Nada más
descriptivo que esa imagen, la de una moteada piel de leopardo, para describir
un paisaje de lomas y hondonadas, tachonadas de las manchas redondeadas de la
maravillosa sabina rastrera (Juniperus
sabina), una planta singular que no solo hace vegetación, sino que hace
paisaje y define toda una región biogeográfica con unas comunes características
de clima y gea, la Celtiberia. Es el paisaje del páramo, de las grandes altiplanicies, el
paisaje más continental que tenemos en nuestra península. Un paisaje casi
siempre por encima de los 1500 m de altura, básicamente sobre calizas y en condiciones
muy expuestas a los agentes meteorológicos.
Estoy en el climáticamente
llamado “Polo del Frío” de la península, donde por altura y por continentalidad,
se dan las temperaturas mínimas, tanto en intensidad como en duración de la península; registrando observatorios como Daroca, Molina de Aragón o Calamocha, las
temperaturas más bajas de las áreas habitadas de la península. Esta zona central de la Ibérica es mayor de lo que a
primera vista cabe pensar, pues en general se la identifica con la gran zona coincidente con la frontera
Guadalajara-Cuenca-Teruel, pero muy cercanas hacia el este y de mayor altitud más al
este, en Gúdar-Valdelinares e
incluso hacia el sur, aparece otra buena región también superando por poco los
2000 m como es el Javalambre y ya, si tenemos en cuenta las altas tierras
del sur de Soria o el sureste de Burgos, tenemos vastos
territorios, completamente en la línea de lo que aquí estamos tratando, el de una Celtiberia de montañas despobladas, que no "vacías".
Todo este territorio, en sentido
amplio, ha quedado muy bien definido y reflejado en una web casi visionaria, Montañas Vacías que está triunfando muy por encima de la publicidad y costosas campañas de las
diferentes administraciones autonómicaas implicadas en esta región :Castilla la Mancha y Aragón, y en menor medida Castilla y León. Se trata de la web Montañas
Vacías (MV) que no hace sino publicitar y apoyar el turismo respetuoso con la naturaleza de lo
que ellos llaman la "Laponia Española", es decir, la única zona europea después
de Laponia, con densidades de población cercanas a esos 7 habitantes por
kilómetro cuadrado. Para ello fomentan el turismo de bicicleta con alforjas y
dan pistas para otras rutas en coche o en otros medios, alimentando así,
numerosos albergues, campings, bares y establecimientos que viven en el alambre del
dudoso vaivén entre la rentabilidad y el desastre por falta de
turistas.
Desde aquí y visto su altruismo y enorme éxito, aunque todo hay
que decirlo, más de extranjeros que de nacionales, felicitar esta iniciativa y
todas las que vengan para evitar la despoblación de estos maravillosos lugares; despoblación que aún no ha cambiado de signo, pues por ejemplo, este mismo año han cerrado el
único bar de Villar del Cobo, un lugar de impresionante belleza y supuesta
calidad de vida, que tras el cierre de la escuela, la del último bar, ya lo sitúa en la frontera de ser un despoblado, como otros varios de la zona, véase
por ejemplo Villanueva de las Tres Fuentes, Armallá y un largo etcétera.
Este final de primavera he viajado bastante y, a parte de esta zona del Sistema Ibérico, he podido comprobar la continuación de esta piel de leopardo por algunas sierras andaluzas, como por ejemplo la sierra de Baza e incluso en Ronda, donde hasta los pinsapos crecen sobre la sabina rastrera. Esta aparente antítesis tan sureña, frente a lo celtibérico, al menos en sus zonas basales, lleva a que esta comunidad aparezca por encima de los 1800 m; el salto de esos 250 m de altitud media sobre la cordillera Ibérica, compensa con ese ascenso altitudinal, el descenso latitudinal y la vecindad africana, alcanzándose unas condiciones bioclimáticas similares.
