martes, 30 de junio de 2015

Los Arrabales Madrileños


        Existe un evidente desprecio de la comunidad científica en general, por los lugares cercanos, comunes, casi banales que son, al fin y al cabo, los que nos rodean. Predomina el mito, la idea clásica y preconcebida de que hay que buscar en la lejanía, en los paisajes primigenios, en las cordilleras o en otras remotas geografías.


               Es un tópico, pero es la realidad, casi todos tenemos metidos en la cabeza, la idea generalizada por el marketing comercial de tantas marcas y tendencias y, principalmente, del ideario cultural anglo-sajón dominante, del bucólico concepto de la naturaleza como algo permanentemente teñido de un verde rozagante, por supuesto, con montañas nevadas de fondo y usualmente con un lago en primer término, para que aquéllas puedan reflejarse, como ese dios sajón manda.

Linaria caesia en medio de las amapolas de un reseco talud de los Berrocales

               Pero la realidad es terca y es otra; vivimos en un país rico y cambiante, donde los mismos lugares son distintos en cada momento del año, incluso una misma primavera puede tener sucesivas etapas florales que no se parecen la una a la otra. Por otro lado, nos estamos empeñando en encerrar lo aparentemente natural, en lugares aislados y protegidos; reduciendo arbitrariamente la naturaleza, a esas escasas excepciones. 


Amapolas entre linos, Linum austriacuum subsp. collimnum, de un pastizal de los arrabales del sureste madrileño

              Pero es al revés, la naturaleza está incluso en lo más urbanizado, en los parques, en los solares, en todos esos campos que rodean nuestras ciudades y más allá. Al confinar lo natural en espacios "protegidos" es como si realmente diésemos por perdidos el resto de los espacios abiertos, como si no hubieran obtenido el "alto rango" de naturales.

La "carrera del caballo", ruta de los yonquis pedestres desde Vallecas a la Cañada Real

    Cuando las ciudades crecen desmesuradamente, casi contactando con otras vecinas, la naturaleza salvaje queda obligada a residir en esos espacios intermedios, a veces dilatados y corrientemente, menospreciados por la mayoría de los urbanitas, incluso por los más ecologistas, que presumirán de conocer al dedillo el Pirineo y de haber estado en Doñana, pero que no sabrían decir cuáles son las especies más corrientes y los lugares más ricos de su entorno inmediato en un radio de sólo, ¡de tan sólo!, 10 o 15 kms. a partir de su casa.

La harmaga (Peganum harmala) en el vértice geodésico Cumbres de Vallecas

               Yo, para bien y para mal, tengo la fortuna de vivir en Madrid, y puedo decir que conozco bien mis lugares cercanos. La geografía me llegó no como algo que se aprende, sino como algo genético y conocer todo el espacio físico que me rodea, se me hace una tarea indispensable. Vivo en el sureste de Madrid que, como muchos otros lugares encierra, en estrecha simbiosis, lo peor y lo mejor de nuestra rica naturaleza.

Dormidero de garcillas en una laguna del Parque del Sureste

               Mis vecinos, salvo algunos ciclistas, no conocen el entorno de mi ciudad y, tampoco muestran mucho interés, aunque de algunas excursiones de ARBA, del Chico Mendes, de Itinerarios Geobotánicos y de Semanas de la Ciencia, he visto como han surgido, y encantados, gente enamorada del lugar en el que viven, deseosos de conocer nuevos y cercanos lugares, donde disfrutar, investigar, hacer deporte o pasear, sin tener que alejarse demasiado de casa.

Un pequeño albardinal justo en el límite municipal sur de Madrid

               Pero si hay maravillas naturales cercanas (Parque del Sureste, Carrascal de Arganda, juntas de ríos, Marañosa, etc.), los desastres no están lejos: la humeante “región vertedero" de Valdemingómez, la verguenza social de la Cañada Real, el desastre especulativo de los grandes “ensanches y P.A.U.s” del crecimiento excéntrico capitalino; la proliferación de infraestructuras impactantes y los espacios mineros (yesos, sepiolitas y áridos) con sus instalaciones, abandonadas o no.

