Llevo varias entradas en las que hablo de los almendros silvestres, de los arzollos o allozos, que ambos nombres tienen en nuestro acervo cultural tradicional el almendro salvaje, y no estoy hablando de almendros (Prunus dulcis) escapados de cultivos o de retazos de antiguos almendrales caídos en desgracia. No, estoy y he estado hablando siempre de almendros naturales, del almendro mediterráneo o al que se podría considerar como el almendro ibérico, de contar con un probable genoma ya diferenciado de los marroquíes, italianos, griegos o turcos. Árbol y especie a la que considerar como a una encina, una jara, un labiérnago o cualquier otra especie propia de nuestros montes.
Desde aquellas entradas en las que ya vaticinaba su naturalidad en el solar hispano, (apoyadas también en una encomiable entrada en el blog de Salvador Feo García “En el Ecotono”). Con el paso del tiempo han ido cayendo en mis manos algunas publicaciones, he ido viendo más de estos supuestos almendrales silvestres y hace mucho ya que no me cabe la menor duda, sobre su absoluta naturalidad ibérica.
En esta entrada y con licencia excesiva por mi parte, voy a “fusilar” un magnífico trabajo (El almendro mediterráneo [Prunus webbii (Spach) Vierh., Rosaceae]: una especie olvidada de la flora ibérica con potencial agronómico) de un grupo de investigadores (D. Correa, P.J. Martínez-García, M.J. Sánchez-Blanco, J. López-Alcolea, C. Jiménez Box y P. Martínez-Gómez) que siempre van un paso por delante de lo que a menudo van nuestras altas autoridades botánicas, pues esta especie ni siquiera es mencionada en Flora Ibérica, a pesar de haber sido recogida por insignes botánicos sobre especímenes ibéricos o de haber sido minuciosamente descrita en la Flora d’Italia. Solo algún otro autor, avezado o muy viajado, ha tenido a gala apostar por su naturalidad, como Jesús Charco que también los ha visto a menudo por el Magreb, donde tanto ha trabajado.
Desde aquí agradecer a estos trabajadores botánicos del este y sureste ibérico, tan curtidos en el campo, viajados y en contacto con otros botánicos del ámbito mediterráneo, siempre interesados también por la etnobotánica y disfrutones de unas sierras donde naturaleza y hombre han estado muy unidos desde tiempos remotos, como mínimo desde los moriscos. Sierras que son puntos calientes de biodiversidad mundial, tanto de la natural como de la manejada, y donde hay que hilar muy fino para hablar con propiedad de cualquier especie vegetal, por humilde que ésta sea.
En ese grupo incluyo también a aquellos que osaron definir como especie al avellano español, Corylus hispanica Miller ex D. Rivera y cols. (Diego Rivera Núñez, Concepción Obón de Castro, Segundo Ríos Ramírez, Caridad Selma Ferrández, Francisco Méndez-Colmenero, Alonso Verde López, Francisco Cano Trigueros, etc.) o a otros estajanovistas de la materia verde, como Máximo Laguna o Pablo Ferrer y en especial a Carles Jiménez Box. Y que sirva, no como odiosa comparación, sino como aliciente a otros botánicos más centro-ibéricos para que se esfuercen por mantener el listón donde se debe.
Este almendro no es tan simple de diferenciar, pero a poco que se practique un poco, en seguida es fácil dar con sus caracteres diferenciales. Se trata de un almendro curtido por la intemperie y los problemas de supervivencia, por eso en él veremos muchas de las necesarias adaptaciones para bregar con los extremos climáticos, con la sequía o con unos suelos muy poco generosos.
A diferencia del almendro que todos conocemos, este es menor, como entre los dos y los cuatro metros y una de sus principales características es su peculiar ramificación, con las ramas formando ángulos de nacimiento divaricados, es decir, cercanos a los noventa grados, a veces en una desordenada y masiva ramificación y, casi siempre, acabados en pincho, no espinas, pero casi, pues son puntas de ramas que al secarse alcanzan una consistencia prácticamente espinosa. Las hojas más pequeñas, pero sobre todo la gran diferencia está en el fruto, el almendro normal tiene almendrucos superiores al tamaño del pulgar, pues el arzollo tiene el almendruco como del tamaño de la uña del pulgar, además y a diferencia del almendro común, son muy persistentes.
Por supuesto, no estamos comparando vis a vis el Prunus webbii con un almendro de cultivo, del cual puede llegar a haber decenas de varietales, sino con Prunus dulcis asilvestrados, apocados, incultos y con trazas de asilvestramiento. El gran problema de estos almendros es la hibridación y aquí, el gran perjudicado es nuestro Prunus webbii y no al revés, por eso la complejidad en el campo es tremenda, pues ahí aparece toda la gama de especies asilvestradas o más o menos hibridadas, cuanto más se reúnan los caracteres antes descritos, tanto más puro genéticamente será el Prunus webbii que veamos, pues entre los dos extremos existe toda la gama fisonómica y genética posible. Además, Prunus webbii en fondos de valle o lugares fértiles puede alcanzar tallas mayores de lo dicho.
