Todo ha vuelto a suceder de nuevo, han
pasado 33 años desde el último gran incendio que dejó sin pinos más de medio
término municipal de Pedro Bernardo y una tercera parte del de
Gavilanes. Aquella vez el incendio vino de lejos, empezó en las
Cinco Villas, saltó el cordal de Peña Aguda y pasó a Pedro Bernardo;
arrasándolo todo de oeste a este hasta llegar a la garganta del Escurialejo en Gavilanes. Ahora ha ocurrido al revés, ha ido de
este a oeste y quizás peor, pues los medios de lucha
contra el fuego casi han brillado por su ausencia o por falta
de diligencia en Pedro Bernardo. Todo también tras el aviso de hace un par de años del incendio de Mijares.
El viernes 28 de junio, poco después de
comer ya estaba avisado por mis padres que había empezado el fuego y ese
mismo día por la noche marché para Gavilanes. Esa noche el viaje por la carretera
de Extremadura fue dantesco; a unos 40 km de Madrid se divisaban granes
llamas en el horizonte hacia el noroeste, resultó ser el incendio de
Almorox-Cenicientos. Los frentes se veían activos, potentes y abarcando
una gran extensión. Al poco rato , tras ese fuego y como colgado en el cielo, se veía otro mucho más lejano que era el de Gavilanes. La cosa no quedó ahí, antes de
llegar a Maqueda, hacia el sur se veía otro resplandor rojizo, era otro incendio en los “cigarrales” de la capital toledana.
La zona ahora calcinada, en Semana Santa, al fondo la cabecera del valle del Tiétar
El panorama casi parecía lógico, en
medio de la primera gran ola de calor del verano, con un viernes que superó los
42˚C
en amplias zonas de Castilla la Mancha, sur de Madrid y valle del Tiétar y tras una catastrófica primavera, por la
falta de lluvias y las altas temperaturas. El lunes siguiente comprobé que durante buena parte de la tarde la humedad había
sido increíblemente baja, incluso menor del 10% y una máxima rozando los 42˚C.
Afortunadamente el viento en Gavilanes no fue fuerte, pero en los momentos
iniciales, a primera hora de la tarde, sí contribuyó a la rápida propagación del fuego. Se superaba con creces esa
máxima de los “30” de riesgo de incendio: temperatura superior a 30˚C, viento superior a 30 km/h y humedad inferior al 30%.
Al poco de desviarme en Talavera, ya se veía el fuego en toda su magnitud y al entrar en el valle
del Tiétar, se veía que había alcanzado la sierra de Pedro Bernardo y por Gavilanes había numerosas zonas ardiendo. Desde la Cantina de Gavilanes, una multitud de personas observaba el desarrollo del incendio.
Al ir subiendo, en el cruce de la forestal, decenas de camiones y medios de las Brigadas de Incendios y de la Guardia Civil. Luego desde la casa de mi
familia, se veía dantesco y eso que decían mis padres que lo peor había
pasado, había potentes focos a un lado y otro
de Lomo Zapatero.
Por la mañana oí un pregón que llamaba
a congregarse en la piscina de La Dehesa para ir a atacar el fuego, subí con mi
coche pero no vi a nadie, solo vi los helicópteros aprovisionarse
ruidosamente de agua en la piscina. Un
hombre me recomendó subirme a la sierra por la pista de El Chorro. De
camino me crucé con unos amigos que volvían después de haber pasado toda la noche
luchando contra el fuego. Venían destrozados físicamente y abatidos moralmente,
porque veían que de poco había servido su esfuerzo, dada la dificultad de
apagar las llamas, de noche y prácticamente, sin medios. Llegué al final de la
carretera y me topé con un par de camiones y brigadas que luchaban por apagar
unos pocos focos que por momentos parecían resucitar. Eran bastantes, no había
voluntarios y yo pintaba poco por allí.
Volví al coche y decidí subir por la
forestal hacia Jarillas y la sierra. Ahora ya no había nadie en el cruce de la
forestal y la carretera hasta arriba era un verdadero infierno. Hacía pocas
horas que el fuego había pasado por allí arrasándolo todo, paisaje y árboles negros y muertos, envueltos en una oscura neblina. El camino lleno de
bloques caídos de los altos taludes de la carretera por el paso del fuego,
troncos en medio del camino y garrafas de agua en los cruces; por fin, pasado Jarillas, encontré a la gente.
