos y arroyos asturianos y todas aquellas áreas en que se acumula un poco más de humedad. Se trata de la llamativa Crocosmia x crocosmiflora, planta sudafricana que como otras muchas de distintas partes de la geografía mundial, van conquistando regiones lejanas de las de procedencia, llevando estas regiones templadas a una uniformidad parecida a la de cualquier gran centro comercial periurbano.


      Esta planta que adorna con sus tonalidades anaranjadas buena parte de las zonas húmedas templadas (no mediterráneas) del norte y oeste ibérico es una de esas polémicas, pero muy bien toleradas, invasoras que devastan la naturaleza silvestre nacional. Por supuesto, son muchas más, pero esta es el caso típico de que sí, es una invasora, pero, tampoco está tan mal, no?, son bonitas.

Colonización masiva incluso de laderas de la Crocosmia, abajo sobre una alfombra de Tradescantia



Otro tanto podría decirse de los plumeros de la Pampa Cortaderia selloana, de las campanillas azules Ipomoea purpurea o de las Buddleia davidii, tan queridas por las mariposas (locales todavía). Aquí, acompañando en algunas gargantas a la crocosmia, también aparece en masa, como tapizante del suelo del bosque galería, la Tradescantia fluminensis, otra planta escapada de los jardines y potente invasora. La cosa va más lejos aún, en algún punto encuentro una buena masa de bambú, esto ya va camino de un buen bosque vietnamita.

Un buen rodal de bambú

      Como digo, el tema es polémico por la belleza de algunas de las invasoras y de otros que creen lo mejor dejar obrar a la naturaleza a su ser; en general, casi todo el mundo asume que lo local es lo fetén, pero claro, muchos ya no saben dónde está lo autóctono, pues hay que retrotraerse 30 o más años para identificarlo, y más aún en un entorno de cientos de kilómetros cuadrados de eucaliptales y algunos pinares foráneos. Pero no es tan difícil, yo en esta breve excursión auspiciada por Nuria, ya he visto un variadísimo mundo de helechos, grandes cárices colgantes, lirios amarillos, hipéricos, saxífragas o Lysimachias y todo tipo de musgos, salpicados puntualmente de especies poco comunes y hongos varios.

Variedad de helechos con saxífragas, hepáticas, musgos, etc.

      Hay que hacerse cargo de cómo está el mundo y aceptar la idea de cambio, por lo que se nos viene encima, tratar de no ser un talibán de una postura o su contraria y ver qué puede ser lo más interesante para aguantar el chaparrón. También reconocer que somos donantes genuinos, por mucha especie que se nos venga encima, nunca llegaremos a acoger tanto como exportamos, tenemos media Norteamérica conquistadita de plantas hispanas, siendo un problema para las especies de allí, mucho mayor del que tenemos aquí con las foráneas. 


    El mundo mediterráneo es muy competitivo y fecundo en la génesis de nuevas especies que saben, cuando colonizan otras tierras, luchar e imponerse a sus especies nativas, por contra, aquí el problema lo tenemos con especies de climas templados y húmedos, muy generalizado y competitivo en mayores áreas mundiales que los escasos climas mediterráneos y, con las que nuestras especies atlántico-cantábricas, poco pueden hacer.

Cortina de Wahlenbergia hederacea en un talud húmedo

    Hablando con amigos y preparándonos para la tendencia climática que irremisiblemente se viene concretando, hablamos que de ultra-nacionalismos patrios, los justos, pues lo principal es conseguir amortiguar el ambiente cuasi semiárido que se nos viene y la triste gestión de bosques y naturaleza silvestre por parte de autoridades locales, autonómicas y centrales que, con bastante probabilidad puede acabar en las ígneas fauces de grandes incendios asociados a las cada vez más frecuentes olas de calor, a modo del reciente incendio de Ávila, todo un paradigma de qué estamos haciendo con nuestros montes y lo poco preparados que estamos para defenderlos del fuego y el calentamiento global.


Es absolutamente necesario proteger los suelos, salvaguardar el ciclo hidrológico y atenuar en lo posible, variables como temperatura, humedad y vientos a base de la ayuda de bosques, de un tipo o de otro y arbustedas y, si para ello hay que abrir la puerta a especies de nuestro sureste o no autócnonas, pero de nuestro entorno geográfico más cercano, por qué no abrir la puerta a los almendrales, algarrobos, sabinas de Cartagena Tetraclinis articulata, almácigos Pistacea altantica o incluso, arganes Argania spinosa o las acacias subdesértidas del norte del África mediterránea. Digan los apóstoles del solo lo autóctono, lo que quieran, razones tienen, pero el horno no está para bollos y podrían ayudar a nuestras especies vegetales.

Pedrizas cuarcíticas de origen periglaciar casi al nivel del mar

En estos últimos párrafos me he alejado sin querer de Asturias y he vuelto a la cada vez más secorra meseta de la que, prácticamente he salido huyendo, pero que tanto aprecio, aunque sea recalentada. Ha sido un placer para cuerpo y alma, los paseos y las vistas de tanta frescura de tanta gama de azules, blancos y grises marinos, al rencuentro con las nubes, la lluvia y las nieblas.


Desde estas líneas, agradecer en el alma, los esfuerzos desinteresados de ciertas personas que en lugar de quejarse del mundo y de lo mal que se hacen las cosas, como yo, emplean sus horas, dineros y fuerzas, en repoblar un poco por todas partes o, como he podido ver, en restaurar-crear caminos en los vallejos más inesperados, tendiendo decenas de prácticos y estéticos puentes de madera, desbrozando molinos abandonados, creando trampolines para la chavalería en las pozas, etc. 

Molino relativamente despejado y abajo, lamentable estado usual de los molinos

Gracias de verdad, cada vez sois más y más imprescindibles, aunque casi nadie sepa de vuestros esfuerzos, todo queda, la balanza no está tan descompensada como pensaba. Gracias mil a Ruperto, en este caso, y a tantos otros espíritus sabios.

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