Otra cosa que me ha llamado
poderosamente la atención, es que nunca antes había visto tantos kilómetros de
pinares de silvestre (Pinus sylvestris), ni Guadarrama ni faldas de Pirineos ni
nada, este parece ser su territorio. Es muy frecuente observar que sobre la roca
descarnada se instale una sabina rastrera y que con el tiempo, según va creciendo
ésta, va creando un suelo cada vez más profundo y protegido, sobre el que
finalmente consigue germinar un pino silvestre. Esta imagen se repetía como un mantra
en el paisaje, si es que había algún pino en la vecindad cuyas volanderas
semillas pudieran acabar enredadas o acogidas al calor de estas sabinas.
Esta zona tan continental
también es patria de la otra sabina, la sabina albar (Juniperus thurifera), pero apenas hay solape entre ambas sabinas,
una llega desde zonas casi bajas, hasta precisamente, donde empieza a prosperar
la sabina rastrera que se comporta como una buena guardería
para el pino silvestre.
Tampoco es difícil ver por la zona a la otra sabina, la sabina negral (Juniperus phoenicea), pero ya en zonas
de menor altitud y muchas veces con un fuerte carácter rupícola.
Mucha montaña pero, sobre todo, mucho río; de hecho, ha sido más la fuerza de las aguas que las fuerzas orogénicas quienes más han tenido que ver en la definición de estos paisajes “estructurales”, pues se trata de capas y capas sedimentarias puestas unas sobre otras y todas ellas elevadas por empujes tectónicos profundos quienes crearon esas altas parameras que luego, las aguas recortaron con esos centenares de “hoces”, creando estos paisajes con las formas que vemos hoy en día. Solo en las zonas más altas de Albarracín y también en Valdemeca, aparecen materiales más antiguos como las cuarcitas, que engendran los famosos “ríos de piedra”, esas pedreras que sí que han corrido por el fondo de los valles como si fueran ríos, aunque a otras velocidades y ayudados por fenómenos periglaciares, tanto en el aporte de bloques, como en su movimiento asistido por el hielo.
La vertiente geológica de la naturaleza de esta región es tan poderosa que es uno de los mayores atractivos que tiene; solamente con una ruta que recorra la mejores dolinas o tobas de la región, ya tendríamos para andar un par de meses. Eso sin contar con las fantásticas hoces que serpentean llevando agua o sin ella; la Hoz Seca es uno de los topónimos más reiterados. Las cuevas son otro tanto, si bien son más comunes en las zonas inferiores.
Llamativo por su trascendencia geomorfológica, llegando a represar lagunas en su interior o sustentando construcciones humanas, figuran las tobas, travertinos o edificios tobáceos. Una maravilla de la naturaleza que conviene ver en vivo. Estos roquedos tobáceos, como algunos que represan lagunas o que siguen creciendo, (porque hay algunas rocas que crecen), son una creación de las aguas duras y la vegetación. Pero este mundo acuático, con este clima en calentamiento, es algo que cada día está más comprometido, ya que nosotros no nos comprometemos con su viabilidad futura, por eso cada día hay más formaciones tobáceas fósiles y menos formaciones en crecimiento activo.
También en otros lugares aparecen otros materiales ligados a esas diferentes capas sedimentarias, pues aparte de las calizas y dolomías que dominan el paisaje, existen áreas de areniscas y piedras rojas (Buntsandstein), es el paisaje del rodeno o rodenal, suelos ácidos con una vegetación diferente a la dominante, como pueda ser el pinar de Pinus pinaster, también llamado rodeno por crecer en estos sitios.
Con un Paisaje Protegido del Rodenal, lleno de abrigos
prehistóricos que merece una larga estancia para ver todos los que se puedan,
sin lugar a dudas, lo merece. Más puntualmente aún, aparecen margas, arcillas,
yesos e incluso zonas salobres (Keuper), de cuya sal dieron cuenta en un pasado nada
remoto, las gentes de la zona para comerciar con ella hasta que pasó a
explotarse industrialmente la sal marina.
