martes, 31 de enero de 2017

La Costra Caliza manchega


         Hoy voy a hablar de la rala vegetación de las costras calizas. Si me oyera un agricultor hablar de estas piedras sin maldecirlas, probablemente pensase que debería probar una buena pedrada. Estas costras son el enemigo “de toda la vida de Dios” de la agricultura, no solo en la Mancha sino en toda la España caliza. Hace años se removían a base de brazo y palanca, y hoy en día, la exagerada potencia de los tractores, lo hace en cuestión de minutos, lo que ha llevado a que, para bien o para mal, apenas haya hoy costra virgen que quitar.

En lo más duro de la costra apenas vegeta alguna acederilla y pistorinias aún sin flor

La costra o caliche tiene una génesis antigua puesta en relación con un clima algo más árido que el actual. El origen de la gran llanura manchega hay que buscarlo hace unos 2,5 millones de años, cuando tras los empujes de la orogenia alpina, toda esta región fue rodeada por relieves montañosos, formándose una región de lagunas y mares interiores. Hace años se tenía por cierto que se trataba de transgresiones y regresiones marinas desde el actual Mediterráneo, que también, pero hoy en día está mucho más aceptado el papel del endorreísmo manchego.

En algunos recovecos de la costra solo pueden prosperar líquenes terrícolas como estos

        En el centro de la depresión manchega se iban acumulando aguas y sedimentos procedentes de los relieves circundantes, actuando fenómenos geomorfológicos, tanto erosivos, creando las llamadas superficies de erosión, llanuras fruto del pulido y relleno continuo por su larga exposición a la intemperie; como de relleno de la cuenca, por sedimentación de los materiales transportados desde la periferia y tambiën por la precipitación química de aquéllos que permanecían disueltos en las aguas.

Los Praos de Carrión, condiciones de endorreismo con formación actual de playas secas y húmedas

        Sobre estos materiales relativamente blandos y calizos, bajo una dilatada exposición a un clima de tipo semi-árido, las escasas aguas que por su interior circulaban, fueron cementándose formando las costras calizas. El agua de lluvia se infiltraba en el suelo cargándose de carbonatos hasta cierta profundidad, pero bajo ese clima, el agua tendía a subir por capilaridad ante las secas condiciones de la superficie. En ese recorrido vertical, se iban depositando los carbonatos en los intersticios del sustrato y este proceso, repetido una larga serie de años, fue capaz de crear esa potente costra caliza.

Potente costra en los bordes occidentales del Campo de Calatrava, poco alterados con una vegetación dominada por las coronillas (Hipocrepis conmutata)

      Las costras calizas se generaron en esas áreas que reunían parecidas condiciones, pero no se dieron de manera general. En otras áreas de la llanura manchega permanecìa una lámina de agua semi-permanente y allí se formaron las llamadas “playas húmedas”, áreas humedas capaces de mantener una vegetación sobre la que finalmente se fijaban los materiales disueltos en el agua, formándose turbas. Asimismo, también se formaron las “playas secas”, amplias zonas más secas donde lo que se dio fue una deposición de yesos y sales, que incluso se han venido explotando, a pequeña escala, hasta la actualidad.

A la derecha la costra ha sido arrancada con tractores, a la derecha zona aún con costras y en el centro, pequeña depresión con sales en el camino, en los Praos de Carrión

      Las costras calizas tienen unos espesores generales que van desde los 70cm hasta poco más del doble. No uniformes y con grietas, tanto mecánicas de origen tectónico como por disolución, por lo que, a pesar de su dureza y espesor, es material removible. No todas las costras tienen esos espesores, incluso no tienen un origen tan antiguo, aunque el proceso de formación es el mismo. 

Hedypnois cretica, Lagurus ovatus, Medicago minima, Filago pyramidata, Herniaria cinerea, etc.

        Hay cortezas mucho más recientes que se han formado en períodos sub-actuales tras procesos erosivos o de exposición a la intemperie fruto de la deforestación o de laboreos y largos abandonos posteriores. Estas costras más recientes, de escaso espesor y más fáciles de remover, son el llamado “caliche” y son bloques sistemáticamente extraídos del terreno y colocados en bordes de fincas, vallas y bardales. En muchos puntos han sido material para la construcción, la famosa "piedra seca" de la arquitectura popular de estas regiones, con elementos constructivos tan prácticos y emblemáticos como el “bombo” manchego y una multitud de prácticas construcciones para su uso y refugio en el campo.

