lunes, 16 de febrero de 2015

La Costra Liquénica de los Yesos


            Los paisajes de los yesos del centro de la península son uno de los medios naturales menos conocidos y valorados de la península, incluso por los habitantes de esas regiones. Los tópicos y lugares comunes de la ecología “verde” han fabricado una imagen de la naturaleza como la del puzzle o el calendario con sus bosques virginales, sus montañas de cimas nevadas y un lago en primer plano que no se corresponde, aunque en algún lugar de nuestra geografía sí que exista, con nuestra realidad natural.



            Más claro aún es el ejemplo madrileño, donde la imagen generalizada de la naturaleza en buen estado, es la de los bosques del Guadarrama, recientemente “medio” bendecidos como Parque Nacional, pero con un medio natural, en el sureste madrileño, que sobre calizas y yesos, “pulveriza” con sus cifras sobre biodiversidad, la riqueza biológica serrana, a pesar de los varios pisos biológicos, del medio natural serrano. Tanto es así que a pesar de sus valores, casi siempre en peligro por su cercanía a la capital española, no goza sino de una sola área protegida, la del Parque Regional del sureste, que en la realidad es puro papel mojado por su abandono, cuando no verdadero escándalo, respecto a su uso y gestión.



            El aljezar (el yesar) del  sureste madrileño es uno de los medios menos conocido, valorado y visitado. Pero realmente es un medio tan duro para la vegetación que sólo los verdaderos especialistas, pueden vencer las dificultades de los sulfatos, las sales, el polvo de yeso cubriendo las hojas, la insolación unida a la reflejada por los suelos, etc. Por ello es un ecosistema de plantas exclusivas y de seres únicos que desde miles de años se han ido adaptando al yeso, hasta llegar a diferenciarse de sus ancestros, debido a esas adaptaciones.

Reseda suffruticosa endemismo de los yesares interiores ibéricos

            Sobre los yesos viven diferentes comunidades vegetales, desde una potencial y lejana vegetación forestal, la del encinar manchego, pasando por el coscojar con efedras, el tomillar gipsícola con jabunas, lepidios y centáureas, el espartal, los ontinares, las comunidades de terófitos, hasta llegar a un mínimo de vegetación vivaz con la zamarrilla de los yesos en un suelo prácticamente desnudo. Pero esa “aparente” blanca desnudez, no es tal, no es suelo rocoso de yesos cristalinos o sacaroideos, aunque veamos un pequeño porcentaje, realmente ese suelo pétreo es una mezcla heterogénea de líquenes crustáceos terrígenos que ven en este medio, poco vegetado, una oportunidad para prosperar con verdadero éxito.

Líquenes, terófitos poco visibles y Hernianria, Launaea, Thymus lacaita, Reseda stricta,..

            Se trata de uno de los medios ecológicos más complejos, especializados y adaptados a la adversidad de la naturaleza española. Es la costra liquénica de los yesos, se trata de una comunidad compuesta mayoritariamente por líquenes, con algunos musgos y algunas especies vegetales, principalmente anuales exclusivas y escasas  vivaces como la herniaria, el teucrio o zamarrilla de los yesos y el tomillo de Aranjuez.

Apenas indiferenciado de un liquen blanco este saltamontes sin alas del  género Ocnerodes

            La procedencia de casi toda esta vegetación es de regiones de climas muy duros, muy xéricos y continentales, como el interior de Asia oriental, la región Irano-Turaniana, climas más duros que los ibéricos pero aquí potenciados por las duras condiciones edáficas de yesos y sales. En tiempos Messinenses con un Mediterráneo reducido a su mínima expresión o a través del norte de África, esta vegetación llegó a la península y se fue adaptando y separándose genéticamente de esa flora este-asiática. No sólo plantas como la ontina Artemisia herva-alba, el esparto Macrochloa tenacissima, efedras, jabunas Gypsophila spp., el sisallo o calamino Salsola vermiculata, albardín Lygeum spartum, Stipa pennata, etc.,  sino también líquenes como Fulgensia desertorum, Diploschistes steppicus, Psora saviczii, Buellia zoharyi, etc.

Psosa decipiens rosa, Fulgensia desertorum amarilla y Diploschistes diacapsis blanco, entre otros tipos de líquenes

            La costra liquénica ocupa los claros de tomillares y espartales, a parte de las laderas más inclinadas y las áreas más expuestas al viento y la insolación. En temporadas húmedas da corte andar por ella porque te vas hundiendo un poco en ella y es muy fácil de erosionar. Entonces es su momento más delicado y una sola moto trotando por estas laderas puede hacer un daño irreparable durante años. Cuando está seca, resuena como algo hueco al golperla, tal es la unión de los líquenes con la capa superior del suelo que viene a ser como una manta cerrada sobre el terreno.

Un solo día de carrera de motos dejó esta lamentable imagen de la costra liquénica

Incluso existen peculiaridades geomorfológicas, tras los inviernos o en épocas lluviosas es corriente ver como al pie de los cerros, a veces a través de un agujero, como pueda ser una madriguera de tarántula, empieza a salir una corriente de barro semilíquido que deja en superficie un montículo como el de un topo, debido a una corriente de barro líquido bajo la costra. Eso da una idea de la compacidad y hermetismo de la costra en su conjunto. De hecho químicamente ocurre que en invierno los yesos (sulfatos), se di-hidrantan y en verano pierden esa doble hidratación, despegándose del suelo inferior. Al hacerlo arrancan las pequeñas raíces de las plantas que han prosperado y limitan su colonización a las más pequeñas, a no ser que se tengan raíces potentes para soportarlo.