El enorme P.A.U. de Los Berrocales, tras una Salvia aethiopis, retomado días antes de las elecciones después de tres años sin movimiento, antes campos de cultivo ricos en especies

Estos espacios del sur de Madrid eran, hasta hace muy poco, campos de cereales, cuestas y oteros con pequeños arroyos. Pero ahora tienen sus suelos totalmente removidos, planificados cartesianamente en avenidas y rotondas, solo señaladas; urbanizados, pero abandonados. Recomiendo ver todo el borde sureste madrileño Google o en Iberpix, os llevaréis las manos a la cabeza por su desmesura.


Un tractor faenando por unos campos, ¡Aún sin urbanizar! que acumulan una biodiversidad impensable

Este planeamiento no tolera la insolencia de la topografía; oteros, altozanos e incluso montes, son desmochados para rellenar zonas bajas o dejar a las máquinas trabajar sin contratiempos y facilitar la tarea a arquitectos obtusos, con vértigo crónico por la diferencia de cotas.

Los últimos restos del Alto de las Peñuelas -un magnífico enclave botáncio y arqueológicopara el recuerdo- antes de su costosa desaparición

Otros espacios como los bordes del Ensanche de Vallecas, con aisladas edificaciones de cientos de vecinos, pero como en tierra de nadie, tienen sus parques y avenidas más externos abandonados y degradados; mal común del despilfarro inmobiliario, achacado a la crisis, pero son los “flecos” urbanos que sin crisis estarían igual, aunque no tan deslabazados como ahora.

Parques abandonados en el entorno del Ensanche de Vallecas, las plantas nativas van retornando a sus terrenos

Todos los bordes de los caminos, carreterines y pistas por donde puede pasar un vehículo,  se han convertido en lineales campos de escombros caseros, y no tan caseros, por aquí vierten ilegalmente hasta los ayuntamientos. 


      Hay que agradecer la inestimable ayuda de la ex-lideresa madrileña que dijo que iba a potenciar la recuperación de residuos en Madrid, y para ello no se le ocurrió, sino duplicar las tasas de recogida de escombro en los vertederos, consiguiendo que si antes mucha gente vertía en los caminos, ahora lo hacen prácticamente todos (comparar cualquier imagen de Google Earth con lo que veáis ahora). 

Estado en el que se encuentra el vértice geodésico Cumbres de Vallecas, ahora por debajo de las escombreras de Valdemingómez

      Siempre he pensado que un alcalde debería coger la bicicleta y darse un paseo por los caminos inmediatos a su ciudad para ver la verdadera realidad de su “lugar en el mundo”.


  También existe un arbolado e idílico río Manzanares, hasta que lo hueles, o ves la vegetación dominante, hiper-nitrófila y unas infraestructuras desmedidas y entrecruzadas: M-45, M-50, AVE, alta tensión, autovías y radiales de pago, incluso hay una abandonada, entre Mejorada y Loeches que no lleva a ninguna parte y no consigo imaginar su intención.

Una radial de peaje (he visto los puestos de cobro) que no sé adónde podría llevar

Pero incluso en medio de este caótico panorama surge la vida, en forma de una nueva colonización, incluso acabo encontrando algunas plantas poco comunes o muy poco comunes, y una fauna que va de la común a la insospechada...


sin palabras

 Y sin duda, el gran valor que aquí cobran los últimos enclaves de la vegetación poco alterada, por ser lo último de su específica raza y por su efecto “semillero” para las inmediatas zonas vecinas. Esa mezcla en un lugar de variada litología, con cuestas a rayas, verdes o rojizas; los blancos yesares o los tostados arenales, bien del Manzanares o intercalados en los llanos, a la que responde, cuando se lo permiten, una vegetación fuera de lo común, máxime al verla tan cerca de la urbe.

Mezcla de Serrátulas, Klasea flavescens y Serratula pinnatifida en una zona sin alterar demasiado

En esta lacerada región se encuentra la vegetación más “castiza” de Madrid, una que dará que hablar en este blog más adelante. Hace  años Salvador Rivas-Martínez resumía la ecología de Madrid diciendo que la sierra llegaba hasta más abajo de la Universitaria, y de ahí para el sur, ya todo era La Mancha.

Dos plantas muy poco comunes en Madrid, Achillea odorata y Achillea ageratum

 No le faltaba ninguna razón, aunque nos hayan alterado el significado de “manchego” llevándolo políticamente, bastante más al sur. Pero la vegetación de la que estoy hablando, es precisamente  la que nace en ese contacto, en esa región de mezcla (como todo lo madrileño), entre la Sierra y la Mancha.

