martes, 31 de marzo de 2020

Excursión Vernal por el Sureste Madrileño


Vernal, perteneciente o relativo a la primavera, del latín ver o veris, prima”ver”a vernalis. También usado como epíteto, como equinoccio vernal: época en que por hallarse el sol sobre el ecuador, la duración relativa del día y de la noche es la misma en toda la Tierra. Aquí me acojo a esta última acepción de vernal, mucho menos amplia que la de primaveral, puesto que, botánicamente, muchas plantas llevan el nombre específico de verna o vernalis precisamente, por florecer al principio de la primavera.

Gagea lacaita un bello geófito de principios de primavera

   Primavera que por nuestras mediterráneas latitudes se nos va yendo, ojos vista, hacia un verano que antaño comenzaba el 21 de junio y que hogaño lo hace plenamente a finales de mayo; tenía antes su despedida tras  las tormentas de San Juan y ahora tras las últimas lluvias que nos suele traer el labrador San Isidro. Botánicamente es así, el calificativo de vernal lo llevan floraciones primerizas, bien respecto al calendario o bien respecto al resto del bosque o de una vegetación todavía despertándose del invierno, como pueda ocurrir, ya mucho más avanzada la estación, en lo alto de las montañas con otras especies “vernales”.


 El carraspique Iberis saxatillis en plena floración vernal

     En la comunidad de Madrid, mientras que al norte y noroeste, en la sierra, ese enorme y casi “único” jardín de seis millones de almas, apenas aparecen algunos narcisos en esta época para mostrar un nuevo ciclo de vida, por el sureste, prácticamente el patio de atrás, el gran vertedero madrileño, donde va todo lo  que no quiere el "rico" norte, las infraestructuras, basureros, graveras, minas, etc., comienza la fiesta.


Río de Diplotaxis erucoides a finales de un lluvioso mes de marzo, en una vaguada del sureste madrileño

        La estoica naturaleza del sureste resplandece en un colorido abanico de especies que, a partir de ahora, irán sucediéndose sin solución de continuidad, en floraciones de difícil predilección estética, hasta que los ardores solares pre-veraniegos las vayan apagando, hasta llegar a los más preparados para aguantar la sequía, que suelen ser las especies salinas, también comunes por esta región, aunque de flores mucho menos llamativas.


Paisajes aparentemente desolados del sureste madrileño

     Esta época es sumamente cambiante según qué año; este año arrastramos un déficit hídrico importante, aunque a nivel superficial los suelos aún conservan la humedad suficiente para no ceder ni el verdor estacional ni la capacidad de floración de estas madrugadoras especies; el año pasado ni siquiera eso y, hace dos años, no cabía más agua en el campo, ni en nuestros sufridos abrigos de aquella jornada, memorable, pero pasada por agua y barro. Un agua que a pesar de su abundancia, no pudo derretir la sal encostrada cerca de algunos manantiales salobres que visitamos.

 A pesar de la abundante lluvia de 2018, la sal de este arroyo no llega a fundirse

            Estamos en el sureste, tierra de secarrales para el común de los urbanitas, y tierra de yesos, páramos calizos y vegas para los geólogos. Para los botánicos, excepto los más abducidos por la idea alpina, europeista e infantil de una siempre verde naturaleza de bosques, lagos azules y montañas nevadas, esto es un paraíso y también, un lugar difícil de conquistar con el conocimiento, dada la cantidad y variedad de especies vegetales. 


La poco corriente Linaria glauca entre los yesos madrileños

        En un espacio relativamente reducido, floras de tantos ecosistemas reunidos, las calizas, los yesos, la costra liquénica, los saladares, los suelos arcillosos, los arenales, los grandes ríos, lo arvense, lo cutre-nitrófilo, etc., casi para echarse atrás o, como hacía yo hace años, para dedicarse a la fotografía y al paseo explorador, dejando las plantitas raras para los expertos.


La costra liquénica casi tiene más biodiversidad que las plantas superiores que crecen en ella

           Este año, solo varios días antes de la entrada oficial de la cuarentena que tan bien le está sentando a nuestra pisoteada naturaleza, estuve de excursión botánica por esta región, en busca de algunos suculentos menús botánicos. 



