La región que abarca la vegetación del aljezar o el yesar, que es su traducción literal del árabe, que aquí se trata, es la de los yesos de la denominada geológicamente como cuenca de Madrid, la amplia región que va, desde el centro-sur de Madrid (Rivas-Getafe) por el norte, hasta el centro-norte de Toledo (La Guardia) por el sur, y desde el oeste de Aranjuez, hasta el oeste de Guadalajara (Almoguera-Illana) y Cuenca (Belinchón) por el este.
Aquí me limitaré, en propiedad, solo a los yesos de la Comunidad de Madrid, de los que solo pequeñas variaciones florísticas, como pueda ser la presencia o mayor abundancia de especies en los de Castilla la Mancha como puedan ser Brassica repanda subsp. gypsicola, Gypsophila bermejoi, Helianthemum marifolium subsp. conquense, Jurinea pinnata, Launaea pumila o Limonium erectum.
La historia geológica de la formación de los yesos de la Cuenca de Madrid, comienza con la formación de una cuenca hidrológicamente cerrada al levantarse a finales del Oligoceno hace unos 30 Ma., el Sistema Central, el Sistema Ibérico y los Montes de Toledo, debido al empuje de la placa africana hacia el norte. Al fondo de esa cuenca endorreica así formada es a donde van a parar todas las aguas de los sistemas montañosos que la circundan para formar lagos más o menos duraderos y más o menos profundos, de superficie variable en función las fases climáticas y de las evaporaciones veraniegas; esas aguas llegan cargadas de materiales bien en suspensión o disueltos que finalmente se depositaron en el fondo de esas cubetas, fundamentalmente sales y yesos (materiales evaporíticos) y cuando hubo aguas más profundas y más biomasa, se formaron calizas o dolomías.
Posteriormente en el plioceno, hace unos 5 Ma., la península basculó hacia occidente, encontrando las aguas una salida natural hacia el oeste, comenzando entonces, con los procesos de erosión y transporte, el vaciado de los materiales, dejando al descubierto, salvo escasos cerros testigos, los materiales infrayacentes, básicamente los yesos y las sales del fondo de la cuenca que, por hidratación también se iban convirtiendo en yesos.
El paisaje del aljezar viene definido por su estructura geológica de capas superpuestas: arriba, en menos lugares, las calizas llamadas del páramo,
luego la unidad intermedia del mioceno, formada por arcillas, dolomías, sílex y
margas, y abajo, la unidad inferior de sales y yesos. Por otra parte, viene determinado por la litología, mostrando erosión
diferencial, donde los materiales más duros (calizas, dolomías, sílex) crean
relieves de resistencia, como los pocos cerros o mesetas (Viso, Almodóvar, Telégrafo, los Ángeles, etc.) que han quedado en alto, y
por debajo, los materiales deleznables, tienden sus laderas hacia el fondo de
los valles, donde se emplazan los materiales más modernos, fruto de la acción
fluvial.
También, estas áreas se han visto
sometidas a la acción tectónica, siendo común la aparición de fallas que han
dejado en muchas laderas tocantes a valles fluviales, como el Jarama, el Tajuña, el Tajo o el Manzanares, una serie de rectilíneos y verticales cantiles, donde es fácil observar las llamadas "fallas
panameñas", en ellas, la ladera no tiende a regularizarse con una pendiente
paulatinamente más suave, sino que los materiales, se van desgajando en
vertical, como capítulos de un libro puesto de canto, que al derrumbarse,
dejan el cortado tan vertical como lo estaba previamente, pero poco más retranqueado, por esto no es nada recomendable andar por el mismo borde de los cantiles yesíferos que, a menudo, muestran enormes grietas previas a los derrumbes.
Los suelos en el aljezar, los gipsisoles, son tremendamente refractarios a su colonización, pues son muy poco fértiles, el agua se infiltra rápidamente en su interior, existen sales en el suelo, cuentan con la toxicidad de los sulfatos y del sodio o, la extraordinaria retención de la escasa agua que hay en estos suelos, generando con todo esto una fuerte aridez sobrevenida, a parte de la aridez propia de los puntos más interiores de una cuenca, con su insolación extrema. A esto hay que añadir el abundante polvo de yeso que se acumula en los órganos de las plantas y otro factor como la dura costra superficial debida a la abundancia de líquenes que aquí encuentran poca competencia.
