viernes, 30 de abril de 2021

La Belleza de los Espartales del Interior Peninsular

 


      Los espartales son el paradigma de las fases más regresivas de la vegetación española, teóricamente están a un paso de la siguiente y última fase que ya prácticamente es lo desértico. Para cualquiera, estamos en lo que viene siendo un secarral, algo que, en la escala de valoración de los paisajes españoles, andaría por las zonas más bajas, si no en la que más.

     Estamos casi totalmente desapegados de nuestra historia, de nuestro terruño, de nuestros antepasados, pero aceptamos de buen grado los paraísos visuales o virtuales que nos ofrecen los medios de comunicación, las agencias de viajes e incluso nuestros propios colegios e instituciones educativas, sin preguntarnos si esa idílica imagen de una naturaleza de paisajes verdes, montañas boscosas y lagos centelleantes, se corresponden con nuestra realidad, con nuestra historia o con nuestra familia y orígenes.


      Un hecho nada desdeñable en nuestra actual manera de entender u opinar, es el de la uniformidad que se va imponiendo, por simple practicidad de mercados y dejadez de esta conformista sociedad. Unos usos y costumbres que se van igualando, unos disfrutes que van siendo los mismos, unas películas que son las mismas a uno y otro lado del océano, de cualquier océano.

Inusual combinación de formaciones arbóreas cuasi climácicas y espartales

      Para colmo e inconsciente desprestigio de los espartales, casi todos tenemos las vacaciones al mismo tiempo, lo que ya no se centra en el verano, sino en un único mes. Yo mismo, que estoy seguro de disfrutar con gusto, las noches esteparias, los atardeceres o el inicio de las mañanas en un secarral de estos, firmaría pasar el verano a la sombra de un bosque y en la vecindad de un buen río para bañarme.

 

      Qué vamos a sentir en unas montañas frescas en verano que se parezca remotamente a introducirse en un paisaje de lomas erizadas de espartales, en plena canícula. No hay comparación veraniega, al llegar al mar o la montaña, casi lo hacemos con mayor gusto, al comparar ese mar o esa montaña con los secos espartales que hemos atravesado de camino.

      Pero sí, los espartales también se pueden disfrutar en verano, aunque son sin duda sus primaveras mucho más variadas y explosivas que los paisajes montanos a los que aludía, incluso el invierno, con sus bastos horizontes, fácilmente pueden ser más disfrutables que nuestras sierras en esa hibernación cerrada que se impone de diciembre a marzo. 

Espartales y albardinales tendidos por el peso de la nieve de Filomena

       Pero qué poca gente es capaz hoy de tener tiempo para perderse y disfrutar de las sucesivas primaveras florales que se suceden una a otra desde primeros de marzo a finales de mayo en unos paisajes que, con permiso de la agricultura, dominan grandes áreas del sureste y del interior peninsular, tanto en la depresión del Ebro como en el núcleo de las grandes mesetas ibéricas.


      Esta entrada viene oportunamente a recalcar el alto valor ecológico que poseen unos ecosistemas cada vez peor tratados por los medios que casi finalmente, son los que acaban imponiendo su machacona opinión y sus manipulables gustos en nuestras células grises. Casi todos tenemos la utópica idea, casi la necesidad, de “bosque” y parece que con unos cuantos pinos sin ninguna otra vida vegetal acompañante o con una área malamente ajardinada, ya nos satisfacen parcialmente esa necesidad en nuestro urbano campo visual. Pero no es así, solamente en biodiversidad, un espartal o cualquiera de los tomillares de estos “secarrales” puede multiplicar la artificial biodiversidad de esas plantaciones, ya sean de pinos, autóctonas o esos jardines sin alma que nos pretenden vender.


Algo así está ocurriendo en Madrid, donde nos están intentando colar un “Bosque Metropolitano” diseñado por ingenieros que piensan que parten de unos solares vacíos, de un espacio en blanco en un plano, cuando en realidad lo están haciendo sobre unos ecosistemas ricos, variados y en verdadero peligro como pastizales sobre arcillas, espartales, áreas salobres o la muy especial vegetación de los yesos madrileños, quizás rodeados de escombreras y de infraestructuras, pero ecosistemas únicos y naturales todavía. 


   La batalla entre los planes de quienes quieren hacer un artificial parque grande que sirva de atractivo o de lavado de cara a varias macro-operaciones urbanísticas, y los planes de quienes quieres proteger una naturaleza castiza, de suma importancia ecológica y en trance de desaparición que sirva de esparcimiento, educación y disfrute de los madrileños, está servida.


      Hablar de los espartales es poner en valor algo tan denostado como la estepa, el páramo, el secarral, pero ese concepto de “estepa” tiene su enjundia. Durante décadas existió una polémica científica respecto a las “estepas ibéricas”. A mediados del siglo XIX estuvo por nuestro solar hispano, Mauricio Willkomm que sentó el concepto de “estepas ibéricas” que perduraría durante generaciones. A partir de entonces, solo hubo ligeras correcciones a esta opinión, como la de Don Eduardo Reyes Prósper que publicó el magnífico libro de “Las Estepas de España y su Vegetación” de obligada lectura para quien quiera apreciar, cómo ha cambiado (a peor) el interior peninsular en solo un siglo.


Pero un discípulo suyo, otro científico no menos importante que el mismísimo Willkomm, aunque lamentable e indignamente minusvalorado académicamente en España, Emilio Huguet del Villar, fundador de la Geobotánica y la Edafología española, vino a poner las cosas en contexto y sentar en su obra “Avance geobotánico sobre la pretendida estepa central en España” que casi todas las llamadas estepas ibéricas no eran tales, sino el resultado de una lamentable relación del hombre con la naturaleza, a la que había se había esquilmado históricamente hasta dejarla en esta triste situación evolutiva, y vemos estepas hogaño donde sin duda, debió haber bosques antaño; opinión definitiva, avalada posteriormente por Braun-Blanquet y Oriol de Bolós.


