Tras una buena temporada de lluvias como la que ha sido la de este pasado mes de marzo (y buena parte de abril), no queda otra más que ir en búsqueda, como ya hemos hecho otras veces, de esas cascadas que destacan poderosamente en estos momentos Decidimos ir por esos montes tan desconocidos para la mayoría como pueda ser Sierra Morena, más aún en la oriental Sierra Morena de Jaén, de la que el solo y único concepto generalizado de la misma, es el Paso de Despeñaperros, como decían los árabes Al-muradiel (el paso), donde el río Despeñaperros disecciona la huesuda columna vertebral de estas montañas, apenas unos montecillos desde la meseta, pero ya montañas desde Andalucía, y como buena muralla, susceptible de albergar buenas y desconocidas cascadas en su seno.
Volví a salir con mis compañeros de fatigas, Pascual y Eduardo, al cada día más conocido Monumento Natural de la Cascada de la Cimbarra, situada en el término de Aldeaquemada en Jaén, pero colindante con el ciudadrealeño Campo de Montiel. Aquí, como suele ser habitual, la mayoría de los ríos andaluces de Sierra Morena, nacen en la meseta, pero son capturados por la red hidrológica del Guadalquivir (Guadalmena, Dañador, Guarrizas, Guadalén, Despeñaperros, Grande, Jándula, Yeguas y Guadalmez), aunque en su extremo occidental ocurre a la inversa, los andaluces, Zújar y Matachel, van a nutrir a un Guadiana ya más extremeño que castellano.
Vista del Cerro de los Örganos, muro de Despeñaperros por su lado oeste, y abajo, vista típica desde el mirador de los Örganos que ya es Sierra Morena oriental
Pasamos por las rojas tierras del Campo de Montiel, “tierras raras” como las de Torrenueva que algunos oportunistas están tratando de monetizar saltándose la legalidad medioambiental y la voluntad de sus pueblos, para ascender a los límites con Andalucía, cerca del pico Cambrón, de 1070m, cota que no se volverá a alcanzar hasta la Sierra del Relumbrar 1154m, ya en el extremo oriental de la sierra. En uno de estos altos, paramos a contemplar un espectáculo poco común. En primer término, las redondeadas lomas de esta sierra y más allá, cercando toda la vista al este y sureste, y con sus cimas nevadas, las sierras Subbéticas, al norte la manchega Alcaraz y en amplio arco hasta el SSE, Cazorla y Mágina. Pero lo verdaderamente llamativo era la blanca muralla por detrás de estas últimas, de Sierra Nevada, atestada de nieve en todo lo que se la veía.
Atravesamos grandes latifundios cinegéticos, otra seña de identidad de esta enorme Sistema Mariánico (del romano Sexto Mario, no de la Virgen –María- de la Cabeza, con su santuario serrano y correspondiente romería) y damos con Aldeaquemada, pueblo creado ejemplarmente por Carlos III y digno de una tranquila visita. Allí tomamos la pista hacia la Cimbarra que corre paralela a una buena fresneda y comprobamos que no va tan crecido el Guarrizas como habíamos pensado, aun así, no baja nada mal. Al parecer por estas tierras ha llovido bastante, pero mucho menos que en la mitad occidental manchego-andaluza.
El salto de la Cimbarra se produce cuando un incipiente río Guarrizas tiene que atravesar las potentes hiladas rocosas de la dura cuarcita armoricana. Es aquí donde disecciona las charnelas (flancos) de un gran anticlinal, perfectamente visible por sus combados estratos paralelos de hiladas cuarcíticas, tras haber atravesado primero, la formación Pochico (nombrada así por la bella tabla de Pochico situada inmediatamente por encima de la cascada), de cuarcitas más rojizas y agrietadas. Algo muy similar es lo que ocurre en el cercano, hacia el oeste, paso de Despeñaperros, donde recomiendo encarecidamente, si no hay prisa, olvidarse de los túneles y recorrer la antigua N-IV parando en el mirador de Los Órganos, lugar donde, estos mismos estratos, aparecen casi completamente verticales, y entre los que pudimos triscar, a última hora de la tarde, al ir desde la Cimbarra al collado de los Jardines.
