jueves, 31 de agosto de 2023

El Sueve - Frescores asturianos

 


Finalmente he podido pasar unos días alejados de esta meseta caldeada y reseca en que se ha convertido todo el centro peninsular, por no hablar Andalucía o la mayor parte de Extremadura y eso que este año junio nos ha perdonado y ha sido generoso en lluvias y temperaturas soportables. Reducir esos cuarenta grados a prácticamente la mitad, ha sido un placer, casi tan grande como el horror de pasar de esos veinte y pocos a los cuarenta y pocos de esa segunda quincena del ferragosto madrileño. Ha sido un alivio tan grande como el acontecido a finales de agosto, al pasar de esos cuarenta a menos de treinta, entonces se podían hacer cosas, salir o trabajar sin tener que andar escondido y acobardado delante de una pantalla y asistido por un imprescindible ventilador.


       Este verano demuestra claramente las previsiones, con algún esporádico altibajo, de que cada año va siendo más caliente que los anteriores, eso se recibe el nombre calentamiento climático. Cada vez que la Aemet da las previsiones trimestrales, aún dentro de hacerlo bastante a bulto, en cuanto a lluvias suele igualar o quedar ligeramente por debajo del periodo de referencia, que suele ser el treintenio 1980-2010, que dentro de muy poco será el 1990-2020, y sin ninguna excepción (que yo haya visto), siempre dan una temperatura por encima de la de ese periodo de referencia, eso también indica a las claras que estamos calentando el planeta.


       Los gases de efecto invernadero están alcanzando niveles nunca vistos en cientos de miles de años, pero, aunque haya una clara correspondencia entre temperaturas y emisiones, a mí me gustaría ver una cuantificación energética. Pienso a veces en la energía que producíamos hace varios miles de años, cuando éramos una especie de varios millones de humanos dispersos por medio planeta, distribuidos en grupos familiares o pequeñas tribus y apenas manteniendo una pequeña hoguera permanente en cada clan; en la actualidad somos más de ocho mil millones de individuos y estoy seguro de que cualquiera de los menores pueblos o ciudades que ronden los mil habitantes, ya producirían una energía superior a la que produciría esa humanidad entera de la antigüedad, aunque sé que hace unos cuatro mil años produjimos un “pequeño“ cambio climático antrópico, con la propagación del cultivo de arroz a grandes territorios en el sureste asiático y el consecuente aumento en la producción de metano en esos estanque artificiales.

Tejo, acebo, olmo de montaña, fresno y helechal

       Sigue habiendo negacionistas climáticos, aunque cada vez parecen más tipo secta clandestina que se sienten perseguidos por el resto del mundo o despabilados personajes interesados en bailar al ritmo de quienes tienen dinero o status empresarial que perder si se nos ocurriera cambiar esta inercia que es el juego económico y social en el que nos vemos sumergidos. Como se puede ver esta también es otra secta clandestina o no tanto, que ve que hay demasiados intereses implicados en que todo siga como va hasta ahora, aunque vayamos hacia el precipicio, mientras no estemos en caída libre o en choque brutal contra el fondo del abismo, todavía vamos bien. Ya lo dijo Greta Thunberg y, como no la podían rebatir con ningún argumento razonado o razonable, le dijeron que tenía que callarse y continuar sus estudios como una buena chica “normal”.

Como en un bosque virgen, hay casi tanta madera caída como en pie

       Pero dejemos los grados Celsius y vayamos al fresco, al alivio y al disfrute de una naturaleza que es como un bálsamo integral cura estas nuestras modernas afecciones (cuasi)urbanitas. A parte de un mar Cantábrico que siempre es un refrescante atractivo hipnótico, también he podido disfrutar del hayedo situado a una menor altura, comenzando a aparecer las hayas a unos 230m, y que probablemente también sea el más septentrional de toda la península. La sensación me era algo extraña, el ambiente de casi alta montaña caliza, mezclándose con algunas plantas bastante térmicas para la región o pudiendo contemplar las playas costeras desde las lomas de la montaña del Sueve.

Tras el hayedo del Sueve, la playa, el mar y el cielo

       El Sueve es una montaña magnífica, digna de la máxima protección como también podría ocurrirle a la sierra de Cuera que es su continuación hacia el este hasta asomarse a Santander o viceversa, siendo la primera barrera de más de mil metros frente a los vientos y borrascas del norte o noroeste. Hace ya muchos años me perdí por su cima en medio de la niebla, aún no sé cómo tuve la suerte de salir de allí sin demasiados problemas. Entonces aluciné por aquellas cumbres, como si fuera un insecto paseándome por una huevera vacía, pues así eran aquellas superficies cimeras, hoyo-dolina y subir loma o pared, bajar pared para dar de nuevo a otra dolina y repetir la jugada sucesivamente. Aquel recorrido me enseñó los mini bosques de “espineles” como llaman por allí a los majuelos o espinos albares que toman porte arbóreo y juegan a enredarse con acebos o tejos en esos lapiaces, en los márgenes de las dolinas o en medio de cuetos y camperas.


       Esta vez cojo la montaña desde abajo, de ese subterráneo arroyo que recoge las aguas de valle y hayedo de la Biescona, todo un bosque mágico y atlántico, plagado de helechos, musgos y hepáticas de todas las clases. Al hayedo se le une un gran número de otras especies arbóreas también de grandes tamaños, como los carbayones o robles y, destacando a veces por sus tallas, olmos de montaña. Ya en los bordes, rodeando las manchas de hayedo, como si de una orla espinosa se tratase aparecen bosquetes de acebos que como gendarmes que protegen el gran bosque, se les ve que han sufrido, y demasiado a menudo, el azote del fuego, fuego que estos inicios de primavera se cebaron con la baja montaña asturiana y por ende, de todo el norte.

