Esta
es la crónica y las disquisiciones que me vienen a la cabeza, sobre una
magnífica excursión por un alto vallejo de los Montes de Toledo o Montes Carpetanos,
donde hacía muchos años que no volvía, con su disfrute por la belleza sobrecogedora
del lugar y las odiosas comparaciones con mi remota anterior visita. Con mis
compañeros Pascual y Eduardo, a los que agradezco algunas fotografías, hicimos una larga y trabajosa ruta por el río que se
vio recompensada por la agreste belleza del lugar, a pesar de lo seco que estaba todo y eso tras haber escogido
este rincón como uno de los menos afectados por la falta acuciante de lluvias
que llevamos acumulada desde hace meses, aunque en todo el día no dejó de
amenazarnos una lluvia que ya si que nos cayó en el viaje de vuelta.
Desde aquella primera vez este río me ha cautivado como uno de los parajes ibéricos, que hay más de los que parece, menos intervenidos por el hombre que jamás he visto, con una vegetación mediterránea subhúmeda claramente autóctona, por no decir climácica. La vegetación forestal es una buena mezcla confeccionada mayormente por quercíneas, como el roble (Quercus pyrenaica), el alcornoque (Quercus suber), el quejigo (Quercus broteroi/faginea) o la encina (Quercus rotundifolia).
Quercineas acompañadas en estos montes con el magnífico mostajo (Sorbus torminalis) que da nombre fitosociológico al robledal supramediterráneo luso-extremadurense (Sorbo torminalis-Quercetum pyrenaicae), árbol que vemos en portes majestuosos y así llamado en esta zona que no hay que tomar por su congénere el verdadero mostajo (Sorbus aria) muy escaso, pero también presente en estos montes, lo que a su vez ocurre e igualmente escaso, en Sierra Morena, donde sí es algo más abundante otra rareza arbustiva, la abulaga (Echinospartum ibericum) que los tres ejemplares escondidos en un cortado a salvo del diente de los herbívoros de Montes de Toledo.
Entre el
conjunto de arbolillos, como los abundantes enebros, a veces de portes majestuosos, los arces (Acer
monspessulanum), los hediondos (Frangula
alnus), nombre más ciudadrealeño que toledano. Entre las especies
arbustivas destaca poderosamente el madroño, con ejemplares casi arbóreos, en
medio de un jaral-brezal con amplia variedad de especies de ambos géneros (Cistus y Erica), donde
destacan ejemplares casi tan arbóreos como su propio nombre específico, de Erica arborea, también cornicabras (Pistacea terebinthus), escobones de Genista cinerascens y Cytisus striatus, olivillas (Phillyrea angustifolia) y hiedras, zarzas, ruscos y helechos
en las áreas más frescas y sombreadas.
A toda esta
riqueza arbustivo arbórea se une un, no menos rico, estrato herbáceo, aunque este
año tan raro, con un invierno-primavera sin apenas agua (al menos hasta ahora), el
suelo aparece descarnado con solo algunas pocas hierbas y plantas
venenosas, como puedan ser los gamones (Asphodelus
albus), el resto de especies o bien no han salido, han salido y se han
secado o se las han comido los herbívoros, de los cuales solo hemos visto una
cabra montés, que yo pensaba que no habitaba estos montes, y los restos óseos de
un corzo entre las piedras del río.
Pero
a pesar del verde y la fragosidad imperante, no hay que dejarse llevar por las
apariencias y hay que centrar la atención en los más que numerosos indicios que apuntan a que no es oro todo lo que reluce. Como he señalado, apenas asoma el
fundamental estrato herbáceo; rosales y ruscos, a pesar de su aparente dureza,
están fuertemente recomidos por la fauna. El fondo del valle tiene las grandes
macollas de las cárices totalmente comidas y muchas de ellas ya secas y
muertas. No hay sauces o solo aparecen en lugares muy verticalizados. Todo el
lateral del cauce está surcado de raíces desnudas, mayormente de fresnos que
apenas pueden retener el sustrato de cantos rodados. Muchos árboles,
principalmente los atlánticos, incluso los robles, muestran individuos o ramas secas. Estuvimos un rato antes viendo los acebos del Risco de Las Paradas y se
encontraban en un estado lamentable, estos del río están mejor, pero tampoco
para tirar cohetes.