La oportunista Eruca vesicaria creciendo en una grieta de la costra caliza

       Sobre esta costra tienen lugar procesos edáficos, al iniciarse la formación de un suelo incipiente y a través de sus grietas, da comienzo un proceso lento pero continuo de disgregación de la roca y profundización de los suelos, al haber mejores condiciones de humedad y química para su desarrollo. En general las costras solo aparecen en superficie en lugares cercanos a cambios de pendiente, como áreas de borde de riberas, antiguas lagunas o allí donde la tectónica ha roto la horizontalidad del terreno. Entonces las costras quedan expuestas y protegen el terreno bajo ellas, actuando los procesos erosivos con mayor celeridad en  sus bordes, lo que contribuye a aislarlas y realzar estas formaciones.

Costra en los bordes de la llanura de inundación del Guadiana en Alarcos

      Dada la escasez de ríos en la Mancha y la escasez de movimientos tectónicos, salvo los relacionados con el vulcanismo del Campo de Calatrava, las áreas de costra al descubierto no son tan abundantes como en principio cabría esperar. Pero cuando asoman, su dureza y difícil remoción han hecho que permanezcan incluso por siglos a la intemperie, en localidades que por esto tienen tan escaso aprovechamiento como el de rastrojeras para ovejas y cabras o bien para la caza dada su idoneidad para conejeras y vivares.

Una de las últimas muestras de un encinar manchego diverso y en buen estado de conservación

      La Mancha en unas escasas décadas ha dado un vuelco a su fisionomía que, salvo en su planitud, nuestros abuelos no reconocerían. De un paisaje de dehesas, cereales y la trilogía mediterránea de olivo, vid (en cultivo en “vaso”) y almendro, hemos pasado a vastas extensiones de viña en espaldera de alambres y tuberías, salpicados de cultivos de melones bajo plásticos que en otoño se esparcen por los campos.


      Los espacios naturales, en general por poco productivos, como llanuras de inundación, saladares, zonas arenosas o zonas más pedregosas de lo normal, como las costras, estaban poblados de una vegetación característica y definitoria de los paisajes manchegos: las ralas dehesas, los albardinales, los juncales, los calaminares que tanto gustaban a la oveja manchega y matorral mediterráneo, han cedido su espacio a un arado que trabaja en función de las subvenciones, donde ni siquiera se mira la productividad o lo que durará explotación. Es la agricultura de “el que venga atrás que arree”.

Líquenes sobre las rocas calizas con el llamativo Caloplaca aurantia

        De esos paisajes antiguos, con una agricultura adaptada al clima y al terreno que también era productiva y permitía espacios libres del arado, para los pastores, los cazadores o para que simplemente el agua se infiltrase lentamente en el terreno, ya casi no queda nada. Solo quedan unos pocos espacios, por desgracia los últimos, en el occidente manchego, donde los pocos ríos o la puntual presencia de asomos rocosos ha hecho que no todo sea surco, como en el centro de la Mancha.

La pequeña y temprana Linaria amethystea var. albiflora medra en la costra caliza

      En esta región donde la Mancha va perdiendo su nombre para ser Campo de Calatrava, aún quedan unos pequeños retales que desde este blog he ido mostrando para que todo el mundo los conozca y sepa de la existencia de saladares, de albardinales, de calaminares, de mantos de arenas eólicas en sus últimas manifestaciones fidelignas, de lo que todo hombre de la Mancha conocía como si fuese así desde el inicio de los tiempos.

Imagen habitual de los campos manchegos de la costra arrancada y acumulada al borde de los campos

    Algo que parecía que nunca se iba a acabar, quién iba a pensar que esos paisajes, esas formaciones vegetales, antaño tan abundantes, hoy en día iban a estar a punto de desaparecer. Para colmo, en ese elenco de la naturaleza manchega en extinción, tengo que hacer este artículo para llamar la atención sobre algo tan denostado por nuestros agricultores como es el más duro pedregal manchego, la costra caliza, al borde de su desaparición definitiva del paisaje.

Hueco dominado por líquenes terrígenos en medio del rojo pastizal de acederillas

      En la naturaleza todo son oportunidades, lo que en principio son impedimentos para la vida vegetal por culpa de un material tan sumamente inerte como es la costra, se convierte en una ocasión para toda una serie de plantas y de vida que había sido expulsada de esos lugares más productivos en los que la encina o el matorral impuso su ley de sombra y exclusión. Quizás no se trate de una vegetación productiva, llamativa o con grandes especies señeras, pero tiene su lugar en la vida, y ese lugar lo dignifica y embellece con su presencia.