Para solventar todas o gran parte de estas dificultades, las plantas desarrollaron toda una batería de medidas para poder sobrevivir en estos terrenos, con lo que hubieron de especializarse y cambiar para poder adaptarse y competir. Entre los cambios fisiológicos y metabólicos que tuvieron que adoptar, desarrollaron adaptaciones como: adquirir tonalidades blanquecinas (Artemisia herba-alba, Atriplex halimus, Jurinea pinnata, etc.) o recubrimiento de vellosidades (Artemisia herba-alba, Helianthemum syriacum, etc. ), cubrirse de escamas protectoras (Helianthemum squamatum), cubiertas céreas (Limonium spp., Nepeta hispanica, etc.), minimizar el número o el tamaño de las hojas, solaparlas o convertirlas en espinas (Lepidium subulatum, Frankenia thymifolia, etc.) o deshacerse de ellas (Ephedra spp., Launaea spp., etc.), raíces profundas (casi todas las vivaces), almacenamiento de agua en los órganos aéreos para poder competir obteniendo osmóticamente agua de unos suelos algo salados (Vella pseudocytisus, Senecio auricula, Sonchus crassifolius, Sedum spp., plantas halófilas crasicaules), incluir en su savia aceites esenciales que aminoran su evaporación (Thymus lacaita, Ziziphora hispanica, etc.), reducción del número de estomas o su protección (biotipos graminoides con hojas algo revolutas), terofitismo (Campanula fastigiata, chaenorhinum reyesii, etc.) para evitar vivir en la estación desfavorable, glándulas secretoras de sal (Atriplex halimus, Frankenia pulverulenta), un metabolismo CAM relativamente nocturno, etc.
La vegetación del aljezar o el yesar, que es su traducción directa del árabe, está constituida por una especializada gama florística, variada y difícil por no decir, imposible de encontrar en otros medios, lo que convierte este tipo de vegetación en una vegetación poco común, limitada a las áreas yesosas que al estar dispersas por nuestra geografía, tanto nacional como mundial, en numeroso enclaves aislados unos de otros en las áreas del interior de las cuencas fluviales, activas o pasadas, hace que estén incomunicadas unas de otras, lo que hace más sensible a esta vegetación frente a los peligros ecológicos actuales y también, por otra parte, hace que esa vegetación tan adaptable, a su vez se adapte a las particularidades locales de cada región diversificándose.
Como reza el
subtítulo del mejor libro sobre yesos que tenemos en España, el de la Diversidad vegetal
de las yeseras ibéricas”, se trata de “El reto de los archipiélagos edáficos en la
biología para la conservación”. Ese “archipiélago”, se podría aplicar a las
diferencias florísticas en nuestro país, que las hay y muchas, entre los yesos
de la depresión del Ebro, los del Tajo que nos ocupa, los de las hoyas
granadinas, los levantinos, los del sureste ibérico, etc.
La vegetación potencial es la misma que la vegetación de las calizas manchegas, un encinar, entonces en un ambiente forestal, la influencia del sustrato se minimiza debido a la cobertura arbórea, la alta presencia de materia orgánica en el suelo, el atemperamiento de los factores ambientales, etc. Aunque es típico el mosaico entre encinar, efedras, atochar y costra liquénica.
Pero es a partir de la degradación del
encinar donde empieza a diferenciarse cada vez de manera más clara la
vegetación gipsícola, ya la primera etapa sucesional, el coscojar, cambia
notablemente, siendo el nivel arbustivo y subarbustivo, muy diferente al típico
del encinar, aquí existe una menor riqueza arbustiva y además entran elementos
especializados como puedan ser las efedras, y a partir de ahí, ya cambia
totalmente, entrando formaciones subarbustivas como puedan ser los pítanos
(Vella pseudocytisus) y una serie de formaciones vegetales que incluso están
perdiendo hasta sus nombres tradicionales.
