Extremo final delCabo de Peñas
El "Norte del norte" es el lema turístico del Concejo de Gozón en Asturias, quizás más conocido por ciudades como Luanco o Candás que por ese descriptivo nombre. Aunque no es tan norteño como la Estaca de Bares en A Coruña, si que destaca poderosamente en la rectitud de la costa cantábrica metiéndose una decena de kilómetros al norte, mar adentro, entre Gijón y Avilés. Es la primera vez que he disfrutado unas vacaciones en el mar, aunque a veces haya estado unos días de algunos veranos o algún puente. Desde hace muchos años siempre he ido en agosto a la montaña asturiana y algunos días nos dejábamos caer al mar. Pero esta vez ha sido al revés casi quince días al borde del mar y algunos días, subimos a la montaña.
Cabo y faro de Peñas desde la ensenada de Bañugues
Ya conocía de otro viaje esta zona y por eso busqué alojamiento por aquí, que para bien o para mal, poco hay, pues esta zona, afortunadamente, sigue siendo todavía muy rural y espero que no se lleve a cabo el futurible campo de golf de Verdicio que es la escusa para construir 230 viviendas de "semilujo". Este año había mucha gente por aquí, no como en 2010 cuando lo conocí, parece haber una relación directa entre el calor sofocante de julio y una mayor tendencia hacia el norte del turismo. La playa más cercana era también la más concurrida, la de Tenrero o Verdicio, hace años era una de las más bonitas y completas de Asturias, con sus arenales, rocas, islotes, desembocadura fluvial y dunas tras la playa, si bien, como todas las enfrentadas al norte, peligrosa. Pero a principios de los 80 a algún “caciquillo” le dio por promover una urbanización que a pesar de las protestas ecologistas, del terreno poco propicio y de la Ley de Costas, siguió adelante y mandó las grandes dunas al baúl de los recuerdos de los abuelos. En 2010 una riada se había llevado el puente, medio chiringuito y el lateral de la urbanización.
Vegetación de acantilados donde destaca Armeria pubigera
El camino que antes llevaba directo a la playa, ahora hace varios requiebros para llegar a la playa bordeando la urbanización y te lleva hasta donde te espera una señora para pedirte dos euros por aparcar en su prado. En los prados de al lado, creo que por otros pocos euros dejan aparcar caravanas y han abierto otro chiringuito, o sea incremento de basuras y aguas residuales, pero al menos, fuera del fin de semana, siguen predominando los prados abiertos.
Isla de la Erbosa tras los brezales de la rasa costera
Atardecer rocoso
Mi
curiosidad botánica se vuelca con los ambientes marinos y aquí destacan
poderosamente dos tipos de vegetación, la de los arenales (playas y sistemas
dunares) y la de los acantilados. Estos ambientes escalonan su vegetación en
franjas, en ambos un factor de primer orden es la salinidad, proveniente de las
salpicaduras marinas o rociones, pero en el arenal es más importante el grado
de consolidación de las arenas. En ellos la vegetación varía, salvo alguna
especie en común, según estemos en el borde exterior de la playa, de material
muy suelto, salino y con restos de materiales aportados por el mar (vegetación nitrófila);
en las dunas blancas y móviles o, finalmente, en las fijas dunas grises. Este es uno de los
medios más difíciles para el establecimiento de las especies, siendo el hogar
de verdaderos especialistas, en sales (vegetación halófila) y en sustratos de
arenas móviles (vegetación psammófila). Estoy hablando de una vegetación en
verdadero peligro pues, al tratarse de nichos ecológicos tan reducidos, sus
posibilidades de expansión o de re-colonización son muy escasas y, si a esto,
le sumamos que esas plantas están en el lugar ideal para aparcar nuestros
coches, nuestros chiringuitos, nuestros juegos playeros y hasta casas de
vacaciones, ya si que lo tienen difícil de verdad.
Paisaje de un bandeado lapiaz calizo con la primera franja vegetal (Inula crithmoides, Crithmum maritumum y Asparagus prostratus)
En la
vegetación de los acantilados tenemos una primera franja que tiene que bregar con la
dureza directa de los grandes temporales marinos, luego sigue otra faja
superior con menos actividad mecánica limitante pero con la salinidad propia de
los “rociones” de gotas de agua cargadas de sales. Por último hay otra franja,
antes de llegar al borde del acantilado donde ya empieza a entrar la vegetación normal
o climácica de la zona, aunque muchas veces sometida puntualmente a la
actividad de las gaviotas y aves que habitualmente crían o se posan con
frecuencia, creando zonas ricas en “guano”, con una interesante comunidad (vegetación
nitrófila), adaptada a este aporte extra de nitrógeno y fosfatos.
Primera y segunda franja (Crithmum, Armeria, Euphorbia, Festuca, etc.)
Me ha hecho
gracia viniendo de la meseta encontrar algunas plantas de allí abajo por aquí.
