lunes, 31 de mayo de 2021

El debris flow de Mijares

Arroyo lateral abriéndose paso entre grandes bloques recién removidos

Perdón por el anglicismo, debris flow es, traducido literalmente, un flujo de derrubios, lo que llamaríamos una colada de derrubios, colada de barro, flujo de detritos, etc. Término aplicado a un peculiar fenómeno geomorfológico que consiste en el desprendimiento de un pequeño trozo de montaña que en cuestión de segundos moviliza enormes cantidades de material, convirtiéndose en un destructivo cauce de bloques y barro con capacidad para ir destrozando e incorporando nuevos materiales a su acelerada corriente de destrucción, espoleada por efecto de la gravedad, hasta el lugar donde, finalmente, esparce su carga tras haber señalado un profundo reguero de destrucción.

Aunque no lo parezca la parte inferior izquierda de la foto hace un año er así

      Parte de una cicatriz (scar) de una empinada ladera, donde deja una huella como si hubiesen arrancada una gran "cucharada” de montaña, baja abriendo un canal que se va profundizando sobre material suelto o desparramándose sobre material rocoso, lateralmente rodeado de caballones (levees) y erosionando, removiendo o desorganizando todo a su paso, hasta desparramar su carga en un gran lóbulo final, que usualmente dura poco, al situarse casi siempre sobre un fondo de valle torrencial.


Parte final donde ya contacta con la garganta de Las Torres y desaparece en ella

      Hace poco subí a un lugar que mi hermano y yo llamamos la garganta de los Tejos en Mijares, al sur de Gredos. A este lugar dediqué una entrada hace un par de años, asombrado del peculiar aire atlántico o norteño que se disfrutaba aquí, con una flora poco común en el resto de Gredos, con una relativa abundancia de especies nórdicas como olmos de montaña, tejos, saúcos y algunos arces y acebos, acompañados de especies más comunes en el norte que por estas latitudes.

Paisaje general y ramas de olmo de montaña Ulmus glabra

      El ambiente general es el de robledal, al menos en estos fondos de valles y prados de siega, el resto del monte, lleno de vericuetos y cortados rocosos, es el dominio del pino resinero, aunque dada la intrincada topografía del terreno que reparte multitud de ambientes, desde más expuestos a más protegidos, aparecen también otras especies como robles dispersos, algunas encinas, pero sobre todo, enebros en los asomos rocosos y en lo más umbrío o protegido del calor, algunos tejos, incluso puntualmente aparece algún pino cascalbo, el pretérito poblador de muchas de estas laderas lluviosas, el cada vez menos común Pinus nigra.

El blanco fuste de un pino cascalbo, Pinus nigra, entre el pinar de Pinus pinaster

      A pesar de hablar de ese ambiente de robledal, ancestralmente estas tierras rudamente trabajables, fueron buenos castañares, aún hoy lo siguen siendo a duras penas, a pesar de la debacle de los grandes castaños que más que su verdor, muestran su agónica lucha por sobrevivir. Incluso nunca había visto un castaño convertido en gigantesca escoba de brujas, fenómeno algo más común en los Pinus pinaster, pero muy infrecuente en castaño, si es que acaso se trata de la misma enfermedad.

Todo el centro del castaño es una maraña de ramas menores, una "escoba de brujas"

      La subida fue muy disfrutona, pues en estos momentos de finales de mayo, por abajo ya está todo en avanzado proceso de achicharramiento, pero al subir aquí, es como un retraso de mes y medio en el tiempo, aquí está todo verde, en floración o sin haberla terminado. Los insectos y mariposas aparecen por todas partes, los olores también, incluso al final de la tarde, el viento catabático que viene de las cimas, trae el olor del piorno serrano floreciendo las alturas. De hecho hace poco hemos cambiado de piso bioclimático, ahora estamos en el supramediterráneo como nos recuerda la abundante presencia del vallico, la gramínea Festuca elegans.

Silene nutans y bella mariposa Euphydryas aurina

      El piorno, como llaman a los de arriba (Cytisus oromediterraneus, Genista cinerascens y Echinospartum barnadesii) o las escobas, como llaman a las de abajo (Genista florida, Cytisus scoparius, Adenocarpus hispanicus, Cytisus multiflorus y Cytisus striatus) son, con permiso de jaras y enebros, los verdaderos reyes de estos montes. No en vano, la península ibérica es el centro de dispersión mundial de este grupo vegetal de las Genisteas. Estas escobas me proporcionaron un extraño encuentro al dar con un raro híbrido de un bello color amarillo pálido, un color intermedio entre uno de los padres, supongo que el amarillísimo Cytisus scoparius (me sugirieron que más probable Cytisus striatus) y el blanco Cytisus multiflorus, ambos presentes en su inmediata vecindad, a ver qué resuelven sus frutos, si vuelvo por aquí de nuevo.