Límite del bosque marcado por el fuego y por una banda de blancos troncos y ramas de acebos quemados

       Estos fuegos fueron una pandemia local que las autoridades pronto se lanzaron a acusar a pirómanos y que durante estos días en la prensa he podido leer que se ha esclarecido que en su mayor parte eran debidos a intereses ganaderos que se aprovecharon de una situación de campo seco por meses de escasez de precipitaciones. Nada nuevo, a pesar de basar su propaganda en el vapuleado “Asturias paraíso natural” que lo es, no hacen demasiado porque esa naturaleza sea para todos y la dejan de la mano de los intereses más locales y sectoriales, la ganadería extensiva y la caza. Caza que, aparte de los fuegos que acogotan estos montes, es uno de los mayores peligros que corre el bosque astur, la proliferación de especies cinegéticas ha llevado a que apenas exista regeneración del bosque autóctono, pero eso sí, Asturias está volviendo a apostar por el cultivo del eucalipto, siendo la única comunidad que, en lugar de reducir su presencia, la está aumentando.

Limitando con el hayedo en su parte más bajas, la diferencia y la biodiversidad están en extremos opuestos

       El fuego acosa esta montaña, por no hablar de la sierra de Cuera, otra montaña que posiblemente fuese capaz de ostentar el lugar peninsular de mayor pluviometría, donde incluso todavía quedan turberas en explotación de turba, de manera similar a como se hacía en Irlanda o Escocia para obtener ese carbón de baja calidad o ese sustrato para jardinería. Pero supongo, que desde que se declaró la Directiva Hábitats europea, han quedado libres de esa explotación comercial de estos escasos ecosistemas vegetales que tiene una flora totalmente especial y exclusiva de estos medios. Estas sierras están totalmente pobladas de eucaliptos y pinares por sus bases, y es una pena, que desde las fantásticas playas asturianas, el paisaje vegetal salvaje que se ve desde ellas, sea tan lamentable.


       Pero estamos en la otra punta de lo que pueda ser el fuego, estamos en la humedad, en el verdor, en el fresco y húmedo vientre de la montaña caliza. Una humedad que te une a la naturaleza, al bosque, entonces, en medio del hayedo, de las paredes, de los grandes troncos cubiertos de helechos, ves que sí que es posible la existencia de todo el elenco de la mitología asturiana. Porqué no, quién conoce cada rincón de estas montañas lo suficiente para poder asegurar que no existen Trasgus, Nuberus, Cuélebres, Busgosus o Xanas, entre otros. Si os atrevéis con estos hayedos, tejedas o laberintos rocosos como estos, queda claro que hay que dejar lugar a cualquier posibilidad.


       Si la montaña y sus bosques, llaman la atención a cualquiera, qué se podría decir del mar, un mar que por momentos está dejando de ser frío, como lo era en los años en que lo conocí, lo que por un lado, permite que puedas estar mucho tiempo dentro del agua, incluso estar más tiempo tras la puesta del sol, pero, por otro lado, se está corriendo el riesgo de una “mediterraneización” turística de toda la costa cantábrica, cosa que ya está pasando en Santander, algo políticamente difícil de impedir, dado el coqueteo contínuo de nuestras autoridades urbanísiticas con el dinero blanco o negro de la construcción, ya desaparecieron hace años arenales riquísimos como los de Verdicio y tramos de costa casi convertidos en urbanizaciones dispersas e ilegales, como para que se continúe con lo que queda sin urbanizar. 


       Hoy en día es complicado buscarse alojamiento, incluso a pesar de los altos precios de los alquileres vacacionales. Hace muchos años pasaba casi un mes de verano en la montaña y algún día que otro bajábamos a la costa, luego con la familia ya crecida, pasó a ser al revés, una semana o dos en la costa y algún día a la montaña. Ahora como mucho una semana, y si no, a buscar otros sitios buenos, bonitos y baratos.??


       Las playas asturianas, el mar asturiano, el dejar hacer, el deambular en la marea baja, aunque apenas veamos ya tantos cangrejos y estrellas de mar, las nubes que hacen que no tengas que ir pertrechado a la playa con el arsenal ignífugo. Las fuertes oscilaciones mareales dejan lugar a la admiración o a la sorpresa al ir a la playa y encontrarte con que no hay playa, así mismo esas mareas en días de mar brava dejan el espectáculo de los bufones, esos conductos subterráneos dentro de la roca caliza que dirigen las aguas en su interior a respiraderos o pozos al exterior del terreno donde lanzan rítmicos surtidores de agua pulverizada y arena hacia lo alto, cosa que ocurre en pocos lugares de toda la costa y que hace que merezca aprovechar los días de temporal para ver espectáculos fuera de lo común.


       Ha sido un placer, tanto en el interior, como en la costa, Asturias siempre será un paraíso natural y todos tenemos que poner de nuestra parte para superar o echar a un lado esos intereses que siempre intentar sacar partido de lo que es de todos para beneficio de los despabilados de siempre. La costa es tan valiosa que no podernos permitir que se convierta en lo mismo que nuestro levante y el interior hay que preservarlo de los intereses de Ence, la empresa nacional de celulosa o de unos pequeños, aunque en el pueblo sean grandes, intereses ganaderos o cinegéticos que no tienen porqué salir perdiendo, con una mayor protección y recuperación de los bosques y de la riqueza natural de la tierra asturiana.