domingo, 28 de julio de 2024

Adelfares de Sierra Morena


        El final de la primavera y los comienzos del verano en los ríos y arroyos de Sierra Morena, en su vertiente sur son de color rosa intenso. Es el color de las flores del baladre, aunque es mucho más conocida por el nombre de adelfa (Nerium oleander). Una planta de la familia de las Apocynaceae, con solo dos géneros, el que nos ocupa y Vinca, pudiendo  convivir ambos géneros en las situaciones más umbrosas de estas sierras.

Umbría selvática con agracejos, madroños, adelfas, encinas, fresnos, parras, etc.

Es una planta respecto a la que mostramos un cierto comportamiento bipolar, por un lado es de una belleza tal que es muy utilizada en jardinería desde antiguo, existiendo cientos de plazas de pueblo, sobre todo aquellos de colonización, con sus parterres llenos de estas plantas usualmente en juegos de colores rojos alternando con blancos; y por otro, también es una planta peligrosa, de la que dicen que si una vaca come un par flores, muere o que, podemos entrar en parada cardio-respiratoria si estamos demasiado tiempo entre sus ramas floridas. Obviamente, algo exageradas estas últimas afirmaciones, pues de ser completamente cierto esto, no sería una planta tan usada en jardinería, por una belleza y rusticidad que la hace prosperar en todo tipo de suelos y situaciones, aunque siempre prefiere las muy soleadas, como por ejemplo y últimamente, en las medianas de algunas autovías.


Se encuentra ausente de toda la zona centro y norte. Del centro por no poder soportar las bajas temperaturas invernales, aunque no parece afectar a las plantas de jardinería, y del norte, por no poder competir con las especies higrófilas más adaptadas que viven en estos ambientes húmedos que es donde teóricamente vive esta planta. 


       De la zona centro solo aparece en su más externa periferia sur y sureste, es decir en los cañones y la cara sur de Sierra Morena, y en el sureste de influencia levantina en similares posiciones. En el resto de la península, se extiende por casi todo el arco mediterráneo, desde Tarragona hasta el sureste de Portugal en el Atlántico, llegando por su areal noroeste hasta el Guadiana extremeño y en los límites occidentales castellano-manchegos, sin prácticamente superar la cota de los 500m.


Una primavera de hace ya años, me llamó mucho la atención una de las pocas veces que crucé Sierra Morena de norte a sur en esta época, las manchas rojas que delineaban el curso de los ríos, pero que también aparecían en las laderas señalando por abajo la presencia de manantiales, marcando llamativas líneas rosadas en medio del oscuro encinar hasta que desaparecían cuesta abajo, allá donde se perdía esa húmeda influencia de los nacederos de ladera, como triunfantes medallas en la pechera de los montes.

Adelfa florida en medio de un acebuchar

Como de costumbre, aprovecho para lamentar un mal endémico de esta región como es la del ganado bovino trasegando estos maravillosos bordes de ríos y arroyos, encerrados entre los vallados cinegéticos a uno y otro lado del cauce. Aunque se trate de un dominio público hidráulico, un espacio que es de todos, es sobreexplotado y ensuciado por el ganado de unos ausentes vaqueros que cobran unas subvenciones que pagamos todos, aunque parezca,  de forma ilusoria, que quien paga es Europa. 


       Esta zona intermedia o de ecotono, combina el ambiente normal de las laderas, con el ambiente acuático y ripario de los cauces, es un lugar de enorme riqueza biológica donde se acumula la vida vegetal y animal, sobre todo la de unas especies que, en esta mitad sur ibérica, tienen muy poco garantizada su existencia en estas menguantes superficies que disfrutan de alguna humedad extraordinaria en estos resecos ambientes mediterráneos.

Ladera umbrosa con quejigos, fresnos, agracejos, madroños, etc.

      Aquí la diferencia entre la orientación de las laderas marca unas grandes diferencias, también apreciables en otros lugares, entre las solanas y las umbrías, pero que al estar aquí en un área de transición entre la flora mesetaria y algo norteña y la flora claramente térmica y sureña, se hace mucho más dramática y contrastada. Las umbrías acumulan además una humedad que aparece reflejada en unas coberturas casi selváticas, al coincidir en el espacio, especies más bien de tipo lauroide, como los aquí muy abundantes agracejos (Phillyrea latifolia), lentiscos (Pistacea lentiscus), madroños, mirtos, adelfas y a veces enlazado todo ello con las largas y retorcidas ramas de las parras silvestres o incluso de las zarzaparrillas (Smilax aspera).

