A pesar de la intención del blog que es la de, cómo un almanaque, ir mostrando cosas del campo en la época del año en la que estamos, entre lo poco que estoy saliendo por los calores y los rempojos (pinchitos ganchudos de las fructificaciones secas) y todo el material acumulado este invierno y primavera, iré desgranando visitas y floraciones fuera de su momento. Un poco anacrónico pero en muchos casos refrescante. Hoy voy a hablar del junco florido, a finales de mayo y primeros de junio estuve viéndolos y buscando nuevas poblaciones.
Primer avistamiento tras varios años sin verlos
El junco florido, Butomus umbellatus es una bellísima planta al borde de la extinción, no confundir con el también llamado junquillo florido, Aphyllantes monspeliensis, de laderas calizas, más similar a una gramínea rematada en una flor azul de cinco pétalos, ni con el junco lanudo (Eryophorum angustifolium) de las mejores turberas de nuestras montañas. El junco florido no es un junco pero crece como ellos en los arroyos, planta de largas hojas ajuncadas de las que sobresale un tallo cilíndrico rematado en una amplia umbela cargada de flores blancas tintadas de rojo o rosa de seis pétalos cruzados tres a tres.
La belleza de la planta hace que no pase desapercibida por lo que en el pasado no solo fue útil para la vacas, sino que fue ampliamente recolectada principalmente para engalanar edificios y eventos religiosos.
Su nombre parece estar relacionado con los bueyes, a los que se los alimentaba o bien se les montaba la cama con estas plantas. Yo lo único que he podido comprobar es como se la comen sin ningún ecológico pudor, tal vez si alguien les informase de que están apunto de rumiar los últimos juncos floridos … vamos que lo he visto y me daban ganas de salir con un palo por medio del lodazal.
Es una planta tan escasa que sólo la he podido observar en dos localidades, una al sur de Toledo, donde no existe según santa Flora Ibérica y en el corazón de Ciudad Real donde la localicé hace unos ocho años. A esa localidad volví hace cuatro y la dí por extinguida al no localizarla y ver una fábrica de las del escándalo europeo del lino, en un nuevo polígono aguas arriba. Para colmo calló en mis manos un trabajo botánico que rezaba algo así como, "a pesar de los testimonios de herbario, tras la infructuosa búsqueda podemos aventurar que se ha extinguido en el área del Guadiana medio". Si bien se daba alguna nueva localidad para afluentes de dicho río a uno y otro lado del límite con Extremadura.
Es una planta tan escasa que sólo la he podido observar en dos localidades, una al sur de Toledo, donde no existe según santa Flora Ibérica y en el corazón de Ciudad Real donde la localicé hace unos ocho años. A esa localidad volví hace cuatro y la dí por extinguida al no localizarla y ver una fábrica de las del escándalo europeo del lino, en un nuevo polígono aguas arriba. Para colmo calló en mis manos un trabajo botánico que rezaba algo así como, "a pesar de los testimonios de herbario, tras la infructuosa búsqueda podemos aventurar que se ha extinguido en el área del Guadiana medio". Si bien se daba alguna nueva localidad para afluentes de dicho río a uno y otro lado del límite con Extremadura.
Otra localidad, pero así de escasa a unos 20km. de la anterior
Tras este año lluvioso, los arroyos bajan como pocas veces y la resurrección de la vegetación hidrófila es algo milagroso para quien ha visto durante años los arroyos secos, que parecía que lo único que criaban eran piedras. Pues este año volví a esa zona y cual fue mi sorpresa al divisar varios grandes juncos floridos, pero de inmediato comprobar que no eran ejemplares en medio de la vegetación helofítica (las plantas que pueblan la superficie del agua hundiendo la parte inferior de sus tallos en el agua), sino que eran la misma masiva vegetación ribereña. Apenas veía en ese tramo del arroyo algo que no fueran los Butomus, a no ser alguna bella Alysma plantago-aquatica y castañuelas. Increíble!!
De entre la masa de flores mecidas por el viento, se levantó una garza imperial que, en efecto, tenía su nido en medio de los juncos floridos, pensé en la imponente foto que sería la garza en su nido, con sus pollos y completamente rodeada de flores de junco, pero era imaginación nada más y me alejé rápidamente de allí para que no repudiara su nido.
Días más tarde estuve buscando el junco en otras localidades guadianeras y algunos ejemplares más localicé, pero mucho más aislados, varias umbelas floridas juntas pero no la masificación del primer lugar. Supongo que si hubiese buscado más, más hubiese encontrado, pero lo que vi me da ánimos en relación al futuro de la especie que está desapareciendo de todo el centro peninsular a un ritmo parecido al que lo hacen sus ríos que se van canalizando, ajardinando o contaminando.
El junco florido todavía no tiene problemas serios en el tercio noroccidental ibérico, desapareció hace años de las Tablas de Daimiel y se ha dado por extinguido en la comunidad madrileña. Dos años buenos de lluvia arreglan mucho pero no son la solución. Creo que es una especie relativamente fácil de cultivar y que, al menos en Europa se usa en jardinería, para bordes de estanques y fuentes, por lo tanto, salvo perversiones genéticas, sería aconsejable reproducirla para reintroducciones en localidades históricas de la planta o en sus áreas más castigadas.
Como he mencionado antes y en otras entradas, el ganado suelto por los ríos es un peligro importante que está convirtiendo jardines en cardales, literalmente. Ví a las vacas ramoneando estas plantas y una buena superficie de ellas con los tallos y flores cortados por su ramoneo.
No podemos permitirnos el lujo de no embelesarnos con su presencia en los arroyos de mayo y junio. Ni permitir que se nos vaya uno de esos lujos naturales de los que podríamos presumir.