jueves, 31 de octubre de 2024

Por las Hoces del Alto Ebro y Rudrón (Burgos)

 


  Siempre que me he desplazado del centro peninsular al norte, cuando me ha tocado recorrer apresuradamente, de camino hacia Cantabria, me he quedado con las ganas de recorrer y conocer esa cantidad inmensa de valles y montes que hay en el entorno del Ebro y de éste hasta los límites septentrionales de Burgos, incluyendo la comarca, geográficamente castellana, aunque cántabra, de Valderredible. Este norte de Burgos, aunque no recorrido, ni por asomo, en su totalidad, me dejó una maravillosa impresión de riqueza y diversidad biológica, cultural, paisajísitica, humana, y la pena, de su tremendo y lamentable abandono.

El abandonado pueblo de Lorilla, al borde del boscoso barranco

La impronta geológica es quien condiciona el paisaje y toda la vida que se le acopla, incluidos los aprovechamientos humanos. No es vano, gran parte de esta región nor-noroeste de Burgos, pertenece al Geoparque de Las Loras que fue promovido debido a esta riqueza y diversidad geológica, con sus relieves plegados, sus abundantes cañones sobre estratos horizontales, sus formas cársticas, donde destaca la popular imagen del pueblo de Puentedey, construido sobre un hercúleo puente de roca sobre el río Nela.

Puentedei

Este territorio, mayormente calizo, de edades jurásica y cretácica, aparece armado primero sobre planas y altas mesetas, cuando los estratos son horizontales, se trata de los páramos, que separan esta comarca de las áreas medias y bajas de Burgos. Luego, hacia el norte y hacia el contacto con la Cantábrica, estos estratos están fuertemente plegados, mostrando lo que en geología se conoce como relieve invertido, pues los que debería ser un paisaje de valles sinclinales y cimas anticlinales, ocurre al revés, los fondos de los sinclinales, más duros frente a la erosión han permanecido a veces intactos y marcan las cumbres más altas, como lajas de ese páramo navegando solitarias hacia el norte, son las “loras”. Muchas de estas cimas se llaman Castro o han tenido fortificaciones ancestrales en su cima, (Peña Amaya, Monte Bernorio y Peña Ulaña, por ejemplo), desde las que los cántabros se defendieron del invasor romano.

Uno de las loras, el cerro Castro

       En cambio, las cuestas anticlinales, más fracturadas, usualmente han sido desmantelados por la erosión, instalándose en ellos valles y riachuelos; mostrando relieves muy a menudo escalonados, con paredes, oquedades e incluso ventanas. Aquí el encajamiento hidrológico es importante, señalado priemro por el gran río Ebro y por todos sus afluentes, donde destaca el río Rudrón, formando ambos, y debido a su buen estado de conservación en este tramo el Parque Natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón.

Sistema de diques travertínicos formados por la solidificación de la caliza en el borde de la caída del agua

La riqueza en cuevas es espectacular, para muestra como el río Nela pasa por debajo del pueblo de Puentedei (puente de Dios), o la impresionante cueva, con su capilla interior y exterior, y su kilométrico recorrido cárstico por el interior de esas montañas, de los mayores de Europa; sin olvidar también el Pozo Azul, impresionante surgencia que también es un camino hacia las profundidades, de hecho, mientras estuve allí, una expedición de unas ocho personas, pertrechados con todo tipo de aparatos e indumentaria de buzo, desaparecieron en su boca turquesa.

El Pozo Azul encierra un misterioso sistema cárstico en su interior

Chocante sin duda alguna es el reino vegetal. Pocas veces la mezcla es casi la definición de la vegetación de una región tan amplia, pues estamos en el mero contacto entre lo cantábrico y lo castellano, el frío páramo, las húmedas umbrías, los impresionantes bosques galería de los ríos y arroyos, las cálidas y secas solanas llenas de enebros. Pero aquí, el árbol dominante es el quejigo (Quercus faginea y escaso Q. pubescens), apareciendo donde el suelo es más ácido, bien por tratarse de calizas muy lavadas o de areniscas, entra en dominancia el roble melojo, (Quercus pyrenaica) que, en las estaciones más altas y frescas, es sustituido por su congénere el roble albar (Quercus petraea). Por supuesto en lo más térmico o en lo francamente pedregoso es la encina (Quercus rotundifolia), de la que no dudo que, en los protegidos cañones, aparezca su gemela más estrictamente mediterránea y menos continental, la alsina (Quercus ilex).

Vegetación sobre areniscas ácidas

Esta riqueza de arbolado, donde me ha faltado señalar la relativa abundancia de arces y mostajos, viene acompañada por una enorme variedad de arbustos de gran talla, con majuelos, viburnos (Viburnum lantana), agracejos (Berberis hispanica), cornejos (Cornus sanguinea), aladiernos (Rhamnus alaternus), espíreas (Spirea hypericifolia), enebros, coscojas, aliagas, madreselvas, etc. Por contra, en terrenos ácidos (areniscas y conglomerados), se instala un brezal con jarillas, bastante uniforme y menos variado (Erica spp.), Halimium acymoides, Helianthemum spp., tojos, escobas (Cytisus scoparius, Genista obtusirramea)

Continuará...


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