Mesto de Cytisus con otros congéneres más amarillos (o grises) en su vecindad

      Llegamos a un pequeño rellano de fondo de valle, en donde llama la atención los numerosos bloques redondeados, blancos como balones de fútbol de todos los tamaños que se desparraman por lo que antes era un seco pastizal-tomillar con algunas escobas. No solo aparece ese desparramo, sino lo que debería ser un arroyo lateral, ahora está sobre-excavado en el terreno, mostrando un profundo corte en el que se pueden apreciar, estratificada, la historia erosiva de ese depósito, con sus periodos de mayor capacidad erosiva, visible por los grandes bloques redondeados o, sus fases más tranquilas de capas de finos sin grandes bloques. Una historia de avenidas torrenciales y periodos de calma contenidos en esa terraza torrencial que ha sido excavada y dejada en resalte por el caudal principal de la garganta de Las Torres que viene del puerto.

Antigua terraza torrencial diseccionada por la cicatriz erosiva del debris

      A partir de ahí todo es asombro, el debris, la destrucción, viene precisamente de esa “garganta de los Tejos”; el paisaje antes conocido, ahora me es ajeno. Ahí yo conocía un lugar de difícil paso, con pequeñas cascadas llenas de vegetación y cortinas de agua chorreantes, rodeadas de una fragante vegetación norteña que ahora, brilla por su ausencia. Echamos de menos algún tejo y sobre todo, los numerosos saúcos y los macizos de helechos que tapizaban las laderas. Ahora todo está removido y al pasar todo se mueve, incluso en una repisa en medio del cauce, hay un bloque de unas dimensiones gigantescas que antes no estaba ahí.

Bajo este bloque, antes lo que había, ahora inimaginable, era esto:

      Vemos los tejos y nos alegramos de que sigan, pero no, no están todos, vemos sus inconfundibles troncos tirados, otro tejo ha quedado con la mitad de sus raíces al aire y en posición francamente inestable. Yo diría que se va a ir descalzando y muriendo. Un acebo se ha salvado por los pelos. Descubrimos un pequeño macizo de la llamativa Aquilegia, de todas las plantas, solo vemos una flor medio pasada, parece que los corzos han hecho leña del árbol caído y han contribuído a la pérdida de biodiversidad comiéndoselas.

La única Aquilegia no mordisqueda y un tejo casi descalzado
Destrucción en lo que hasta hace poco fue un micro-paraíso botánico

      Desde un poco más arriba vemos la magnitud y la explicación del fenómeno. El debris venía por una pequeña gargantilla lateral a ésta y al dar con ella, por inercia remontó unos veinte metros ladera arriba para luego volver a encauzarse en el cauce principal. Ladera ésta en umbría, donde estaban los tejos y esas otras especies, llevándose bastantes por delante, dejando un límite neto con el monte. De ahí fue bajando atropelladamente los empinados escalones rocosos hasta llegar al rellano torrencial de abajo, para poco más allá, llegar al cauce principal, desparramando grandes bloques por sus laterales y desaparecer en ese continuo lavado fluvial.

Pino casi desmontado y borde superior de la "remontada" del debris al enlazar este vallejo
Este remonte del debris era así hace un año (tercio inferior con el tejo medio afectado):


      No es un fenómeno raro en Gredos, hay unos debris flow casi alpinos, relacionados con la deglaciación de la montaña. Los debris flow suelen partir de morrenas colgadas a bastante altura que dejan cicatrices visibles a grandes distancias, pero hay otros, menos comunes, en estas laderas tan lluviosas de la cara sur. El suelo retiene mucha agua formándoes arcillas con el granito arenizado que, con el tiempo, no solo retienen agua, sino que generan superficies de deslizamiento bajo ellas, inestabilizando las laderas y creando posibles superficies de despegue.

Lóbulo final de un debris en Gavilanes tras el gran incendio (casi repetido) de hace 15 años

     Ahora solo falta un ingrediente que puede ser: el paso del tiempo para que la acumulación de arcillas haga que en las épocas más lluviosas, ese trozo de ladera, pese lo bastante como para deslizar abruptamente o, lo más común, que ocurra un incendio (1) forestal (2) que haga perder, la protección que brinda a las laderas, la contención del suelo por parte de las raíces de árboles y arbustos y se desencadene este destructivo proceso.

Entre tanta Digitalis (D. purpurea y D. thapsi) unas matas de Linaria nivea, abajo sus flores
Linaria nivea y Digitalis purpurea, fin del texto, Digitalis thapsi

      A pesar de la destrucción, esta vez natural, no me llevo el demasiado habitual berrinche de ver la mano de mis congéneres destrozando lo que es de disfrute colectivo, es más, incluso me llevo la lección, de cómo la naturaleza hace por restañar rápidamente las heridas causadas, de cómo al poco del desastre, un ejército de plantas adaptadas a esos medios alterados, conquista todo el espacio disponible, para cubrir como una verde tirita, la herida producida por este geológico altercado. Aquí muestran su eficacia especies como las dedaleras Digitalis purpurea en lo más fresco y Digitalis thapsi en lo más térmico, las linarias Linaria nívea, Artemisia glutinosa, Sclerantus annus, Leucanthemopsis pallida, etc.