En Madrid y en Toledo, existen numerosos infravalorados saladares que suponen uno de los mayores tesoros de biodiversidad del centro peninsular. A pesar de sus escasas dimensiones medias, su riqueza en especies muy poco comunes, más relacionadas con regiones costeras que con la Mancha manchega, dan una nota de color y originalidad en medio de las llanuras y campos de la reseca meseta interior.
El
centro de la cuenca del Tajo en áreas de Madrid y Toledo, entre Aranjuez y
dicha capital, atesoran un conjunto de “islas” salinas en sus zonas bajas y
arroyos temporales. Se trata de unos suelos que reúnen unas condiciones físico-químicas
que hacen muy difícil su colonización vegetal. Las sales que están disueltas en
las aguas, con su evaporación se precipitan y acumulan en los suelos de
cubetas, más o menos endorreicas, de las cotas inferiores de la cuenca,
proceden de varias fuentes, siendo la más frecuente, el lavado de estratos miocenos
salino-yesíferos.
También
contribuye a esta concentración y acumulación de sales, una climatología
extrema. Estamos en el centro de la cuenca, el punto más alejado de las
montañas, el lugar más a sombra de lluvias de toda la región, además de ser el
área más caliente de toda la cuenca en verano. Es una exacerbación
de la continentalidad, un lugar difícil de vivir que además conlleva el paso de
un ombroclima seco, como el de la mayor parte de la meseta, a uno semiárido, de
lluvias inferiores a los 350mm.
En
un medio salino, las plantas para poder sobrevivir han de adoptar una serie de
estrategias, primero, para capear la insolación y evaporación brutal a la que
están sometidas, entonces se pertrechan de recubrimientos céreos, vellosidades,
cutículas engrosadas, reducción o desaparición, al menos veraniega, de las
hojas, etc., hasta incluso la existencia de glándulas secretoras del exceso de
sales, etc.; y segundo, se trata de luchar contra el propio suelo, para robarle
el agua que se aferra fuertemente al mismo en estos medios salinos, el
resultado normal, es el almacenamiento de líquidos engrosando los tejidos de la planta
(crasicaules), para poder competir y “tirar” hidrostáticamente más
fuerte que el suelo de ese agua, y de paso, almacenarla y usarla metabólicamente.
Todas
estas adaptaciones fisiológicas consiguen que las diferentes especies, de
diferentes familias botánicas deriven en una fuerte convergencia evolutiva, que
las lleva a parecerse en mucho, llegando al punto de crear problemas
de identificación entre ellas, lo que no solo es complicado entre congéneres
(género Suaeda) sino también entre géneros distintos (Arcthrocnemum, Sarcocornia, Salicornia o Microcnemum.
Esto, el baile de nombres científicos o la no muy clara definición de cada especie, ha llevado a la
existencia de frecuentes errores de identificación que son comunes y llegan
incluso hasta antiguos pliegos de herbario. (quien esté libre de culpa que tire
la primera piedra).
No
son muchas las especies que pueden vivir sobre la sal, solo plantas especialistas en ese tipo de supervivencia o tolerancia a esas duras
condiciones, es la vegetación halófila. Prácticamente ninguna especie normal,
de los medios externos no salinos, puede vivir en estas depresiones y arroyos. También
existe una catena o varias, relativas a la diferente colonización de estos
nichos ecológicos en gradientes de menor a mayor humedad, o de menor
a mayor salinidad, o desde aguas dulces a fuertemente salinas, o según variaciones de la sedimentología de los suelos, etc.
Aquí la familia dominante
es la de las Chenopodiaceas (Arcthrocnemum, Atriplex, Microcnemum, Salicornia, Salsola,
Sarcocornia, Suaeda, etc.), algunas gramíneas especializadas (Elymus, Parapholis, Puccinellia,
Sphenopus, Aeluropus, etc.), las Plumbaginaceas, con sus variados Limonium spp. y juncos adaptados a la sal (junco marino J. maritimus, junco espinoso J. acutus,
J. subulatus, J. gerardii, almorchín Schoenus nigricans, etc.) y otras plantas de otras
familias que han conseguido evolucionar de alguna manera para poder hacer
frente a este peculiar medio.
La región salobre de la que hablo, no es precisamente la del propio fondo del valle del Tajo, ocupado por una fértil vega sobre terrenos aluviales que marca las cotas inferiores (470m) de su cuenca, sino las tierras ocupadas en un inmediato nivel superior, el que no se encuentra ahondado por la incisión fluvial y tanto a un lado, como al otro del río Tajo. En la orilla derecha, la norte, aparecen unos pocos buenos saladares en Toledo, el del Aº de Borox con el Valdelahiguera, Añover, con algún gran saladar lamentablemente alterado, como el Aº de la Fuente de Seseña y pocos más. De menor tamaño son los de Madrid, excepto el excepcional del arroyo de la Cañada en Valdemoro-Ciempozuelos y algunos, ya menores, en el valle del Jarama y del Tajo, hasta adentrarse algo en Guadalajara.