Un bello coleóptero sobre una planta que hacía más de un siglo que no se veía por Madrid, el Allium nigrum

La vegetación está dominada por los grandes espacios de pastizal, un pastizal muy rico y variado, aunque sujeto al golpe de los esporádicos arados, de unos espacios más especulativos que productivos, el famoso “barbecho  industrial” en espera de unas recalificaciones que ya se han producido.


Macizo de Scorzonera angustifolia en un pastizal

 Los árboles son escasos y naturalizados, como almendros y pinos carrascos, los neófitos Ulmus pumilla que  de olmo tienen poco o el paraíso, Eleagnus angustifolia  tampoco es raro en las zonas bajas. Solo aparece lo verdaderamente autóctono en las zonas bajas (tarajes y olmos) o en los bordes montuosos (coscojas y encinas).

Pumilas al fondo, algún almendro y el gran Astragalus alopecuroides en primer término

Apenas hay arbustos, reducidos a retamas, esparragueras y alguna aliaga, pero sí plantas vivaces de gran tamaño, bellos cardos como las Klassea flavescens, Phlomis herba-venti, Astragalus alopecuroides, Plumbago europaea, etc., a parte de las abundantes especies nitrófilas y ruderales en una amplísima gama como no lo hacen en ningún otro  lugar madrileño.

El Echinops strigosus, bello cardo de la zona de mezcla entre la Sierra y la Mancha

No  faltan  en esta zona las típicas afecciones que ocurren en casi toda España, la usurpación de caminos, las infraestructuras que cortan sin alternativa los antiguos caminos o la pérdida del patrimonio de vías pecuarias de todo rango. Valga de ejemplo la Cañada Real, verdadero pasillo urbano en medio del campo.

Al fondo derecha, un tramo de la Cañada Real, a izquierda el vertedero madrileño, fuente de los numerosos cánceres de Rivas

  En la Cañada Real ya me han preguntado demasiadas veces que si vendo mi bici; creo que si estuviera menos curtido, directamente me dirían, “trae acá pacá esa bici,  pringao”. Hace  pocos años no tenía reparo en  atravesar sus peores tramos, pero eso ha  ido cambiando a peor.


Parte de la ciudad vertedero de Valdemingómez

        El tramo cercano a la carrerera de Valencia, se ha vuelto verdaderamente peligros, con los yonkis en plena faena en las cunetas, tenderetes de cuatro tablas para el negocio, centinelas al tanto de polis y trifulcas y mal rollo generalizado.

Por aquí, Valdemingómez, pasaba un arroyo, arriba cientos de cigüeñas esperan al camión de la basura

Rodeando precisamente estos andurriales, existen áreas naturales verdaderamente interesantes, pero el ambiente de escombrera es omnipresente, ya sea por la presencia de las montañas artificiales de escombros de Valdemingómez o por la presencia de residuos en todos los bordes de caminos.


Andryala ragusina, un indicador de suelos arenosos en medio de estos llanos

    En el verano o sea, de mayo a octubre, prácticamente aquí se instala una nube de humo permanente, a los numerosos incendios de pastos y rastrojos, se le une el pestilente humo de la quema de plástico para sacar el cobre de cableados robados en todo Madrid o el humo cancerígeno de los residuos de Valdemingómez.


Pero hay más que suficientes rincones, especies o cosas por descubrir en estos despreciados rincones madrileños, cada día que me doy un paseo por estas zonas encuentro algo nuevo e interesante, neófitos insospechados, plantas en peligro, localizaciones de especies perdidas en los archivos de los primeros botánicos de la escuela del famoso Cerro Negro madrileño.

Población desaparecida de Lepidium cardamines en el término municipal madrileño

 Lo triste es que de a poquitos, de a pequeños mordiscos, la nada va comiéndose rincones y espacios muy valiosos, el rincón de los Lepidium cardamines ahora es un terraplén, pero aún así sigo encontrando joyas tan o más llamativas. Hay que poner en valor lo que tenemos, defenderlo y salvarlo de la especulación, para disfrute de todos, para poder respirar mejor en una ciudad cada vez menos humana.


Incluso en la escombrera más cutre, puede aparecer la belleza, en este caso de una mata de acanto


               
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