La desaparición de los tejos es flagrante, pudiéndose haber perdido aproximadamente un 60% de sus efectivos en el entorno de treinta años, desde aquella primera excursión que realicé por estos lugares en aquellos años que ni existía el Parque Nacional de Cabañeros, también tras lo que me han comentado otros amigos (como Rafa Gosálvez que los ha seguido).
No me cabe duda de que el tejo está siguiendo la misma suerte que
han corrido los pocos abedules que había en esta garganta y que en aquel
entonces podía apreciar incluso en algunas cunetas de la carretera que recogían
algo de agua, casi lo mismo puedo decir de los sauces y arranclanes (Frangula alnus). Presión
cinegética más presión climática, igual a enrarecimiento hasta la desaparición.
Pero
la cosa va mucho más allá de lo meramente botánico, también todo el lecho del
río se ve perjudicado, precisamente por la falta de contención debida a la
acción de las raíces y la protección de la vegetación, factores imprescindibles
que mantienen físicamente el lecho del río cohesionado (ese conjunto de rocas,
finos y cantos rodados) apegado a su sitio, como atado y contenido por una
urdimbre vegetal de raíces y tallos de diferentes grosores y profundidades que
retienen toda esa ingente cantidad de sedimentos, mayores y menores que el río
moviliza y que sin esa retención, serían mero material móvil temporalmente aparcado
en estos lugares.
Entre las especies vegetales capaces de realizar esta labor de contención del lecho mineral, cohesionando el bloquerío ribereño e incluso soportando las terribles avenidas que cada ciertos años se producen, están las cárices (principalmente Carex reuteriana), grandes plantas graminoides con un potente sistema radicular y también los fresnos, con largas raíces leñosas que recorren el fondo del valle casi en paralelo al cauce.
Muy
importantes también los sauces (Salix atrocinerea), aunque faltan o escasean aquí, probablemente por haber sido diezmados
por los herbívoros, y cuya capacidad de agarre e incluso de retención
de nuevos materiales aportados por las avenidas, es sobresaliente, siendo
capaces de sobrevivir, gracias a su resistencia y tenacidad, a las fuertes arroyados de coladas de agua, barro y bloques.
En navas y
rellanos, en nacederos que promueven aguas quietas (estagnantes), tienen un
gran papel las masiegas (Molinia caerulea)
que, en estas fincas de caza mayor, son sistemáticamente diezmadas y consumidas
por los grandes herbívoros. Su aspecto decadente de grandes y altas macollas
calvas y oscuras como penitentes, previo a su completa desaparición, es una señal
inequívoca de calentamiento climático, como así vengo comprobando en el
suroeste de Castilla la Mancha, así como de hídrico circulo vicioso de estos
lugares, pues su papel de cobertura y refugio de otras especies de flora y
fauna, fundamental igualmente por contener y aminorar la fuerza de
las avenidas.
Todo tiene que ver con la superpoblación de herbívoros que se comen todo lo que asoma. Desaparecido el lobo, los elitistas cazadores de estas gigantescas fincas se han erigido en reguladores de las poblaciones de corzos, venados y jabalíes, con el moderno añadido de cabras montesas y muflones. A pesar de no necesitar hacer producir rentas a sus latifundios, de no tener que recurrir a sobredimensionar las poblaciones de estas especies "ganaderas", es usual la alimentación artificial, entre otras prácticas, para multiplicar la población de la cabaña cinegética. Ni que decir tiene que en periodos
de sequía, su efecto devastador sobre la vegetación se ve multiplicado, pues no dejan vivir nada de nada
(rosales, ruscos, cárices, masiegas, abedules, tejos, etc.). Me decían guardas de la zona que no hay regeneración arbórea atlántica en ningún lugar de Montes de Toledo, salvo en cerramientos artificiales.