Un rincón de Jarillas con un abedul. Antes del incendio viejo, por aquí hubo algunos pinos serranos (Pinus sylvestris) de gran tamaño
La gente estaba muy perdida, discutiendo qué hacer o qué se debería haber hecho. Al parecer, con pocos medios más o con más decisión y coordinación, se podía
haber impedido la entrada del fuego en la parte alta de la sierra. No había camiones
ni brigadas, hasta que llegó una primera brigada y bajaron a intentar
controlar una lengua de fuego que venía desde abajo, donde yo había
estado un rato antes. No había organización ni decisión, alguno se bajó con ellos. Al poco
llegó del este una lengua de fuego que iba a cruzar la pista; era un buen lugar para
atacar el fuego y con varias personas y un todo terreno con remolque con depósito y bomba, nos fuimos a tratar de impedir que pasara la pista.
La
bomba no funcionaba o lo hacía solo a ratos, yo me quedé sujetando la bomba al fondo
del tanque para que no se levantase y cogiese aire, incluso a veces había que
“cebarla” para que tirase. Por delante del coche, en la boca de la manguera un
hombre se veía impotente, intentando apagar aquellas llamas con un chorrillo débil e intermitente. A ratos volvía hacia nosotros, desesperado por el calor del
fuego y de nuevo volvía a la carga, pero el agua apenas corría; rodeado por el
fuego, vio y vimos, impotentes, como el fuego pasaba al otro lado y se alejaba
ladera arriba.
Un compañero, casi a la parrilla, desesperado por el mal funcionamiento de la bomba
Foto tomada en abril y la de abajo durante el fuego. De denuncia !!
Esa ladera, era una verdadera trampa,
estaba completamente regada de troncos cortados y de ramas y copas
desperdigadas por el suelo, haciendo muy difícil andar y más fácil aun, el
progreso de las llamas. Nos volvimos al punto inicial, allí un camión, en la
cercana balsa en los prados de los Veraniegos, frente a Jarillas, intentaba
cargar su depósito, pero con una bomba que apenas funcionaba y hacía eterna la
espera. Cuando estuvo cargado, me uní a la brigada que fue a atacar el fuego
que nos había pasado por delante hacía un rato. El camión aparcó abajo y la brigada comenzó a
desplegar las mangueras ladera arriba. Cuando se vaciaba la cuba, el camión era sustituido por
otro.
Yo me encargué de cargar tramos de
manga e ir empalmándolos, junto con otros brigadistas y algún otro voluntario,
según avanzábamos. Esa ladera por desgracia, era la ladera llena de basura que
nadie se había dignado recoger en cuatro meses, haciendo durísimo el avance o el manejo de las mangueras, pues continuamente se liaban entre los
palos. Uno de los brigadistas me dijo que él estuvo en la corta y que le
dijeron que subirían poco después a recoger todo aquello, ahora maldecía su
propio trabajo que tanto nos estorbaba y tanto contribuía a la propagación del
fuego.
Esa fue mi línea de todo el día, a
veces avanzaba terreno por delante de la manguera, para indicarles por dónde
tirar mejor, o por donde pasar la manguera, otras, empalmaba manguera o cortaba
la manga para hacer los empalmes. También cogía escobas de retama para hacer de
batefuegos en las llamas de pequeño-mediano tamaño que se podían atacar, pues
en cuanto se hacían un poco más grandes, el calor era insufrible, siempre y
cuando el humo no viniese hacia uno, pues entonces tocaba irse lejos a poder
respirar o a refrescarse. Hubo un momento en que sopló un poco de viento, no pude volver por donde había pasado hace un momento, de un golpe el fuego había avanzado muchos metros hacia nosotros y amenazaba quemar las mangueras. Al rato paró, la verdad es que tuvimos mucha suerte con la falta de viento ese día.
A veces me veía la cabeza o la ropa,
con bichos palo, saltamontes, cigarras, pero no me
molestaban, me sentía como si me pidiesen auxilio, me dolía pensar que estaban
muriendo a cientos, a miles, a cientos de miles. Un fuego es mucha muerte, nos fijamos en los árboles, en que no muera ninguna persona, pero la
muerte se extiende hasta por debajo del suelo. Me contó mi sobrino, que estuvo en
todas las tareas posteriores, que no les dejaban echar tierra a los tocones
ardiendo, porque si los tapaban, el fuego por debajo del suelo, podía durar
semanas y resucitar en una noche de viento, pero sin taparlos, en un par de
días se consumían.