Nombres en desuso cuando no olvidados de la vegetación del aljezar como: el atochar (Stipa tenacissima hoy Machrochloa tenacissima), en las térmicas áreas bajas el orzagal (Atripex halimus), en lo muy pastoreado o alterado, el calaminar (Salsola vermiculata) llamado en Madrid Tarrico, el jabunal (Gypsophila struthium), el ontinar (Artemisia herba-alba), el almorchinal (Schoenus nigricans), el albardinal (Lygeum spartum), el harmagal (Peganum harmala), el fenalar donde hay humedad edáfica (Brachypodium phoenicoides), el lastonar (Stipa parviflora, S. offneri, S. lagascae, S. pennata, Elymus spp.), el juncal salobre (Juncus subulatus, J. gerardi, J. maritimus, J. acutus, etc.), el almajal (Suaeda vera) o el sapinar (Arthrocnemum macrostachyum), aunque estas tres últimas formaciones y especies, en suelos de impronta más salina que yesífera. Aparte de los chucarrales (Ononis spp.) y pitanares (Vella pseudocytisus).
Respecto a esos apenas perceptibles límites entre lo gipsícola y lo salino, pues todos los suelos yesíferos tienen un cierto porcentaje de sales (halita, anhidrita, thenardita, mirabilita, etc.), que reflejan sus cambios claros en la vegetación que los coloniza, fue Emilio Huguet del Villar el primero en establecer un límite entre ellos, diferenciando consecuentemente la vegetación entre los umbrales para los cloruros de: 0,03 % de cloruros (medidas en NaCI) como límite inferior del calificativo de sub-salino para los suelos, con una vegetación estrictamente gipsícola; por encima, aparecería una vegetación yesífero-salobre, hasta el 0,3 %, límite inferior de los suelos salinos, a partir del cual ya contaríamos con una vegetación ya verdaderamente halófila.
Sobre los yesos viven diferentes comunidades vegetales, desde una potencial y lejana vegetación forestal, la del encinar manchego, pasando por el coscojar con efedras, el tomillar gipsícola con jabunas, lepidios y centáureas, el espartal, los ontinares, las comunidades de terófitos, hasta llegar a un mínimo de vegetación vivaz con la zamarrilla de los yesos (Teucrium pumilum, acompañado de Herniaria fruticosa) en un suelo prácticamente desnudo.
Esa “aparente” blanca desnudez, no es tal, no es suelo rocoso de yesos cristalinos o sacaroideos, aunque algo asome, realmente ese suelo "pétreo" es una mezcla heterogénea de líquenes crustáceos terrígenos que ven en este medio, poco vegetado, una oportunidad para prosperar con verdadero éxito. La costra liquénica ocupa los claros de tomillares y espartales, a parte de las laderas más inclinadas y las áreas más expuestas al viento y la insolación. En temporadas húmedas parece que la destrozas porque te vas hundiendo un poco en ella y es fácilmente erosionable, es su momento más delicado y una sola moto trotando por estas laderas, puede hacer un daño irreparable por años. Cuando está seca, resuena como hueca al golperla, tal es la unión de los líquenes con la capa superior del suelo que viene a ser como una manta cerrada sobre el terreno.

La costra liquénica ocupa los claros de tomillares y espartales, a parte de las laderas más inclinadas y las áreas más expuestas al viento y la insolación. En temporadas húmedas parece que la destrozas porque te vas hundiendo un poco en ella y es muy fácilmente erosionable, es su momento más delicado y una sola moto trotando por estas laderas, puede hacer un daño irreparable durante años. Cuando está seca, resuena como hueca al golperla, tal es la unión de los líquenes con la capa superior del suelo que viene a ser como una manta cerrada sobre el terreno.