      Se trata de una vegetación fugaz, tan breve que a los primeros calores por encima de los 30ºC, empieza a sucumbir hasta que la humedad del otoño la hace renacer. Son plantas de ciclo anual, terófitos que llegan a crear una particular y explosiva primavera de color sobre las aparentemente yermas costras calizas. Otros años he pretendido cazar el momento de su máximo esplendor floral pero siempre por un motivo u otro he llegado antes o después y me he quedado con las ganas de reunir un buen material fotográfico para hacer esta entrada, varias veces postergada, pero algún día lo conseguiré y tendré que renovar esta galería fotográfica.


      La vegetación mayoritaria es aquella que puede cumplir su ciclo biológico sobre tan poca cosa como puedan ser los esqueléticos suelos que se desarrollan sobre esta costra, lo que incluso muchas veces hace que los más preparados y menos exigentes, los líquenes y musgos, sean quienes aportan la mayor presencia o biomasa a la comunidad.

La pistorinia a punto de mostrar su escandalosa floración

      En el momento álgido de la floración revientan los tonos rojos de muchas de sus especies más abundantes. Los tonos de la acederilla Rumex bucephalophorus simulan columnas enrojecidas, pero son los tonos rojo chillón de las flores de la Pistorinia hispánica, un minúsculo endemismo español, los que más explosiva hacen esta mini-primavera. Lo demás son plantas, aparte de pequeñas, también resistentes al mordisco de los abundantes conejos de estas zonas: Neatostema apulum, la única acelguilla anual Limonium echioides, la grácil Linaria amethystea var. albiflora, Campanula erinus, Asterolinum linum-stellatum, Valerianella coronata, Hedypnois cretica, Helianthemum ledifolium, Cerastium pumilum, Galium parisiense, Medicago minima, Androsace máxima, Herniaria cinérea, Filago pyramidata, Bombycilaena discolor, Raghadiolus stellatus, Centaurea melitensis, Urospermum picroides y entre las escasas gramíneas que pueden prosperar aquí, lo hace la menor de ellas Mibora minima, junto a Stipa capensis y Brachypodium distachyum.

La acelguilla Limonium echioides y Rumex bucephalophorus

      Cuando las repisas sobre las costras se encuentran mejor conservadas, son más terrígenas y tienen suelos algo más profundos, entonces entran especies de mayor talla, aparecen, a parte de más gramíneas como Hordeum murinum, Hyparrhenia sinaica, compuestas como Carlina hispánica, Xeranthemum inapertum, Atractylis humilis, el cardillo Scolymus hispanicus, Carthamus lanatus, Cardus platypus, C. pycnocephalus, centaureas varias, y otras como la bella y masiva Hipocrepis commutata, o Echium asperrimum, E. vulgare, Prangos trífida, Salvia argéntea, S. verbenaca, etc, y especies leñosas como puedan ser los tomillos.

La inconfundible inflorescencia del cardo Cardus platypus

      Es triste tener que andar defendiendo o informando de la existencia de este tipo de formas geológicas y de su vegetación. Una vegetación banal, poco interesante y no muy llamativa, a no ser que se coincida con su explosión primaveral, que desgraciadamente se está yendo al saco de lo que hubo en el pasado, pero en lo que nadie se fijó. Una vegetación que desaparece delante de nuestros ojos y que a pesar de estar protegida por normas comunitarias (6220: Pastizales  xerofíticos mediterráneos de vivaces y anuales - 34.5131: Pastos de terófilos calcícolas, de tierras bajas y montaña media en el Mediterráneo occidental), nadie repara en que tenemos que conservar este patrimonio natural que es un eslabón más de la cadena de ecosistemas armoniosos y conectados que llamamos la naturaleza manchega.


      Hace años los botánicos españoles se burlaban de sus colegas ingleses porque decían que con tanto desarrollo, en Inglaterra al final para estudiar botánica en estado natural, los alumnos se tenían que ir a aprender a las cunetas de las autovías, porque el campo estaba ya demasiado explotado. Hoy somos nosotros los esquilmadores y no hemos sabido ni proteger una mínima parte del enorme legado que teníamos hace unas décadas, ese con el que nos reíamos de los ingleses. Además, para colmo, parece como si el salvar y cuidar estas últimas comunidades biológicas, fuese una imposición de la Comunidad Europea, porque si por nosotros fuera, ya lo tendríamos todo cultivado.

La termófila gramínea Stipa capensis prospera en los terrenos más áridos

      En la naturaleza todo es importante, ásperos y achicharrados rincones como puedan ser estas rocas de la Mancha tienen tanta importancia como un laguna llena de vida, sobre todo, si estamos hablando de los pocos últimos rincones que nos quedan de la costra caliza.


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