Siempre que me he desplazado del centro peninsular al norte, cuando me ha tocado recorrer apresuradamente, de camino hacia Cantabria, el norte de Burgos, me he quedado con las ganas de recorrer y conocer esa cantidad inmensa de valles y montes que hay en el entorno del Ebro, y de éste hasta los límites septentrionales de Burgos, incluyendo la comarca cántabra, aunque geográficamente castellana, de Valderredible.
Este norte de Burgos, aunque no recorrido, ni por asomo, en su totalidad, me dejó una maravillosa impresión de riqueza y diversidad biológica, cultural, paisajística y humana, aunque también la tristeza, de su tremendo y lamentable abandono.
La impronta geológica es quien condiciona el paisaje y toda la vida que se le acopla, incluidos los aprovechamientos humanos. No en vano, gran parte de esta región del noroeste de Burgos, pertenece al Geoparque de Las Loras que fue promovido precisamente por esta riqueza y diversidad geológica, con sus relieves plegados, sus abundantes cañones sobre estratos horizontales, sus formas cársticas, donde destaca la icónica imagen del pueblo de Puentedey, construido sobre un hercúleo puente de roca sobre el río Nela.
Este territorio, mayormente calizo, de edades jurásica y cretácica, aparece armado primero sobre planas y altas mesetas, cuando los estratos son horizontales, se trata de los páramos, que separan esta comarca de las áreas medias y bajas de Burgos y que hacia el norte tienden a ir inclinándose (buzando) hasta llegar, a veces, a la verticalidad, marcando, junto con lo que sigue, un tipo de relieve denominado "jurásico".
Más hacia el norte, cerca del contacto con la Cantábrica, estos estratos están fuertemente plegados, mostrando, lo que en geología se conoce como "relieve invertido", pues lo que debería ser un paisaje de valles sinclinales (val) y cimas anticlinales (mont), ocurre al revés, los fondos de los sinclinales, más duros frente a la erosión, han permanecido a veces intactos y marcan las cumbres más altas, como lajas de ese páramo navegando solitarias hacia el norte, deslizándose sobre estratos más débiles, casi lubricantes, son las “loras”, solitarios retales de páramo. Es fácil ver en ortofotos, las roturas longitudinales de los anticlinales (combes) y las numerosas hoces o tajos transversales (cluses).
Muchas de estas cimas, muelas o loras, tienen por denominación "Castro" o han tenido fortificaciones ancestrales en su cima, (Peña Amaya, Monte Bernorio y Peña Ulaña, por ejemplo), desde las que los cántabros se defendieron del invasor romano. Historia, prehistoria y culturas que aquí se hacen fácilmente imaginables, en estos ancestrales paisajes ibéricos.
En cambio, las cuestas anticlinales, más fracturadas, usualmente han sido desmantelados por la erosión, instalándose en ellos valles y riachuelos; mostrando relieves muy a menudo escalonados, con paredes, oquedades e incluso ventanas.
En esta región el encajamiento hidrológico es importante, señalado primero por el gran río Ebro y por todos sus afluentes, donde destaca el río Rudrón, formando ambos, y debido a su buen estado de conservación, el Parque Natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón.
La riqueza en cuevas es espectacular, para muestra como el río Nela pasa por debajo del pueblo de Puentedey (puente de Dios), o la impresionante cueva, con su capilla y su kilométrico recorrido cárstico, de los mayores de Europa; sin olvidar también el Pozo Azul, impresionante surgencia que también se pierde en las profundidades, de hecho, allí mismo, una expedición de unas ocho personas, pertrechados con todo tipo de aparatos e indumentaria de buzo, desaparecieron en su boca turquesa.
Chocante sin duda alguna es el reino vegetal. Pocas veces la mezcla es casi la definición de la vegetación de una región tan amplia, pues estamos en el mero contacto entre lo cantábrico y lo castellano, el frío páramo, las húmedas umbrías, los impresionantes bosques galería de los ríos y arroyos, las cálidas y secas solanas llenas de enebros.
Aquí, el árbol dominante es el quejigo (Quercus faginea y escaso Q. pubescens), apareciendo donde el suelo es más ácido, bien por tratarse de calizas muy lavadas o de areniscas, y abundante, el roble melojo, (Quercus pyrenaica) que, en las estaciones más altas y frescas, es sustituido por su congénere el roble albar (Quercus petraea), con hayedo en las umbrías más frescas.
Por supuesto, en lo más térmico o en lo francamente pedregoso es la encina (Quercus rotundifolia), de la que no dudo que, en los cañones más protegidos , aparezca su gemela más estrictamente mediterránea y menos continental, la alsina (Quercus ilex). Casi siempre acompañada de enebros
Esta riqueza de arbolado, donde me ha faltado señalar la relativa abundancia de arces y mostajos, viene acompañada por una enorme variedad de arbustos de gran talla, con majuelos, viburnos (Viburnum lantana), agracejos (Berberis hispanica), cornejos (Cornus sanguinea), aladiernos (Rhamnus alaternus), espíreas (Spirea hypericifolia), enebros, coscojas, aliagas, madreselvas, etc; en crestones rocosos las aliagas (Genista hispanica, G. pulchella, etc.).
Por contra, en terrenos ácidos (areniscas y conglomerados), se instala un brezal (Erica arborea, E. australis, E. ciliaris, E. cinerea, E. vagans y E. umbellata) con jarillas (Halimium ocymoides, H. umbellatum, H. lasianthum y Helianthemum spp.) bastante uniforme y menos variado (Erica spp.), Halimium ocymoides, Helianthemum spp., tojos (Ulex gallii), escobas (Cytisus scoparius, Genista florida, G. obtusirramea, G. pilosa), carquesa (Genista tridentata).
En el límite norte, hacia el pantano del Ebro, aparecen grandes formaciones de areniscas con un relieve peculiar y muy característico, de ácidos suelos pobres y arenosos. Con formaciones de pequeños farallones y rocas tortuosas. Este tipo de material, también es el ideal para la excavación de cuevas, tales como las primitivas e iniciales iglesias rupestres, tan antiguas y características de esta zona del norte Burgos y Palencia y el Valderredible cántabro.