Manguerista con su escudero coordinados perfectamente
No había avance sin verificación de
vías de escape, la sospecha de un rebrote sobre el terreno batido era continua, el peligro estaba siempre
presente. Para esos menesteres estaba una de las personas fundamentales, en
este caso una mujer, decidida y metiéndose continuamente en lo quemado, con la
radio en comunicación permanente, para estar informada al momento de
todo. Estaba encargada de controlar la seguridad del
personal, validando zonas seguras y con potestad para mandar a todo el mundo
para abajo, como ya lo hizo una vez al enterarse del rebrote en las cercanías
del camión de abajo, aunque tras comprobar el control del mismo,
revocó su orden.
Para mí era tristísimo, llevo desde
niño subiendo por esta parte de la montaña, ahí cerca hay algún refugio en el
que he dormido en las excursiones que hacíamos hace años. Es la parte de la sierra
ideal para atacar la subida al Cabezo o pasar al puerto del Lagarejo, muy por encima de Pedro Bernardo y saltar hacia Serranillos. De
hecho, esta Semana Santa estuve exactamente en estos mismos sitios y maldecí al
ver que habían entresacado pinos y habían dejado toda la broza sin recoger por
el suelo, pensando entonces en el problema que traería como surgiese un fuego.
Ese día
Álvaro me enseño los nombres de todos estos lugares, incluso nos enseñó una
cueva y corral entre los grandes bloques de rocas que yo desconocía por
completo, a pesar de creer que conocía la zona. Como cambia el cuento, las
fotos que aquí muestro, dejan muy claro el antes y el después.
Esta cueva y cabaña está escondida entre los peñascos de detrás de la brigada
Aunque no sea creíble, las dos fotos son prácticamente la misma
Al final echamos casi un km de
mangueras, tuvimos que pasar por lugares muy difíciles, no solo por las altas
escobas de algunos lugares, sino por algún caos de grandes bloques o “tors”, lugares
muy difíciles de andar y más difícil aún, de apagar un fuego entre esos bolos graníticos, como la cueva que me enseñaron, y seguir avanzando ladera
arriba hasta controlar el fuego.
El fuego escapándose hacia la sierra, donde finalmente se consumiría casi por sí mismo
Realmente el fuego no se llegó a
controlar, pero entre todos conseguimos salvar una bien lograda repoblación de
pinos serranos (Pinus sylvestris) y
varias hectáreas más de pinar en el límite del bosque. Costaba mucho meterse con
algunos grandes escobonales ardiendo. Ahí un jefe de brigada echó el resto
empujando a sus hombres a atacar el fuego antes de que se extendiese a otra
masa de pinos, trabajando con los batefuegos tras un momento crítico en que los
helicópteros dejaron de arrojar su preciada carga al lado de nosotros. Al
parecer había surgido otro fuego en El Arenal y había que atacar ese fuego, provocado en numerosos focos en esos momentos iniciales antes de que se
extendiese. A base de tesón e insistencia y dejando claro que estábamos a
punto de finalizar y que no lo conseguiríamos con éxito si nos dejaban sin medios y, afortunadamente, su insistencia fue recompensada y un
helicóptero volvió a ayudarlos. Yo subí a ver como seguía el fuego, sierra
arriba, pero ya entre praderas y piornales; viendo que ya estaba controlado ahí, decidí irme volviendo.
Me despedí de la gente, hermanada por luchar contra el mismo enemigo y me llegué hasta
el coche, que ya no estaba donde lo dejé. Siguiendo las normas básicas en un incendio,
lo dejé cuesta abajo, abierto y con las llaves puestas. Por lo visto, el famoso
rebrote había sido cerca y habían bajado algunos coches, como el
mío, a zona segura, cerca de la fuente de Jarillas, donde por fin lo encontré, bebí agua de su fuente e incluso me metí en una pocilla, para quitarme
todo el sudor y darme un golpe de frío en un día tan ardiente, por las llamas y
por la meteorología. La sensación de “bocaseca man”, como decían los de
Muchachada Nuí, por mucho que bebiese, no se me quitó en varios días.
