Los paisajes
de los yesos del centro de la península son uno de los medios naturales menos
conocidos y valorados de la península, incluso por los habitantes de esas regiones.
Los tópicos y lugares comunes de la ecología “verde” han fabricado una imagen
de la naturaleza como la del puzzle o el calendario con sus bosques virginales,
sus montañas de cimas nevadas y un lago en primer plano que no se corresponde,
aunque en algún lugar de nuestra geografía sí que exista, con nuestra realidad
natural.
Más claro
aún es el ejemplo madrileño, donde la imagen generalizada de la naturaleza en
buen estado, es la de los bosques del Guadarrama, recientemente “medio”
bendecidos como Parque Nacional, pero con un medio natural, en el sureste
madrileño, que sobre calizas y yesos, “pulveriza” con sus cifras sobre
biodiversidad, la riqueza biológica serrana, a pesar de los varios pisos
biológicos, del medio natural serrano. Tanto es así que a pesar de sus valores,
casi siempre en peligro por su cercanía a la capital española, no goza sino de
una sola área protegida, la del Parque Regional del sureste, que en la realidad
es puro papel mojado por su abandono, cuando no verdadero escándalo, respecto a
su uso y gestión.
El aljezar
(el yesar) del sureste madrileño es uno
de los medios menos conocido, valorado y visitado. Pero realmente es un medio
tan duro para la vegetación que sólo los verdaderos especialistas, pueden
vencer las dificultades de los sulfatos, las sales, el polvo de yeso cubriendo
las hojas, la insolación unida a la reflejada por los suelos, etc. Por ello es
un ecosistema de plantas exclusivas y de seres únicos que desde miles de años
se han ido adaptando al yeso, hasta llegar a diferenciarse de sus ancestros,
debido a esas adaptaciones.
Reseda suffruticosa endemismo de los yesares interiores ibéricos
Sobre los
yesos viven diferentes comunidades vegetales, desde una potencial y lejana vegetación
forestal, la del encinar manchego, pasando por el coscojar con efedras, el
tomillar gipsícola con jabunas, lepidios y centáureas, el
espartal, los ontinares, las comunidades de terófitos, hasta llegar a un
mínimo de vegetación vivaz con la zamarrilla de los yesos en un suelo
prácticamente desnudo. Pero esa “aparente” blanca desnudez, no es tal, no es
suelo rocoso de yesos cristalinos o sacaroideos, aunque veamos un pequeño
porcentaje, realmente ese suelo pétreo es una mezcla heterogénea de líquenes crustáceos
terrígenos que ven en este medio, poco vegetado, una oportunidad para prosperar
con verdadero éxito.
Líquenes, terófitos poco visibles y Hernianria, Launaea, Thymus lacaita, Reseda stricta,..
Se trata de
uno de los medios ecológicos más complejos, especializados y adaptados a la
adversidad de la naturaleza española. Es la costra liquénica de los yesos, se
trata de una comunidad compuesta mayoritariamente por líquenes, con algunos
musgos y algunas especies vegetales, principalmente anuales exclusivas y
escasas vivaces como la herniaria, el
teucrio o zamarrilla de los yesos y el tomillo de Aranjuez.
Apenas indiferenciado de un liquen blanco este saltamontes sin alas del género Ocnerodes
La procedencia
de casi toda esta vegetación es de regiones de climas muy
duros, muy xéricos y continentales, como el interior de Asia oriental, la
región Irano-Turaniana, climas más duros que los ibéricos pero aquí potenciados
por las duras condiciones edáficas de yesos y sales. En tiempos Messinenses con
un Mediterráneo reducido a su mínima expresión o a través del norte de África,
esta vegetación llegó a la península y se fue adaptando y separándose
genéticamente de esa flora este-asiática. No sólo plantas como la ontina Artemisia herva-alba, el esparto Macrochloa tenacissima, efedras, jabunas
Gypsophila spp., el sisallo o calamino Salsola
vermiculata, albardín Lygeum spartum,
Stipa pennata, etc., sino también líquenes como Fulgensia desertorum, Diploschistes steppicus, Psora saviczii, Buellia zoharyi, etc.
Psosa decipiens rosa, Fulgensia desertorum amarilla y Diploschistes diacapsis blanco, entre otros tipos de líquenes
La costra
liquénica ocupa los claros de tomillares y espartales, a parte de las laderas
más inclinadas y las áreas más expuestas al viento y la insolación. En
temporadas húmedas da corte andar por ella porque te vas hundiendo un poco en
ella y es muy fácil de erosionar. Entonces es su momento más delicado y una
sola moto trotando por estas laderas puede hacer un daño irreparable durante
años. Cuando está seca, resuena como algo hueco al golperla, tal es la unión de
los líquenes con la capa superior del suelo que viene a ser como una manta
cerrada sobre el terreno.
Un solo día de carrera de motos dejó esta lamentable imagen de la costra liquénica
Incluso existen peculiaridades
geomorfológicas, tras los inviernos o en épocas lluviosas es corriente ver como al pie de los cerros, a veces a través de un agujero, como pueda ser una madriguera de tarántula,
empieza a salir una corriente de barro semilíquido que deja en superficie un
montículo como el de un topo, debido a una corriente de barro líquido bajo la
costra. Eso da una idea de la compacidad y hermetismo de la costra en su
conjunto. De hecho químicamente ocurre que en invierno los yesos (sulfatos), se di-hidrantan y en verano pierden esa doble hidratación, despegándose del suelo inferior. Al hacerlo arrancan las pequeñas raíces de las plantas que han prosperado y limitan su colonización a las más pequeñas, a no ser que se tengan raíces potentes para soportarlo.
