Muy al contrario, cuando
se produce una situación de secado, este es más rápido incluso que en otros
suelos de diferente granulometría. Esta pérdida de humedad de los suelos
arcillosos, cada vez ocurren de una manera más brutal, pues en nuestros
paisajes mediterráneos, tras las típicas situaciones húmedas de abril, la
primera ola de calor cada año parece ser más madrugadora y suele aparecer entre
primeros y mediados de mayo, quedando los húmedos regalos de San Isidro cada
vez más, como un recuerdo del pasado.
El secado del suelo no es lento y paulatino, de arriba hacia abajo, como en casi todos los suelos, sino que la pérdida de humedad supone una contracción inicial de los primeros centímetros de suelo, parecido a la clásica foto de la sequía en los arcillosos bordes de pantano, pero en miniatura. Este primer secado abre multitud de pequeñas grietas en el suelo, de las que las mayores van encadenando un dibujo de grietas de mayor tamaño y profundidad, en forma de octógono o hexágono de menos de un metro de radio, que se extiende por toda la superficie, pero profundizando en grietas incluso superiores al metro que provocan en muy poco tiempo, el secado de la totalidad del paquete edáfico.
En el ciclo anual medio de
estos suelos ocurre que tras la apertura de las grietas a finales de primavera,
van cayendo hasta las lluvias de otoño, sedimentos y materia orgánica, luego llegan
las lluvias e inundan las grietas, al asimilar el agua, todo el suelo se va
hinchando y haciendo presión por esas antiguas grietas cerrándolas, por las
que, si hay barros suficientes, estos tienden a subir viscosamente, pudiendo llegar a salir
al exterior por presión. Así los suelos se van removiendo a ellos mismos en un
movimiento de ascensión y caída de materiales en una acción de vertido y
remoción que ha dado nombre a este tipo especial de suelos que son los
vertisoles, aunque a veces por no ser puros, no tener tanta arcilla, con arenas o sedimentos mayores, pero de comportamiento similar, se les suele llamar
suelos (cambisoles o luvisoles) de caracteres vérticos.
Las especies que
colonizan estos suelos, no solamente han de tolerar la alta humedad y sus
situaciones de hipoxia, también deben poseer adaptaciones frente a las roturas
de raíces que se producen cuando se crean las anchas y profundas grietas verticales,
por las que incluso pueden llegar a caer las plantas enteras, y también adaptaciones al
rápido secado de estos suelos. Para solventar esos problemas estas plantas suelen
tener unas raíces profundas y verticales, sin apenas raíces laterales; incluso
cuando se produce alguna rotura, estos trozos pueden germinar autónomamente,
creando nuevos individuos por clonación. Para impedir la caída de la planta entera
por las grietas, a veces aparece el biotipo de plantas con sus hojas o ramas abiertas a ras de suelo en paralelo a la superficie, entonces al abrirse una
grieta quedan sujetas lateralmente sobre el suelo con la raíz en el vacío y
cuando se vuelve a cerrar, vuelve a revivir la planta.
Para retardar la sequía
fisiológica, muchas plantas adquieren hábitos aparasolados, protegiendo su
suelo inmediato e impidiendo y, reduciendo la evaporación, pueden ganar unos
días cruciales para intentar completar su ciclo biológico. También hemos comprobado que muchas plantas de estos medios son plantas sureñas muy bien adaptadas a
la xericidad, con un ciclo vegetativo relativamente corto y variadas adaptaciones
que las hacen más tolerantes respecto a la sequía, por eso no es raro ver en
Madrid o incluso Castilla y León, especies en el límite norte de su
distribución europea.
Las plantas llevan miles o incluso millones de años adaptándose a estas u a otras duras condiciones impuestas por el medio. Ha habido una selección natural, con adaptaciones y peleas entre especies por medrar en este tipo de suelos, hasta conseguir comunidades vegetales verdaderamente adaptadas para prosperar y hacerse con este difícil nicho ecológico.
Son especies adaptadas a la remoción del suelo, a la apertura de grietas, en muchos casos a una química peculiar de estas arcillas expansivas, como pueda ser la de altas concentraciones de magnesio, otras veces a la presencia de las absorbentes sepiolitas, incluso a la mezcla con yesos o sales en algunos casos. Esto suele llevar a que dentro de una uniformidad más o menos general, pueda haber pequeñas variaciones florísticas en base a su adaptación a la química del sustrato, o a la humedad media reinante.