      Hablar de los espartales en toda su relativamente variada amplitud, es hablar de la estepa, concepto este que a grosso modo, todos tenemos claro, pero nos haría falta realmente un viaje o una cabalgada con los cosacos rusos para hacernos una idea más clara de su concepto biogeográfico y paisajístico. Concepto con dos variantes, la verdadera estepa, con una vegetación nunca arbolada, sino un océano de gramíneas, propia y generadora a la vez, de unos suelos muy específicos, los Chernozems, que se extienden de manera zonal ocupando una franja latitudinal, entre las boscosas taigas holárticas al norte y las sureñas áreas predesérticas. 

Espesa mezcla de especies graminoides (albardín, esparto y almorchín) y fruticosas (salvia, zamarrillas, etc.) en una formación esteparia genuinamente mediterránea

    Los bordes meridionales predesérticos de esa verdadera estepa ya tienen otra vegetación que, aparte de graminoide, ya se compone de bastantes especies fruticosas, con un fuerte matiz mediterráneo continental.


      De las dos variantes tenemos muestras en nuestro país, ambas nos llegaron desde la gran región biogeográfica irano-turaniana (desde Manchuria a Rumanía, entre el bosque boreal y los desiertos este-asiáticos y cordilleras pre-Himaláyicas). Una variante norteña, sarmática, muy minoritaria en España, siempre con carácter montano y continental que nos llegó por la vía norte, por los valles interiores secos de los Alpes, sur de Francia y que puede localizarse en el noreste y puntos del Sistema Ibérico. Por otro lado, y dominante, la variante sur-mediterránea, ligada mucho más a la aridez que a la continentalidad que nos llegó por el suroeste asiático y norte de África en el mioceno-plioceno y en los posteriores periodos inter-glaciares.

Una formación de tomillo sapero Frankenia thymifolia, en la parte culminante de unos cerros y no en su peana, al revés del clásico modelo catenal que siempre lo sitúa en área basales

       La variante esteparia mediterránea es la dominante en media península, especies que una vez aquí han vicariado y se han convertido en otras para completar su adaptación, y probablemente, también hayan emigrado a su vez, de vuelta por esas regiones mencionadas, en un baile que muestra bastantes especies que aparecen en el solar hispano y luego sorpresivamente también en Turquía u oriente medio.


       En estos tiempos de viajes truncados por fronteras Covid, sin tirar de archivo, he querido mostrar la inusual belleza de paisajes manchegos esteparios del valle del Tajo, de la llamada Cuenca de Madrid. Paisajes extendidos por las áreas bajas de las provincias de Madrid, Guadalajara, Cuenca y Toledo. 


       Paisajes con un fuerte componente agrario que se adueña de casi todas las zonas llanas y que se interna linealmente por cualquier vallejo, independientemente de su tamaño y que está llevando a que casi sea imposible ver vallejos sobre yesos cuyo fondo esté sin labrar, lo que nos priva de unas catenas vegetales de verdadero interés paisajístico, botánico, faunístico, etc.

Esparto y dos jarillas muy adaptadas, una a los yesos Helianthemum squamatum y otra a la termicidad H. syriacum

      Llamo espartal a las formaciones vegetales dominadas por el esparto Macrhchloa tenacissima o Stipa tenacissima, pero con el, aparece en áreas bajas o algo salobres, el albardín o esparto fino Lygeum spartum o incluso otras gramíneas formadoras de vegetación como el almorchín o junco negro Schoenus nigricans que ocupa taludes o cubetas con alguna mínima escorrentía y salinidad a un tiempo, en algunas localidades, francamente llamativa como se muestra en las fotos. También en otros puntos más secos o degradados son las pastizales de Elymus, Stipas varias y gramíneas vivaces de gran talla, las que forman vegetación, impidiendo con sus potentes sistemas radiculares una imparable erosión de los suelos.

Fenomenal talud contenido por las macollas del almorchín Shoenus nigricans

      Como he dicho, mezcladas con estas potentes y duras gramíneas, coexisten muchas especies fruticosas que dan una importante riqueza a este tipo de plantas adaptadas a la dureza de esos medios donde prosperan, especies como la bocha Lithodora fruticosa, la aliaga Genista scorpius, los tomillos, las zamarrillas (Teucrium capitatus, T. gnaphalodes y T. pseudochamaepytis)o las más duras de todas, las especies adaptadas a los suelos más desprotegidos o salobres, especies tan valiosas como Jurinea pinnata, el tomillo sapero Frankenia thymifolia y un largo etcétera en lugares donde el Teucrium pumillum y la Herniaria fruticulosa marcan la frontera entre lo vivo y lo geológico.

Poco común floración de Lithodora fruticosa, usualmente son así:

       Siempre he dicho que la red de Parques Nacionales está incompleta y más aún si acudimos a la vocación de la mayor parte de nuestro territorio, pues hasta hace poco solo había en esta red fantásticos ecosistemas montañosos o grandes humedales; menos mal que hace relativamente poco entró nuestro dominante Monte Mediterráneo, con Cabañeros y Monfragüe.


     Para cuándo un Parque Nacional con espartales, saladares, lagunas temporales, vallejos gipsícolas (aljezares), arenales. Para cuando un Parque Nacional genuinamente español, quizás sea demasiado tarde para encontrar lugares de importancia a ese nivel, aunque seguro, fácilmente recuperables, pero parece que los grandes intereses agrarios nacionales no toleran contestación alguna.


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