     Uno de ellos, una peculiar vegetación que hay por algunos lugares del sureste, como es la de los suelos silíceos de arenas, gravas y bloques procedentes de antiguas redes fluviales, en medio de un mundo dominado ampliamente, por lo calizo. Estos enclaves aparecen como islas que recuerdan la vegetación del norte y oeste de Madrid, pero en el sureste, totalmente desconectadas, pero bastante coincidentes.


Tramo de cantos redondeados y arenas silíceas, un poco más potente de lo normal

          Esta vegetación ya fue estudiada en el pasado, pues llamó la atención de los botánicos más camperos que con su buen hacer establecieron su patrón, ecología y alcance, Manuel Costa y Jesús Izco destacaron en la descripción de esta comunidad. Pero como todo, con el paso del tiempo, que ya hace de aquellas investigaciones, y con un mayor conocimiento del terreno, algunas novedades importantes habría que añadir a lo sentado, pero no seré yo quien lo haga, sino alguien que lo tiene mucho más trabajado y pateado, por lo que no quiero destripar ninguna novedad al amigo Juanma.


Dos camétifos silicícolas del sureste madrileño, cantueso (la primera flor) y mejorana

          La geología de la zona, como dije antes, básicamente es de un medio calizo que por debajo tiene un espeso sustrato yesífero, la vegetación adaptada a ellos son las dos vegetaciones zonales, y sobre ellas, localmente se superpone de una manera, generalmente bastante superficial, la de esos rañizos o formaciones sedimentarias de arenas, arcillas rojas y bloques de cuarcita redondeados.


La jarilla Halimium umbellatum subsp. viscosum y la jara Cistus salvifolius, silicícolas entre cantos rodados

       Esa superficialidad es la que marca el límite entre la flora basófila o gipsícola asentada en la región o la acidófila que lo hace puntualmente en esas formaciones sedimentaria, pues si las raíces pueden traspasar esos canturrales, llegan a lo calizo o lo yesífero, obviando esa influencia silícea. En cambio, si se trata de plantas pequeñas, caméfitos o anuales, ya sí que es determinante y puede ser un serio obstáculo para la vegetación que no sea tolerante o esté especializada en ese tipo de sustrato. Tal es así, que cuando se ara con vertedera el suelo, al mezclar capa superior e inferior, la influencia silícea casi desaparece y el terreno es colonizado por las especies habituales en la región.


                       Tramo de monte bien conservado, con encinas, coscojas e incluso quejigos

      La vegetación potencial es el encinar manchego que, aunque no es abundante, sí que está presente en las localidades mejor conservadas, y lo más habitual son sus etapas seriales de sustitución, el coscojar con espinos negros, y de ahí para abajo. 


Encinar arriba, luego espartal, abajo zona de costra y luego albardina, antes del pastizal de vaguada

        A partir de esta vegetación, ya las especies van teniendo menos capacidad para traspasar la capa silícea y empieza a verse a las especies indicadoras de esta variante de colonización vegetal, el labiérnago Phillyrea angustifolia, el jaguarzo morisco Cistus salvifolius, el cantueso Lavandula stoechas, la mejorana o tomillo blanco Thymus mastichina, la jarilla Halimium umbellatum subsp. viscosum, la romerina Santolina rosmarinifolia, etc. Las especies menores también son reseñables como Jasione montana, Tuberaria (Xolantha) guttata, etc. Sin olvidarse de líquenes  como Cladonia rangiformis que aparece aquí y ya mucho más lejos, en la sierra.


Amarillos mini jaramagos, geranios Erodium cicutarium y blanquitas Linaria amethystea

        Otro de los objetivos botánicos era el estudio esas pequeñas hierbas en las que casi nadie se fija, los terófitos, las pequeñas anualitas que sucumben al primer golpe de calor tras consumirse el agua superficial con los primeros calores, ya sean los primeros golpes de calor de abril o, con mucha suerte, los de mayo. Aquí ya estamos metidos en jaleo botánico, con las claves, las opiniones, etc. 