Mayor importancia cobran los saladares del Tajo en su orilla izquierda o sur y casi siempre en torno a los 510-530m de altitud, con los saladares de Madrid-Toledo y en menor medida, Cuenca, donde aún quedan restos de sus famosas salinas de Belinchón.
El territorio de mayor impronta de estos saladares interiores tiene que ver con la carretera N-400 Aranjuez-Toledo, allí hay manifestaciones salinas verdaderamente importantes, aunque algunas ya desaparecidas, como las Saladas de Aranjuez, entre esta villa y Ocaña. Pero a partir de Aranjuez, se dan localidades de enorme importancia, como la que tiene El Salobral de Ocaña, nombrada Microrreserva por la Comunidad de Castilla-La Mancha por su alto valor y magnífico estado de conservación, origen del valioso arroyo Salinas, aunque casi todo él es madrileño.
A partir de aquí, todos
los arroyos hacia el oeste, son salobres y pertenecientes a Madrid (la Cavina,
Martín, Umbría, Prado Morito, el de la cárcel y finalmente, el protegido
Carrizal de Villamejor), en este último desemboca el toledano arroyo de Martín
Román, aunque lleva otras denominaciones como Cedrón o Melgar, con los importantes
y protegidos saladares de Huerta de Valdecarábanos y Villasequilla que junto
con El Salobral de Ocaña conforman el Espacio Natura 2000 "Estepas salinas
de Toledo" (ZEC ES4250008).
Respecto al Salobral de Ocaña, magnífica finca cuidada con esmero por sus propietarios, ha sufrido un lamentable destrozo gracias a Adif que merece una entrada solo para tratar este asunto: fugas de agua salobre en el madrileño túnel del AVE se vertieron hacia el sur, a la Microrreserva situada ya en Toledo, ocasionando la muerte blanca de un vallejo que daba al arroyo Salinas. La nefasta solución inicial, se ha trocado en un “greenwashing” de libro, en un proyecto de creación de semi-saladares artificiales que van a emular (¿?) estos ecosistemas, pero en terrenos de secano expropiados por la fuerza a los propietarios de esta finca.
Los saladares se reconocen a primera vista por sus blancos calveros de concreciones salinas, con una vegetación específica que salvo algún árbol, de los que solo algún taray (Tamarix canariensis, T. africana o el rarísimo T. boveana), aparece de buen tamaño la blanca orzaga Atriplex hallimus, en los bordes exteriores y siguiendo los arroyos salobres. La vegetación dominante en el interior del saladar está compuesta por vivaces crasicaules como el almajo Suaeda vera con una variante de bordes lagunares y, no del todo reconocida, S. brevifolia, esto en el caso de no existir un "sapinar" de Arcthrocnemum macrostachyum. Pero lo más corriente, denotando una menor salinidad, son los juncales salinos, con el gran Juncus acutus o el negruzco J. maritimus que crean grandes manchas de colores diferenciados.
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Pero para colores, los rojos de las especies crasicaules, debido al estrés hídrico, que incluso dan nombre al coralillo Microcnemum coralloides, pero que también alcanza a Salicornia ramosissima, Salsola soda o Arcthrocnemum macrostachyum, especies estas últimas, algo polimorfas y difíciles de diferenciar entre ellas, según su estado. El contraste entre las verdes salicornias, los rojos coralillos, las blancas orzagas (Atriplex halimus), ontinas (Artemisia herba-alba) y calaminos (Salsola vermiculata) o los negros Juncus maritimus, es más que llamativo en el abigarrado mundo vegetal del salobral.
Más extensión tienen los pastizales graminoides, con la cebadilla marina Hordeum marinum o los llamativos penachos de Polypogon monspelliensis. También en los calveros, al principio verdes, pero luego marrón oscuro, las pequeñas Frankenia pulverulenta, muy extendidas superficialmente. Este año muy abundantes han sido los Centaurium spp., como Centaurium tenuifolium, C. quadrifolium o Schenkia spicata. En el caso de haber alteración por varios motivos, aparece también un buen cortejo de plantas salobres, como Cressa cretica, la barrilla Salsola soda, el cardo crasicaule Sonchus crassifolius que, salvo el calamino o sisallo S. vermiculata, también son poco comunes.
A pesar de su aparente similitud, tienen cada uno una personalidad florística algo diferenciada, con especies que solo aparecen en uno o unos pocos de ellos, como: la sapina Arcthrocnemum macrostachyum, Cressa cretica, Frankenia laevis, Limonium tournefortii, L. toletanum, L. latebracteatum, Salsola soda, Sarcocornia carinata, Tamarix boveana, etc. En otros cambia la vegetación, casi todo son juncales o barrillares o solo anuales en la enorme costra blanca, como Suaeda splendens, Salicornia ramosissima o Microcnemum coralloides. Supongo que cada uno tendrá una historia, una diferente sedimentología, etc.