Por un lado algunas de los lugares más húmedos del oeste manchego, plantas como
el helecho real (Osmunda regalis), el
lirio hediondo (Iris foetidissimus) o
la aquí abundante gran cárice (Carex
pendula); y por otro lado una vegetación que este año he conocido más, la
relacionada con las escasas zonas salinas de interior, con especies como Plantago
maritima, Blakstonia imperfoliata, Frankenia
laevis, Centaurium spicatum, Limonium sp. o Samolus
valerandii aunque en la meseta esas sales provienen del lavado de suelos
algo salinos.
Vegetación halófila similar a la de interior (Samolus valerandii, Centaurium spicatum y Blackstonia)
Temprano por
las mañanas me dio por correr y andar explorando de una manera casi exhaustiva,
cada rincón mínimamente accesible y gracias a la dificultad de accesos conocí
algunas playas interesantes, aunque con los nuevos tiempos la idea idílica del
mar intacto ha caducado, ahora una playa sin accesos es una playa sin limpieza
y el mar hoy, reconozcámoslo, es una auténtica fábrica de porquería que simplemente
nos devuelve lo que es nuestro. Me quedé con ganas de bajar a alguna playa en
el entorno de Cabo Peñas, pero eso son palabras mayores y tampoco se trata de arriesgar por arriesgar.
Una inalcanzable cala en un rincón del cabo
El Cabo de Peñas es especial, es una meseta (la rasa costera) a poco más de cien metros
sobre el mar y prácticamente sin ninguna bajada a él. Es un lugar siempre batido por el viento, formado por cuarcitas
en diferentes tonos con suelos muy pobres. La sensación aquí
es la de estar en Irlanda o Escocia por lo intrincado de la línea mar-tierra,
por el clima, por el tipo de roca y hasta por una landa de vegetación semejante. Incluso
en este llano sin cultivar, aparecen pequeñas áreas de turberas con su
vegetación asociada que coincide, tanto como la del brezal, con las de aquellas
intempestivas tierras. Esta landa no podía tener una mejor representación de
los brezos ibéricos, estaban casi todos (Erica
cinerea, E. arborea, E. umbellata, E. mackaiana, E. vagans, E. ciliaris, E.
tetralix, Calluna vulgaris y Daboecia cantabrica).
En sus
pedregosos bordes hacia los acantilados me llama la atención el parecido
fisionómico y vegetal con cualquier cumbre de alta montaña, con su vegetación
sufrida y achaparrada. La ecología es una ciencia predecible pues aún en
medios tan diferentes como la alta montaña o estos bordes de acantilados, si se
repiten casi idénticos factores limitantes de la vegetación como fuertes
vientos, alta insolación, difícil retención de agua por los suelos, etcétera,
la vegetación tenderá a ser muy parecida, incluso coincidiendo algunas
especies. Esta relación, cuando es completa, recibe el nombre de vicarianza,
dándose especies muy parecidas por habitar parecidos nichos ecológicos aunque manteniendo diferencias geográficas y ecológicas.
Vegetación de cima venteada de acantilado (Armeria pubigera, Sedum anglicum, Plantago coronopus), podría coincidir con algunas cumbres de Gredos a más de 2200m. de altura, llevando Armeria caespitosa, Plantago alpina y el mismo Sedum anglicum o el S. brevifolium.
Frente a
estas sensaciones marineras algún día nos acercamos a la montaña, el cambio era
radical y a la inversa que otros años, en que cuando bajábamos a la costa nos
encontrábamos con tardes nubladas y desapacibles. Ahora, a pesar de que cerca
del mar la temperatura no sube mucho, cuando subíamos comprobábamos una
variación general de entre cinco y diez grados menos de temperatura, con su
“orbayu” y sus nieblas a partir de media tarde. Pero el placer de andar por
unos buenos, aunque empinados hayedos, entre la niebla, te refresca hasta el
alma.
Claro en el interior de un hayedo de Redes
En el disperso
caserío rural de esta costa destacan poderosamente los hórreos y paneras (unos
con cuatro apoyos y las otras con seis o más); casi todos están pintados en
bandas verdes y blancas, con adornos en puertas y ventanas, y siempre, con su
cara norte totalmente tapada y reforzada, pues saben muy bien por aquí de donde les
llegan el frío y la humedad.
Típica panera de la zona con sus colores verdes y blancos, y su cara norte protegida
Una visita
obligada es acudir al magnífico botánico de Gijón, el Jardín Atlántico, un antiguo jardín histórico y carbayeda que es un auténtico lujo para estudiosos, paseantes o niños, pues hasta se encargan de amenizar la visita con todo tipo de actuaciones,
paseos nocturnos y actividades lúdicas en un escenario de cuento con una cuidadísima vegetación, aunque al verla tan natural no lo aparente, tanto la autóctona, como la decorativa o la
que llena nuestras despensas.
Rincón del Jardín Atlántico de Gijón
Como de
costumbre lo malo ha sido volver a la meseta y más este año, con un contraste térmico superior a los quince grados, con los incendios forestales por
doquier y con un ambiente de calima sahariana que, como una bofetada, nos
situaba de repente en nuestro sitio, es decir, con muchas zonas de la península
al borde de la desertización, aunque pocos se quieran dar cuenta de esta cruda realidad.
Un saludo a Laura por su magnífica hospitalidad