Hay que recordar que estamos en uno de los grandes nudos
hidrológicos ibéricos, aquí nace el Tajo, con sus anacrónicas esculturas pseudo-medievales
en su mismo nacimiento, aunque este año, tan terrible de calores y parco de aguas,
apenas había un charquillo y ninguna fuente y había que irse varios kilómetros
al noroeste para encontrar ya un hilo de río. También nacen aquí el Guadalaviar
o Turia, el Júcar y el magnífico Cabriel, uno de los ríos grandes más salvajes
de España; eso sin hablar de otros muchos como el Mesa, el Jiloca, el Gallo, el
Cuervo, el Ebrón, el Piedra, etc.
Tanto rincón, tanto vericueto, grande o pequeño, angosto o
abierto, acoge un muestrario de todos los microclimas posibles e incluso
impensables, propios tanto de montañas más térmicas, como de montañas mucho
mayores que éstas. Existen varios libros
y a cuál mejor sobre esta región, pero yo, a pesar de estar más tiempo en
Teruel que en Cuenca o en Guadalajara, me quedo con el de Cuenca, donde destaco
claramente el "Atlas de la flora singular y amenazada de la provincia de Cuenca" de Óscar García Cardo.
Estas rutas como siempre han sido para ver esa flora tan peculiar que habita estos amplios paisajes, el área de vegetación celtibérica, la vegetación de las parameras, con un abanico que incluye muchas especies euro-siberianas, dada la altura y en muchos casos las orientaciones benignas, protegidas de vientos desecantes o de los fuertes rayos solares que este año, se han comido media primavera. Otros años a finales de junio, todo está en plena primavera, a la que suelen ayudar las numerosas tormentas que tienen lugar por esta zona y que este año, parecen brillar por su ausencia.
Estaban empezando a traer el ganado a estos montes y los pastos ya dan muestras de estar agostándose. Yo me he perdido gran cantidad de plantas raras de la zona, por haber cumplido su ciclo o su floración en un tiempo récord que ha pillado incluso descolocados a los habitantes de la zona.
Casi todo el paisaje está dominado por los pinares, ocupando las zonas más altas, a partir de unos 1400 m el pino silvestre y mezclándose con éste y de ahí para abajo, el pino negro (Pinus nigra), todo lo demás son sabinas rastreras, enebros. En áreas algo más bajas o en umbrías aparecen quejigares y encinares, incluso más abajo aún, pinares de pino carrasco (Pinus halepensis), aparte del pino rodeno, como ya se ha comentado.
También en las áreas cuarcíticas
aparecen buenos robledales de roble melojo. La vegetación riparia está dominada
por los álamos y las sargas, y no es raro encontrar buenos avellanares en los
valles más húmedos, a veces en estos lugares o al pie de roquedos, aparecen
acerales, junto con otras planifolias, como tilos y mostajos que dan al paisaje
una buena pincelada de colores en otoño.
Las calizas y dolomías crean unos suelos bastante ricos, con lo
que la biodiversidad es, en general, mayor que en las zonas ácidas, llamándome
poderosamente la atención los prados llenos de todo tipo de especies y que otro
año, con mejor climatología tengo que volver para encontrar en su punto, pues
noto que he llegado en una mala estación, con muchas flores pasadas ya, y con
una riqueza de orquídeas que, a pesar del año, no deja de sorprenderme.
Existe toda una flora especialmente adaptada a las condiciones tan duras que imperan en esta región, plantas pegadas al suelo, adaptadas a su contorno, para no exponerse a los vientos, o plantas compactadas como en almohadillas, cubiertas de pelos o con fuertes cutículas que reflejen parte de los rayos solares o que atenúen los vientos.
Ahí es donde están los buenos
endemismos, tales como Erodium celtibericum, Astragalus turolensis, A.
depressus, Centaurea spp., Scabiosa turolensis, Ononis striata, etc.; pero el elenco es demasiado variado como para
recordarlas todas; me han llamado mucho la atención, la abundancia de la rara
planta acuática Hippuris vulgaris, aquí toda una vulgaridad como el nombre
apunta, pero fuera de estos ríos, apenas visible en el territorio nacional. Los
pastizales de Linum catharticum con sus Lotus spp., etc.