Solana llena de acebuches y almendros silvestres, con alguna esparraguera blanca

       Por el contrario, las solanas aparecen con bastante menor cobertura, mayor pedregosidad y pobladas por encinas, olivos silvestres o acebuches y aquí, acompañados por bastantes almendros silvestres, con pocos, pero algunos claros ejemplares de almendro mediterráneo (Prunus webbii), con aliagas (Genista hirsuta), jazmines (Jasminum fruticans), marrubio (Ballota hirsuta), acederas (Rumex induratus), esparragueras blancas (Asparagus albus) y el poco común clavel Dianthus crassipes, alcanzando en estos lugares unas tallas no muy lejanas a las de los claveles de jardinería o también la rara aulaga Genista polyanthos.

Aulaga brava Genista polyanthos en el centro-derecha y el clavel Dianthus crassipes abajo

       La adelfa, como buena especie ribereña, salvo en las ramblas del sureste donde pocas veces se encuentra acompañada por árboles, si acaso algún chopo blanco, aquí y en el norte cuarcítico o granítico de Andalucía, se acompaña por fresnos, tamujos, zarzas, rosas y atarfes o tarajes; también por alisos o sauces como aquí con el sauce Salix pedicellata o la bella clemátide, Clematis campaniflora, y aunque convive con todos ellos, le cuesta soportar los espacios más sombreados. En los terrenos más térmicos y sedimentarios del centro de la cuenca del Guadalquivir, también se acompaña por otro florido arbusto de buena talla, el sauzgatillo (Vitex agnus-castus). Ya en adelfares aún más térmicos también aparece, aparte de con el mirto, con la cresta de gallo (Phlomis purpurea) o con el palmito (Chamaerops humilis).

La cresta de gallo en una de sus escasísimas localidades castellano-manchegas

       Vistos los calurosos tiempos que corren y observando el avance de la colonización casual de la adelfa en el entorno urbano, ya empieza a no ser raro el avistamiento de algún(os) ejemplar(es) en pleno medio natural, lo que en unos pocos años, estoy convencido, llevará a una fuerte expansión de la especie en tramos de ríos y arroyos bien protegidos de las heladas en todo el territorio nacional. No soy ningún abanderado de la eliminación de especies exóticas de nuestra naturaleza, a no ser en los casos en que haya buenas especies nativas muy perjudicadas. 

Orillas con la invasora datura, aquí de grandes proporciones, en ríos con peor calidad de sus aguas

       Los tiempos que corren son tiempos de cambio, de desastres por nuestro “no saber hacer” o dejar hacer a los grandes tiburones de nuestra sociedad, pero también de oportunidades. No se puede cerrar dogmáticamente el avance de prácticamente ninguna especie que no sea claramente dañina y perjudicial. Estamos en un punto en que no podemos mantener conceptos de lo que es el bosque o la vida botánica en determinado lugar, sin aceptar que estamos tratando de conceptos cambiantes, móviles en función de los tiempos, de los climas, de los usos, etc. Hay que medir concienzudamente nuestra intervención y, en lo posible, dejar hacer que es lo que realmente la naturaleza hace, vive y deja vivir, la prohibición no es la norma, es un extremo solo justificado en muy determinados casos. 



       Es completamente necesario potenciar, por lógica y por miles de razones más, las conexiones entre diferentes áreas geográficas, los llamados corredores ecológicos o las vías por donde las especies pueden sobrevivir, migrando de áreas que se empiezan a ponerse imposibles para su subsistencia, por cambio de clima, por competencia, por lo que sea o bien al revés, colonizando nuevas áreas, expandiéndose, probando si la vida es posible en otras regiones. Parece mentira, pero lo que en la fauna se ve muy claro, con las especies vegetales, también es muy visible esa movilidad geográfica, aunque cueste un poco más de tiempo verlo, sigue siendo la misma dinámica y movilidad que con los animales.


          Poca gente como yo lo hará, pero merece la pena buscar estas rosadas galería fluviales, es un disfrute de las que estas fotografías son solo una tibia impresión del fantástico espectáculo de ver las riberas de Sierra Morena vestidas con estas veraniegas galas. Por aquí hay cientos de gargantillas y arroyos cuajados de adelfas en plena floración, merece la pena encontrar los mejores adelfares en toda esta franja ibérica.


    Como digo siempre, no hay que buscar los supuestamente prístinos paisajes norteños de bosques con sus ríos y grandes montañas culminadas, al estilo alpino-europeo tan en boga en las imágenes de naturaleza. En nuestro país vamos sobrados de paisajes maravillosos que poco o nada tienen que ver con esa imagen de anuncio de productos lácteos con la que pretenden seducirnos con su verde y su frescor, el calor del verano también se puede disfrutar en los lugares más calurosos y si encima te puedes dar un baño en una poza rodeado de un rosado vergel, miel sobre hojuelas.


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