Se trata de la colonización biótica a uno de los
medios ecológicos inhóspitos y áridos, teniendo los seres vivos que desarrollar
los mecanismos más complejos, especializados y adaptados a la adversidad de la
naturaleza española. Se trata de la costra liquénica de los yesos, una
comunidad compuesta mayoritariamente por líquenes, con algunos musgos y algunas
especies vasculares superiores, principalmente anuales y algunas escasas
plantas vivaces (Herniaria fruticosa,
Teucrium pumilum, el tomillo de Aranjuez, Thymus lacaita, Launaea fragilis y poco más).
La procedencia de gran parte de esta vegetación es
la de regiones de climas más duros, xéricos y continentales del interior de
Asia occidental, la región Irano-Turaniana, aquí potenciado por las duras
condiciones edáficas de yesos y sales.En tiempos Messinenses con un
Mediterráneo reducido a su mínima expresión o a través del norte de África por
el sur o, en menor medida por la norteña ruta sarmática, esta vegetación llegó
a la península y se fue adaptando y separándose genéticamente de esa flora
asiática continental. No sólo plantas como la ontina Artemisia herba-alba, el esparto Macrochloa tenacissima, las efedras, las jabunas Gypsophila spp., el sisallo o calamino
Salsola vermiculata, el albardín Lygeum spartum, Stipa pennata, etc., sino
también una pléyada de líquenes como Fulgensia
desertorum, Diploschistes steppicus,
Psora saviczii, Buellia zoharyi, etc.
También ha llevado a que muchos de estos paisajes hayan sido considerados como esteparios, creando una larga controversia científica, hasta que de nuevo, Huguet del Villar sentenciara que, salvo en contados suelos (como éstos pero degradados), podía hablarse de estepas, pero que casi todo era fruto de la alteración humana de antiguos terrenos de vocación claramente forestal. Pero en estos suelos yesíferos es habitual ver grandes extensiones de espartales, albardinales, almorchinales, lastonares, que nos remiten a secas estepas graminoides o a estepas arbustivas en el caso de jabunales, ontinares, etc., o incluso a estepas salinas.
Los paisajes del aljezar no tienen parangón en ninguna otra litología ibérica, no solo el paisaje, su riqueza biológica es tremenda, a parte de la enorme y especial riqueza botánica, prácticamente, cada planta que hace vegetación, también tiene un insecto propio de ella, lo que ocurre con las efedras, las lavateras, lo limonios y así un largo etcétera que daría para otra entrada.
Dentro de las manipulables mentalidades actuales, ocurre que no valoramos las cosas tan especiales y propias que tenemos, que están en los genes que nos han transmitido generaciones de habitantes de estos territorios, de nuestros ancestros que prosperaron y vivieron, haciendo pleitas de esparto, pastoreando el aljezar, cavando en el blando yeso para hacerse la cueva para vivir o para el ganado, y ahora, con un imaginario de la naturaleza salvaje, tra-vestida de bosques y montañas nevadas, en un concepto claramente alpino-europeo, estos paisajes tan nuestros no parecen llegar a llamar la atención de la gente, siendo, a menudo, los campos que tenemos más a mano. El aljezar es muy agradecido, incluso en pleno verano, las plantas aparecen verdes y lustrosas, como si para ellas fuese fácil soportar esos calores y esa aridez. El aljezar es bello, disfrutable y lleno de una vida que hay que saber apreciar y valorar, no en vano es un ecosistema prioritario dentro de los hábitats de interés comunitario. No hace falta que nos lo digan desde Europa, este es uno de los escasos territorios que, a muchos de nosotros, nos queda por descubrir y sin duda, vamos a disfrutar con ello.
Referencias bibliográficas
de interés: Maurice Willkomm “Los ambientes costeros y las estepas
continentales de la Península Ibérica y su vegetación. 1852”; Eduardo Reyes
Prosper “Las estepas de España y su
Vegetación”. 1915; Jesús Izco Toledano “Madrid Verde. 1984”; Juan Mota et. al.
“Diversidad Vegetal de las Yeseras Ibéricas”. 2011, y Javier Grijalvo Cervantes“
Vegetación de Madrid”. 2023.
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