Estas propiedades físicas
y químicas de los vertisoles hacen bastante difícil su colonización por
especies arbóreas. En estos suelos podría ser fácil sacar adelante un plantón
en cepellón y con varios años de edad, pero muy difícil que un árbol pueda
partir de una semilla, pues en sus años iniciales deben lidiar duramente con
inundaciones, roturas de raíces y duras sequías primaverales. El paisaje
natural sobre estos suelos es de variados pastizales, con plantas vivaces
de escasa talla y plantas anuales, es decir, un paisaje casi de tipo estepario.
Esto pondría más difícil
a la famosa ardilla pirenaica, llegar a Gibraltar sin bajarse de los árboles,
pues el centro de las grandes cuencas interiores españolas, suele tener cerca
de su centro, grandes llanuras de inundación, saladares, arenales o duros
yesares de superficies muy difícilmente arborizables, a las que ahora sumamos
estas estepas arcillosas que también ocupan las partes bajas de estas cuencas.
Esto viene a apoyar este mundo estepario autóctono en la clásica
polémica sobre la supuesta naturalidad de nuestras estepas ibéricas, de
hecho, algunas de estas adaptadas especies vegetales, provienen del mundo
estepario reinante en el suroeste asiático.
A pesar de estas duras
propiedades mecánicas, estos suelos suelen ser muy fértiles y su ínfima
granulometría facilita la absorción radicular en unos suelos que
retienen bastante bien la humedad (a veces demasiado bien). Suelos fértiles que
ocupan las partes bajas y llanas del relieve, lugar habitual de localización de
pueblos y ciudades, en resumen, por unas y otras propiedades, podemos hablar de
los mejores suelos agrarios como así lo han venido siendo desde hace siglos o milenios, lo que ha llevado a una fuerte transformación del territorio,
lo que ha pasado menos, sobre otros suelos y vegetación de carácter, al menos en
apariencia, más natural o silvestre.
Estos suelos no han sido
tan transformados o degradados a lo largo de los siglos de cultura agrícola y
pastoril, quizás solo lo hayan sufrido las especies vivaces de mayor tamaño que
casi siempre se han podido refugiar en las lindes y ribazos en la
vecindad de los cultivos, para retornar de nuevo, en épocas de barbechos o abandono.
Solo ha sido hasta muy recientemente cuando la extrema artificialización e
intensificación productivista del campo, ha ido expulsando de este medio natural
o cultural (de cultivo) a las especies que hasta hace poco eran llamadas “malas
hierbas” debido a su abundancia y estorbo en las labores productivas
habituales.
Ahora muchas de estas
especies están desapareciendo en silencio, sin ni siquiera ser advertidas
o tenidas en cuenta en las listas rojas o catálogos de especies en peligro.
Parece que estas especies, llamadas, no se si bien o mal, arvenses, segetales,
incluso ruderales, tenían una muy escasa consideración o reputación en el mundo
botánico, acostumbrado a tratar o preocuparse de joyas botánicas de excelsas
montañas salvajes o de paraísos naturales alejados del alterado mundo de la
vecindad humana. Incluso en importantes tratados de flora, se ha solido prestar
poca atención a este sustratos, estando la mayoría de estas especies adscritas a
medios vagos y poco definidos, como margas, campos de cultivo, etc., sin considerar el
tipo de suelo como vertisoles o claramente arcilloso.
Muestra de esta falta de
consideración, no nacional sino incluso mundial, es que a pesar de reconocerse
claramente que existe una serie de vegetaciones propias o específicas, por ejemplo de las
arenas (psammófila o sabulícola), de los yesos (gipsícola), de las paredes
rocosas (rupícola), de los suelos salinos (halófila) de las litologías con
dolomías (dolomitícola), serpentinas (serpentinícola), etc., nadie se ha parado a considerar
la existencia de una vegetación (comunidad bien avenida de especies vegetales coexistiendo en armonía sobre un medio físico, climatológico y geográfico muy determinado) propia de los suelos ricos en arcillas
expansivas. Es la vegetación argílica.
Pero más vale tarde que
nunca, esta vegetación, por desgracia descrita casi en el límite de su
existencia, dada la escasez y el peligro que se cierne sobre sus escasas
localidades remanentes o sobre algunas de sus especies características, ya está
siendo descrita y reconocida, esperemos que a tiempo de no tener que asistir a
su despedida de nuestros campos.
Sería muy prolijo
elaborar una lista con todas estas especies, aunque cada una de ellas, por sí
solas, tendría derecho a una entrada completa en esta bitácora, como así ha sido con
especies como, por ejemplo, el resucitado cardillo azul, Carduncellus matritensis, el ajo negro de las arcillas, Allium cyrilli, el gladiolo Gladiolus italicus, incluso la mayor
parte de las especies señaladas de la flora volcánica del Campo de Calatrava.