Prunus webbii es un árbol íntegramente mediterráneo, ocupando desde el centro de Anatolia hasta la frontera sur portuguesa, por el norte de África ocupa todo el Magreb, es decir de Túnez al sur del Atlas. No tiene nada que ver con esa tradición tipo Arca de Noé, donde todo frutal, por definición, viene de aquel Creciente Fértil donde estuvo situado el famoso paraíso terrenal y del cual, también por arbitraria “definición” viene todo lo que nos llevamos a la boca y que no vino de América con Colón. Ese territorio de ocupación mediterránea muestra un vacío en Libia y Egipto, a pesar de ser también Palestino, lo que muestra que la posible vía de expansión pretérita se produjo en la crisis climática del Messiniense, donde pudo cruzar de Grecia e Italia hacia Túnez por tierras entonces emergidas, y del norte de África, a la península. Otro punto a su favor ha sido el numeroso hallazgo de macro-restos en yacimientos antropológicos, desde los 400 hasta los 2000 años A.C., lo que elimina su posible introducción romana, aunque es muy posible que éstos, usasen, como hicieron con los acebuches, el material autóctono como porta-injerto de las nuevas variedades orientales más productivas.
En España ya en 1863 Bourgeau lo cita (con pliego) del sur de Talavera, donde no solo hemos comprobado su existencia, sino su abundancia, como queda reflejado en algunas de las fotos. Hasta finales de los setenta no se cita de nuevo con un buen trabajo en los Montes de Toledo orientales (Felipe, A.J., Socias, I. y Company, R. 1977). Aun así, ha sido obviado en publicaciones oficiales o políticas forestales. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio, pero este almendro es más nuestro que la siesta. Prunus webbii busca terrenos térmicos en general de la mitad sur y de la mitad oriental española y lleva muy mal la hibridación, o sea que mejor buscarlo alejado de áreas clásicas de cultivo, aunque actualmente asistimos a una exponencial expansión de su cultivo que hace peligrar esos valiosos y antiguos genes.
Las áreas más clásicas en el interior peninsular (en las áreas bajas surorientales existe mucha hibridación), son los Montes de Toledo orientales, donde destacan, aunque no sean montes sino mesas y barranqueras, los arribes del río Algodor, los barrancos del Tajo, desde sus extremeños arribes, hasta la misma ciudad de Toledo, aunque buscando, también los hemos visto en cortados sobre el Jarama e incluso el Henares. Otra muy buena zona es el Campo de Calatrava, tanto en pedrizas cuarcíticas como en manifestaciones volcánicas, siendo muy vulgar el topónimo Arzollar. También abunda en áreas relativamente altas y abarrancadas de las sierras subbéticas, tanto en Jaén como en Granada y en los barrancos de las Hoyas. Es indiferente edáfico, pero donde más los he visto es sobre materiales sedimentarios y obviamente, de manera puntual, en los volcánicos.
Conozco bien las tierras volcánicas del Campo de Calatrava y siempre me llamó la atención la abundancia de arzollos y su espectacular floración fini-invernal. Si me preguntasen por una vegetación característica de los volcanes de esta región, diría que la vegetación potencial, casi más que un encinar, sería la de un arzollar, al menos corroborado estadísticamente en la actualidad. Supongo que en un más o menos remoto pasado, se trataría de un encinar, pero el uso y abuso antropógeno sobre estos fértiles terrenos, ha conducido a la desaparición o rarefacción de la encina y, por contra, a una cierta potenciación del arzollar, mucho más adaptado y resistente que la encina, al menos en sus primeras fases de vida.
En esos mismos terrenos, tampoco es raro ver pedrizas al pie de roquedos cuarcíticos, cuajados de almendros silvestres. Esa tierra calatraveña es una mezcla a partes iguales entre ambas litologías, cuarcitas y rocas magmáticas, y también de calizas manchegas, donde también aparecen almendros, pero en esos terrenos, a veces con cultivos de almendros, ya no está claro el origen de los almendros, probablemente, almendros perdidos o muy contaminados genéticamente con las variedades cultivares.
Estamos ante una buena oportunidad, un árbol que puede darnos alimento, pues al igual que con las bellotas, las hay amargas y las hay dulces; con un valor genético al que también se le puede sacar partido, para combatir enfermedades, para hacer mezclas y obtener varietales más resistentes, etc. Pero donde cuenta con un valor potencial altísimo es en cuanto a su uso en repoblaciones, tanto del árbol en sí mismo, con la plantación de arzollares en terrenos poco productivos o en climas donde lo arbóreo se encuentre en su límite. Pero donde tiene un gran potencial es como facilitador, es decir, su uso como vehículo para potenciar otras repoblaciones, su media sombra, su creación de suelo y un ambiente propicio para el desarrollo de especies más exigentes en sus inicios, o como para cobijar a la fauna en terrenos ahora desarbolados.
Tal y como vienen los tiempos, con un innegable calentamiento, con una galopante pérdida de suelo fértil, con episodios climáticos violentos, cada año más numerosos, tenemos que jugar la baza del almendro mediterráneo sí o sí. Tampoco es desdeñable el valor turístico que puedan tener los arzollares en su época (mediados-finales de febrero-inicios de marzo). Buscando almendros en la web, sin querer he localizado páginas web turísticas de Francia, fomentando la visita a almendrales del sureste, mallorquines o levantinos, turismo que por aquí solo hemos aplicado a los cerezos del valle del Jerte, pero quede bien claro que estos almendros no les van a la zaga en absoluto a esos cerezos, y muestran un mayor potencial, pues esa floración, empieza en Enero en lo más meridional y térmico y acaba a mediados de marzo en lo más frío, que en el caso del arzollo son las zonas térmicas del Maestrazgo.