Después de un año seco y caluroso hemos entrado en un final de otoño e invierno como los de siempre, con su anticiclónica Navidad.
Noviembre fue un mes de lluvias y a diciembre aunque le faltaron las aguas que suelen acompañarle hasta su mitad, le llegó su tradicional anticiclón de invierno.
Él es quien sume en nieblas y brumas los días de los valles interiores, nieblas que como en las cercanías del Guadiana manchego suelen perdurar días y días consecutivos, en los que la luz apenas se vislumbra un rato tras las horas centrales del día.
El campo se sume en el silencio y acompañándolo, distancias y dimensiones se desdibujan para hacerse etéreas, insustanciales.
Quitando el frío que con la humedad te llega más dentro de lo habitual, esos días de niebla, a parte de algunos “balduendos” como yo, no hay nadie por el campo, de tal manera que lo percibo como más mío, a todos los niveles, desde su propiedad hasta en mi interior.
Los últimos días del otoño, tienen un luz difícilmente repetible el resto del año.
Si ha llovido previamente y sopla del noreste, la atmósfera goza de una limpieza que dá a objetos y paisajes una potencia estática que les dota de una trascendencia, de una presencia e importancia que hace que les dediques una atención que antes no les hubieses dado.
La luz juega con las lomas, con los recovecos de las rocas o la corteza de los árboles dándoles una vida que antes no considerabas.
Quizás sea la mayor ausencia de vida, el estado vegetativo de las plantas o de los escasos seres que en estos paisajes se mueven que lo aparentemente inanimado destella presencia haciéndose protagonista.
Las luces de la tarde, màs que las de las mañanas, sentenciadas por las nieblas matinales, se enseñorean de páramos y vallejos, y dan importancia cromática a los sembrados que inician su verde despunte o a los campos recién arados que muestran generosamente los colores de la tierra, resaltando poderosamente entre los desvaídos tonos de bardales y barbechos.
Este año, como dicen de los bisiestos, ha venido con la guadaña y ha golpeado cerca, muy cerca.
En el plazo de un par de meses casi me quedo sin mis mejores amigos, Valentín se fue, pero nos ha dejado uno de los mejores ejemplos. Se fue, pero ha dejado buena simiente y ganas de vivir.
Los otros han estado muy cerca de acompañarle, por un accidente de moto y por un infarto y afortunadamente, ya van teniendo de nuevo las riendas de su vida.
Llevo una temporada un tanto baja de moral que coincidiendo con la época del año y una lesión que me impide darme mis carreras por ahí para sacudirme la modorra, me han sumido en un ambiente más crepuscular, si cabe que el de las brumas y nieblas de estas fotos que hoy os muestro, en una entrada fotográfica y sentimental.
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