Cercanías del refugio, zona hoy desaparecida por completo
Aún sigue coleando el tema de si fue
provocado o no, en un principio parecía que sí, pues al poco de empezar el
fuego, aparecieron nuevos focos demasiado lejos al este, como para ser de
pavesas, pero todo apunta a un tendido eléctrico que baja de la casa de
máquinas, con un recorrido muy mal mantenido entre los pinos, porque las compañías eléctricas
prefieren claramente recaudar todo lo que pueden y gastar, por debajo de lo
imprescindible, en las tareas menos rentables, como puedan ser el mantenimiento de líneas o la
renovación de equipos e instalaciones.
No ha quedado ni una brizna de hierba en los alrededores de esta pequeña balsa.
El hecho innegable, es que se perdió un
tiempo precioso y decisivo al poco tiempo de iniciarse el fuego que, paradójicamente,
fue denunciado por personas montando en parapente, (gracias, pero el domingo estorbaban peligrosamente a los helicópteros). Lo lamentable es que no había ni una
persona encargada de vigilar el monte, pues por decisión de la Junta y a pesar
de los avisos de ola de calor y del riesgo extremo de incendio, la campaña no
empezaba hasta el día uno de julio, a diferencia del resto de comunidades
autónomas vecinas que sí que habían adelantado la campaña. Al parecer los
bosques y campos de Castilla, no merecen que se gaste un poco más de dinero en
ellos, a pesar de lo mucho que éstos nos dan a todos. Así empezó la campaña,
improvisando, a rebufo del fuego y sin medios humanos contratados.
Me tocó bajar otra vez por la
kilométrica pista, pero esta vez la sensación era positiva. Recuerdo el
momento en que llegué a donde se acababa la zona quemada y la verdad es que, mirando el suelo prácticamente muerto bajo los excesivamente numerosos troncos de los pinos, no
había tanta diferencia entre un monte quemado y esto, bueno sí, visto desde
arriba, predomina el color verde, pero qué vida había bajo esa multitud de
pinos. Sí, tiene más vida, pero cuánta más ¿?, es éste el bosque que queremos
¿?, yo desde luego, prefiero los piornales, los escobonales, los jarales o
praderas, aunque no sean bosques, antes que un bosque tan muerto. Me da coraje
pensar que allí arriba, una vez superado el límite forestal, hemos dejado
quemarse el monte, como si una vez salvados los árboles, lo otro ya no
mereciese el esfuerzo.
La de arriba es sin quemar y la de abajo ya quemado. ¿Es tan diferente...?
Es una discusión que no lo va a ser,
porque ya he oído que se va a volver a repoblar y va a ser con este mismo pino, el que mejor arde de todos, el pino resinero Pinus pinaster. Pero qué
monte queremos, cómo vamos a mantener el monte, qué uso se le va a dar al
monte. Por lo que oigo, la idea general del monte ideal es tener el monte lleno
de pinos, “limpios”, sin nada de broza, sin otras plantas que esos pinos, todo muy accesible gracias a las numerosas pistas.
Todos estos conceptos básicos y a largo plazo,
son fundamentales y no les estamos dando la importancia que requieren. Ahora a
todo el mundo se le llena la boca con el mundo rural vacío o vaciado, pero
pocos piensan a largo plazo. Todo ha cambiado mucho y el mundo rural se ha dejado “caer” , porque a pesar de ser un mundo sostenible, barato, moderadamente rentable y disfrutable,
no encaja en el modelo de desarrollo a gran escala que se precisa en las
ciudades, los centros donde ha sido preferible, por manejable y rentable (claro que no
para la mayoría), concentrar población, recursos y empleos.
Montes desolados, hacia Pedro Bernardo
Por aquí arriba todavía pueden verse
los restos de las majadas y cabañas de vaqueros y cabreros; los muros caídos de
las fincas donde se cultivaban huertas de patatas tardías, incluso aún se ven
tocones de antiguos castaños, robles y nogales. Por aquí vivió bastante gente, buena
parte del año, aunque en invierno bajaran a vivir a los pueblos. Mi antiguo mapa del ejército, mostraba estos montes como
bosque mixto de roble y pinar, pero el pinar se ha fomentado y el robledal no,
luego todo se ha quemado varias veces y ahora los suelos están demasiado acidificados.
Ahora la vegetación potencial de esta zona, solo es apreciable, no en monte abierto,
sino cerca de los arroyos o en las vallas de las fincas; ahí aún perduran algunos
robles arriba y alcornoques o encinas ya más abajo. Todo está en nuestra mano, a
corto plazo puede ser más rentable el pino, en términos de crecimiento rápido y
poco más, peri a largo plazo, lo que interesa verdaderamente es conservar los suelos, el
buen funcionamiento hidrológico y mantener la diversidad biológica del monte.
