domingo, 26 de abril de 2015

Un Paseo por un "Canuto" Gaditano



            Hace poco realicé una  entrada sobre los bosques lluviosos ibéricos. Semanas más tarde, azarosamente, estuve por Algeciras y aproveché para acercarme a ver el interior de estas sierras gaditanas y “bucear” en lo mejor del bosque pluvial ibérico.



         Me ratifico, una vez visto el íntegro original, en todo lo expuesto en la anterior entrada; y aunque me han quedado muchas cosas por ver, ahora tengo una idea mucho más clara de la ecología de este tipo de bosques mediterráneos húmedos y calientes.

Scrophularia sambucina, una novedad para mí

            Estas sierras gaditanas tienen ventajas climáticas sobre lo dicho para las formaciones, “cuasi riparias”, del interior peninsular. De entrada apenas hiela en invierno y en los  veranos son algo más comunes los episodios nubosos, aparte de que los, casi constantes, vientos húmedos de un mar o del  otro, aportan la nada desdeñable “precipitación horizontal” de las abundantes nieblas orográficas y las rociadas matinales.


            El día prometía chaparrones, y alguno me cayó, pero en lugar de entorpecer la ruta, la hicieron mucho más acorde al verdor y a la frondosidad imperante por todos los rincones. Entonces se comprende mejor la enorme diversidad de helechos y musgos que crecen al amparo de esa humedad y que convierten estas serretas en un “punto caliente” de la biodiversidad de helechos, musgos y liquénes ibéricos, Canarias incluída.

Ruscos, helehcos y candilillos tapizan el suelo del bosque

           De hecho, con esta región tiene lazos innegables; y de hecho, hay quien incluye estos extremos del suroeste ibérico en la región macaronésica (Cabo Verde-Canarias-Madeira-Azores). Una muestra de los helechos poco comunes que aparecen por aquí son: Davallia canariensis - Phillitys sagittata - Culcita macrocarpa - Psilotum nudum - Pteris incompleta - Vandenboschia speciosa - Christella dentata - Diplazium caudatum; frente a otros más comunes.  


            El primer contacto con la vegetación algecireña me deparaba todo un botánico mundo nuevo, los espacios abiertos llenos del amarillo de unas  escobas que  desconocía (Stauracantha boivinii, Teline monspessolana, etc.), cunetas y baldíos llenos de plantas que desconocía (Scrophularia sambucifolia, Cerinthe major, Cynara baetica, Scilla peruviana, Asphodelus baeticus, Calamintha baeticus, etc).

La enorme Scilla peruviana en una cuneta del camino de acceso a la zona

Me interné primero por un arroyo principal, con una gran aliseda que prosperaba entre los grandes  bloques de arenisca, orlados de grandes y vistosas cárices; pero  ese día, con todo mojado, no me daba ninguna confianza saltar entre rocas y piedras mojadas. El suelo del bosque se encontraba tapizado de bellos geófitos blancos como  de ilustración de cuentos infantiles (Allium triquetrum).

Lágrimas de la virgen, un bello ajo forestal, fue la flor más abundante del bosque en estas tempranas fechas

            A partir de este río,  tomé el  arroyo que me interesaba con la intención de subir lo más que pudiera hacia la  montaña. Entre lo resbaladizo de las piedras ribereñas y lo selvático de ese primer kilómetro, tuve que desistir de esa idea y buscar los claros del bosque y, a ser posible, sendas en su  interior.


         Afortunadamente me vi en medio de un buen bosque, la mayor parte de él de quejigos andaluces (Quercus canariensis) que, allí  en donde había menos suelo, eran sustituídos por alcornoques o por acebuches.

Quejigos andaluces rodeados por alcornoques, más oscuros

            Pronto asocié la  imagen de la maraña de ramas a imágenes de la laurisilva de Garajonay. Claro que no ví loros (Prunus  hixa o P. lusitanica) pero si mucha vegetación lauroide: laureles, durillos o el labiérnago de hoja ancha (Phillyrea media). Pero lo que más diferente me pareció era el conjunto de lianas que subían o  bajaban de los troncos y que conseguía hacer el campo a través, casi impracticable. 