Fracturadas cuarcitas de la formación Pochico y abajo, verticales hiladas de cuarcitas de Despeñaperros
Lo que más poderosamente llama la atención del entorno de la Cimbarra es la dominancia absoluta de lo geológico, a pesar de la cascada, de la fauna o de la importante flora del lugar. Las llamativas rocas cuarcíticas, grisáceas pero que cuando se muestran verticales dan tonos marrones y rojizos que, además, se tiñen de tonalidades amarillo fosforito gracias a la presencia de los líquenes Acarospora que rompen la verdegrisácea tonalidad general del monte mediterráneo. Domina el hueco de la cascada por el sureste, la llamada plaza de Armas, una meseta rocosa que parece albergar lo que fue un poblado prehistórico, a juzgar por lo que parece una muralla derruida. En su llana roca cimera, es posible apreciar grandes bloques de roca organizados como si fuesen asientos o mesas al borde del precipicio, un lugar mágico sin lugar a dudas.
Enormes bloques diseminados sobre la roca y abajo, restos esparcidos de muralla en la Plaza de Armas
En la plana superficie de muchos de estos estratos es posible ver las rizaduras (ripple marks) del movimiento del agua mareal sobre las arenas de aquellas playas de la era paleozoica, posteriormente convertida en piedra por el metamorfismo que supuso la superposición de miles de toneladas de sedimentos sobre ella. También es relativamente fácil encontrar "crucianas", las huellas del trasiego de los trilobites por aquellos antiguos lechos marinos, organismos que, ya con más dificultad también se pueden encontrar fosilizados en los escasos estratos de pizarras de este territorio.
Con tanta pétrea dominancia es fácil observar la vegetación rupícola, la más adaptada a las rocas y la vida en grietas y repisas, destacando aquí, las numerosas especies del género Sedum, las uñas de gato, con el rojizo Sedum andegavense, S. amplexicaule, S. brevifolium, S. mucizonia o S. hirsutum, acompañadas por la también crassulaceae ombligo de Venus, y en las grietas las vivaces clavelinas (Dianthus lusitanus), botones azules (Jasione tomentosa), helechos rupícolas del género Cheillantes y, algo más escasa, la dedalera (Digitalis mariana). En los umbrosos recovecos rocosos aparecen los farolillos (Arisarum simorrhinum).
Farolillo y botón azul
El helecho Cheillanthes maderensis
Abajo y a pleno sol Cheilanthes hispanica
Aparece en este lugar una muy interior localidad para el almez (Celtis australis) aprovechando los puntos más umbrosos y a la vez protegidos de los vientos del norte, igualmente en los cauces empiezan a aparecer, hasta hacerse abundantes, las adelfas o baladres (Nerium oleander), entre tamujos y zarzas. También en el bosque galería aparece entre las fresnedas, áreas de aliseda (Alnus glutinosa) con ejemplares longevos en los puntos de mayor permanencia del agua. En estas situaciones de sombra, umbría y humedad, se dan comunidades de grandes plantas o megaforbios, destacando la altura y gran biomasa del apio caballuno (Smyrnium olosatrum).
Enorme almez todavía desprovisto de hojas
Aliso en una brecha rocosa aprovechada por el arroyo
Adelfas al pie de un viejo aliso
En las calurosas solanas, ya aparecen los acebuches y lentiscos, aunque aquí sin su acompañante habitual, la esparraguera blanca o peñera (Asparagus albus) que ya sí que va apareciendo más al oeste de Despeñaperros. Llevaba varios años intentando encontrarla por todo Ciudad Real, pero en vano, y por fin aquí he podido encontrar un único ejemplar de la orquídea Orchis collina, de gran belleza, una orquídea madrugadora que se encontraba en plena floración a finales de marzo.