¿ Quién va a impedir que en esta vaguada se forme un barranco cuando vengan las lluvias ?
El monte hoy en día solo es rentable
por las subvenciones y dineros que "caen del cielo”; esas subvenciones vienen
de arriba abajo, y van dejando sus porcentajes respectivos hasta que llega, ya escaso, al
suelo forestal. En los encinares y montes de Sierra Morena, extensible a otras muchas partes, se demostró ya hace años que la mejor recuperación
del monte consistía en dejarlo en paz, que rápidamente se instalaría un jaral
que luego se iría enriqueciendo en más arbustos y, poco a poco a re-arbolarse
por sí mismo. Pero claro, eso es lo meridianamente opuesto a la cascada del
dinero de las subvenciones, de los trabajos forestales, de la creación de
pistas, etc. Esa es la clave, al campo, a los pueblos, mucho o poco, va a
llegar dinero. Los pinares no son rentables, aunque cuando se plantaron o
potenciaron, producían dinero con el resineo y las talas; pero hoy cuesta más
cortarlos y transportarlos que lo que vale la madera.
El dinero hay que ponerlo desde ya, directamente
en relación con el futuro que queremos para esos montes, lo que nos lleva a una idea clara del mundo rural que queremos. No se trata de dar dinero para engordar a unos
pocos que mueven el sector de la madera, el forestal, el ganadero o la extinción de incendios. Se trata de que se reparta mucho más,
no solo que llegue a más población, por supuesto, sino que apoye el buen
funcionamiento ecológico de estos ecosistemas, la creación y conservación de
los suelos fértiles, el mantenimiento hídrico, la biodiversidad vegetal y animal, que fomente los
aprovechamientos sostenibles, la vuelta o recuperación de la pequeña
agricultura de montaña, la ganadería a pequeña escala; la vuelta a trabajar el
monte, con sus antiguos caminos para ser usados por personas y ganados, con los huertos
tardíos y frutales de altura, junto con los usos deportivos, cinegéticos, micológicos o de esparcimiento.
Aquí en los prados de losVeraniegos, llegó a vivir gente en verano no hace demasiado tiempo
Un dinero bien administrado y con una clara idea de futuro, puede obrar maravillas en estos montes hoy calcinados.
Quizás sea pedir demasiado, pero no veo otra manera de un uso del monte que
convenga a todos, sea sostenible y vuelva a atraer a la gente a usar y vivir
estas montañas.
El lunes siguiente al fuego, me asombró al oír en 180 Grados de Radio 3 a Virginia Díaz hablando por ella y por sus
compañero-as gavilaniegas y cuchareras (de Pedro Bernardo), sobre el incendio y
lo desprotegidos que se sintieron los habitantes de Pedro Bernardo que hasta se
manifestaron espontáneamente en la plaza. A esta protesta les
respondieron desde la Junta que actuando así, no se apagan los fuegos.
Entre la
gente que protestaba había ganaderos que acababan de hacer fotografías de sus
reses calcinadas en medio del desastre y que a punto estuvieron de pagarlo con
los escasos agentes forestales que había por allí. Por contra, en
Gavilanes se apelaba a la valentía de los voluntarios y al "orgullo de ser
gavilaniego", y por su puesto, desde la Junta se apuntaba a la mala suerte y a la
conjunción fatídica de factores que habían conducido a esta situación y ya apuntaban ayudas a los municipios.
Se corre un tupido velo y se piden
subvenciones, ayudas y repoblaciones, pero la cuestión de fondo sigue estando
ahí. Somos unos desalmados que solo vemos el dinero y el interés, a pocos se les
ocurre preocuparse por el monte, por los animales, por el mantenimiento de los
manantiales y la vida del monte. Seguimos sin tener claro que tipo de monte y que
usos del mismo queremos para el futuro. No hemos aprendido nada en esos 33 años
desde el último gran fuego en esta zona. Ya se nos ha olvidado que los primeros veranos, y
no era por el calentamiento climático, eran más sofocantes porque
no había bosques que atemperaran; que la mayoría de las fuentes no corrían o lo hacían con un
chorrillo indecente; que las pozas de las gargantas estaban colapsadas con arenas y bloques caídos
de la montaña; que algunas laderas inclinadas, con las fuertes lluvias de esta
cara sur de Gredos, reventaban y creaban coladas de bloques y barro que arramblaban
con vallas y casillas, destrozando y erosionando todo a su paso.