Muy extendida superficialmente es la vegetación halófila ligera, la de los antiguos grandes albardinales y limoniares manchegos, o en el ecotono entre lo verdaderamente salobre y lo normal o los yesos. Una vegetación algo similar, por tener sales también, o mejor dicho sales sulfatadas, como los yesares, de límite impreciso entre lo gipsícola y los halófilo que Huguet del Villar situó precisamente. Aquí en los arroyos semi-salobres también aparece toda una vegetación totalmente ausente de las zonas sin sales, destacando la abundancia de Limonium dichotomum, y otras especies, cada día más escasas, como Blackstonia imperfoliata, Cochlearia glastifolia, Iris reichenbachiana, Gypsophila bermejoi, G. tomentosa, Linum maritimum, Oenanthe lachenalii, Plantago crassifolia, Teucrium scordium y, ya en lo más seco, el albardín Frankenia Lepidium cardamines, Lygeum spartum, Senecio auricula, etc.
Los saladares se han conservado dada su incapacidad para la producción agrícola, aunque algunos fueron convertidos en explotaciones salineras, (eso sí que podría llamarse saladar semi-natural), pero con el desarrollo de los transportes, las salinas litorales arruinaron las antaño valoradas salinas de interior. Algunos saladares se usaron para la recolección de plantas barrileras, usadas para la industria química, fertilizantes e incluso fabricar pólvora. Hoy en día muchos de ellos, especialmente los de salinidad menos intensa, están siendo cultivados, bien con especies tolerantes a la salinidad o bien con otros cultivos, incluso de cereales sin apenas producción, pero que a pesar de todo, cosechan subvenciones de la PAC, un auténtico sinsentido.
Viendo uno de los saladares más peculiares del norte toledano esta primavera, tuve que apartarme para ver como un gran tractor y una enorme cosechadora, atravesaban sin ningún miramiento un magnífico saladar, dejando unas imborrables rodadas que van afectando negativamente a este pequeño saladar. Figura o ecosistema protegido a nivel europeo, incluso como Hábitat Prioritario. También el arroyo Salinas, con la única población madrileña del escasísimo taray Tamarix boveana, sufrió vertidos agrarios que aniquilaron la mitad de su población hace varios años, aunque aún perduran sus troncos muertos entre los rebrotes.
La protección de estos, ya de por sí escasísimos lugares, que continúan desapareciendo desde hace varias décadas, es más necesaria que nunca. Los cultivos, las alteraciones de su ciclo hidrológico, los drenajes para sacar terrenos de irrisorios cultivos agrarios o la proliferación de fotovoltaicas, están arrinconando estas auténticas joyas de la evolución y de la biodiversidad, en un punto de difícil retorno, a pesar de su reconocida valoración legal. Ni siquiera la inmediata vecindad de un Parque Nacional, como el de Tablas de Daimiel, ha servido para proteger sus colindantes e ignorados saladares de Villarrubia, que incluso en una ocasión he visto arder, aunque me parecía imposible.
También es un triste ejemplo de las miserias que ocurren cuando las divisiones administrativas parecen estar por encima de las comarcas naturales, pues todos estos saladares deberían estar agrupados en una necesaria gran Reserva Natural de los Saladares del Tajo, aunando territorios tanto castellano manchegos (que han cumplido ya parte de su labor con varias Microrreservas), como madrileños.
La pequeña variabilidad ecológica de sus valiosas formaciones vegetales, hace que cada una de ellas reciba un rango de protección expresamente reconocido: Tarayales halófilos: Código Natura 2000: 92D0; Albardinales salinos y formaciones de Limonium spp. Cód. 1510; Matorrales halófilos crasicaules Cód. 1420; Juncales salinos Cód. 1410; Praderas salinas de Puccinellia Cód. 1410; Praderas anuales de gramíneas halófilas, también están protegidas claramente, su transición a la vegetación ajena a estos medios salinos, como es el caso de los albardinales, que antaño ocupaban los bordes externos de todos los saladares de la meseta sur. Después de mucho buscar, no ha aparecido en Madrid ningún ejemplar ni de Sarcocornia carinata (antes S. perennis subsp. alpini), ni de Artemisia caerulescens subsp. gallica, por lo que o han desaparecido o quizás nunca hubo, y hay varias especies en el borde de su desaparición total, como Frankenia laevis o Lythrum flexuosum. La situación de los saladares sigue siendo más que preocupante.
Hay que reconocer que los mejores saladares se han conservado por su pertenencia a grandes fincas, como El Salobral o fincas cinegéticas como La Flamenca, otros a fincas ganaderas, como en el arroyo Guatén madrileño o en Huerta de Valdecarábanos en Toledo. A esos propietarios les debemos mucho, aunque realmente debería ser el estado el que garantizase y promoviese su conservación. He visto a geógrafos o botánicos europeos, quitarse el sombrero (y bajo un sol de justicia) de su asombro, ante el paisaje inimaginable para ellos, de un saladar bien conservado. Es nuestra obligación conservar unas tierras llenas de una biodiversidad muy poco o nada común que habitan unas tierras, prácticamente sin valor agrario. Es nuestro deber.