Llevo años y años buscando y encontrando plantas e interesantes localizaciones
argílicas. Basta con ver el Echinops
strigosus, la Crepis alpina, la Phlomis herba-venti, el Astragalus alopecuroides, la Lavatera triloba, la Klasea flavescens, etc.
para darme cuenta de que estoy sobre una buena localidad argílica. La presencia
de estas especies, aisladas o en grupo, así me lo demuestra a las claras.
Existen incluso géneros
casi completamente adscritos a terrenos argílicos, como pueda ser el caso de
las alcachofas, con el género Cynara, siendo la gran alcachofera a ras de suelo
Cynara tournefortii la especie quizás
más representativa de esta vegetación sobre arcillas y también,
lamentablemente, del peligro de desaparición que tiene este tipo de vegetación.
Lo mismo ocurre con el género Carduncellus, desde especies exclusivas de los
vertisoles como C. matritensis u
otros habituales de arcillas en las grietas entre lapiaces calizos como C. dianicus o sobre arcillas de
descarbonatación como C. monspelliensium.
En campos de cultivo, si
la química y la ausencia de barbechos no lo impide, es posible encontrar
especies tan bellas como Ammi visnaga, Anagallis
arvensis, Bupleurum rotundifolium, Caucalis platycarpos, Centaurea cyanus, C.
depressa, Cichorium intybus, Coronilla scorpioides, Echinops strigosus, Gladiolus
italicus, Kickxia lanigera, Linaria hirta, Ononis spinosa, Ornithogalum
narbonense, Ranunculus
arvensis, Rapistrum rugosum,
Scandix australis, Scolymus
maculatus, Silene muscipula, Sonchus
asper subsp. glaucescens, Teucrium spinosum, Turgenia
latifolia, Vaccaria hispanica, Valerianella discoidea, Vicia narbonensis, etc.
En los barbechos de larga
duración o en el pastizal natural ya se pueden encontrar especies vivaces,
aparte de más anuales, como: Acinos
rotundifolia, Allium pallens, Astragalus alopecuroides, Convolvulus meonanthus,
Cynara cardundulus, C. tournefortii, Echium asperrimum, Geropogon hybridus, Glaucium corniculatum, Klasea
flavescens, Lavatera triloba, Linaria caesia,
Linum austriacum subsp. collinum, Malvella sherardiana, Mantisalca spinulosa, Nonea vesicaria, Ononis biflora, O.
spinosa, Phlomis herba-venti, Rochelia
disperma, Salvia argentea, Thapsia dissecta, Vicia
monantha subsp. calcarata, etc.
También, aunque debido a su extrema escasez rayana en extinción, sería difícil, pero no imposible encontrar
(avisarme si ocurre, pues habría que tomar medidas), Allium cyrilli, Anchusa puechii, Carduncellus matritensis, Convolvulus
humilis, Cynara tournefortii, Onosma tricerosperma, Saponaria glutinosa, el
trigo primigenio Triticum boeoticum y
esperemos que ninguna más.
Desde aquí animo a
cualquier aficionado a la botánica que compruebe esta relación suelo/vegetación
en lo más arcilloso de su zona de campeo o probando nuevas zonas en esos territorios
tan, aparentemente, poco salvajes, como los bordes de los cultivos o cerca de
instalaciones cerámicas o ladrilleras, muchas de ellas abandonadas, que hasta
hace pocos años abundaban en todas las zonas arcillosas. Tal vez buscando en
los mapas topográficos nombres como “tejares”, “la tejera”, “los gredales”, “los
barros”, etc.
No solo basta con que
tenga que cargar con la bicicleta con sus ruedas engordadas hasta atascar los
pasos de rueda, debido a la plasticidad y adherencia de la arcilla pegada a los
neumáticos. No solo basta con que haya podido sacar mi coche por los pelos, del patinaje y profundización de sus neumáticos, como
medio tintados en azul, en el barro infame. A veces hay que meterse en el barro literalmente pues estas zonas se muestran francamente intransitables en épocas lluviosas y a veces, el tiempo es demasiado corto hasta el golpe de calor que pare el ciclo vital de estas interesantes especies.
Debemos conseguir salvar alguna localidad de este tipo para la posteridad, pues dudo que al ritmo actual de retroceso frente a nuestra "civilización", a lo que se acaba de unir la apisonadora de las plantas fotovoltaicas, bien puede terminar por dar la puntilla a estas comunidades vegetales argílicas. Hay que conseguir varias microrreservas para garantizar un mínimo vital de supervivencia o declarar Hábitat Prioritario a esta comunidad vegetal para que quien tiene los medios, tenga el deber (que ya lo tiene) de procurar salvar estos medios naturales y sus especies características.