Aquí no hay topos, lo blanco es el resultado de una surgencia de barro líquido
Los líquenes de los yesos ibéricos
son mayoritariamente terrícolas, aunque pueden incluir, dada la fragilidad del
yeso, pequeños trozos rocosos, poblados de otro tipo de yesos, los saxícolas,
otros los errantes e incluso sobre las ramillas de las escasas
plantas vivaces pueden habitar líquenes epífitos. A ellos se les unes algunos
musgos y toda una serie de microorganismos bacterianos, algas, hongos
liquenícolas, etc. Debido a esta amplia conjunción biótica, el término general
para hablar de estas costras “vivas” es el de Costra Biológica del Suelo (CBS),
siendo la costra liquénica de los yesos un caso particular, aunque el más
representativo y extendido. Otras costras, también a veces llamados mantos bacterianos, se dan
en superficies permanentemente humectadas, sobre lechos salinos, en rocas
rezumantes, etc.
Grimmia pulvinata entre líquenes como Toninia coeruleonigricans
La costra liquénica es beneficiosa
para los suelos al sellarlos frente a la desecación, protegerlos de la erosión
y por proporcionar nitrógeno asimilable para las plantas. Por ello suele haber
una relación que juega en su contra al promover el establecimiento de la
vegetación, si ésta consigue introducir alguna semilla, con la que entran en
competencia directa. Aunque casi siempre esta vegetación es tan banal que se
agosta pronto y deja de ser competencia para los líquenes.
Sedum gypsicola creciendo entre un mar de líquenes
Los líquenes al igual que la
vegetación superior tienden a agruparse en comunidades según sus afinidades
ecológicas, en función de la exposición, inclinación y carácter del sustrato.
Al hablar propiamente de la costra de los yesos y los claros del
tomillar-atochar gipsícola, estamos hablando de los más heliófilos. Aquí destacan
por su biomasa los que más se confunden con el blanco del yeso: Aspicilia spp., Buellia epigaea (consistencia farinácea) y B. rivasmartinezii, B. zoharyi, , Collema teñax y C. cristatum (también
sobre calizas) , Diploschistes diacapsis (el más abundante de todos), D. steppicus (cerebriforme en áreas poco
inclinadas), Endocarpum pusillum
(algo marrón), Lecanora spp., Lecidea gypsícola y L. circinarioides (en yesos
pétreos casi verticales), Lepraria
crassisima (primocolonizadora y
masiva en taludes inclinados poco expuestos), Squamaria lentigera (algo verdoso), S. crassa, etc.
Dan su característica policromía a la
costra, sobre todo cuando ésta se encuentra hidratada, los tonos amarillentos
de Fulgensia desertorum y F. subbracteata, los rosados de Psora decipiens y P. saviczii, los marrones rojizos de Dermatocarpon trapeziforme, los amarillento-verdosos de Acarospora placodiiformis, A. reagens y A. schleicheri (en sustrato blando) o los oscuros de Toninia coeruleonigricans. También estarían el resto de
líquenes y hongos parásitos que dan punteados negros, rojos o azulados sobre
muchos de los enumerados.
La amarilla compuesta Launaea fragilis
Si los líquenes de la costra son algo
muy especial, no lo son menos los vegetales que osan vivir en estos medios. Los
de mayor talla son las pequeñas matas de cistáceas como las jarillas Helianthemum squamatum y H. siryacum (indica termicidad), la
crucífera Lepidium subulatum, la
rosácea jabuna Gypsophilla struthium,
las bellas compuestas Centaurea
hyssopifolia y Launaea fragilis,
componentes mayoritarios del tomillar-jabunal. Pero mucho más adaptados a vivir
en lo más duro de la costra liquénica están Teucrium
pumillum y Herniaria fruticosa,
denotando la última esta peculiar ecología, pues la zamarrilla es menos común al ser más exigente
en exposición y termicidad.
Teucrium pumilum y Herniaria fruticosa, los verdaderos especialistas de la costra liquénica
Los únicos vegetales verdaderamente
adaptados y característicos de la costra liquénica, a parte de esas vivaces, son los más efímeros, los
terófitos que solo viven lo imprescindible para crecer y reproducirse,
desapareciendo, casi absolutamente, una vez dispersadas las semillas. Aquí
entran como más representativos, la bella
y delicada gramínea Ctenopsis gypsophila,
Campanula fastigiata y Sedum gypsicola, acompañados usualmente
por: Asterolinum linum-stellatum, Centaurium
quadrifolium, Chaenorrhinum reyessi y
Ch. rubrifolium, Echinaria capitata, Erodium
pulverulentum, Euphorbia falcata, Filago pyramidata, Limonium echioides, Macrosyringion
longiflorum, Parapholis incurva, Pistorinia hispanica, Reseda stricta y R. suffruticosa, Sedum sediforme, Thapsia
villosa, Trisetum loeflingianum y
Ziziphora hispanica.
Centaurium quadrifolium con la jarilla de los yesos Helianthemum squamtum
Esta vegetación terofítica pasa
desapercibida a no ser que, prácticamente te tires al suelo a mirarla, salvo
llamativas excepciones como las escandalosas centaurium o pistorinias, entonces
se descubre su mínima pero espectacular belleza, la belleza de una adaptación que les permite prosperar entre los resquicios de la masa de líquenes.
La casi invisible Campanula fastigiata floreciendo entre los resquicios de los líquenes
Hace años existía una fuerte polémica
entre los naturalistas de mitad del siglo pasado sobre si los paisajes
desarbolados del centro de las mesetas eran estepas o no, a esta polémica
contribuía sin duda la gran extensión de los paisajes yesíferos con sus costras
cuasi desérticas, la pesadilla de la ardilla ptolemaica que no podría recorrer
la península de norte a sur. Esa polémica será caldo de cultivo para una futura
entrada de este vuestro blog.