Otro tema candente es el de los grandes cerramientos de las fincas, muchas veces no cumplen con los tamaños mínimos de malla que pueden encerrar a otros animales distintos de los cinegéticos o, como mínimo, impedir el cruce de poblaciones de diferentes lugares. Esos vallado muchas veces cercan los ríos por un lado y por el otro, quedando ríos y arroyos entre vallas, quedando grandes herbívoros atrapados de por vida esa pequeña franja lineal, solo pudiendo moverse arriba y abajo, pereciendo en las riadas y limitados a ramonear comiéndose toda la vegetación de esa franja vegetal. Muy a menudo, en ambas orillas, al otro lado de la valla, suele trazarse un camino, bien de comunicaciones o bien como para llevar a los cazadores a sus tiraderos o para sacar las piezas cobradas.
Ya el colmo se da cuando por los bordes del cauce va un camino público o una vía pecuaria, con lo que ya pueden ser tres los caminos que jalonan el estrecho fondo de valle, fondos de valle que suelen ser las áreas más ricas botánicamente de todo el espacio, debido a su alta humedad y a los buenos suelos cargados de los finos acumulados en las bases de las laderas.
La ausencia de lobos desde los años 70 en estos montes, hace que la fauna se apalanque en determinados lugares que suelen coincidir con áreas húmedas con buenos pastizales, lugares que son los más castigados por la persistencia en el ramoneo de los herbívoros, el escodado de las cuernas de los venados o el hozado de las jetas de los jabalíes. Al desaparecer la vegetación herbácea y no existir regeneración en arbustivas y arbóreas, se va consumando la desaparición total de estas islas de verdor en medio de estos montes tan mediterráneos.
Con la
desaparición de la vegetación, desaparece el atemperamiento que lo boscoso
produce en su inmediato entorno y la pérdida de la capacidad de retención de
los suelos al perder materia orgánica y permitir la exposición total de esos
suelos fértiles lentamente generados con el paso del tiempo, a los fenómenos
erosivos que finalmente arrastrarán el suelo y dejarán en su lugar, móviles
sedimentos y cantos rodados que potenciarán el círculo vicioso del
calentamiento y la desertización sin paliativos.
Montes de Toledo versus Sierra Morena
Yendo más
lejos, exactamente 110 kms más al sur, todo lo aquí reseñado podría decirse para Sierra
Morena, a la que en principio íbamos a ir de excursión, pero que, vista la
previsión de lluvias, decidimos cambiar por Montes de Toledo.
Sierra Morena es muy parecida en casi todo a Montes de Toledo, mismo tipo de
relieves apalachenses, misma litología paleozoica cuarcítica-pizarrosa,
idéntico sistema de propiedad de grandes y presuntuosos latifundios
cinegéticos, con similares formaciones arbustivo-forestales e idéntica fauna
asociada, aprovechamientos pastoriles, apícolas y cultivos de cereal y olivos
en los piedemontes.
Pero botánicamente Montes de Toledo es algo más forestal, quizás por esa ligera altura media superior de sus montes (en torno a 150m) y por un aprovechamiento pastoril menos intensivo, aprovechamiento que siempre ha llevado parejo la quema del monte en rondas de 5-6 años, lo que ha llevado a extensiones inmensas de jarales en ambas cordilleras (v. gr. comarca toledana de La Jara) y que ha sido la causa de la extinción de los pinares naturales de pino resinero Pinus pinaster (salvo poco más de un rodal en Sierra Morena).
Esa
pequeña superioridad forestal y altitudinal de Montes de Toledo ha posibilitado
en lo faunístico que exista en sus bosques el halcón abejero (Pernis apivorus) o en sus gargantas
el lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi) o el mirlo acuático (Cinclus cinclus).