El nomeolvides Myosotis congesta y el pequeño pero vistoso Senecio minutus abajo

       Alguna planta nos trae de cabeza, como un mínimo Myosotis que después de discusión, parece M. congesta; los Taraxacum también, con los Erodium, aunque en principio la mayoría son E. cicutarium, también vemos ejemplares "desviantes", y así un largo etcétera, Arabidopsis thaliana, Linaria micranha, etc.


Nazarenos y abajo la mínima Clypeola jonthlapi

        Como estamos en un mundo en que cabe lo acidófilo y lo basófilo, es más difícil excluir a las que teóricamente no aparecen aquí por ser de lugares ácidos, otra planta que conocemos de aquí es el bello y poco común Narcissus cantabricus, al que los calores de este febrero han hecho que apenas quede algún ejemplar florido.


Los últimos Narcissus cantabricus en flor, Arabidopsis thaliana abajo

       Los campos están plenamente amarillos pues es el momento de los jaramagos que lo inundan prácticamente todo. Domina claramente el amarillo de Diplotaxis virgata, con un poco de vista para diferenciarlas y la aclaración de Juanma, vemos las hojas mucho mayores con un gran lóbulo terminal de Diplotaxis muralis, también puntualmente aparece Sisymbrium assoanum.


Los jaramagos: Diplotaxis virgata y Diplotaxis muralis a la derecha y Sisymbrium assoanum abajo


       La vegetación es muy diferente en las solanas, con un buen atochar que deja amplios calveros entre sus macollas, la otra vertiente también lo tiene, pero aparecen más encinas y los calveros están mucho más cubiertos, llegando la humedad a cobijar incluso a la hierba centella, Anemone palmata, aún sin sus vistosas flores.


Hierba centella, Anemone palmata creciendo entre macollas de esparto y Linaria micrantha abajo


        Las peanas de las lomas cambian su vegetación, aquí ya entran los yesos y en esas partes bajas ya abundan las acelguillas de Limonium dichotomum y el tomillo sapero Frankenia thymifolia, en los puntos con más sales entra el albardinal y si la humedad aumenta entran los fenalares, juncos, alguna orzaga Atryplex halimus y puntualmente aparecen también tarayes Tamarix canariensis-africana.


Vallejo con orzaga abajo y algún taray con madreselvas en la ladera

       De vuelta, sobre la loma vemos una antigua casa, en sus tiempos solitaria, pero cada día más acompañada en lo que en los últimos años se está convirtiendo en gran problema urbanístico en esta zona por su enorme descontrol. Pero esa casa, por lo que me comentó Juanma, no es sino Nohayagua, el famoso desahogo campero del poeta José del Hierro. Que como buen domador de la palabra y conocedor de estos lugares, bautizó tan adecuadamente su casa.



       De remate con las micro plantas fuimos a buscar un micro-endemismo madrileño, una pequeña uña de gato, Sedum descubierto no hace mucho cerca de Aranjuez, de hecho se trata de la uña de gato Sedum aetnense subsp. aranjuezii. Aquí si que hay que echar pie a tierra y rebuscar entre el canturral y otras uñas de gato parecidas, Sedum caespitosum, S. album, Pistorinia hispanica y otras micros como Minuartia hybrida, Plantago lagopus, etc.


Minuartia hybrida y distintas uñas de gato distintas en una terraza-pedregal fluvial y Sedum caespitosum

      Tras un rato de búsqueda dimos con la preciada y poco común plantita, tal como la habíamos visto en las fotos, ceniciento-rosada y mínima, tanto que solo al ver las fotos ampliadas, descubrimos que estaba florida. Un ecosistema en miniatura, sobre un suelo muy concreto, canturrales ribereños empastados en una matriz caliza. Aquí no hay plantas grandes, este medio se mueve y es incapaz de retener un agua que pueda sustentar plantas mayores.


El pequeño y único Sedum aetnense subsp. aranjuezii, una joyita del sureste
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