Aquí no hay topos, lo blanco es el resultado de una surgencia de barro líquido

Los líquenes de los yesos ibéricos son mayoritariamente terrícolas, aunque pueden incluir, dada la fragilidad del yeso, pequeños trozos rocosos, poblados de otro tipo de yesos, los saxícolas, otros los errantes e incluso sobre las ramillas de las escasas plantas vivaces pueden habitar líquenes epífitos. A ellos se les unes algunos musgos y toda una serie de microorganismos bacterianos, algas, hongos liquenícolas, etc. Debido a esta amplia conjunción biótica, el término general para hablar de estas costras “vivas” es el de Costra Biológica del Suelo (CBS), siendo la costra liquénica de los yesos un caso particular, aunque el más representativo y extendido. Otras costras, también  a veces llamados mantos bacterianos, se dan en superficies permanentemente humectadas, sobre lechos salinos, en rocas rezumantes, etc.


Grimmia pulvinata entre líquenes como Toninia coeruleonigricans

La costra liquénica es beneficiosa para los suelos al sellarlos frente a la desecación, protegerlos de la erosión y por proporcionar nitrógeno asimilable para las plantas. Por ello suele haber una relación que juega en su contra al promover el establecimiento de la vegetación, si ésta consigue introducir alguna semilla, con la que entran en competencia directa. Aunque casi siempre esta vegetación es tan banal que se agosta pronto y deja de ser competencia para los líquenes.

Sedum gypsicola creciendo entre un mar de líquenes

Los líquenes al igual que la vegetación superior tienden a agruparse en comunidades según sus afinidades ecológicas, en función de la exposición, inclinación y carácter del sustrato. Al hablar propiamente de la costra de los yesos y los claros del tomillar-atochar gipsícola, estamos hablando de los más heliófilos. Aquí destacan por su biomasa los que más se confunden con el blanco del yeso: Aspicilia spp., Buellia epigaea (consistencia farinácea) y B. rivasmartinezii, B. zoharyi, , Collema teñax y C. cristatum (también sobre calizas) , Diploschistes diacapsis  (el más abundante de todos), D. steppicus (cerebriforme en áreas poco inclinadas), Endocarpum pusillum (algo marrón), Lecanora spp., Lecidea gypsícola y L. circinarioides  (en yesos pétreos casi verticales), Lepraria crassisima (primocolonizadora y  masiva en taludes inclinados poco expuestos), Squamaria lentigera (algo verdoso), S. crassa, etc.


Dan su característica policromía a la costra, sobre todo cuando ésta se encuentra hidratada, los tonos amarillentos de Fulgensia desertorum y F. subbracteata, los rosados de Psora decipiens y P. saviczii, los marrones rojizos de Dermatocarpon trapeziforme, los amarillento-verdosos de Acarospora placodiiformis,  A. reagens y A. schleicheri (en sustrato blando) o los oscuros de Toninia coeruleonigricans. También estarían el resto de líquenes y hongos parásitos que dan punteados negros, rojos o azulados sobre muchos de los enumerados.

La amarilla compuesta Launaea fragilis

Si los líquenes de la costra son algo muy especial, no lo son menos los vegetales que osan vivir en estos medios. Los de mayor talla son las pequeñas matas de cistáceas como las jarillas Helianthemum squamatum y H. siryacum (indica termicidad), la crucífera Lepidium subulatum, la rosácea jabuna Gypsophilla struthium, las bellas compuestas Centaurea hyssopifolia y Launaea fragilis, componentes mayoritarios del tomillar-jabunal. Pero mucho más adaptados a vivir en lo más duro de la costra liquénica están Teucrium pumillum y Herniaria fruticosa, denotando la última esta peculiar ecología, pues la zamarrilla es menos común al ser más exigente en exposición y termicidad.

Teucrium pumilum y Herniaria fruticosa, los verdaderos especialistas de la costra liquénica

Los únicos vegetales verdaderamente adaptados y característicos de la costra liquénica, a parte de esas vivaces, son los más efímeros, los terófitos que solo viven lo imprescindible para crecer y reproducirse, desapareciendo, casi absolutamente, una vez dispersadas las semillas. Aquí entran  como más representativos, la bella y delicada gramínea Ctenopsis gypsophila, Campanula  fastigiata y Sedum gypsicola, acompañados usualmente por:  Asterolinum linum-stellatum, Centaurium quadrifolium, Chaenorrhinum reyessi y Ch. rubrifolium, Echinaria  capitata, Erodium pulverulentum, Euphorbia falcata, Filago pyramidata, Limonium echioides, Macrosyringion longiflorum, Parapholis incurva, Pistorinia hispanica, Reseda stricta y R. suffruticosa, Sedum sediforme, Thapsia villosa, Trisetum loeflingianum y Ziziphora hispanica.

Centaurium quadrifolium con la jarilla de los yesos Helianthemum squamtum

Esta vegetación terofítica pasa desapercibida a no ser que, prácticamente te tires al suelo a mirarla, salvo llamativas excepciones como las escandalosas centaurium o pistorinias, entonces se descubre su mínima pero espectacular belleza, la belleza de una adaptación que les permite prosperar entre los resquicios de la masa de líquenes.


La casi invisible Campanula fastigiata floreciendo entre los resquicios de los líquenes

Hace años existía una fuerte polémica entre los naturalistas de mitad del siglo pasado sobre si los paisajes desarbolados del centro de las mesetas eran estepas o no, a esta polémica contribuía sin duda la gran extensión de los paisajes yesíferos con sus costras cuasi desérticas, la pesadilla de la ardilla ptolemaica que no podría recorrer la península de norte a sur. Esa polémica será caldo de cultivo para una futura entrada de este vuestro blog.

           




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