Colada de bloques y barro, por debajo de la fábrica de la luz, tras el incendio anterior
Hoy vemos los restos del fuego y se
hace una contabilidad de árboles muertos, sin tener en cuenta la verdadera
magnitud del enorme desastre ecológico que conlleva un incendio de grandes
dimensiones. No es el tiempo que tardará en verse todo como una hora antes del
fuego, quizás tampoco estaba tan bien en esos momentos previos, porque era como yesca
muerta, esperando a arder, si no este año, el siguiente. Hay que mirar cómo
van a quedar los pantanos como el de Rosarito, colapsado, con lámina superficial de agua, pero
sin fondo, donde habrá ido a parar todo el material que va a caer ahora de
estas montañas, en cuanto empiece a llover como debe; cómo va a cambiar
el clima, tal y como está cambiando él solito, sin estas ayudas
extraordinarias. Tal vez, si se multa a los países por superar los umbrales permitidos
de emisiones de CO2, habría que multar por estas gigantescas emisiones que se
producen en los grandes incendios, a ver si por las malas aprendemos a cuidar mejor el bosque.
Las montañas entre Gavilanes y Pedro Bernardo, muestran las heridas de la erosión y las pistas de saca tras el último incendio. Esta zona ha vuelto a quedar igual que entonces
Cuidar y mantener bien un bosque (ya
sea también piornal, pastizal o roquedo), no tiene precio, ya solo por el hecho
de mantenerlo vivo y en buen estado, es como estar generando riqueza, directa e
indirectamente. El monte, la ganadería, la agricultura, el medio rural, hay que
entenderlo como un todo unido e íntimamente relacionado.
Ahora lo tenemos abandonado a su libre albedrío, ante la ley del más fuerte,
bajo el dictado de ingenieros de montes de la vieja escuela (cada día menos) que bajo
criterios utilitarios buscan un rendimiento económico a corto plazo. Los ganaderos se benefician de las vallas caídas y sus vacas pastan en terrenos de otros y los antiguos prados de siega, son levantados por las jetas de las piaras de jabalíes que aprovechando el abandono, han prosperado tanto que están
destrozándolo todo.
El Cabezo visto desde las Erillas, zona límite del fuego
Quizás estas ideas de cómo
debería ser un monte, sean demasiado idílicas o teóricas, pero lo que está claro es que hay que empezar reclamando enérgicamente su cuidado, su mantenimiento y protección,
como si fuese algo nuestro, no de la junta, ni del ayuntamiento, ni siquiera de
particulares. La riqueza que generan, el oxígeno que producen, el clima que
atemperan, el agua y la vida que atesoran, es en beneficio de todos.
No se puede perdonar a la Junta que no
hubiera adelantado la campaña de incendios; no se puede perdonara que no haya una clara cadena de mando dispuesta y bien formada organizando sus medios y voluntariado; no se puede perdonar a una
eléctrica que solo pone la mano para recoger dinero y no para limpiar y
mantener sus líneas; no se puede perdonar que se corte, entresaque y se deje el monte totalmente lleno de broza seca esperando a arder o estorbar; no se puede perdonar que unos pueblos como éstos no tengan
un camión autobomba para atacar estos fuegos en sus inicios, incluso fuera de
temporada. Hay que exigir y no ser complacientes en espera de la sopa boba de la lluvia de ayudas y subvenciones.
Suelo del monte totalmente lleno de broza sin recoger desde abril
Los Veraniegos y la balsa de incendios en sus peores momentos
Nos jugamos demasiado, las previsiones
de cambio hacia un calentamiento del clima, no dejan de mostrarnos sus evidencias
y no estamos a la altura ni por asomo. Hasta los adolescentes suecos están dejando en
evidencia a gobernantes y dirigentes europeos. Nos estamos jugando el planeta, suena exagerado pero no, solo hay que mirar cómo se está destrozando todo a
nuestro alrededor sin que queramos darnos cuenta. Basten como ejemplo estos incendios, para demostrar a las claras el futuro que estamos dejando a
nuestros hijos.
Gracias a todos los voluntarios y a la labor impagable y por encima de su capacidad de las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF). Con todos ellos y el ánimo de la mayoría de la gente, parece que aún tenemos en nuestra mano enderezar un futuro que se nos está yendo de las manos.