Solana con acebuches sin esparragueras blancas, encina y cornicabra. Al fondo, en umbría, el verde nuevo de los quejigos
La rara belleza de la orquídea Orchis collina
Tras recorrer todos los recovecos posibles entorno a la Cimbarra, estuvimos recorriendo, en la medida de lo posible, otros tramos de río buscando pozas y cascadas como El Cimbarrillo, La Cimbarrilla, El Negrillo, aparte de la fenomenal Cimbarra, y más arroyos cercanos, con lugares espectaculares y algo más tranquilos. Toda la sierra está regada de rincones con esta magia, con hoces profundas llenas de frescor, con farallones aislados, con abrigos y refugios en las rocas, muchos de ellos con pinturas rupestres, la mayoría de arte esquemático ibérico, pero incluso también con arte rupestre levantino, en esta zona enriquecido con los poco comunes antropomorfos oculados.
A última hora decidimos volver por la carretera que va hacia Santa Elena y Despeñaperros, pasando por el collado de Los Jardines, un magnífico rincón arqueológico y natural, subiendo al cerro del Castillo y viendo los vericuetos formados por las verticales hiladas rocosas, que son las que se ven desde el famoso mirador de Los Órganos de Despeñaperros. Allí las umbrías están tapizadas de buenos quejigares y las solanas de alcornoques, encinas y madroños. Vemos que es el buen momento para ver las patitas de burro (Gynandriris sisyrinchium) un pequeño lirio sureño. En las rocas al sur, abundaba otro tipo de aliaga muy sureña, la Genista triacanthos; también pudimos comprobar la abundancia y tranquilidad de las cabras montesas de la zona, cabras que en principio solo existían en Sierra Madrona, pero que, en la actualidad, ya colonizan cualquier lugar medianamente rocoso de la cordillera.
Estos pequeños y medianos ríos de Sierra Morena son unas monumentales puertas al pasado más arcano, a las profundidades geológicas, a los paraísos ¿perdidos? de una naturaleza ibérica aún desconocida para la gran mayoría.
Tantos kilómetros cuadrados de tierras salvajes (al menos 2000), tan difíciles de conocer dada lo agreste del terreno o por lo conflictivo de estas enormes propiedades cinegético-latifundistas que por un lado y para bien, preservan buenos recursos naturales, aunque por otro y para mal, hacen o deshacen sin control, envenenan supuestas alimañas o se apropian de la red de caminos públicos y cañadas.
Esta enorme región de Sierra Morena oriental, alejada incluso del turismo rural, quitando Aldeaquemada en el noroeste, y varios micro-pueblos como los Santos y un par de aldeas aledaña, en el sureste, no tiene ninguna población digna de tal nombre en su interior. Solo la norteña sucesión de pueblos alineados de este a oeste, al norte y escasos, en el manchego Campo de Montiel, o la sucesión de poblaciones de la N-322 (ascendiendo a autovía), prolongando la andaluza bisectriz del Guadalquivir, desde Linares en Jaén, hasta Alcaraz en Albacete, tienen población y actividad suficiente como para recordarnos la vorágine de nuestra actual civilización.
No me gusta hablar de lugares que luego se pueden ver sobrepasados en su capacidad para aguantar a mucho personal. Pero a este hermoso lugar de la cascada de la Cimbarra ya ha sido alcanzado por la fiebre de los fotogénicos posados de Instragram, la colección de auto-medallitas naturalísticas de Facebook o el pautado trak de Wikilok. Por fortuna el carácter intermitente en la vistosidad de estas cascadas, que suele excluir la época veraniega, hace que las concentraciones humanas no sean demasiado irracionales. Es un lugar a cuidar y mimar, a limpiar y adecentar periódicamente, como la mayoría de aquellos lugares que forman parte de nuestro patrimonio natural más excelente, con más razón aún, si están en el ojo del huracán turístico-mediático, y que esto sea o bien pudiera ser un beneficio económico para los pueblos, no significa que tengamos que sacrificar la gallina de los huevos de oro.
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