Las diferencias son ya algo más claras en lo botánico, faltando en Sierra Morena el
grupo de árboles atlánticos presentes en Montes de Toledo (abedul, acebo, tejo
y loro) que no es fácil de explicar a quien, en principio, compare ambas
regiones tan similares. Pero parece clara la existencia de una frontera biogeográfica que parece que ahora esté trasladandose al Sistema Central.
A pesar de que en Sierra Morena se recoja una ligera mayor precipitación que en Montes (en torno a un 10-15%, compárese las estaciones de San Pablo de los Montes 915m, algo más alta, con Fuencaliente 700m), su altitud media menor y su posición latitudinal más sureña, hacen que los veranos puedan ser un poco más duros que los de Montes. También Sierra Morena se alimenta más de lluvias atlánticas de los vientos ábregos del suroeste que también, pero menos, afectan a Montes de Toledo, donde sí que es mayor, por otra parte, la precipitación de nubes convectivas en la época cálida que contribuyen a paliar en algo, el calor y la sequía estival.
Esa, aparentemente pequeña, diferencia climática ha sido la
gota que ha colmado el vaso de la resistencia de esas especies a su extinción.
No pensemos en medias, pensemos en sequías severas, de varios años, para
entender el enorme aguante que tienen que soportar estas especies atlánticas
viviendo en un mundo tan mediterráneo, sin contar con la presión antrópica por
pastoreo o por reiteración de fuegos en el antiguo manejo del monte.
Estoy seguro de que lo que ahora estamos viendo en Montes de Toledo, es exactamente lo que pasó hace varios siglos por Sierra Morena, la desaparición de las especies atlánticas más comprometidas por el endurecimiento del clima. Veo por aquí algunos grandes enebros que, en un primer golpe de vista y al estar situados cerca del río, tomo por tejos, como me he confundido también más de una vez por Sierra Morena y a pesar de saber que allí no había tejos.
Además, no me cabe duda de que acebos y tejos ha habido hasta hace relativamente poco en Sierra Morena, solo hay que acudir al Quijote, cuando se habla de los adornos con ramos, como se conocían entonces, que solían confeccionar los pastores con brillantes ramas de tejo, pues Cervantes, aparte de un perfecto conocedor de los árboles ibéricos, también era un buen conocedor de Sierra Morena, sus numerosos viajes de Madrid o Esquivias a Sevilla, que por aquel entonces se realizaban por Fuencaliente, así lo atestiguan. También conozco por Sierra Morena el arroyo de La Lora, en un lugar teóricamente ideal para la existencia de loros (Prunus lusitanica) o el monte y el arroyo de Los Tejos en montes muy capaces de haberlos tenido.
Estamos viendo desaparecer por momentos la riqueza forestal de carácter atlántico de Montes de Toledo y por ende, de Sierra Morena. El calentamiento del clima existe, pero no le podemos culparle de los males que aquejan estos paraísos naturales. Como siempre hay que acudir a la sobreexplotación de los recursos, la famosa avaricia que rompe el saco, para ver donde está la raíz final de los males que aquejan a nuestros montes, y eso que esta región no es famosa por sus incendios forestales.
Aunque estos montes tengan dueño son un verdadero patrimonio natural de todos y producen una buena parte del oxígeno que respiramos, por otra parte son, aunque no se lo reconozcamos, una de las mayores señas de identidad de la península ibérica. Se trata del genuino monte mediterráneo aderezado de unas lluvias algo superiores a las normales en la meseta, lo que posibilita la existencia de unas especies y bosques que no nos podemos permitir el lujo de ver desaparecer. El monte necesita ser cuidado de una manera verdaderamente exquisita en estos tiempos que vivimos, mientras tanto nosotros cada vez nos tratamos y tratamos a todo y a todos, con la menor de las consideraciones. Seamos conscientes del valor de lo que todavía tenemos en nuestra piel de toro y cuidémoslo como nos deberíamos cuidar a nosotros mismos. Nuestros hijos y nuestros nietos deberían conocer esta maravillosa naturaleza que nosotros hemos conocido. Es un verdadero lujo contar aún con estos bosques, cuidémoslos.
Salud y campo