          Allí estaban impidiendo el avance de “la  botánica”, la hiedra, Hedera helix subsp. canariensis y sobretodo la pinchuda zarzaparrilla Smilax aspera, la parra Vitys  vinifera, los candilejos Aristolochia baetica, la madreselva Lonicera periclymenum subsp. hispanica, la nueza negra Tamus communis, etc.

Una maraña de zarzaparrillas y otros bejucos, impide el avance por muchos rincones del bosque

Bajo lo más espeso del dosel arbóreo apenas entra la luz, por zonas  a ras de suelo, apenas aparece vegetación herbácea. Me llamó la atención la  presencia del rusco, pero no solo el común, sino el que por el centro peninsular, solo crece en maceteros de sombra, el Ruscus hyppophyllum, junto con la rubia, aunque en una variante endémica de Rubia peregrina subsp. longifolia.

El aún no florecido lirio hediondo

      El suelo también se cubre de los lirios hediondos Iris foetidissimus, de lágrimas de la virgen Allium triquetrum y de un original candilillo, el Arisarum proboscideum y gramíneas y cárices varias.

El rusco y la rubia sureña, acompañados por polipodios

            Este clima del  Campo de Gibraltar ha conseguido variar ligeramente las especies a formas locales, como con ruscos, rubias, candilillos y también con el avellanillo, un arranclán, Rhamnus frangula subsp. baeticus, de hojas mayores que el común.

Las hojas recién estrenadas del quejigo gaditano (Quercus canariensis)
          O quizás ¿Ha sido el clima del interior el que ha cambiado a estas especies?, con un clima que ha ido amesetándose paulatinamente, pues partimos de climas fini-terciarios húmedos y cálidos que se han ido endurenciendo con el devenir de los tiempos hasta la actualidad.

El candilillo de los Alcornocales, una de las plantas más abundantes en lo más sombrío del bosque

            El ambiente húmedo y lo cerrado del bosque, creaban un ambiente fantasmal, además parece que el día frío y lluvioso, dejó el monte sin ningún visitante. Los quejigos andaluces iban progresivamente aumentando su tamaño según me internaba en el bosque, al mismo tiempo que se cargaban de musgos y helechos, a veces quedaba claro, que a estas iniciales alturas de primavera, tenían mucha más superficie foliar en la carga de helechos de sus troncos que en sus hojas

Un enorme tronco de quejigo tomado por el helecho Davalia canariensis
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            Casi todos los quejigos andaluces tienen una forma parecida a encinas o alcornoques,  pero a lo bestia, en  contraste con los que yo conocía de alguna  garganta de Sierra Morena. Luego me enteré de que es  una forma debida a las podas para carboneo que afectó a estos bosque hasta no hace mucho tiempo.  


           Con carboneo o sin él, puedo decir que toda esta región posee uno de los bosques más variados e interesantes de toda la península, con una muestra de casi todos ellos. Pero no hay duda que están entre los mejores bosques mediterráneos lluviosos, junto con algunos del NE catalán o algunas serretas portuguesas litorales

Típico quejigo gaditano con porte en candelabro

Aparecen todas las queríneas marcescentes y esclerófilas, incluído el arbustivo Quercus lusitanicus, las formaciones de acebuchales, de puros a en buena mezcla con alcornoques, encinares, alguna pequeña mancha de pinar relicto de Pinus pinaster y llegando a contactar con los pinsapares de Grazalema. Los bosques de ribera muestran magníficas alisedas, fresnedas y en los más frescos “canutos” aparece el bellísimo rododendro.



Bordes de la aliseda orlados por Carex pendula
    Todo esto sin despreciar las faciaciones secas y termófilas de los palmitales costeros, a los “herrizos” o brezales de las pobres arenas cimeras, ricos en la rara carnívora Drosophillum lusitanicum. En fin, todo un compendio botánico ibérico y casi tropical que hay que preservar para las generaciones venideras.

Laureles entre los quejigos